lunes, 6 de julio de 2020

Capítulo 40 || The Mirror

 Dicho hombre no era otro que Rubén, quien se había convertido en un hombre bastante atractivo. No había perdido el hábito del ejercicio y de la comida sana, por lo que se mantenía en forma pese a tener más corpulencia a causa de los 23 años que habían pasado por encima de él.


 Girándose para ver quién había llegado, Beatriz lo miró con una media sonrisa irónica y, tras observarlo de arriba abajo, le saludó escasamente.
- Hola Rubén.
- Hola Bea, ¡estás fantástica!
- Gracias.


 Beatriz todavía estaba molesta por el plantón que le había dado Rubén. Ella misma sabía que estaban atravesando una mala racha en su noviazgo, pero lo que le había reprochado durante años había sido la falta de valor para decírselo a la cara en lugar de dejarla plantada en el aeropuerto.
- ¿Cómo estás?-le preguntó Rubén-.
- Genial, la verdad. No me pueden ir mejor las cosas. ¿Y tú? Oye, estás algo más gordo, ¿no?


 Y sin esperar respuesta alguna, Beatriz se dio la vuelta y entró en el internado. Frunciendo el ceño, Abraham no pudo evitar hacer un comentario al respecto.
- Madre mía chaval, va pisando fuerte aquí la amiga.
- Ya veo que todavía sigue enfadada…
- Rubén, mira que dejarla plantada en el aeropuerto…-comentó Diana echándole una pequeña regañina-.
- No la dejé plantada, lo juro.


 Entrando en el aula, Beatriz saludó a todos sus compañeros con una clara expresión seria que mantenía en la cara. Todos la felicitaron y se quedaron maravillados al verla.


 Cuando entró Rubén, todos lo saludaron también y, cuando pasó junto a Beatriz sin decirle nada, todos se dieron cuenta de que ahí había pasado algo, pero no queriendo meter el dedo en la llaga, se callaron todos.


 Poco después, tres personas comenzaron a dirigirse hacia Diana y Abraham, quienes no se habían dado cuenta de que se acercaban a ellos.
- ¡Si aquí están mis profesores favoritos!-exclamó Carmen llamando su atención-.
- Pero bueno, ¿Carmen?-preguntaron asombrados-.
- Sí, aunque no lo parezca, esta señora de pelo gris soy yo. ¿Os acordáis de Iván?
- Isaac, tú tan elegante como siempre,-comentó Abraham-. En eso no has cambiado una pizca.
- Es que hay que mantener las formas, profe.


 Diana estaba asombrada al ver a Iván, fruto del fatídico encuentro entre Carmen y el difunto Fernando.
- ¡Hola Diana! ¿Qué tal?
- Pero, ¿te acuerdas de mí?
- No, pero mis padres me han enseñado tantas fotos y me han hablado tanto de vosotros y de todos los demás que os conozco como si hubiera sido uno más.
- Es que eras uno más. Dios mío, pero qué mayor estás…
- Tengo ya 24 años.
- Joder, 24 años… Estás guapísimo, de verdad te lo digo.
- Vaya gracias. Dicen que me parezco mucho a mi padre biológico, Fernando.


 Intercambiando unas frases más, los tres entraron en el internado y fueron hacia la clase cuando Diego y Raquel llegaron allí. Ya estaban todos.


 Los dichosos 23 años habían pasado sobre todos, pero ninguno se mantenía mal del todo. Sí, lo típico, las canas, algún kilo de más… Pero la esencia de cada uno se mantenía intacta.


 Yéndose con los recién llegados, todos se colocaron en sus sitios en el aula y Abraham fue el encargado de decir unas preciosas palabras para dar comienzo a ese acto.


 Las lágrimas y los sentimientos estaban a flor de piel, ya que la familia había vuelto a unirse después de tanto tiempo.
- … por ese motivo propongo que, a partir de ahora, tal día como hoy, cada año se celebre aquí una reunión conmemorativa,-propuso Abraham-. Han pasado muchos años en los que hemos estado separados y soy consciente de que cada uno tiene su vida y será complicado que nos podamos reunir todos. Pero si hoy lo hemos conseguido, todos podremos volver a repetirlo en próximas ocasiones.
- Dicho esto,-intervino Diana-, vámonos al comedor, que allí nos espera un delicioso banquete.


