Sin esperar un segundo más, Hugo fue hacia la empresa de
Julio, donde se le había visto por última vez. Esperaba poder pillarlo allí y
acabar, de esa forma, con todo el daño que había causado.
Tal vez sería porque ya era tarde, pero no encontró a nadie
en recepción, así que decidió buscar por su cuenta.
En cuanto entró en el ascensor, llamó su atención
poderosamente una planta a la que se accedía únicamente con una llave, así que,
haciendo alarde de sus trucos, sacó una ganzúa.
Había accedido con éxito a la planta, se sentía orgulloso de
sí mismo, pero ahora venía lo importante, ya que podía encontrarse con Julio o
Pocholo en cualquier momento.
Yendo en silencio, entraba en las habitaciones abriendo la
puerta rápidamente para pillar infraganti a ambos delincuentes, pero en cada
habitación que entraba no había nadie, todo estaba apagado o era la sala de
servidores.
Hasta que entró en la última habitación que le quedaba. La
puerta estaba tan escondida, que casi se va sin verla. Al ver lo pequeña que
era y el mal olor que despedía, se imaginó que ahí era donde habían encerrado a
Fausto aquellos dos, pero no había rastro de ninguno. ¡Mierda! Habían llegado
tarde…
Los rápidos Julio y Pocholo sabían que los estaban persiguiendo,
ya que les habían avisado más miembros de su empresa clandestina. Julio mandó a
cada uno a que saliera lo más rápido que pudiera del país y uno de ellos les
dijo al jefe y a Pocholo que podían usar su casa para que pudieran esconderse
sin problema alguno. Y así lo hicieron.
Entrando rápido, mantuvieron una sola luz encendida en la
casa para mantener la mayor normalidad posible…
-
Pocholo, ha sido una suerte que Francis nos
dejara su casa.
-
Sí jefe… Pero cuando termine todo esto tendremos
que comenzar prácticamente de cero.
-
No te preocupes por eso, porque no nos
hundiremos tan fácilmente. Que la policía nos esté siguiendo la pista no es más
que un pequeño revés, pero podremos con ellos. Vamos un paso por delante.
-
Y todo por culpa de este hijo de puta,-dijo
Pocholo empujando a Fausto-.
Fausto se giró rápido al sentir el empujón de uno de sus
secuestradores. Se encontraba tenso y quería salir de ahí, pero Julio tenía un
arma y no se atrevía a recibir un disparo de su propio hermano.
-
Venga, entra en esa habitación,
gilipollas,-ordenó Pocholo-.
-
No. Será mejor que se quede con nosotros. Así lo
tendremos vigilado.
-
Pero jefe…
-
Pocholo, las habitaciones tienen ventanas y este
cabrón podría escaparse.
Sentándolo en la silla, Pocholo le pegó un guantazo a Fausto,
que tuvo que contenerse para no tirarlo por la ventana.
-
Uy, qué cara de cabreo tiene Faustito… ¿Te
gustaría pegarme? O mejor… ¿matarme? Venga, inténtalo…
-
El que ríe último, ríe mejor.
-
Anda, si sabe refranes y todo… ¿Eso también te
lo enseñó tu familia de negros?
-
Eres patético Pocholo. Eres racista cuando tú
mismo tienes la piel oscura… ¿De qué estás hablando?
-
¡Yo soy americano! Yo nací aquí al igual que mis
padres y abuelos, así que no tengo nada ver con esos negros de mierda,-dijo
Pocholo antes de pegarle otro guantazo a Fausto-.
Julio, que aún seguía con la pistola en la mano, miró
enfadado a su mano derecha.
-
¡Pocholo! Basta ya… Deja en paz a Fausto,-ordenó
Julio ante la atenta sorpresa de Fausto, que miró a su hermano en ese
instante-. No te pases con este desgraciado, ya habrá tiempo de darle su
merecido.
-
¿Y por qué no lo matamos ya?
-
Porque quiero que sufra. A mí nadie me dice lo
que tengo o no tengo que hacer. Soy el dueño de esta ciudad y YO soy el que
impone las normas. Y que venga este mequetrefe del tres al cuarto para echarme
las cosas en cara… No sabes en qué lío te has metido, hermano.
