Para saber cómo llegó
Fausto allí y cómo pudo sobrevivir hay que remontarse 40 años atrás. El jet en
el que viajaban María, Lorenzo y Fausto sufrió un repentino fallo en el motor
izquierdo y, poco después, falló el motor derecho debido a una sobrecarga por
culpa de unas turbulencias. El avión se precipitaba sobre el mar cuando la
familia se colocó unos paracaídas. Lamentablemente, el piloto había muerto y no
se podía hacer nada por él. Así que, sin pensárselo, los 3 saltaron del avión
que chocó contra el océano Atlántico, yéndose hasta el fondo del mar. La
familia fue bajando lentamente y, a lo lejos, divisaron una isla. Planeando,
consiguieron llegar hasta la orilla, con la mala suerte de que Lorenzo cayó mal
y se rompió su pierna izquierda.
Pasados dos días después
del accidente, María había construido una pequeña choza en la que cobijarse
junto con su familia, pero cada día le costaba más hacer todo ella sola, ya que
la pierna de Lorenzo no mejoraba.
Lorenzo se sentía
impotente al no poder ayudar a su familia, pero la pierna le dolía horrores y
cada vez sufría más. La rotura le provocaba cada día más temblores y que la
fiebre le subiera…
Fausto, sin poder hacer
mucho, cuidaba a su padre cuando su madre iba a pescar, a buscar fruta o cocos
de los que beber. Tampoco se atrevía a adentrarse mucho ella sola en la jungla,
ya que no sabía lo que podía encontrarse.
-
¿Cómo estás papá?
-
Mejor, pero no te
preocupes campeón, que en muy poco tiempo me verás dando saltos.
-
¡Ya he puesto los
troncos!-gritaba María acercándose a lo lejos-. Si pasa alguien cerca de aquí,
podrá vernos.
Ese lugar estaba bastante
apartado y en tan pocos días no había escuchado ni visto aviones ni barcos, por
lo que pensaron que una buena solución era colocar un mensaje de socorro para llamar
la atención de posibles personas que pasaran cerca.
Pero lo que ellos no
sabían era que alguien los vigilaba desde hacía tiempo a lo lejos…
Sentándose, María
descansaba del duro día hablando con su marido.
-
No puedo más,
cariño. Esto es muy duro para mí.
-
Siento estar así
con la pierna, cielo. Pero cada día me duele más y puedo hacer menos...
-
Colocarte el hueso
en su sitio no ha servido de nada, me parece a mí. Ojalá tuviéramos más
provisiones, pero lo único que tenemos son un puñado de palmeras, árboles, mar
y arena. ¿Por qué nos ocurre esto a nosotros?
-
No lo sé, pero de
lo que estoy seguro es de que no te voy a abandonar. Tenemos aquí a nuestro
hijo que, gracias a Dios, sobrevivió al accidente. Es un chico fuerte y saldrá
adelante.
-
Saldremos todos,
querido. No se te olvide. Somos una familia y todos permanecemos unidos. Si al
menos supieran que estamos vivos… Pobre Julio. ¿Qué le habrán dicho?
Adentrándose en la
jungla, aquel hombre llegó a su poblado donde lo esperaba su familia.
-
Acabo de volver de
espiar a esa gente.
-
¿Y bien?
-
Siguen siendo tres
personas. El hombre parece malherido y las otras dos pueden ser su mujer e hijo.
No creo que sea mala gente, pero nunca se sabe.
-
¿Crees que puedan
venir más, Liondo?
Aquel joven y apuesto
hombre no era otro que Liondo que tenía una situación bastante complicada
encima.
-
Que sepamos,
llevan aquí dos días y no ha aparecido nadie. De vez en cuando escucho al
hombre quejarse de dolor… Synte, siento dentro que esa gente nos va a hacer
bien.
-
Eso espero, porque
no me gustaría que hicieran nada malo a nuestros hijos.
-
Cariño, tienen a
un niño con ellos. No creo que quieran nada malo para su hijo tampoco.
Synte dudaba en lo que
hacer, ya que ella no había ido a verlos por tener que quedarse con Endaya y el
pequeño Yondo.
-
Está bien, ve a
decirles que les ayudamos en lo que haga falta, pero ten cuidado.
-
¿Y no sería mejor
que vinieras conmigo? Al fin y al cabo, la que hace las cosas allí es la mujer
y si ve a un hombre sólo, podría asustarse.
-
Tienes razón,
pero… ¿dejar solos a los niños?
-
No les pasará nada
Synte. Endaya tiene ya 7 años, se puede quedar con su hermano.
La aludida, que escuchaba
la conversación desde lejos, se acercó a sus padres.
-
Padre, madre, yo
me quedo con Yondo. Si esa gente está en peligro será mejor que les ayudemos.
-
Cariño, vendremos
lo más pronto posible,-decía preocupada Synte-.
-
Cuida bien de tu
hermano. Volveremos enseguida,-tranquilizaba Liondo-.
Mirándose a los ojos, el
matrimonio sonrió y, cogiendo una bocanada de aire, partieron hacia su destino.
Mientras se alejaban,
escucharon tras ellos cómo la pequeña Endaya comenzaba a jugar con su hermano
Yondo, de apenas un año y medio.
Yondo estaba creciendo
feliz junto a sus padres y su hermana. Era un niño muy esperado, ya que Liondo
y Synte llevaban mucho tiempo queriendo darle un hermano o hermana a Endaya.
Al ser la hija mayor,
Endaya era muy responsable pese a su juventud, ayudaba en las tareas de la
casa, ya fuera a su madre o a su padre yendo con él a pescar. Era una niña muy
activa y el orgullo de su casa.
