Dicho hombre no era otro que Rubén, quien se había convertido en un
hombre bastante atractivo. No había perdido el hábito del ejercicio
y de la comida sana, por lo que se mantenía en forma pese a tener
más corpulencia a causa de los 23 años
que habían pasado por encima de él.
Girándose para ver quién había llegado, Beatriz lo miró con una
media sonrisa irónica y, tras observarlo de arriba abajo, le saludó
escasamente.
- Hola Rubén.
- Hola Bea, ¡estás fantástica!
- Gracias.
Beatriz todavía estaba molesta por el plantón que le había dado
Rubén. Ella misma sabía que estaban atravesando una mala racha en
su noviazgo, pero lo que le había reprochado durante años había
sido la falta de valor para decírselo a la cara en lugar de dejarla
plantada en el aeropuerto.
- ¿Cómo estás?-le preguntó Rubén-.
- Genial, la verdad. No me pueden ir mejor las cosas. ¿Y tú? Oye,
estás algo más gordo, ¿no?
Y sin esperar respuesta alguna, Beatriz se dio la vuelta y entró en
el internado. Frunciendo el ceño, Abraham no pudo evitar hacer un
comentario al respecto.
- Madre mía chaval, va pisando fuerte aquí la amiga.
- Ya veo que todavía sigue enfadada…
- Rubén, mira que dejarla plantada en el aeropuerto…-comentó
Diana echándole una pequeña regañina-.
- No la dejé plantada, lo juro.
Entrando en el aula, Beatriz saludó a todos sus compañeros con una
clara expresión seria que mantenía en la cara. Todos la felicitaron
y se quedaron maravillados al verla.
Cuando entró Rubén, todos lo saludaron también y, cuando pasó
junto a Beatriz sin decirle nada, todos se dieron cuenta de que ahí
había pasado algo, pero no queriendo meter el dedo en la llaga, se
callaron todos.
Poco después, tres personas comenzaron a dirigirse hacia Diana y
Abraham, quienes no se habían dado cuenta de que se acercaban a
ellos.
- ¡Si aquí están mis profesores favoritos!-exclamó Carmen
llamando su atención-.
- Pero bueno, ¿Carmen?-preguntaron asombrados-.
- Sí, aunque no lo parezca, esta señora de pelo gris soy yo. ¿Os
acordáis de Iván?
- Isaac, tú tan elegante como siempre,-comentó Abraham-. En eso no
has cambiado una pizca.
- Es que hay que mantener las formas, profe.
Diana estaba asombrada al ver a Iván, fruto del fatídico encuentro
entre Carmen y el difunto Fernando.
- ¡Hola Diana! ¿Qué tal?
- Pero, ¿te acuerdas de mí?
- No, pero mis padres me han enseñado tantas fotos y me han hablado
tanto de vosotros y de todos los demás que os conozco como si
hubiera sido uno más.
- Es que eras uno más. Dios mío, pero qué mayor estás…
- Tengo ya 24 años.
- Joder, 24 años… Estás guapísimo, de verdad te lo digo.
- Vaya gracias. Dicen que me parezco mucho a mi padre biológico,
Fernando.
Intercambiando unas frases más, los tres entraron en el internado y
fueron hacia la clase cuando Diego y Raquel llegaron allí. Ya
estaban todos.
Los dichosos 23 años habían pasado sobre todos, pero ninguno se
mantenía mal del todo. Sí, lo típico, las canas, algún kilo de
más… Pero la esencia de cada uno se mantenía intacta.
Yéndose con los recién llegados, todos se colocaron en sus sitios
en el aula y Abraham fue el encargado de decir unas preciosas
palabras para dar comienzo a ese acto.
Las lágrimas y los sentimientos estaban a flor de piel, ya que la
familia había vuelto a unirse después de tanto tiempo.
- … por ese motivo propongo que, a partir de ahora, tal día como
hoy, cada año se celebre aquí una reunión conmemorativa,-propuso
Abraham-. Han pasado muchos años en los que hemos estado separados y
soy consciente de que cada uno tiene su vida y será complicado que
nos podamos reunir todos. Pero si hoy lo hemos conseguido, todos
podremos volver a repetirlo en próximas ocasiones.
- Dicho esto,-intervino Diana-, vámonos al comedor, que allí nos
espera un delicioso banquete.
