Llevando a Isabel al
campamento, Pocholo la tiró sobre la arena y llamó a su equipo.
-
¡ARRIBA! ¡Tenemos
que irnos!
-
¿Qué ocurre
Pocholo?-preguntó Jota, que fue el primero en despertar-.
-
¡Vámonos! A prisa…
Fijándose en que había
una chica en el suelo, se extrañó.
-
¿Y quién es esta
chica?
-
Nuestro rehén.
¡Vámonos ya!
Cuando los demás se
fueron levantando, quisieron saber si se llevaban las cosas, pero Pocholo tenía
prisa y no haría falta recoger nada, ya que lo importante lo tenían en el
barco.
-
Rush, lleva tú a
la chica,-mandó Pocholo-.
Pocos minutos después,
Fausto se despertó y fue corriendo hacia la entrada del escondite, pero allí
encontró sólo a Yondo.
-
Por fin, ¿dónde
coño os habéis metido?
-
¿No está Isabel
contigo?
-
Creí que estaría
contigo. ¿Qué pasa?
Fausto estaba muy agitado
y nervioso. Yondo nunca había visto así a su cuñado.
-
Recibí un golpe en
la cabeza por detrás y me quedé inconsciente. Me he despertado ahora y no sé
qué ha pasado. ¿De verdad que no has visto a Isabel?
-
Allí abajo no
está.
-
La habrán cogido
los de la playa, ¡joder!-dijo Fausto comenzando a correr-.
-
¡Espera! ¡Voy
contigo!
Corriendo lo más rápido
que podían, Fausto iba delante de Yondo y fue quien vio cómo los del campamento
se encontraban lejos de ellos.
-
¡Mira! Uno de ellos
lleva a Isabel. ¡Tengo que ir a por ella!
-
¡Fausto no! ¡Es
muy peligroso!
-
¡Es mi hija,
Yondo!
Dejando de correr, Yondo
vio cómo su cuñado se comenzaba a alejar.
-
¿Y qué hago yo
ahora?
-
¡Diles a los demás
que volveré! ¡Cuéntales lo que ha pasado!
-
¡JODER!
-
¡¡¡Volveré!!!
Unos minutos después,
habían soltado amarras y comenzaban a alejarse de la costa con dirección a sus
hogares. En el camarote donde dormían todos, el primero en ir a descansar fue
Venancio.
-
Me vas a volver a
quitar la litera, ¿no mamón?-se quejaba Curri-.
-
Que te den. La
próxima vez sé más rápido.
Rush había dejado a la
muchacha en la habitación que le había dicho Pocholo, pero claro, él no estaba
seguro de lo que pretendía. ¿Qué necesidad había de llevarse a la muchacha?
Todas estas inquietudes, se las transmitió a Jota.
-
No creo que esté
bien lo que hemos hecho. Una cosa es la droga, pero otra muy diferente es
traficar con seres humanos, tío. Que es una persona humana, como tú y como yo.
¿Por qué tenemos que permitir estas cosas?
-
Porque nos pagan
para que hagamos el trabajo sin hacer preguntas… ¿Por qué te crees que te
decíamos ayer en la isla que no nos apetecía seguir mirando más? Si estamos
aquí es por el dinero, no por lo que se haga o deje de hacer. Pero nuestro
trabajo era ir, recoger la dichosa plantita y volver. No había nada de
transportar a una pobre chica.
Jota tampoco estaba de
acuerdo con la decisión de Pocholo y, esta vez, no quería quedarse callado.
-
Cuando venga aquí
pienso decirle algo a Pocholo. Que sea el que manda no significa que pueda
hacer lo que le dé la gana, porque lo que ha hecho nos implica a todos. Y yo no
estoy dispuesto a ir a la cárcel por una gilipollez que ha hecho el tonto a las
tres de Pocholo.
-
Yo tampoco Jota.
-
¡Ni yo!-dijo
también Curri-.
Fausto había logrado
escalar por el ancla justo antes de que comenzar el viaje de vuelta. Siguiendo
desde lejos al grupo, llegó a la zona de los camarotes donde, desde el pasillo,
observaba a Pocholo.
-
Ese hijo de puta
se va a enterar…
Pocholo había preparado
rápidamente uno de los cuartos como si fuera un dormitorio y le dijo a Rush que
la dejase allí. Cuando entró, vio que la muchacha permanecía inconsciente.
Sentándose en una de las
cajas cercanas a la cama, comenzó a hablarle a la chica.
