lunes, 30 de julio de 2018

The Jungle || Capítulo 12


Llegando hacia donde estaba su hija y Kevin, Fausto les insistió en irse.
-          ¿Cómo ha llegado aquí, padre?
-          Luego te lo cuento Isabel, ahora, ¡vámonos! ¡Julio lleva una pistola!


Por su parte, Kevin miraba a su tío sorprendido al ver el gran parecido que había con su padre...



Y sin apenas tiempo de decir nada más, Julio salió de la casa de enfrente y comenzó a disparar a Fausto y a Isabel.




Kevin y los demás tuvieron rápidos reflejos y se escondieron detrás del coche de éste, que le gritó a su padre para que dejara de disparar.
-          ¡Papá! ¡Deja de disparar que estamos en una gasolinera y nos vas a matar a todos!
-          ¡Eres un fraude para la familia, Kevin! ¡NUNCA deberías haber nacido! ¡Me has fallado!
-          Corred,-dijo Kevin a Fausto y a Isabel-, meteos en el coche-.




Cuidadosamente y sin levantar la cabeza mientras que Julio disparaba sin cesar, se metieron en el coche y Kevin, poniéndose al volante, arrancó el coche yéndose lo más rápido que pudo.
-          Ahora vamos a descubrir si es verdad que pasa de 0 a 100 en 3 segundos,-comentó Kevin pisando el acelerador al máximo-.
-          ¡Ya os pillaré, HIJOS DE PUTA!-gritó Julio dejando de disparar al verlos alejarse-.




Saliendo Pocholo de la casa, le dijo a su jefe que tenían que salir de allí rápidamente, porque la policía vendría en cualquier momento. Si no querían que los pillasen, debían esconderse en un buen sitio.



Nuestros escapistas, llegaron a casa de Hugo, que estaba saliendo para tratar de buscar a Kevin e Isabel, cuando se los encontró de frente ¡y estaba con ellos Fausto! Menuda noticia tan buena.



Corriendo, Hugo fue a avisar a Rita y a Paola de que venían Kevin, Isabel y Fausto.
-          ¡Lo han encontrado! No sé cómo pero lo han conseguido.




Yendo hacia la puerta de entrada, Rita y compañía se encontraron con Fausto, Isabel y a Kevin.
-          ¡Al fin! Parece que estáis sanos y salvos,-dijo aliviado Hugo-. Creía que este momento no iba a llegar nunca… Me alegra verte, Fausto. Me llamo Hugo y soy el agente del FBI encargado del caso de tu hermano.




Yendo en busca de Kevin, su hermana Paola lo abrazó con ternura.
-          No sabes lo que te he echado de menos. Temía que te hubieran hecho algo malo…
-          Lo hemos pasado muy mal, Paola. Papá me disparó cuando Fausto logró escaparse.
-          ¿De verdad? ¿A ti también?
-          ¿A mí? Me dijo que nunca debería haber nacido… ¿Sabes? Se va a enterar ese cabrón de quién es Kevin Jodres.




Hugo continuaba hablando con Fausto.
-          Me imagino que estarás cansado, así que te voy a preparar el baño para que te puedas dar una ducha caliente y asear. También buscaré ropa que te pueda valer, que no puedes salir así a la calle sin llamar la atención más de lo que has hecho.
-          Muchas gracias. Os estoy muy agradecido a todos por vuestra acogida.
-          No me las tienes por qué dar. Sé que es duro para ti, pero… ¿qué han hecho contigo?




Fausto, cambiando su semblante, contestó al agente del FBI.
-          Me metieron en un cuarto minúsculo y me quitaron la ropa. Me dejaron sólo con este calzoncillo y se rieron de mí, me patearon y me encerraron. Un rato más tarde me cogieron y entre los dos me llevaron a punta de pistola hasta un coche del garaje, me metieron en el maletero y nos fuimos de allí. Después nos fuimos a una casa frente a una gasolinera y ahí nos metimos hasta que vi por la ventana a mi hija, pedí ir al baño y pude escaparme por la ventana hasta que nos vieron y Julio se puso a dispararnos. Kevin nos metió en su coche y vinimos hacia acá…
-          Y no sabrás a dónde van ahora, ¿no?
-          Ni idea… Comentaban sus cosas en un tono muy bajo y al oído para que no me enterara de sus planes, así que no sé qué pretenden hacer…
-          Bueno, no te preocupes. Ve al baño y relájate, que luego tenemos que irnos.
-          Está bien. Gracias de nuevo.