 En cuanto dijeron esto, todos se levantaron y la primera en salir fue Beatriz, seguida de Rubén, quien la llamaba sin éxito.


 Todos los demás no sabían de qué iba el tema, pero les dejaron a su aire mientras comentaban cómo les había tratado la vida durante todos esos años de camino al famoso comedor.


 Agarrándola del brazo, Rubén logró frenar a Beatriz para poder charlar con ella.
- Bea, ¿podemos hablar un momento?
- ¿Y de qué serviría ahora? Rubén, han pasado 21 años desde que se terminó lo nuestro. Eso fue agua pasada.
- Pero Bea, escúchame un momento…


 Sin embargo, ella no estaba dispuesta a que Rubén le calentase la oreja.
- Rubén, perdona que te interrumpa, pero hoy he venido aquí a reencontrarme con mis amigos a los que llevo 23 años sin ver. Quiero saber de ellos, recordar viejos tiempos y reírme Rubén. Necesito reírme, no cabrearme. Lo siento mucho,-dijo volviéndose y entrando en la biblioteca-.


 Sentándose en el sofá frente a la chimenea, Beatriz comenzó a llorar irremediablemente. Estaban siendo muchos sentimientos y recuerdos encontrados en muy poco tiempo y volver a ver a Rubén le había removido cosas que tenía bien ocultas y tapadas gracias a una frenética vida de obligaciones y ejercicio físico.


 Rubén no se daba por vencido y sabía que tenía que aprovechar esa oportunidad que le había brindado la vida para aclarar las cosas con Beatriz.
- Bea,-dijo Rubén en un tono serio pero conciliador-. ¿Podemos hablar?
- No Rubén. Ya te lo he dicho antes.
- Sólo será un minuto, te lo prometo.
- Pues empieza, que ya estás perdiendo tiempo.


 Sentándose, rápidamente Rubén comenzó a hablar.
- Antes de nada, quiero aclararte que yo no te dejé plantada.
- ¡¿Cómo que no?! ¿Te doy la oportunidad de explicarte y lo primero que me dices es que no me dejaste plantada, cuando te estuve esperando dos horas en el aeropuerto?
- ¡Hubo un problema con mi vuelo! Tuvieron que cancelarlo y tuvimos que esperar a que tuvieran otro avión listo, a que pasara el reconocimiento de los técnicos y, después de todo eso, fue cuando pudimos despegar e ir a nuestros destinos.
- ¿Y no me pudiste avisar?
- Con las prisas de hacer la maleta a última hora, iba a llegar tarde y me fui dejándome el móvil en mi apartamento. Cuando desembarqué, llamé a tu móvil desde una cabina y no me cogiste el teléfono. ¡Estuve esperando ahí todo un día, Bea! ¡Un día entero!
- Rubén, ¿esperas que me crea semejantes excusas?
- Pero, ¡Bea! Te estoy diciendo la verdad.
- ¡Mentira!


 Dándose cuenta de que, por mucho que le dijese, Beatriz no cambiaría de opinión, Rubén comenzó a levantarse pero, antes de hacerlo, le dijo una última cosa.
- Mira Bea, cree lo que quieras. Yo te estoy contando lo que sucedió, nada más que eso. Cuando llegué al aeropuerto y te busqué por todos lados sin verte, comencé a preocuparme pensando en que te podía haber pasado algo. Al cabo de una hora fue cuando te llamé desde la cabina, pero tenías el teléfono apagado y ya, casi al anochecer, fue cuando fui a la compañía y les pedí que me cambiasen la fecha del vuelo de vuelta para ese día. Cuando volví a casa y cogí mi móvil, volví a llamarte, te escribí una y otra vez, pero me habías bloqueado y yo no tenía ni idea del por qué. Simplemente, desapareciste. Te esfumaste de mi vida. Me quedé muy tocado desde aquello y la gente me decía que te olvidase, que pasase página, pero nunca te he olvidado. Aún sigues siendo mi primer pensamiento por la mañana y el último por la noche antes de dormir. Nunca me casé. Nunca tuve hijos… Y siempre he vivido y viviré con la esperanza de poder llenar ese espacio vacío que hay en la cama cada noche contigo a mi lado…


 En completo silencio, Rubén se levantó del sofá quitándose las lágrimas que había intentando aguantar mientras había hablado.