Pero Pocholo no podía estarse callado y seguía atosigando a
Fausto, que permanecía sentado intentando mantener toda la calma posible.
-
¿Has oído? Vas a sufrir… Vamos a hacerte daño
hasta que te oigamos gritar como una nena. Te estás enfrentando con el dueño de
la ciudad…
-
¿Tú qué eres? ¿Su loro? ¿Tienes que repetir las
cosas que dice Julio dos veces?
-
Tú, hijo de puta, no sabes lo que voy a disfrutar
matando a tus hijos delante de ti, a tu querida mujer, a tu hija… Me las voy a
follar delante de ti, para que las veas gozar antes de matarlas y luego te
mataré a ti. Así que dependiendo de lo que me cabrees, haré más o menos daño a
tus hijas…
En la casa de Hugo, Isabel y su prima Paola charlaban y se
conocían, ya que ellas aún no habían coincidido hasta ese momento. Paola estaba
muy interesada en ella, su forma de vivir y cómo era aquello, ya que no había
conocido ninguna forma de vida diferente que no fuera la de ella.
Y así fue pasando el tiempo, esperando a que apareciera Hugo
con buenas noticias. Hablaban de muchos temas, pero ninguno se atrevía a hablar
del que a todos les preocupaba realmente: Julio, Fausto y Pocholo.
Por suerte, un par de minutos después entró en casa Hugo con
un gesto bastante serio en la cara.
-
¡Hugo! ¿Cómo ha ido?
-
Bueno… Todo fue…
A Hugo no le salían las palabras y le costaba hablar, ya que
se había llevado un auténtico chasco.
Pero justo en ese momento, le llamaron por teléfono y tuvo
que contestar.
-
Agente Lozano. Ah, hola jefe. No, por desgracia
no pude encontrarlos. ¿Vosotros habéis visto algo en las cámaras de seguridad
de la ciudad? ¿Nada? Allí no estaban… Deben haber ido a algún sitio. ¿El coche
de Julio sigue en el parking? Pues habrán tenido que robar uno… ¿El de Pocholo
tampoco lo habéis visto? Madre de Dios… ¿Dónde se han metido?
Terminando la conversación con su jefe, Hugo estaba bastante
desconcertado, ya que no eran buenas noticias lo que tenía que darles a la
familia.
Dirigiéndose a Isabel, le comunicó las malas noticias.
-
Lo siento mucho Isabel, pero cuando llegué tu
padre ya no estaba y no hay rastro de ellos. Me acaba de comunicar mi jefe que
el coche de Julio no se ha movido del parking y el de Pocholo sigue en el mismo
sitio, las cámaras no les han captado por ningún lado… Así que estamos peor que
como empezamos. Lo siento mucho…
Saltándosele las lágrimas, Isabel se levantó del sofá y se
fue corriendo hacia la calle. Kevin, que había salido del baño, fue corriendo
detrás de ella para intentar pararla.
-
¡Isabel! ¡Para!
Pero lejos de dejar de correr, continuó su camino sin saber
hacia dónde iba, pero su primo estaba ahí para ayudarla.
-
¡Isa, coño! ¡¿Te puedes quedar quieta?!
Y por suerte, Isabel le hizo caso y paró en la esquina de la
calle. Volviéndose hacia Kevin, comenzó a hablar con ella.
-
A ver Isabel, lo que nos ha dicho Hugo es una
putada de las gordas, pero ellos no pueden hacer nada más que ponerse a buscar
por la ciudad.
-
Kevin, estoy cansada de esperar. Quiero tener a
mi padre de vuelta, poder estrecharle entre mis brazos, volver a ver a mis
hermanos, a mi madre, mis abuelos… Quiero que todo esto se acabe.
-
Comprendo que esto debe ser muy duro para ti,
pero tú sola por la ciudad no vas a conseguir nada, salvo que te encuentre mi
padre o Pocholo o que te atropelle un coche y te maten…
-
Lo sé, pero no me pienso quedar quieta esperando
a ver cómo matan a mi padre esos malnacidos.
-
¿Y quién ha dicho que nos vamos a quedar
quietos? Mira, tengo el coche aquí al lado, ¿por qué no salimos a buscar a tu
padre tú y yo?
Bastante sorprendida, la muchacha se acercó a su primo.
-
¿Harías eso por mí?