Una media hora más tarde, Fausto salió del baño después de ducharse, afeitarse y ponerse la ropa que le había prestado Hugo. Al entrar en el salón, se encontró a todos que lo estaban esperando.
-          ¿Y bien? ¿Cómo estoy?-preguntó Fausto-.




Hacía más de 40 años que no se daba una ducha en condiciones y esa la disfrutó como nunca lo había hecho. Poder mirarse a un espejo, afeitarse con cuchilla… ¡Qué lujo era todo eso para él! Por esa parte, estaba contento de poder tener ciertos privilegios que le otorgaba vivir en la ciudad…




Rita lo miraba con una amplia sonrisa. Era exactamente igual a su marido, pero Fausto sonreía, se veía feliz, estaba más cuidado físicamente y con una tez mucho más morena, causada por el sol constante de donde había vivido todo ese tiempo. Kevin miraba a su tío mientras se preguntaba cómo podía ser aquel hombre tan parecido y, a la vez, tan diferente a su padre. Había visto con sus propios ojos las palabras de amor y los gestos cariñosos que tenía con su hija y añoraba que su padre hubiera sido así con él y con su hermana. Paola, por su parte, sonreía también por el tremendo parecido a su padre, pero Fausto tenía un look más moderno, más actual… Y a Paola le caía mucho mejor su tío.




Isabel miraba a su padre sorprendida al verlo vestido de aquella forma por primera vez. Estaba muy extraño, al igual que ella, pero bueno, suponía que todo sería cuestión de acostumbrarse. Hugo observaba atónito a Fausto mientras pensaba que el parecido entre ambos era tan asombroso que no se esperaba que fueran tan idénticos hasta que los vio a los dos.




Mirando a Hugo, Fausto se dirigió a él.
-          ¿Qué tenemos que hacer ahora?
-          Tenemos que ir a hablar con el juez de instrucción del caso y declarar. ¿Estáis dispuestos a hacerlo?
-          Más que nunca,-dijo Kevin con determinación-.




Yéndose hasta el lugar correspondiente, acudieron todos en masa para declarar y contar toda la verdad desde el principio…




Cada uno de ellos fue pasando a declarar frente al juez y, contando la verdad sobre lo sucedido. Rita habló de que después de casarse, él cambió completamente, de que la violó varias veces y que en dos de esas ocasiones se quedó embarazada. Que la había amenazado con matarla si decidía abandonarlo, de cómo secuestró a Fausto y de que ella e Isabel tuvieron que escapar. Kevin y Paola contaron los problemas en el hogar, que veían todo tipo de drogas por casa, que había grandes bolsas repletas de dinero y que todo eran lujos y cosas caras. Isabel y Fausto contaron su parte desde la isla hasta que llegaron allí.




Tras dos intensas horas, todos salieron del lugar cansados y agotados. Ahora debían esperar a que las autoridades cogieran a Pocholo y a Julio, quienes estaban con orden de busca y captura a nivel internacional, prohibiéndoles cualquier tipo de desplazamiento, reforzando las salidas por carretera y por mar.




A esa misma hora, en la otra punta de la ciudad, un Julio y Pocholo muy cambiados, salían de una tienda.




Habían cambiado completamente su vestimenta y sus peinados, para poder despistar a la gente.
-          Nunca me había vestido con una ropa de tan mala calidad… ¿Y estas gafas? No sé cómo la gente puede llevar esto,-se quejaba Julio-.
-          Pues a mí me gusta su estilo jefe. Está muy moderno.
-          Di eso otra vez y te arranco la cabeza, Pocholo. ¿Y tú con esa cresta? No se te puede sacar a la calle.
-          Pues a mí me gusta… Puede que me quede este look más tiempo.