 En el comedor, los hijos de Carmen y Diana se saludaban, ya que se conocían porque sus respectivos padres los habían nombrado en más de una ocasión.
- ¿Tú eres Ndaye, no?
- Sí, y tú debes ser Iván.
- Exacto. Encantado de conocerte tío.
- Igualmente, un placer.


 Para Iván, Isaac era su padre. Llevaba su apellido incluso, pero él sabía a la perfección que su padre biológico era Fernando. Tanto su madre como Isaac le habían dicho en más de una ocasión que guardaba un gran parecido con su padre, pero tampoco tenían ninguna foto suya para demostrárselo, y como los padres de Fernando nunca quisieron hacerse cargo ni aceptar los hechos que hizo su hijo… No habían tenido oportunidad de mostrarle una foto. Sin embargo, el único miembro de la familia que quiso tener relación con él había sido Julia, la hermana de Fernando. En comparación con su hermano, era completamente opuesta y desde que tuvo edad suficiente para hacer y deshacer a su antojo, se involucró en la vida de su sobrino.


 Por parte de Ndaye, su padre era su gran referencia. Desde pequeño lo había admirado y siempre había querido ser como él, parecerse a él… Por eso empezó a entrenar desde que tuvo la edad suficiente para hacerlo y, en ese momento, estaba estudiando para poder ser preparador físico.


 Rubén, justamente cuando iba a salir de la biblioteca, se paró al escuchar que Beatriz lo llamaba. Girándose, lo siguiente que percibió fue a Bea besándolo en la boca sin previo aviso. Dejándose llevar, Rubén aceptó el beso y abrió su boca para poder darle un beso más profundo y húmedo a Beatriz, la mujer de sus sueños.


 Pero aún estaba muy confundido con ella.
- ¿Y este cambio de opinión tan repentino?
- Rubén… me he dado cuenta de que he sido una tonta. Me dejé llevar por mis inseguridades y los miedos que siempre me han caracterizado. Creí que… te habías cansado de mí y que no querrías volverme a ver, por eso te bloqueé de todos los sitios, incluidas las llamadas. Me obligué a olvidarte, pero la realidad es que me he mantenido ocupada durante todos estos años para no pensar en ti. Incluso me obligué a mí misma a casarme con un hombre al que ni quería y que me dio más tristezas y sufrimientos que alegrías. He ganado un mundo, abrí mi propia academia de música y tengo bastante éxito con ella. Con el divorcio incluso me quedé con la casa y mucho dinero de mi ex-marido, pero ahora vivo en una mansión completamente sola con un par de gatos que se pasean por ella. Y por mucho que me repito cada mañana al espejo que soy feliz, no paro de llorar sin sentido. Me siento incompleta si no estoy junto a ti. Te amo.
- Dios, pero qué palabras más bonitas cuando salen de tu boca, mi amor. Te amo. Yo también te amo.
- Casémonos Rubén. No perdamos más tiempo del que ya desperdiciamos. Quiero ser madre de tus hijos, todavía podemos. ¡Aún no es demasiado tarde!
- Me has hecho el hombre más feliz de la tierra…


 En el comedor, todos comenzaron a enseñar a los demás fotos de sus respectivas familias, comentando cómo les había ido en la vida, en qué trabajaban, cómo se portaban sus hijos, a qué colegios los habían llevado… Todos coincidían en que la familia de Hugo era la más numerosa de todas, ya que Thiago y él eran un pack y donde iba uno, estaba el otro. Esa unidad era digna de admirar y todos aplaudían la familia tan preciosa que tenían.