-
Sé que no me escuchas,
pero aunque ahora no me creas, te vas a alegrar de que te haya raptado. Eres de
una belleza sin par y voy a disfrutar mucho contigo… Ahora duerme, descansa,
cielo mío…
Desde la puerta, Fausto
observaba cómo aquel baboso manoseaba a su hija mientras le decía un sinfín de
cosas. Quería entrar, pero la puerta estaba cerrada por dentro y tampoco quería
ser descubierto, ya que estaba en clara desventaja numérica, así que la ira que
le recorría por dentro iba en aumento.
Viendo que Pocholo se
incorporaba, Fausto dio media vuelta y entró por la primera puerta que vio. Si
quería salvar a su hija, tendría que trazar un plan.
Pocholo, al salir, cerró
la puerta con llave y se la guardó en el bolsillo. Estaba contento porque
podría hacer con ella lo que le diera la gana…
Entrando en el camarote,
Rush y Jota se quedaron en silencio al momento.
-
¡Chavales!
¿Contentos de volver tan pronto a casa?
Pero nadie dijo ni una
palabra. Parándose, volvió a preguntar y, en ese momento, Jota lo miró y se
dirigió hacia él. Su hermano giró la cabeza y no quiso mirar lo que estaba
seguro que iba a pasar…
-
Pocholo… Queremos
hablar contigo.
-
¿Quién? ¿Rush y
tú?
-
Sí, pero sobre
todo yo.
Mirando a Rush, Pocholo
le increpó.
-
¿Qué me tienes que
decir, Rush?
-
Yo… Ehm… Bueno…
-
¿De repente no
sabes hablar?
-
Voy a hablar
yo,-dijo Jota-. Pocholo, no estamos de acuerdo con lo que has hecho. ¿Has
perdido la cabeza? ¿Cómo se te ocurre llevarte a una chica de aquella isla?
Todo se quedó en
silencio, la tensión se palpaba en el ambiente… Pero Pocholo actuó y comenzó a
gritar.
-
¿Vas a venir tú
a decirme A MÍ lo que tengo que tengo que hacer? ¿Pero quién te has creído tú
que eres?
-
¡Es un ser humano!
Es una persona como tú y como yo. ¿Qué te da derecho a llevártela así sin más?
-
Pero vamos a ver,
¡que no tengo que darte explicaciones, pelirrojo de mierda!
-
¡No me insultes!
-
Vamos a dejar las
cosas claras. YO soy el que te paga, el que paga a cada uno de vosotros, ¡¿OS
QUEDA CLARO?! Así que, o acatáis mis normas o el que no lo haga podría caer por
la borda “accidentalmente”.
Jota dio un paso atrás
ante la amenaza de Pocholo. ¿Sería capaz de hacer eso con tal de satisfacer sus
bajos instintos?
A todo esto, Fausto
aprovechó el ruido de la bronca que se había formado para intentar forzar la
puerta, pero le resultaba imposible. Se sentía impotente al poder ver a su hija
inconsciente y no poder ayudarla.
Pocholo miraba a Jota con
tono desafiante. Su rival no le quitaba ojo de encima y Pocholo comenzó a mirar
a todos los demás que agachaban la vista para no mirarle a los ojos.
Los puños de Jota estaban
muy cerrados y se estaba controlando mucho para no hacer lo que tantas ganas
tenía, así que, se marchó de la habitación antes de hacer ninguna tontería.
Pocholo creyó escuchar
ruido fuera, así que mandó a Jota a ver qué pasaba, por lo que se dirigió hacia
la puerta donde estaba Isabel y comprobó que la habitación estaba cerrada con
llave.
Desde la esquina, Fausto
pudo escuchar las palabras que dijo en voz alta aquel pelirrojo.
-
Lo siento mucho.
Ojalá pudiera hacer algo para sacarte de ahí… Puto Pocholo…
Al escuchar estas
palabras, Fausto se dio cuenta de que ese chico era diferente y no estaba de
acuerdo con ese tal Pocholo y, de un momento a otro, se le ocurrió que podría
ayudarle a él y a Isabel.
Marchándose de ahí, Jota
se dirigió a la habitación donde se había escondido previamente Fausto.
-
Necesito un poco
de alcohol…
Rápidamente, Fausto se
coló en la habitación ante el asombro de Jota que, en shock, se quedó inmóvil
en el sitio.
-
Shhhh, no hagas ni
un ruido pelirrojo. No voy a hacerte nada…
-
¿Qui-quién eres?
-
Soy el padre de la
chica.
Jota sonrió de puro
nerviosismo. Estaba temblando de miedo.
-
¿Cómo has podido
entrar?
-
Me he colado. Pero
eso ahora no importa. Te he oído decir que te gustaría hacer algo para sacar a
mi hija de ahí, así que necesito tu ayuda.
CONTINUARÁ…
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