Pero dejando a un lado esos comentarios, Julio y Pocholo comenzaron a hablar de lo más importante…
-          Ya hemos visto en la tele que nos han puesto en busca y captura, así que tenemos que salir del país lo más pronto posible, Pocholo.
-          ¿Y cómo pretendes hacerlo, jefe?
-          Se me ha ocurrido una idea y es que mi querido hijo Kevin tiene un helicóptero a su nombre… Para salvaguardarme las espaldas, adquirí cierta mercancía hace tiempo por si había alguna urgencia; y ha llegado el momento de usar esos juguetitos. ¿Te apetece que nos vayamos a una… isla desierta?
-          Oh jefe, ya veo por dónde vas… ¡Vámonos, joder!




Yendo hacia el escondrijo donde tenía el helicóptero, se montaron en él y, despegando, se dirigieron hacia su destino…




El silencio de la isla era sepulcral, los pájaros parecían haberse adormecido desde la presurosa partida de Fausto e Isabel y llevar tanto tiempo sin tener noticias de ellos, era una pesada losa para Guengue. Se sentía impotente al saber que habían atacado a su hermana mayor y que él no había estado ahí para protegerla…




Rosa, la hija menor del matrimonio, lloraba cada noche antes de dormirse pensando en su padre y su hermana. Se sentía sola y sin ellos dos… Faltaban risas, carcajadas, charlas y paseos mientras pescaban a la luz de la luna.




Yondo era un auténtico manojo de nervios. Se recorría la isla de punta a punta varias veces a lo largo del día, oteando el horizonte por si veía algo, un barco, un avión… Lo que fuera. Se sentía culpable al no haber continuado con Fausto y haber ido en busca de Isabel.




Para Endaya, su hermano pequeño era su gran pilar en aquellos momentos. Era el que mantenía la cabeza erguida y el que animaba a todos en momentos de negatividad, pero él llevaba su propio calvario por dentro y, por mucho que lo intentaba, Yondo permanecía en silencio y no compartía sus sentimientos.




Synte había empeorado terriblemente desde el secuestro de su nieta. La preocupación constante la reconcomía el estómago y la hacía vomitar casi cualquier comida que entraba por su boca. Necesitaba tener noticias de su nieta y de Fausto, saber que estaban bien, aunque no los volviera a ver nunca…




Liondo intentaba mantener el ánimo, pero la edad no perdonaba y saber tantas cosas malas que podía hacer el ser humano, no hacía sino avivar las llamas de la negatividad en su cabeza. Abrazaba sin cesar a su esposa, la consolaba y la ayudaba en todo, pero nada de lo que hacía parecía ser suficiente…




Escuchando un ruido extraño y fuerte, Guengue se incorporó rápidamente del suelo.
-          ¿Qué es eso?-preguntó-. ¿Podría ser…?




Mirando fijamente a su tío Yondo, se comprendieron sin necesidad de decir nada.
-          ¡Vamos!-dijo Guengue comenzando a correr a la par que su tío-.




Pero los que habían llegado no eran otros que Julio y Pocholo que acababan de bajar del helicóptero.
-          Te presento la isla, jefe.
-          Es más bonita de lo que me imaginaba…
-          ¿Vamos a hacer lo que dijiste durante el camino?
-          ¡Claro! Ve a por las armas…




CONTINUARÁ…

jueves, 26 de julio de 2018

The Jungle || Capítulo 11


Sin esperar un segundo más, Hugo fue hacia la empresa de Julio, donde se le había visto por última vez. Esperaba poder pillarlo allí y acabar, de esa forma, con todo el daño que había causado.




Tal vez sería porque ya era tarde, pero no encontró a nadie en recepción, así que decidió buscar por su cuenta.




En cuanto entró en el ascensor, llamó su atención poderosamente una planta a la que se accedía únicamente con una llave, así que, haciendo alarde de sus trucos, sacó una ganzúa.