En cuanto dijeron esto, todos se levantaron y la primera en salir fue
Beatriz, seguida de Rubén, quien la llamaba sin éxito.
Todos los demás no sabían de qué iba el tema, pero les dejaron a
su aire mientras comentaban cómo les había tratado la vida durante
todos esos años de camino al famoso comedor.
Agarrándola del brazo, Rubén logró frenar a Beatriz para poder
charlar con ella.
- Bea, ¿podemos hablar un momento?
- ¿Y de qué serviría ahora? Rubén, han pasado 21 años desde que
se terminó lo nuestro. Eso fue agua pasada.
- Pero Bea, escúchame un momento…
Sin embargo, ella no estaba dispuesta a que Rubén le calentase la
oreja.
- Rubén, perdona que te interrumpa, pero hoy he venido aquí a
reencontrarme con mis amigos a los que llevo 23 años sin ver. Quiero
saber de ellos, recordar viejos tiempos y reírme Rubén. Necesito
reírme, no cabrearme. Lo siento mucho,-dijo volviéndose y entrando
en la biblioteca-.
Sentándose en el sofá frente a la chimenea, Beatriz comenzó a
llorar irremediablemente. Estaban siendo muchos sentimientos y
recuerdos encontrados en muy poco tiempo y volver a ver a Rubén le
había removido cosas que tenía bien ocultas y tapadas gracias a una
frenética vida de obligaciones y ejercicio físico.
Rubén no se daba por vencido y sabía que tenía que aprovechar esa
oportunidad que le había brindado la vida para aclarar las cosas con
Beatriz.
- Bea,-dijo Rubén en un tono serio pero conciliador-. ¿Podemos
hablar?
- No Rubén. Ya te lo he dicho antes.
- Sólo será un minuto, te lo prometo.
- Pues empieza, que ya estás perdiendo tiempo.
Sentándose, rápidamente Rubén comenzó a hablar.
- Antes de nada, quiero aclararte que yo no te dejé plantada.
- ¡¿Cómo que no?! ¿Te doy la oportunidad de explicarte y lo
primero que me dices es que no me dejaste plantada, cuando te estuve
esperando dos horas en el aeropuerto?
- ¡Hubo un problema con mi vuelo! Tuvieron que cancelarlo y tuvimos
que esperar a que tuvieran otro avión listo, a que pasara el
reconocimiento de los técnicos y, después de todo eso, fue cuando
pudimos despegar e ir a nuestros destinos.
- ¿Y no me pudiste avisar?
- Con las prisas de hacer la maleta a última hora, iba a llegar
tarde y me fui dejándome el móvil en mi apartamento. Cuando
desembarqué, llamé a tu móvil desde una cabina y no me cogiste el
teléfono. ¡Estuve esperando ahí todo un día, Bea! ¡Un día
entero!
- Rubén, ¿esperas que me crea semejantes excusas?
- Pero, ¡Bea! Te estoy diciendo la verdad.
- ¡Mentira!
Dándose cuenta de que, por mucho que le dijese, Beatriz no cambiaría
de opinión, Rubén comenzó a levantarse pero, antes de hacerlo, le
dijo una última cosa.
- Mira Bea, cree lo que quieras. Yo te estoy contando lo que sucedió,
nada más que eso. Cuando llegué al aeropuerto y te busqué por
todos lados sin verte, comencé a preocuparme pensando en que te
podía haber pasado algo. Al cabo de una hora fue cuando te llamé
desde la cabina, pero tenías el teléfono apagado y ya, casi al
anochecer, fue cuando fui a la compañía y les pedí que me
cambiasen la fecha del vuelo de vuelta para ese día. Cuando volví a
casa y cogí mi móvil, volví a llamarte, te escribí una y otra
vez, pero me habías bloqueado y yo no tenía ni idea del por qué.
Simplemente, desapareciste. Te esfumaste de mi vida. Me quedé muy
tocado desde aquello y la gente me decía que te olvidase, que pasase
página, pero nunca te he olvidado. Aún sigues siendo mi primer
pensamiento por la mañana y el último por la noche antes de dormir.
