jueves, 19 de julio de 2018

The Jungle || Capítulo 9


El hecho de acercarse a la puerta y poder abrirla gracias a ese viejo truco de cuando era niño, fue una satisfacción personal muy grande para Fausto. Pero ahora tenía que concentrarse y averiguar qué era lo que hacía Pocholo en su casa, porque si el taxista lo había llevado allí, sería porque su hermano aún vivía en esa casa, ¿no? Tenía demasiadas preguntas en su cabeza…




Colocándose cerca de uno de los ventanales, vio a Rita. No sabía quién era, pero se imaginó que sería la mujer de su hermano. Ella estaba viendo la tele casi de espaldas a la ventana, así que Fausto pasó sin miedo de ser visto.




Dando la vuelta a la casa y colocándose en la parte posterior, vio a través de una de las ventanas a Julio. Su primera reacción fue quedarse boquiabierto, ya que llevaba 40 años sin verlo. Estaba mucho más blanco que él y… ¿se le veía un poquito de barriguita? A su lado estaba Pocholo charlando tranquilamente con él y, atendiendo, pudo escuchar parte de la conversación.
-          Yo creo que en una semana podremos estar comercializando con esta nueva droga. Vamos a hacernos millonarios jefe. Se ha corrido la voz y ya tenemos ofertas para venderla por más de 5 millones de euros.
-          Pocholo, he de reconocerlo pero trabajas muy bien. Ahora me doy cuenta de que fue muy buena idea mandarte a aquella isla.




Fausto se acababa de enterar de que su hermano era, nada más y nada menos, que el jefe de Pocholo. La ira lo reconcomía por dentro y sabía que, por muy hermano gemelo que fuera de él, lo que había hecho no tenía perdón. Así que tramó un plan para llamar la atención de Pocholo por lo que, muy rápido, corrió pasando por delante de la ventana y, por suerte, Pocholo picó.
-          Jefe, acabo de ver corriendo a alguien por fuera de su casa.
-          Eso es imposible. Tengo las puertas cerradas y nadie que no sea de la casa puede entrar.
-          Te juro que he visto a alguien pasar.




Pocholo tenía que comprobar que no se estaba volviendo loco y se levantó dispuesto a averiguar quién había pasado por allí.




Y casi al llegar a la esquina, se encontró de frente con Fausto.
-          ¿Tú? ¿Qué coño haces aquí?
-          ¡Sorpresa!




Y sin darle tiempo a reaccionar, Fausto corrió y agarró a Pocholo del cuello, inmovilizándolo para que no hiciera ninguna tontería.
-          ¿Qué quieres de mí?
-          De momento vayámonos a dar un paseo Pocholo. Quiero conocer a tu jefe.
-          En cuanto te vea te meterá una bala en la frente, cacho de mierda.
-          Ya veremos…




Y entrando en el salón agarrando a Pocholo, se colocó frente a Julio a cierta distancia.
-          ¿Quién eres y qué haces en mi casa?-dijo Julio sobresaltándose-.
-          Jefe, ayúdame,-pedía Pocholo-.
-          Shhh, cállate come mierda,-ordenó Fausto-.
-          ¿QUIÉN ES USTED?-gritó Julio levantándose del sofá.




Los gritos alertaron a Rita que entró en el salón y al ver la situación, se asustó un poco.
-          ¿Qué está pasando aquí Julio?
-          Eso quisiera saber yo. ¡Hable!
-          Comencemos con que este subnormal vino a mi isla y arrasó con la mitad de la vegetación y luego, por si no fuera poco, raptó a mi hija después de dejarnos a ella y a mí inconscientes. Por eso me colé en el barco y por eso estoy aquí Julio. Y pensar que vine aquí para pedirte ayuda…
-          ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Y de qué me conoce?
-          ¡No lo escuches jefe!-dijo Pocholo-.




Hartándose, Fausto apretó el cuello de su presa hasta dejarlo inconsciente, cayendo como un fardo de heno al suelo.
-          Soy tu hermano Fausto, Julio.