Había accedido con éxito a la planta, se sentía orgulloso de sí mismo, pero ahora venía lo importante, ya que podía encontrarse con Julio o Pocholo en cualquier momento.




Yendo en silencio, entraba en las habitaciones abriendo la puerta rápidamente para pillar infraganti a ambos delincuentes, pero en cada habitación que entraba no había nadie, todo estaba apagado o era la sala de servidores.




Hasta que entró en la última habitación que le quedaba. La puerta estaba tan escondida, que casi se va sin verla. Al ver lo pequeña que era y el mal olor que despedía, se imaginó que ahí era donde habían encerrado a Fausto aquellos dos, pero no había rastro de ninguno. ¡Mierda! Habían llegado tarde…




Los rápidos Julio y Pocholo sabían que los estaban persiguiendo, ya que les habían avisado más miembros de su empresa clandestina. Julio mandó a cada uno a que saliera lo más rápido que pudiera del país y uno de ellos les dijo al jefe y a Pocholo que podían usar su casa para que pudieran esconderse sin problema alguno. Y así lo hicieron.




Entrando rápido, mantuvieron una sola luz encendida en la casa para mantener la mayor normalidad posible…
-          Pocholo, ha sido una suerte que Francis nos dejara su casa.
-          Sí jefe… Pero cuando termine todo esto tendremos que comenzar prácticamente de cero.
-          No te preocupes por eso, porque no nos hundiremos tan fácilmente. Que la policía nos esté siguiendo la pista no es más que un pequeño revés, pero podremos con ellos. Vamos un paso por delante.
-          Y todo por culpa de este hijo de puta,-dijo Pocholo empujando a Fausto-.




Fausto se giró rápido al sentir el empujón de uno de sus secuestradores. Se encontraba tenso y quería salir de ahí, pero Julio tenía un arma y no se atrevía a recibir un disparo de su propio hermano.
-          Venga, entra en esa habitación, gilipollas,-ordenó Pocholo-.
-          No. Será mejor que se quede con nosotros. Así lo tendremos vigilado.
-          Pero jefe…
-          Pocholo, las habitaciones tienen ventanas y este cabrón podría escaparse.




Sentándolo en la silla, Pocholo le pegó un guantazo a Fausto, que tuvo que contenerse para no tirarlo por la ventana.
-          Uy, qué cara de cabreo tiene Faustito… ¿Te gustaría pegarme? O mejor… ¿matarme? Venga, inténtalo…
-          El que ríe último, ríe mejor.
-          Anda, si sabe refranes y todo… ¿Eso también te lo enseñó tu familia de negros?
-          Eres patético Pocholo. Eres racista cuando tú mismo tienes la piel oscura… ¿De qué estás hablando?
-          ¡Yo soy americano! Yo nací aquí al igual que mis padres y abuelos, así que no tengo nada ver con esos negros de mierda,-dijo Pocholo antes de pegarle otro guantazo a Fausto-.




Julio, que aún seguía con la pistola en la mano, miró enfadado a su mano derecha.
-          ¡Pocholo! Basta ya… Deja en paz a Fausto,-ordenó Julio ante la atenta sorpresa de Fausto, que miró a su hermano en ese instante-. No te pases con este desgraciado, ya habrá tiempo de darle su merecido.
-          ¿Y por qué no lo matamos ya?
-          Porque quiero que sufra. A mí nadie me dice lo que tengo o no tengo que hacer. Soy el dueño de esta ciudad y YO soy el que impone las normas. Y que venga este mequetrefe del tres al cuarto para echarme las cosas en cara… No sabes en qué lío te has metido, hermano.




