Fausto se acercó despacio a Jota. No quería que huyera y
mucho menos que avisara a sus compañeros. Yendo con las manos en alto, se puso
a su lado.
-
¿Qué quieres de mí? Yo no he tenido nada que
ver, lo juro.
-
Lo sé. El encargado de todo esto es el moreno ese.
-
Pocholo.
-
Como se llame. Me las va a pagar caro ese
cabrón.
-
¿Y cómo puedo ayudarte yo?
-
Quiero volver con mi hija. Ayúdame a sacarla de
aquí.
-
Eso ya es imposible. Estamos en altamar y sería
muy peligroso para vosotros arriesgaros a ir en una balsa en plena noche. No
puedo…
Las cosas iban de mal en peor y Fausto estaba hundido.
-
Bueno, ya pensaré en algo para volver… Pero lo
que necesito ahora es que me prometas que ese cabrón no va a tocarle ni un pelo
a mi hija. Consigue la llave y haz lo que sea, pero que no te descubra y que
tampoco se entere de que estoy aquí.
¿Jota contra Pocholo? Estaba perdido… Pero tendría que
intentarlo.
-
Bueno, sé dónde guarda Pocholo la llave, así que
intentaré robársela en algún momento sin que se dé cuenta. Tú mantente aquí
escondido. Normalmente no viene nadie, así que estás seguro. Te traeré algo de
comida para que no te mueras de hambre, porque el viaje durará una semana...
-
Está bien. Gracias por todo.
Pasada la semana, en ese momento sólo quedaba una media hora
escasa para atracar, así que Jota, acercándose al escondite de Fausto, le
avisó.
-
Hola, soy yo. Estamos a punto de atracar y con
todo el lío, he conseguido robar una copia de la llave del camarote del
capitán, así que tienes unos minutos antes de que venga Pocholo. No he podido
hacer nada más hasta ahora, te lo prometo. He oído que quiere duchar a tu hija
y llevársela a un piso franco para vete a saber qué. Rápido, no hay tiempo que
perder.
Cuando pudo abrir la puerta y poder volver a abrazar a su
hija de nuevo, unas grandes lágrimas cayeron por las mejillas masculinas. Su
hija, cerrando sus ojos, acarició el pelo de su padre.
-
Te he echado tanto de menos, hija…
-
Y yo a usted, padre. ¿Dónde estamos?
-
A bordo del barco que vimos tu tío y yo. Lo que
no sé es a dónde vamos… Pero eso da igual. ¿Te están tratando bien?
-
Me dan comida y duermo bien, pero tengo miedo a
que ese hombre me haga algo. Me mira muy raro y me acaricia mucho… ¿Por qué es
así?
Isabel nunca se había encontrado ante esa situación. Todos
los hombres de su familia la habían cuidado y respetado, por lo que no podía
entender que hubiera hombres que trataran de esa manera a una mujer.
En plena conversación, Jota abrió la puerta apresuradamente,
interrumpiendo a padre e hija.
-
Siento molestar, pero Pocholo está subiendo las
escaleras. Tienes que esconderte Fausto.
-
Hija, tengo un plan, así que confía en tu padre.
Serán unos minutos más y luego nos largaremos de aquí en cuanto el barco haya
atracado.
Volviéndose hacia Jota, le contó su plan.
-
Jota, necesito que nos prestes ropa. No podemos
salir a la calle con esta ropa sin llamar la atención…
-
Vale, buscaré algo en mi maleta. Pero ropa de
chica no tengo…
-
Da igual. Lo que sea pero que le sirva para
cambiarse.
-
Okey. ¿Algo más?
-
Sí. Darte las gracias por lo que has hecho por
nosotros.
-
No hay de qué. Ya me lo agradecerás luego, pero
ahora hay que irse.
Pocholo, sin sospechar nada, fue con su llave, que mantenía
bien guardada, a abrir el cuarto donde se encontraba Isabel. Ella no le había
dirigido la palabra a Pocholo, por lo que él se creía que ella no lo entendía y
así Isabel se podía enterar de más cosas.
Pasando por otro pasillo, Jota entró en el cuarto donde se
escondía Fausto.