 Por su parte, Isaac y Carmen enseñaron la foto de su familia y es que, aparte de Iván, ambos habían tenido dos hijos más y a cada cual más guapo.
- Uy la niña como se parece a ti, Carmen,-comentó Raquel-. ¿Cómo se llama?
- Diana,-contestó orgullosa su madre-.
- ¿Le habéis puesto mi nombre?-preguntó la que había sido su profesora-.
- Sí. Isaac y yo pensamos que no había mejor nombre que el tuyo para nuestra pequeña.
- Ay, me estáis haciendo llorar como una tonta.
- ¿Habéis visto al niño?-dijo Hugo-. Es Isaac pero en moreno.
- Decidme que no le habéis puesto Abraham, os lo ruego,-comentó Abraham en un tono distendido-.
- No, se llama Constantino, como mi padre,-dijo Isaac-. Pero todos le llamamos Tino.


 Diana era una preciosa adolescente de 15 años. Había heredado la apariencia y la belleza física de su madre, pero los ojos azules de su padre, haciendo una combinación que la había convertido en reina del baile en varias ocasiones en su instituto.


 Tino era un sol, ya que era tierno y dulce como su padre, pero alegre y vivaracho como su madre. Físicamente no había duda de que era hijo de Isaac, ya que era su vivo retrato salvo por el color verde de los ojos de su madre. Para Tino, su referente era su hermano Iván. Lo tenía idealizado y cada cosa que hacía su hermano él también tenía que hacerla. ¿Qué más se le iba a pedir a un niño de 9 años?


 Al contrario de la familia de Hugo y Thiago, Raquel y Diego sólo tenían un hijo y éste había nacido hacía 8 años. En cuanto se casaron, comenzaron a viajar alrededor del mundo, yendo de un país a otro, disfrutando de una larga luna de miel. Cuando ya se asentaron en un sitio y quisieron ser padres, no había manera de que Raquel quedase embarazada. Lo intentaron todo, fueron a clínicas, pero no hubo forma. Ya cuando se dieron por vencidos, surgió el milagro y se quedó embarazada de Alonso.


 Alonso era un tanto rebelde, pero sus padres sabían manejarlo a la perfección, ya que ellos habían sido algo así con su edad. Las épocas eran diferentes y todo a su alrededor había cambiado, pero los sentimientos de los niños eran los mismos y eso les servía de guía para educar a su hijo y que fuera un buen chico.


 Otra familia que no se quedaba atrás en cuanto a hijos era la de Diana y Abraham. Nada más y nada menos que cuatro tenían. Ndaye, Azahara y los gemelos Abraham y Abel.


 Sin duda, la que más llamaba la atención de la familia era Azahara, ya que la oscura piel que había heredado de su padre contrastaba con los azules ojos de su madre. Desde pequeña, Azahara comenzó a comportarse como lo había hecho Diana con su madre. Esa rebeldía era innata en ellas y ahora Diana comprendía mejor a la pobre Clotilda. Sin embargo, Diana no era su madre y supo conducir a su hija de mejor forma, sobre todo ahora que tenía 18 años. En definitiva, la relación entre ellas era muchísimo mejor que la suya con la abuela Clotilda.


 Y para finalizar, la sorpresa fue monumental cuando Diana se quedó embarazada no de uno, sino de dos. ¡Y encima gemelos! Si Azahara había revolucionado la casa cuando nació, Abel y Abraham terminaron de completar el huracán. Lo que hacía uno lo copiaba el otro, pero siempre el que había llevado la voz cantante de los dos era Abel, quien era más rebelde como su hermana. Abraham era más calladito y se dejaba llevar por su hermano gemelo. La suerte era que Ndaye, al tener 22 años, echaba a sus padres un cable en la educación y en el mantenimiento de la casa.  


 Y así fue cómo el internado había vuelto a abrir sus puertas para recibir a unos antiguos alumnos que habían vivido miles de experiencias allí. Si esas paredes pudieran hablar contarían los secretos y horrores que hicieron Tyler y Linda asesinando a los verdaderos profesores del primer curso, cómo eran los ritos satánicos que realizaban, cómo se fraguó la muerte de Fernando realmente… Pero también contaría cuántos besos se habían dado allí, cuántas virginidades se habían perdido en esos colchones, cuántos abrazos, consejos, llantos de alegría y de tristeza. Quebraderos de cabeza y gritos de júbilo a causa de los exámenes…
Tantas vidas unidas por un sólo edificio… Ese día el internado volvería a cerrar su puertas, pero todos estaban seguros de que volverían a abrirse cada 24 de junio a partir de ese año.


FIN

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