-
Eh, la familia unida jamás será vencida… Venga,
no perdamos más tiempo.
Y sin poderlo evitar, Isabel abrazó a Kevin como si lo
acabara de ver después de mucho tiempo. Uno de esos abrazos que le esperaban a
su padre o a su madre, hermanos y abuelos cuando los volviera a ver…
Cuando Isabel vio el estupendo Mercedes que tenía su primo,
lo miró boquiabierta. Kevin sonrió, pero ya no estaba tan orgulloso de su
coche, ya que se había dado cuenta de que todo lo que tenían era a causa de
hacer daño a gente inocente y, sin duda, esa vez les había tocado a ellos
mismos. ¿Sería el karma?
Kevin pensó que tal vez en el Pier de Santa Cecilia, al
haber tanta gente normalmente, se podrían ocultar a simple vista. Sin embargo,
cuando llegaron allí no había ni un alma… ¿Dónde se había metido todo el mundo?
-
Te juro que esto normalmente está lleno.
-
Será que es tarde, ¿no?
-
Sí bueno… Son más de las 12 de la noche. Por
cierto, tenemos que hacer una parada en la gasolinera, que apenas nos queda
gasolina.
-
¿Qué?
-
Nada, tú vente conmigo.
Cuando llegaron a la gasolinera, Kevin le había explicado
más o menos lo que era y para qué se necesitaba. Bajándose ambos del coche,
ella se quedaría esperando fuera mientras que él iría a indicar cuánto le iba a
echar de gasolina al coche.
-
No te muevas, que vengo en un momento, ¿vale?
Sin saber que la gasolinera estaba frente a la casa donde se
habían ocultado Julio y Pocholo, Fausto seguía sentado frente a sus
secuestradores, que hablaban bajito entre ellos y miraban de reojo a su rehén.
Con ganas de ir al baño, Fausto tomó la palabra.
-
¿Puedo ir al servicio?
-
No,-contestó secamente Pocholo-.
-
Tengo ganas de hacer pis.
-
Uy, qué fino nos ha salido el niño… Te he dicho
que no.
-
Pocholo,-intervino Julio-, no seas tan capullo y
déjale ir al baño. No querrás que se mee encima y después lo tengamos que
limpiar… ¿verdad?
Acercándose a su hermano, Julio le dio permiso para
levantarse.
-
Venga, ve al baño. Un minuto y corriendo para
acá.
-
Es que tengo ganas de hacer otras cosas aparte
de orinar…
-
Ah, entiendo. Pues dos minutos, pero ni uno más
ni uno menos, ¿eh? Y no hagas ninguna tontería o tu familia pagará las
consecuencias,-dijo Julio con una sonrisa cínica-.
Levantándose, vio a una chica de color que le recordaba
enormemente a su hija, pero estaba vestida diferente. ¿Era ella? Llevaba el
mismo peinado por lo que podía intuir…
Sin pararse para no levantar sospechas, fue al baño que,
para su sorpresa, tenía una amplia ventana. Cerrando la puerta, pudo comprobar
que no estaba cerrada, así que, con todo el cuidado del mundo, la abrió y
comenzó a salir por ahí.
Kevin acababa de volver de repostar la gasolina, así que fue
en busca de Isabel para decirle que podían reanudar la búsqueda y ella volvió a
abrazarlo.
-
Cuando Pocholo me trajo aquí de aquella manera
creí que todos los hombres de esta ciudad eran como él, pero tú me has
demostrado que eres diferente. Eres mi primo, mi familia… Y esto que estás
haciendo por mí te lo agradeceré eternamente.
Raspándose un poco la rodilla, Fausto salió por la ventana y
cayó al suelo de la calle. Mirando hacia donde estaba la que creía su hija,
pudo comprobar que era su voz, así que no había duda: debía escaparse como
fuera.
Corriendo hacia su hija y aquel muchacho, comenzó a gritar.
-
¡Hija! ¡Isabel! ¡Vámonos de aquí!
Dentro de la casa, se extrañaban de que Fausto tardara tanto
en salir del baño.
-
Jefe, ¿no está tardando mucho en salir Fausto?
-
Como que no creo que vuelva, ¡mira! ¡Se ha
escapado! ¡A por él!
CONTINUARÁ…
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