-
Te he traído esta ropa. Espero que os quede
bien… Yo ahora tengo que irme hacia arriba con mis compañeros. Espera 10
minutos y después de eso, corred como alma que lleva al diablo. No os paréis
hasta encontrar un sitio seguro.
-
Está bien. De verdad, si todo esto sale bien, te
buscaré para agradecértelo como se merece.
Pocholo cogió del brazo a Isabel y le dijo que se fuera para
la ducha, ella, haciéndose como la que no entendía, no se movió, pero él le
pegó un empujón y la hizo andar delante de él. Ella iba asustada, pero con la
convicción de que su padre la salvaría en algún momento…
En cuanto Isabel entró en el baño, se miró sorprendida al
espejo. Era la primera vez que se veía con tanta claridad…
-
¿Así soy yo?-pensaba ella-.
Pocholo, sin esperar más, comenzó a romper y rasgar la ropa
de la muchacha hasta dejarla desnuda. Comenzó a admirarla cuando, de repente,
un escurridizo Fausto, que había entrado en el baño, cogió del cuello a Pocholo
y lo dejó inconsciente.
Fausto sonrió a su hija al ver que había llegado a tiempo.
Dándole la ropa a Isabel, le dijo que se la pusiera.
-
Padre, le queda muy raro esa ropa.
-
Me está algo estrecha, pero Jota no tenía otra
cosa. Espero que esa te quede mejor a ti… Pero bueno, ya buscaremos algo más
adecuado. Ahora salgamos corriendo de aquí antes de que se despierte de nuevo.
Como los zapatos que tenía Jota no le valían a ninguno, se
fueron corriendo descalzos por todo el barco hasta salir de él. Corrían sin
mirar atrás, sólo seguían adelante, intentando alejarse todo lo posible de
aquel infernal barco.
Mientras tanto, Pocholo seguía inconsciente en el baño… Se
lo tenía más que merecido.
Saliendo del puerto, siguieron corriendo. Necesitaban
alejarse más para no llamar tanto la atención, ya que sus vestimentas y el ir
descalzos, no pasaban desapercibidos.
A unos 200 metros de distancia, pararon para descansar
cuando, al levantar la vista, Fausto se quedó sin habla.
-
Padre, ¿sabe dónde estamos?
-
En casa…
-
¿En casa?
-
Sí hija, estamos en Los Aniegos. Tus abuelos y
yo éramos de aquí, vivíamos aquí hace muchos años…
Fausto permanecía en shock y unas tremendas mariposas le
recorrían el estómago en ese momento.
-
¿Sabes qué significa esto? Podré buscar a mi
hermano y decirle que estoy vivo. Seguro que contándole lo que ha pasado nos
ayuda.
-
Padre, ¿se acordará de dónde estaba su casa? Han
pasado muchos años…
-
No me acuerdo de la dirección, pero recuerdo que
estaba cerca de un campo de golf.
-
¿Qué es eso?
Fausto sonrió ante la ocurrencia de su hija.
-
Hay muchas cosas que desconoces de aquí. Y yo
también… Llevaba 40 años sin pisar este suelo.
-
¿Y usted cree que su hermano podrá ayudarnos?
-
¡Doy fe de ello! Es mi hermano gemelo. ¡Somos
iguales!
-
Entonces ahora sólo queda encontrarle…
Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Rita bajó
junto a su amante cuando se encontró con Elly, la amante de su marido,
completamente desnuda.
-
Buenos días Elly,-saludó simpática Rita-.
-
Mierda… Me pilló,-pensaba ella-.
Pero en lugar de enfadarse, Rita quiso saludarla ante el
asombro de Walter.
-
Es un placer volver a verla Elly.
-
I-igualmente… Siento mucho…
-
No se preocupe Elly. Yo sé que mi marido tiene
amantes, al igual que él sabe que yo tengo a Walter. Por eso no hay problema,
¿ve? Walter, ven un momento.
Acercándose, Rita besó los labios masculinos ante una
sorprendida Elly que, sin pensarlo, sacó su móvil e hizo un par de fotos por si
podía utilizarlas en un futuro.
Por otro lado, Elly estaba encantada. Se había paseado
completamente desnuda delante de la mujer de su amante y ella se había besado
con su respectivo amante delante de ella.
