Unos seis años después,
la vida en la isla volvía a marchar con naturalidad. La familia Ongo había
adoptado a Lorenzo, a María y a Fausto como miembros de su clan, convivían
todos juntos y la paz reinaba el lugar. Un día, muy temprano por la mañana,
todos comenzaron a levantarse.
-
Gracias por
traerme esa leña, Yondo,-dijo Lorenzo-. Eres un chico muy fuerte.
-
Pienso ser el jefe
de la familia algún día.
-
Vaya, pues para
eso tienes que ser muy valiente.
-
¡Lo soy! He ido yo
sólo a coger la madera…
-
Mira Liondo,-comentaba
Synte al fondo-, qué tierno es nuestro hijo.
-
Sí, es encantador
jejeje. ¡Buenos días!-saludó Liondo a todos-.
Lorenzo perdió su pierna
izquierda hasta la altura de la rodilla, pero eso no le hizo quedarse quieto,
todo lo contrario; aprendió a ir a la pata coja hasta coger mucha soltura, por
lo que su vida volvió a ser más normal de lo que creían al principio.
Saliendo de una choza,
María dio los buenos días a los que estaban presentes.
-
¡Buenos días! Hoy
el sol parece estar mucho más débil que ayer.
-
Sí, se acerca el
invierno querida,-dijo cariñosamente su marido-.
-
¿Y tú? ¿No piensas
darme los buenos días, Yondo?-comentó María sonriendo-.
María y Yondo habían
hecho muy buenas migas y para el pequeño era como una segunda madre y
consideraba a Fausto como un hermano mayor.
Todos estaban reunidos
alrededor del fuego, pero seguía faltando gente… Y María lo notó.
Mirando a su alrededor,
no vio ni a Fausto ni a Endaya.
-
¿Sabéis dónde
están Endaya y Fausto?
-
Dijeron ayer noche
que querían irse a pescar los dos juntos hoy al amanecer para coger provisiones
para hoy y mañana,-comentó Synte-.
Respirando más tranquila,
María siguió calentándose en el fuego.
-
Uf, me dejas más
tranquila.
-
Deberían estar al
caer, no te preocupes, son chicos listos y saben desenvolverse con
soltura,-tranquilizó Liondo-.
Mientras tanto, dichos
adolescentes estaban besándose en una zona alejada del poblado. El amor había
surgido entre ellos y no podían evitar darse muestras de cariño constantemente.
Separándose, se miraban a
los ojos con desbordante amor.
-
Deberíamos volver
al poblado, ¿no? Se estarán preguntando dónde estamos,-dijo Endaya-.
-
Saben que nos
hemos ido a pescar, que tardemos un rato más no importa,-comentó Fausto
acercándose de nuevo a la boca femenina-.
Lo que sentían ambos era
tan fuerte que, en poco tiempo, decidieron que querían casarse y formalizar la
relación. Ante el asombro de Lorenzo y María, que aceptaron la unión de buen
grado, Liondo fue el encargado de casarlos mediante el rito que tenían allí. No
obstante, Liondo quiso saber cuál era la forma de casarse en el mundo donde
venían y los padres de Fausto se lo dijeron.
Y en la actualidad, el
amor que se profesaban seguía siendo el mismo que cuando decidieron comenzar
sus caminos el uno junto al otro. Sin embargo, la situación actual era bien
diferente a la de entonces.
El barco había atracado
ya, por lo que Yondo y Fausto debían ponerse en marcha antes de que bajaran
para ver qué hacían. Isabel conocía una pequeña cueva en la isla, así que llevó
a todos allí, pero antes, Endaya quería despedirse de su marido.
-
No te preocupes
por mí. Yondo y yo estaremos bien. Averiguaremos qué quiere esa gente.
-
Tened muchísimo
cuidado. Procurad que no os vean y sed sensatos. Voy a estar muy preocupada por
vosotros…
Endaya no llegaba a
comprender qué hacía aquí ese barco ni lo que buscaba. Allí no había nada
especial y, el hecho de ser un barco con tanto cargamento, le impresionaba más.
Seguía hablando con
Fausto cuando su hija Isabel apareció corriendo tras llevar al lugar secreto a
su abuelo Liondo.
-
Madre, cuando
quiera.
-
Ya voy, hija.
Y dándole un último
abrazo a Fausto ante la tierna mirada de la primogénita de ambos, se marchó.
-
Te quiero Fausto.
-
Y yo, vida mía.
Yéndose con su hija,
quiso saber cómo había descubierto ese sitio.
-
Un día pescando,
se me cayó la caña de pescar y descubrí que, buceando un poco, había una
cavidad y que unos metros más al fondo, había un lugar donde no había agua.
-
Cada día me
sorprendes más, hija. Tengo 47 años y nunca he sabido de la existencia de esa
cueva.
Madre e hija corrían
hasta la entrada del estanque natural donde se encontraba el escondite.
-
Estoy muy
orgullosa de ti, Isabel.
-
Muchas gracias madre.
¿Está preparada?
Por su parte, Fausto y
Yondo se fueron por el otro camino para llegar hacia la playa.