Pero Pocholo no podía estarse callado y seguía atosigando a Fausto, que permanecía sentado intentando mantener toda la calma posible.
-          ¿Has oído? Vas a sufrir… Vamos a hacerte daño hasta que te oigamos gritar como una nena. Te estás enfrentando con el dueño de la ciudad…
-          ¿Tú qué eres? ¿Su loro? ¿Tienes que repetir las cosas que dice Julio dos veces?
-          Tú, hijo de puta, no sabes lo que voy a disfrutar matando a tus hijos delante de ti, a tu querida mujer, a tu hija… Me las voy a follar delante de ti, para que las veas gozar antes de matarlas y luego te mataré a ti. Así que dependiendo de lo que me cabrees, haré más o menos daño a tus hijas…




En la casa de Hugo, Isabel y su prima Paola charlaban y se conocían, ya que ellas aún no habían coincidido hasta ese momento. Paola estaba muy interesada en ella, su forma de vivir y cómo era aquello, ya que no había conocido ninguna forma de vida diferente que no fuera la de ella.




Y así fue pasando el tiempo, esperando a que apareciera Hugo con buenas noticias. Hablaban de muchos temas, pero ninguno se atrevía a hablar del que a todos les preocupaba realmente: Julio, Fausto y Pocholo.




Por suerte, un par de minutos después entró en casa Hugo con un gesto bastante serio en la cara.
-          ¡Hugo! ¿Cómo ha ido?
-          Bueno… Todo fue…




A Hugo no le salían las palabras y le costaba hablar, ya que se había llevado un auténtico chasco.




Pero justo en ese momento, le llamaron por teléfono y tuvo que contestar.
-          Agente Lozano. Ah, hola jefe. No, por desgracia no pude encontrarlos. ¿Vosotros habéis visto algo en las cámaras de seguridad de la ciudad? ¿Nada? Allí no estaban… Deben haber ido a algún sitio. ¿El coche de Julio sigue en el parking? Pues habrán tenido que robar uno… ¿El de Pocholo tampoco lo habéis visto? Madre de Dios… ¿Dónde se han metido?




Terminando la conversación con su jefe, Hugo estaba bastante desconcertado, ya que no eran buenas noticias lo que tenía que darles a la familia.




Dirigiéndose a Isabel, le comunicó las malas noticias.
-          Lo siento mucho Isabel, pero cuando llegué tu padre ya no estaba y no hay rastro de ellos. Me acaba de comunicar mi jefe que el coche de Julio no se ha movido del parking y el de Pocholo sigue en el mismo sitio, las cámaras no les han captado por ningún lado… Así que estamos peor que como empezamos. Lo siento mucho…




Saltándosele las lágrimas, Isabel se levantó del sofá y se fue corriendo hacia la calle. Kevin, que había salido del baño, fue corriendo detrás de ella para intentar pararla.
-          ¡Isabel! ¡Para!




Pero lejos de dejar de correr, continuó su camino sin saber hacia dónde iba, pero su primo estaba ahí para ayudarla.
-          ¡Isa, coño! ¡¿Te puedes quedar quieta?!




Y por suerte, Isabel le hizo caso y paró en la esquina de la calle. Volviéndose hacia Kevin, comenzó a hablar con ella.
-          A ver Isabel, lo que nos ha dicho Hugo es una putada de las gordas, pero ellos no pueden hacer nada más que ponerse a buscar por la ciudad.
-          Kevin, estoy cansada de esperar. Quiero tener a mi padre de vuelta, poder estrecharle entre mis brazos, volver a ver a mis hermanos, a mi madre, mis abuelos… Quiero que todo esto se acabe.
-          Comprendo que esto debe ser muy duro para ti, pero tú sola por la ciudad no vas a conseguir nada, salvo que te encuentre mi padre o Pocholo o que te atropelle un coche y te maten…
-          Lo sé, pero no me pienso quedar quieta esperando a ver cómo matan a mi padre esos malnacidos.
-          ¿Y quién ha dicho que nos vamos a quedar quietos? Mira, tengo el coche aquí al lado, ¿por qué no salimos a buscar a tu padre tú y yo?




Bastante sorprendida, la muchacha se acercó a su primo.
-          ¿Harías eso por mí?
-          Eh, la familia unida jamás será vencida… Venga, no perdamos más tiempo.