-
¡Esto es la bomba!-pensaba-.
Fausto e Isabel se subieron a un taxi y justo cuando iban a
decir hacia dónde iban, el conductor creyó reconocer a Julio, sin saber que era
su hermano Fausto.
-
¡Pero bueno…! ¿Quién me iba a decir que tendría
tanta suerte de recoger al señor Julio Jodres en mi taxi? Menuda sorpresa… Ya
verá cuando se lo cuente a mi mujer. ¿Y esas pintas? Ya no sabe cómo despistar
a la prensa, ¿verdad?
-
Eh, sí, sí…
-
Pues no se preocupe que aquí el menda le va a
llevar a donde quiera.
-
A casa, por favor.
-
¡Marchando!
Por el camino, Isabel no paraba de mirar a todos lados
boquiabierta. Era la primera vez que veía semejantes estructuras, tanta
tecnología junta, las carreteras, móviles, ¡los coches! Todo era nuevo para
ella. Cuando estaban cerca, Fausto le ordenó parar al taxista y él, amablemente,
no les cobró el viaje. Al mirar hacia la que había sido su casa, pudo ver cómo
Pocholo entraba en ella… ¿Qué hacía ese cabrón allí?
Bajándose del taxi, Fausto pudo enseñarle su casa por primera
vez a su hija mayor.
-
Isabel, te presento la casa donde viví hasta los
ocho años. Aquí vivíamos tus abuelos y yo con mi hermano Julio.
-
¿Esto es una casa? Padre, casa es lo que tenemos
en la isla. Esto es un castillo…
-
Ya te acostumbrarás. Pero lo que hay que
averiguar ahora es qué hace Pocholo en mi casa…
Estaban hablando todavía cuando salió del garaje Walter que,
montado en su coche, se quedó observándolos algo extrañado. Además, aquel
hombre le resultaba familiar…
A todo esto, dentro Pocholo informaba a Julio de todo lo
ocurrido.
-
Eres gilipollas. Jugarte la misión por culpa de
una mujer… ¿Qué coño tienes en la cabeza? Si eres mi mano derecha es porque
confío en ti, pero si vuelves a hacer una tontería como esa, seré yo mismo
quien acabe contigo. No sé quién fue el que te dejó inconsciente, pero me
alegro de que lo hiciera. Así aprenderás a que conmigo y con los negocios hay
que ser personas serias y profesionales. Pero no, ahora tenemos a dos personas,
vete a saber dónde, que te conocen y podrían ir a la policía y confesar todo.
¿Y sabes lo que pasaría? Lo sabes, ¿verdad?
Pocholo sabía que la había cagado. Si quería volver a ganar
la plena confianza de su jefe, tendría que acabar con Isabel y Fausto.
-
Jefe, siempre hay una parte positiva y es que
tenemos la planta y ya estamos comenzando a tratarla para maximizar sus
efectos. En muy poco tiempo saldrá al mercado y con el dinero podremos hacer lo
que nos dé la gana.
-
Eso si los otros no van a la policía antes.
-
Jefe, es una negra que ha salido de una isla
perdida al noroeste de África, ¿se cree que sabe hablar nuestro idioma?
-
Me refiero al personaje desconocido, al que te
dejó KO. Ese es el que me preocupa. ¿Desconfías de alguien de tu equipo?
Julio era un sabueso y no iba a parar hasta tener todo su
imperio seguro de nuevo.
-
Confío plenamente en mi equipo. Tal vez no sean
los mejores, pero sé que me son leales y no serían capaces de esto, porque
saben que tarde o temprano lo descubriría y dirían adiós para siempre.
-
Pocholo, descubre quiénes fueron los que te
atacaron, Acorrálalos, enciérralos y cuando los tengas contra las cuerdas,
mátalos. Hazles sufrir como perros…
Y sin saberlo, Fausto se iba a meter en la boca del lobo.
-
Quédate fuera, yo voy a entrar por una de las
puertas del jardín. Aún me acuerdo de un pequeño truco para abrirla desde fuera
que aprendimos mi hermano y yo. Así podré entrar sin ser visto y averiguar qué
hace Pocholo aquí…
CONTINUARÁ…
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