Se hizo un pequeño
silencio entre ambos, pero Fausto cortó ese momento incómodo.
-
¿Sabes? Estoy
nervioso. Es la primera vez que me encuentro esto y… No sé, desde los 8 años no
veo a nadie de fuera y me da miedo lo que me pueda encontrar.
-
Yo estoy igual,
Fausto. Me preocupa mucho la seguridad de nuestra familia. Tal vez vengan en
son de paz, pero… ¿y si no?
-
Vienen en un
barco, y además, un barco grande… Tal vez hayan visto la isla y la quieran para
algo.
-
Tal vez… Pero eso
lo tenemos que descubrir.
Haciendo un pequeño parón
en el camino, Fausto quiso hablar con sus padres.
-
Papá, mamá… Hoy es
un día complicado para mí y ojalá pudierais estar aquí para darme consejo, pero
la vida nos separó hace unos años. Interceded por mí, por todos nosotros.
Ayudadnos a salvar a nuestra familia de las manos de los que se acercan…
Mientras tanto, habiendo
atracado el barco un poco más lejos, varios hombres cogieron una barca y fueron
hacia la costa. Una vez allí, comenzaron a hablar sobre lo que iban a hacer.
-
Está bien equipo.
Debemos ser rápidos para que nos cunda la tarde. La isla parece grande, así que
nos dividiremos para poder recorrerla en el menor tiempo posible,-indicaba
Pocholo a su equipo-. Buscamos una planta en específico, pero si veis otra cosa
que os llame la atención, decidlo.
-
¿Se puede quitar
el pijo ese traje de Indiana Jones?-decía uno de los pelirrojos con mala cara-.
El aludido sonreía mientras
hacía un gesto de calentamiento con las piernas.
-
Jota, dile a tu
hermanito que se quite la ropa de presidiario, que ya no hace falta que la
lleve puesta.
-
De verdad,
parecéis niños chicos,-dijo Jota, el otro pelirrojo-. Curri, para ya tío…
Pero Curri, seguía
mirándolo con cara de pocos amigos.
-
Venancio, no me
toques los cojones que la vamos a tener. Ya me has quitado la litera en el
camarote, no sigas porque…
Interviniendo el que
quedaba por hablar, se dirigió a Pocholo.
-
¿Qué tienes
pensado hacer?
-
¡Por fin alguien
que se interesa por la misión! Muy bien Rush, vamos a rodear esta costa para
adentrarnos en el corazón de la isla. Luego nos dividiremos y, si ocurre algo o
descubrimos alguna cosa, tenemos los móviles, ¿de acuerdo?
Realmente estaban lejos
de la costa, así que todavía les quedaba un largo recorrido por andar…
Cuando llegaron a una de
las bahías, Pocholo y Venancio se fueron hacia la derecha y Jota, Curri y Rush
se fueron hacia el lado contrario.
Este último grupo caminó
unos minutos, pero llegaron a una bifurcación. Jota, tomando la palabra, planeó
que el grupo se dividiera.
-
Rush, tenemos que
separarnos. ¿Vas con Curri por debajo de esa especie de puente natural o voy yo
con él y tú te diriges a la izquierda?
-
Yo mejor por la
izquierda, vaya a ser que se caiga alguna roca y me mate.
-
Vale, nos vemos
después.
Andando, Rush se encontró
con unos troncos colocados que formaban la palabra SOS. Utilizando el móvil,
llamó a sus compañeros.
-
Acabo de encontrar
unos troncos puestos de forma que dice SOS. Creo que esta isla puede estar
habitada… Mantened los ojos bien abiertos.
A unos 100 metros de
distancia, se encontraban Jota y Curri, que no habían visto nada significativo
por el camino que habían tomado.
-
Rush, te vemos
desde aquí. Vente con nosotros, que esto es nada más que playa y arena. Vamos a
meternos al interior de la isla, a ver si encontramos algo.
Y más lejos aún, estaban
agazapados Fausto y Yondo que vigilaban como dos halcones.
-
Esos dos tienen el
pelo igual que el fuego, ¿cómo es eso posible, Fausto?
-
Son poco comunes,
pero no es raro ver pelirrojos. Se les llama así.
-
Dios santo, nunca
había visto nada igual…
Mirando un poco más hacia
su derecha, se dieron cuenta de que Rush había descubierto los troncos que la
difunta María había colocado 40 años atrás.
-
Mierda, no quité
los troncos de mi madre. Joder, ahora seguro que sospecharán más.
-
No te preocupes.
Esos troncos están muy mal y seguramente crean que quien sea que llegó a esta
isla, esté muerto. Pero debemos estar atentos. ¿Qué hacen aquí? Parecen buscar
algo, pero… ¿El qué?
En otra punta de la isla,
Pocholo y Venancio habían encontrado lo que buscaban.
-
¡Lo hemos
encontrado! Jaja, al final el maldito Caletto tenía razón. ¿Quién coño le dijo
que aquí habría una planta tan especial? Si esta isla no es ni conocida…
CONTINUARÁ…
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