Julio no podía creérselo. ¿Después de todos esos años? ¿Estaba vivo? Permanecía inmóvil sin articular palabra ya que el shock era demasiado grande para él.




Rita, mirando a su marido sorprendida por todo lo que estaba viendo y oyendo, llamaba a Julio para que reaccionara.
-          Y tú debes ser su esposa, si no me equivoco,-dijo con voz calmada Fausto-.
-          Por suerte o por desgracia sí.
-          Siento conocer a mi cuñada en estas circunstancias…
-          No te preocupes, ese Pocholo se merecía eso y más. ¡Julio! ¿Piensas decir algo?




Reaccionando y volviendo en sí, Julio se acercó a su hermano y cuando fue a ver si Pocholo estaba muerto, Fausto comenzó a reprenderle por lo que había hecho.
-          ¿En qué pensabas Julio? ¿Drogas? ¿Tan vacía está tu vida para que te dediques a destrozar la vida de los demás? Si consideras que tu vida es una mierda es que no valoras lo que tienes, porque tú no te quedaste encerrado en una isla con 8 años. Tú no tuviste que aprender a comer pescado crudo, ni a pescar, ni a dormir con un ojo abierto, porque no sabías si los ruidos que se escuchaban por la noche eran de fieras que querían comerte.




Julio no había articulado palabra todavía, pero no salía de su asombro aún.
-          Fausto, ¿40 años desde que nos vimos y eso es lo primero que me tienes que decir? Yo no tuve la culpa de que os quedarais en la isla encerrados, ¿eh? Yo también lo pasé muy mal y fui yo el que tuvo que salir adelante SOLO en el internado donde me mandó la abuela. Fui YO quien tuvo que salir adelante trabajando hasta poder abrir mi propia empresa. ¡YO! ¿Y es eso lo único que me tienes que decir?
-          Tú, tú y solamente tú, ¿no te das cuenta de que sólo te buscas a ti mismo? ¿Qué quieres que te diga, que te he echado de menos? ¿Que echaba de menos jugar contigo como hacíamos de pequeños? Si estoy aquí es porque ese que te llama jefe raptó a mi hija. Me dejó inconsciente viniendo por detrás, como los cobardes, se subió a un barco y pretendía abusar de ella justo cuando lo impedí y nos largamos corriendo. Y, ¡mira qué sorpresa! Me encuentro que he vuelto a Los Aniegos, vengo en busca de tu ayuda para decirte que no estoy muerto y para poder reunirme con mi familia de nuevo y descubro que el que planeó todo fuiste tú…
-          Yo en ningún momento le dije a Pocholo que secuestrara a nadie. Si hizo eso fue porque le dio la gana, así que no me vengas a echarme la culpa de todo.




Pero Fausto no había terminado aún.
-          Vale, pero si supuestamente eres su jefe y él trabaja para ti y un empleado hace algo que no te gusta, lo reprendes, ¿no? Pero tú no, tú lo felicitas diciéndole que fue una gran idea mandarlo a la isla. ¡A ti no te importa nadie! Sólo veo que te importas tú y ganar dinero. ¿La gente para ti no somos nada? ¿Y tu familia? ¿Y tus amigos? ¿Qué harán si te pilla la policía? ¿No se te pasa eso por la cabeza?
-          Al fin alguien le dice las cosas claras a Julio. Con cada palabra que dice me cae mejor su hermano,-pensaba Rita-.
-          Cuando te pasas tanto tiempo en una isla como lo he estado yo, cuando descubres que te tienes que valer por ti mismo y hacer las cosas por tu cuenta; cuando sabes que no puedes más pero, aun así, tienes que continuar y seguir adelante es cuando te das cuenta de que las personas que permanecen a tu lado en los peores momentos de tu vida, son las que valen la pena. En mi familia no nos utilizamos, nos ayudamos, nos queremos y nos apoyamos mutuamente. Si a uno le pasa algo, todos los demás vamos en su auxilio. Somos una piña. ¿Y qué veo aquí? A un hombre que sólo busca dinero y que mira con asco a su esposa. ¿Tú sabes lo que echo de menos a mi mujer? ¿Y a mis hijos? ¿Y a mis suegros y mi cuñado? Tú no lo sabes ni lo sabrás nunca.