Nunca me casé. Nunca tuve hijos… Y siempre he vivido y viviré con
la esperanza de poder llenar ese espacio vacío que hay en la cama
cada noche contigo a mi lado…
En completo silencio, Rubén se levantó del sofá quitándose las
lágrimas que había intentando aguantar mientras había hablado.
En el comedor, los hijos de Carmen y Diana se saludaban, ya que se
conocían porque sus respectivos padres los habían nombrado en más
de una ocasión.
- ¿Tú eres Ndaye, no?
- Sí, y tú debes ser Iván.
- Exacto. Encantado de conocerte tío.
- Igualmente, un placer.
Para Iván, Isaac era su padre. Llevaba su apellido incluso, pero él
sabía a la perfección que su padre biológico era Fernando. Tanto
su madre como Isaac le habían dicho en más de una ocasión que
guardaba un gran parecido con su padre, pero tampoco tenían ninguna
foto suya para demostrárselo, y como los padres de Fernando nunca
quisieron hacerse cargo ni aceptar los hechos que hizo su hijo… No
habían tenido oportunidad de mostrarle una foto. Sin embargo, el
único miembro de la familia que quiso tener relación con él había
sido Julia, la hermana de Fernando. En comparación con su hermano,
era completamente opuesta y desde que tuvo edad suficiente para hacer
y deshacer a su antojo, se involucró en la vida de su sobrino.
Por parte de Ndaye, su padre era su gran referencia. Desde pequeño
lo había admirado y siempre había querido ser como él, parecerse a
él… Por eso empezó a entrenar desde que tuvo la edad suficiente
para hacerlo y, en ese momento, estaba estudiando para poder ser
preparador físico.
Rubén, justamente cuando iba a salir de la biblioteca, se paró al
escuchar que Beatriz lo llamaba. Girándose, lo siguiente que
percibió fue a Bea besándolo en la boca sin previo aviso. Dejándose
llevar, Rubén aceptó el beso y abrió su boca para poder darle un
beso más profundo y húmedo a Beatriz, la mujer de sus sueños.
Pero aún estaba muy confundido con ella.
- ¿Y este cambio de opinión tan repentino?
- Rubén… me he dado cuenta de que he sido una tonta. Me dejé
llevar por mis inseguridades y los miedos que siempre me han
caracterizado. Creí que… te habías cansado de mí y que no
querrías volverme a ver, por eso te bloqueé de todos los sitios,
incluidas las llamadas. Me obligué a olvidarte, pero la realidad es
que me he mantenido ocupada durante todos estos años para no pensar
en ti. Incluso me obligué a mí misma a casarme con un hombre al que
ni quería y que me dio más tristezas y sufrimientos que alegrías.
He ganado un mundo, abrí mi propia academia de música y tengo
bastante éxito con ella. Con el divorcio incluso me quedé con la
casa y mucho dinero de mi ex-marido, pero ahora vivo en una mansión
completamente sola con un par de gatos que se pasean por ella. Y por
mucho que me repito cada mañana al espejo que soy feliz, no paro de
llorar sin sentido. Me siento incompleta si no estoy junto a ti. Te
amo.
- Dios, pero qué palabras más bonitas cuando salen de tu boca, mi
amor. Te amo. Yo también te amo.
- Casémonos Rubén. No perdamos más tiempo del que ya
desperdiciamos. Quiero ser madre de tus hijos, todavía podemos. ¡Aún
no es demasiado tarde!
- Me has hecho el hombre más feliz de la tierra…
En el comedor, todos comenzaron a enseñar a los demás fotos de sus
respectivas familias, comentando cómo les había ido en la vida, en
qué trabajaban, cómo se portaban sus hijos, a qué colegios los
habían llevado… Todos coincidían en que la familia de Hugo era la
más numerosa de todas, ya que Thiago y él eran un pack y donde iba
uno, estaba el otro. Esa unidad era digna de admirar y todos
aplaudían la familia tan preciosa que tenían.
Por su parte, Isaac y Carmen enseñaron la foto de su familia y es
que, aparte de Iván, ambos habían tenido dos hijos más y a cada
cual más guapo.
- Uy la niña como se parece a ti, Carmen,-comentó Raquel-. ¿Cómo
se llama?
- Diana,-contestó orgullosa su madre-.
- ¿Le habéis puesto mi nombre?-preguntó la que había sido su
profesora-.