Mientras tanto, en la
playa, Lorenzo se tumbó en el suelo retorciéndose de dolor. Sentía punzadas en
la pierna y lloraba de impotencia.
-
María, creo que no
voy a salir de esta…
-
¡No digas eso! Vas
a ponerte bien y a estar conmigo. No puedo vivir sin ti, cariño mío.
-
Tendrás que
hacerlo,-dijo temblando-. Eres una mujer fuerte y lo estás demostrando. Ahora
sólo soy un lastre para vosotros.
-
¡No! Eres mi
marido y estaré contigo hasta que la muerte nos separe. No te abandonaré jamás.
Tu hijo está ahí, te necesita. Tiene que ver a su padre salir de esta. Tienes
que vivir su adolescencia, su edad adulta…
María estaba comenzando a
emocionarse mientras hablaba con su marido.
-
¿Y qué vida le
vamos a dar? ¿Eh?-se quejaba Lorenzo-. Cariño, estamos solos, y sólo un milagro
haría que saliéramos del agujero donde nos encontramos ahora.
-
Venga, no seas
pesimista. Tenemos que pensar en positivo, en que vamos a salir de este sitio,
que nos reencontraremos con Julio y viviremos felices por siempre.
-
¿Tú has visto mi
pierna? La tengo cada día más negra y en la ciudad ya me la habrían cortado,
estoy seguro de ello. Me paso más tiempo desmayado por el dolor que despierto
con vosotros… ¡No puedo más!
Estaba hablando todavía
Lorenzo cuando Synte y Liondo llegaron al pequeño campamento donde se habían
puesto María y los suyos.
Haciendo un pequeño
ruido, llamaron la atención de María que, rápidamente, colocó a Fausto tras de
sí para protegerlo. Muy asustada, no sabía qué hacer y Lorenzo apenas podía
moverse sólo.
María temblaba de miedo.
No sabía quiénes eran esas personas y a qué venían. No sabía de dónde habían
venido y, ante todo, quería poner a salvo a su hijo.
Adelantándose Synte,
sonrió a María y comenzó a hablar en inglés, el idioma que hablaba ella.
-
Hi! Don’t worry, we want to help you.
-
¿Perdón? No
entiendo mucho el inglés.
-
Sorry?
-
I don’t speak English very much.
Haciendo esfuerzos
sobrehumanos, Lorenzo se incorporó para ver quiénes eran esas personas que se
estaban acercando. Como Lorenzo tenía un alto cargo en su empresa, hablaba
inglés a la perfección, por lo que se pudo comunicar sin problema con ellos.
-
Yo hablo inglés.
¿Qué queréis?
-
Sólo venimos a
ayudar. Llevamos viéndoos varios días y creemos que necesitáis de nosotros.
¿Qué le pasa?
-
Me rompí la pierna
y estoy muy mal.
-
Liondo, mi marido,
le mirará la pierna. No se preocupe. No le haremos daño,-dijo Synte haciéndole
un gesto a su marido para que se acercara-.
Yendo hacia donde estaba
Lorenzo, Liondo examinó la pierna de aquel hombre con mucho cuidado y supo que
estaba muy mal.
-
Esta pierna tengo
que cortarla.
-
¡No! No, por
favor, aquí no hay anestesia y podría morir de dolor.
-
No sé lo que es
eso, señor, pero si quiere vivir tengo que hacerlo.
-
Pero…
-
¡¿Quiere
vivir?!-dijo enérgico Liondo-.
-
Sí.
-
Pues déjeme a mí.
He visto muchos huesos rotos en mi vida.
Para tranquilizar a
María, Synte intentó hablar con ella para que se relajara. Señalándole a
Fausto, le indicó con la mano que tenía 2, una niña y un bebé.
María estaba más tranquila,
pero no terminaba de relajarse totalmente y no soltaba a Fausto de su mano.
Levantándose, Liondo
habló con su mujer.
-
¿Cómo está?
-
Está muy mal.
Necesito cortarle la pierna ya si no quiere morir. Tenemos que llevárnoslo a
nuestro poblado si queremos que viva.
-
Haz lo que creas
mejor. Esta gente necesita nuestra ayuda.
Aunque María no hablase
muy bien inglés, entendía algunas cosas y al escuchar al matrimonio hablar, se
dio cuenta que decían la verdad, que venían a ayudarlos, así que, confiando en
ellos, los siguió.
Las mujeres junto con
Fausto fueron delante, ya que Liondo llevaría en brazos a Lorenzo hasta el
poblado. Al llegar allí, Synte vio que su hija seguía jugando con Yondo y
respiró mucho más tranquila.
Parándose, llamó a su
hija que se sorprendió al ver que venía con gente extraña.
-
Hija, esta amable
gente se va a quedar con nosotros un tiempo. Dales la bienvenida como se
merece.
Una dulce Endaya se
levantó y saludó efusivamente a María y a Fausto mientras que Synte cogía en brazos
a Yondo.
Acercándose a María de
nuevo, Synte le presentó a su hijo pequeño. Quería demostrarle a toda costa que
no eran mala gente, sino que querían ayudar. María, por su parte, vio ternura
en las palabras de aquella mujer con sus hijos y en sus gestos. Se notaba que
era una buena madre.
Y Endaya, acercándose a
Fausto, le dio un fuerte abrazo.
-
Bienvenido a
nuestro hogar.
-
Muchas gracias.
-
¡Oh! ¿Hablas mi
idioma?
-
Sí, en el cole me
enseñan inglés.
-
¿Cole? ¿Qué es el
cole?
Fausto sonreía ante la pregunta
de aquella niña. ¿Allí no tenían colegio? Seguro que ese sitio le gustaría
mucho a nuestro pequeño protagonista…
CONTINUARÁ…
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