Y para rematar…
-          ¿Qué fue de papá y mamá?-preguntó Julio-.
-          ¿Ahora me preguntas por ellos? Pues para tu información papá se rompió la pierna izquierda al aterrizar con el paracaídas y mi actual suegro le ayudó y le tuvieron que cortar la pierna. Perdimos nuestra ropa, los móviles, mamá sus gafas y ya sabes que sin ellas veía poco… No tuvimos una vida fácil, Julio.
-          ¿Ya…?
-          ¿Muertos? Sí. Papá murió primero, amaneció una mañana ya muerto y mamá a los pocos años. Quiso subir a una palmera a por cocos y cayó desde bastante altura…
-          Dios mío. Yo, yo… No sé qué decir.
-          Pues di que nos ayudarás a volver a la isla a mi hija y a mí.
-          ¿Y te irás así sin más?
-          Julio, aún te quiero y te echaba mucho de menos, pero no puedo olvidar lo que hizo Pocholo. Ese malnacido…
-          ¿Y qué quieres que haga? Es mi mejor hombre y mi mano derecha… No puedo entregarlo a la policía, porque entonces iría yo detrás y no puedo entrar en la cárcel.
-          ¿Tu mejor hombre? ¿En serio? De verdad que no sé por qué estoy aquí… Será mejor que sea yo mismo quien vaya a la policía.
-          ¿Serías capaz de hacer eso? ¿A tu propio hermano? ¿No te importa lo que podrían hacerme?-Julio no cabía en su asombro-.




Y entrando Isabel en escena, sobresaltó a Julio.
-          Padre, ¿va todo bien? Tardaba mucho y pensé que estaría en apuros.
-          ¿Lo ves, Julio?-dijo Fausto-. Somos una piña… ¿Puedes decir eso de tu familia?
-         
-          Será mejor que no digas nada… Hasta otra, hermano.




Estaba hablando Fausto cuando se levantó bastante despacio Pocholo que llegó a escuchar esas palabras del hermano de su jefe.
-          ¿Hermano? Usted me dijo que era hijo único y que sus padres le dieron en adopción a una familia rica y que por eso vive aquí…
-          ¿Hijo único, Julio? ¿En serio? Menos mal que papá y mamá están muertos, porque si hubieran escuchado esto, los habrías matado del disgusto. ¡Vámonos Isabel!




Y dándose media vuelta, Fausto se encaminó hacia la puerta. Julio estaba muy cabreado, ya que nadie desde su niñez le había hablado de aquella forma. ¡Él era Don Julio Jodres! Un empresario de éxito con una vida ejemplar y nadie iba a destrozar su vida de un plumazo. Mirando rápidamente a Pocholo, le guiñó un ojo y los dos se entendieron perfectamente.




Rita, que observaba la escena, puso mala cara. No le gustaba un pelo lo que estaba viendo, así que mirando a Isabel supo que algo no iba bien.
-          Cuidado chica,-avisó Rita a Isabel-.




Julio se abalanzó contra su hermano por la espalda, pero Fausto tenía más fuerza física y se lo quitó fácilmente de encima. Al ver la pelea, Isabel fue en ayuda de su padre, pero se encontró con que Pocholo le cortó el paso y, sin tiempo a reaccionar, le pegó varios puñetazos en la cara, cayendo semiinconsciente al suelo.
-          ¡Pocholo, ayúdame!