- Sí. Isaac y yo pensamos que no había mejor nombre que el tuyo
para nuestra pequeña.
- Ay, me estáis haciendo llorar como una tonta.
- ¿Habéis visto al niño?-dijo Hugo-. Es Isaac pero en moreno.
- Decidme que no le habéis puesto Abraham, os lo ruego,-comentó
Abraham en un tono distendido-.
- No, se llama Constantino, como mi padre,-dijo Isaac-. Pero todos le
llamamos Tino.
Diana era una preciosa adolescente de 15 años. Había heredado la
apariencia y la belleza física de su madre, pero los ojos azules de
su padre, haciendo una combinación que la había convertido en reina
del baile en varias ocasiones en su instituto.
Tino era un sol, ya que era tierno y dulce como su padre, pero alegre
y vivaracho como su madre. Físicamente no había duda de que era
hijo de Isaac, ya que era su vivo retrato salvo por el color verde de
los ojos de su madre. Para Tino, su referente era su hermano Iván.
Lo tenía idealizado y cada cosa que hacía su hermano él también
tenía que hacerla. ¿Qué más se le iba a pedir a un niño de 9
años?
Al contrario de la familia de Hugo y Thiago, Raquel y Diego sólo
tenían un hijo y éste había nacido hacía 8 años. En cuanto se
casaron, comenzaron a viajar alrededor del mundo, yendo de un país a
otro, disfrutando de una larga luna de miel. Cuando ya se asentaron
en un sitio y quisieron ser padres, no había manera de que Raquel
quedase embarazada. Lo intentaron todo, fueron a clínicas, pero no
hubo forma. Ya cuando se dieron por vencidos, surgió el milagro y se
quedó embarazada de Alonso.
Alonso era un tanto rebelde, pero sus padres sabían manejarlo a la
perfección, ya que ellos habían sido algo así con su edad. Las
épocas eran diferentes y todo a su alrededor había cambiado, pero
los sentimientos de los niños eran los mismos y eso les servía de
guía para educar a su hijo y que fuera un buen chico.
Otra familia que no se quedaba atrás en cuanto a hijos era la de
Diana y Abraham. Nada más y nada menos que cuatro tenían. Ndaye,
Azahara y los gemelos Abraham y Abel.
Sin duda, la que más llamaba la atención de la familia era Azahara,
ya que la oscura piel que había heredado de su padre contrastaba con
los azules ojos de su madre. Desde pequeña, Azahara comenzó a
comportarse como lo había hecho Diana con su madre. Esa rebeldía
era innata en ellas y ahora Diana comprendía mejor a la pobre
Clotilda. Sin embargo, Diana no era su madre y supo conducir a su
hija de mejor forma, sobre todo ahora que tenía 18 años. En
definitiva, la relación entre ellas era muchísimo mejor que la suya
con la abuela Clotilda.
Y para finalizar, la sorpresa fue monumental cuando Diana se quedó
embarazada no de uno, sino de dos. ¡Y encima gemelos! Si Azahara
había revolucionado la casa cuando nació, Abel y Abraham terminaron
de completar el huracán. Lo que hacía uno lo copiaba el otro, pero
siempre el que había llevado la voz cantante de los dos era Abel,
quien era más rebelde como su hermana. Abraham era más calladito y
se dejaba llevar por su hermano gemelo. La suerte era que Ndaye, al
tener 22 años, echaba a sus padres un cable en la educación y en el
mantenimiento de la casa.
Y así fue cómo el internado había vuelto a abrir sus puertas para
recibir a unos antiguos alumnos que habían vivido miles de
experiencias allí. Si esas paredes pudieran hablar contarían los
secretos y horrores que hicieron Tyler y Linda asesinando a los
verdaderos profesores del primer curso, cómo eran los ritos
satánicos que realizaban, cómo se fraguó la muerte de Fernando
realmente… Pero también contaría cuántos besos se habían dado
allí, cuántas virginidades se habían perdido en esos colchones,
cuántos abrazos, consejos, llantos de alegría y de tristeza.
Quebraderos de cabeza y gritos de júbilo a causa de los exámenes…
Tantas vidas unidas por un sólo edificio… Ese día el internado
volvería a cerrar su puertas, pero todos estaban seguros de que
volverían a abrirse cada 24 de junio a partir de ese año.
FIN
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