Y sin poderlo evitar, Isabel abrazó a Kevin como si lo acabara de ver después de mucho tiempo. Uno de esos abrazos que le esperaban a su padre o a su madre, hermanos y abuelos cuando los volviera a ver…




Cuando Isabel vio el estupendo Mercedes que tenía su primo, lo miró boquiabierta. Kevin sonrió, pero ya no estaba tan orgulloso de su coche, ya que se había dado cuenta de que todo lo que tenían era a causa de hacer daño a gente inocente y, sin duda, esa vez les había tocado a ellos mismos. ¿Sería el karma?




Kevin pensó que tal vez en el Pier de Santa Cecilia, al haber tanta gente normalmente, se podrían ocultar a simple vista. Sin embargo, cuando llegaron allí no había ni un alma… ¿Dónde se había metido todo el mundo?
-          Te juro que esto normalmente está lleno.
-          Será que es tarde, ¿no?
-          Sí bueno… Son más de las 12 de la noche. Por cierto, tenemos que hacer una parada en la gasolinera, que apenas nos queda gasolina.
-          ¿Qué?
-          Nada, tú vente conmigo.




Cuando llegaron a la gasolinera, Kevin le había explicado más o menos lo que era y para qué se necesitaba. Bajándose ambos del coche, ella se quedaría esperando fuera mientras que él iría a indicar cuánto le iba a echar de gasolina al coche.
-          No te muevas, que vengo en un momento, ¿vale?




Sin saber que la gasolinera estaba frente a la casa donde se habían ocultado Julio y Pocholo, Fausto seguía sentado frente a sus secuestradores, que hablaban bajito entre ellos y miraban de reojo a su rehén. Con ganas de ir al baño, Fausto tomó la palabra.
-          ¿Puedo ir al servicio?
-          No,-contestó secamente Pocholo-.
-          Tengo ganas de hacer pis.
-          Uy, qué fino nos ha salido el niño… Te he dicho que no.
-          Pocholo,-intervino Julio-, no seas tan capullo y déjale ir al baño. No querrás que se mee encima y después lo tengamos que limpiar… ¿verdad?




Acercándose a su hermano, Julio le dio permiso para levantarse.
-          Venga, ve al baño. Un minuto y corriendo para acá.
-          Es que tengo ganas de hacer otras cosas aparte de orinar…
-          Ah, entiendo. Pues dos minutos, pero ni uno más ni uno menos, ¿eh? Y no hagas ninguna tontería o tu familia pagará las consecuencias,-dijo Julio con una sonrisa cínica-.




Levantándose, vio a una chica de color que le recordaba enormemente a su hija, pero estaba vestida diferente. ¿Era ella? Llevaba el mismo peinado por lo que podía intuir…




Sin pararse para no levantar sospechas, fue al baño que, para su sorpresa, tenía una amplia ventana. Cerrando la puerta, pudo comprobar que no estaba cerrada, así que, con todo el cuidado del mundo, la abrió y comenzó a salir por ahí.




Kevin acababa de volver de repostar la gasolina, así que fue en busca de Isabel para decirle que podían reanudar la búsqueda y ella volvió a abrazarlo.
-          Cuando Pocholo me trajo aquí de aquella manera creí que todos los hombres de esta ciudad eran como él, pero tú me has demostrado que eres diferente. Eres mi primo, mi familia… Y esto que estás haciendo por mí te lo agradeceré eternamente.




Raspándose un poco la rodilla, Fausto salió por la ventana y cayó al suelo de la calle. Mirando hacia donde estaba la que creía su hija, pudo comprobar que era su voz, así que no había duda: debía escaparse como fuera.




Corriendo hacia su hija y aquel muchacho, comenzó a gritar.
-          ¡Hija! ¡Isabel! ¡Vámonos de aquí!




Dentro de la casa, se extrañaban de que Fausto tardara tanto en salir del baño.
-          Jefe, ¿no está tardando mucho en salir Fausto?
-          Como que no creo que vuelva, ¡mira! ¡Se ha escapado! ¡A por él!




CONTINUARÁ…