Rita se echó al suelo para ayudar a la pobre muchacha.
-          ¡Eres un hijo de puta, Pocholo! Venga nena,-decía Rita con dulzura-, no te duermas, vamos…




Y entre Pocholo y Julio, pudieron parar a Fausto que intentaba zafarse de ellos sin éxito.
-          ¿Lo ves, hermanito?-decía Julio con una amplia sonrisa en la cara-. Nosotros también somos una piña.
-          ¿Y mi hija? ¿Qué vais a hacerle?
-          Eso es sorpresa, querido Fausto.
-          ¡Soltadme cabrones!
-          Dulces sueños…




Sacando un arma, Julio le pegó en la nuca con la culata de la pistola, haciendo caer inconsciente a Fausto. A espaldas de todo aquello, Rita intentaba levantar a Isabel, que comenzaba a reaccionar poco a poco…




Rita no sabía hacia dónde ir ni lo que hacer ante esa situación, sólo pensaba en salir de allí con aquella chica lo más rápido que podía.




Después de pegarle un par de patadas en el estómago a su hermano, ya inconsciente en el suelo, se dio la vuelta y no vio por ningún lado a Rita ni a Isabel.
-          ¡Joder! ¡Rita! No seas imbécil y ven aquí ahora mismo. ¡RITA!
-          ¿Dónde está la negra?-quiso saber Pocholo-.
-          Creo que se la ha llevado mi mujer…
-          No, no, no…




Pocholo salió por la puerta de atrás y recorrió con su mirada cada lugar que se veía desde allí, pero no encontró rastro de ninguna de las mujeres.




Isabel había despertado y viendo unas rocas al principio del campo de golf, las señaló y ambas mujeres se dirigieron allí para esconderse. Después de escuchar un fuerte grito de Pocholo diciendo “te encontraré hija de la gran puta”, permanecieron ocultas unos minutos más. Rita miraba a aquella muchacha que se recuperaba de los fuertes golpes.
-          ¿Estás bien?
-          Sí, un poco dolorida pero bien…




Isabel miraba con agradecimiento a Rita y, sin pensárselo dos veces, la abrazó con fuerza.
-          Gracias por salvarme de las manos de Pocholo.
-          Es un cerdo. Lo odio. Desde que lo vi por primera vez no me dio buena espina. Un día lo pillé espiándome mientras me duchaba y cuando abrí la puerta estaba con su polla fuera… Llamé a mi marido y encima los dos se carcajearon de mí mientras bajaban las escaleras comentando las buenas tetas que tenía. No sabes lo mal que me sentí en ese momento…
-          Me hago una idea. Pocholo no dejaba de tocarme ni de acariciarme diciéndome que me quería reservar para un momento especial. Como se creía que no lo entendía, decía de todo delante de mí.
-          ¿Fue tu padre quién te enseñó nuestro idioma?
-          Sí… ¡Dios mío! ¡Mi padre! ¿Dónde está?
-          Lo tienen Pocholo y Julio.
-          ¡Tengo que ir a por ellos!
-          ¿Y que te secuestren a ti también? Tú sola no puedes…
-          ¿Y quién nos puede ayudar?
-          Voy a llamar a Walter. Él sabrá qué hacer…
-          ¿Quién es?
-          Mi amante…




En pleno distrito empresarial, se erigía el edificio más grande de la ciudad que pertenecía, cómo no, a Julio. Desde allí manejaba la economía de “su empresa maderera”. Metiendo a Fausto en el maletero del coche, Pocholo y Julio fueron directamente al garaje privado que había bajo el edificio.




Bajando en el ascensor a una planta restringida a la que se accedía con una llave que únicamente tenía Julio, Fausto miraba mortalmente serio a su hermano, quien seguía portando la pistola en la mano.




Saliendo de dicho ascensor, Julio le pegó un empujón a Fausto al compás de un “¡camina!” que provocaba las risas de Pocholo.




Metiendo a Fausto en un antiguo cuarto de limpieza que estaba en desuso, lo encerraron…
-          Bienvenido a la ciudad Fausto. Espero que te gusten las vistas del monte Golipud… Jajajajaja. Vámonos Pocholo, te invito a comer. ¿Te apetece ir al “Palace”? Conozco a alguien que nos hará un hueco en el restaurante…




CONTINUARÁ…

No hay comentarios:

Publicar un comentario