Thiago salió de la casa en completo silencio y mirando atrás varias
veces mientras que escuchaba comer a su madre. Al salir fuera de
casa, Ricardo le intentó animar.
- Eh, arriba ese ánimo. ¡Ya tenemos la respuesta! Somos padre e
hijo Thiago.
- Sí… Pero he perdido a mi madre. Me pregunto si alguna vez la he
llegado a tener.
Sin poderlo remediar, Ricardo abrazó a su hijo. Qué gustazo le daba
decir esa palabra.
- No estás solo Thiago. Hijo mío. Ahora me tienes a mí, a Hugo, a
tu novia, a Mercedes y a Rocío. Sé que no podemos compararlo al
amor de una madre, pero… Intentaremos que estés cuidado en todo
momento.
- Gracias… papá. Joder, toda una vida esperando a decir esa
palabra y… justo cuando lo digo… me echo a llorar.
- Te quiero mucho hijo. Te quiero.
- Y yo, papá. Yo también te quiero.
A Thiago le costó varios meses levantar cabeza y comenzar a
recuperarse del duro golpe que le había causado escuchar semejantes
barbaridades que le había dicho su madre, pero gracias a la terapia
con un psicólogo más el apoyo incondicional de su nueva familia,
todo fue mucho más sencillo. Hugo y Thiago finalmente fueron a la
misma universidad, pero cada uno estudiando una carrera distinta.
Como Lin se había incorporado a su trabajo, se instaló en una casa
que su padre le regaló y pudo independizarse y aprender a llevarla
ella sola con todo lo que eso conlleva. Marta, por su parte, fue a
una universidad cercana a la de Hugo y eso les permitió verse más a
menudo.
Thiago contactó con su madre varias veces, pero esta no le
contestaba el teléfono y lo ignoraba completamente, por lo que,
sintiéndolo mucho, acabó rindiéndose con ella. Le dolía en el
alma, pero ya no sentía que su apellido “Gonsalves” le
representase, por lo que se lo cambió por el de su padre, pasándose
a llamar desde entonces Thiago Solanas.
Una vez terminaron sus carreras, Ricardo movió los hilos e introdujo
a Thiago en la empresa familiar mientras que Lin estaba más que
estabilizada en su casa y su trabajo, al cual había aprendido a
amar. En cuanto a Marta y Hugo, éstos tardaron un poco más en
encontrar un trabajo relacionado con sus estudios, pero finalmente lo
consiguieron y decidieron formalizar su relación y casarse. No
muchos meses después, hicieron lo mismo Thiago y Lin y comenzaron
una feliz vida juntos.
Tiempo más tarde, Thiago recibió la llamada de una doctora, que le
comunicó que unos vecinos echaban de menos ver a su madre por la
calle y, tras llamar a los servicios de emergencia, estos se
encontraron el cuerpo sin vida de Gabriela, quien había muerto en
completa soledad sentada frente a la tele de su salón.
Bastante tiempo más tarde, los antiguos alumnos del internado
decidieron rememorar esa época y aprovecharon el aniversario de su
graduación para reunirse todos juntos, por lo que los nervios del
reencuentro comenzaron a aflorar y todos tuvieron que buscar canguros
o tirar de familia para poder quedarse con sus respectivos hijos.
- Muy bien chicos, ¡tiempo de piscina!-dijo aquella chica rubia-.
Aquella muchacha no era otra que Rocío. Sí, la hermana pequeña de
Hugo, quien tenía ya 35 años de edad. Habían pasado 23 años desde
que su hermano terminase el bachillerato y se fuese a la universidad
y durante todo ese tiempo ella también terminó sus estudios, fue a
la universidad, se sacó su carrera con unas notas excelentes,
encontró trabajo rápidamente… Todo en su vida le salía a pedir
de boca, sin embargo todos le preguntaban que cuándo les presentaría
a algún novio, pero respecto a los chicos, ella de momento no quería
saber nada.
En la vieja habitación de Hugo, éste se miraba al espejo mientras
que Marta lo piropeaba.
- Dios, debería haberme puesto a dieta antes. Mira qué tripa…
- Anda ya tonto, si estás guapísimo.
- Bueno, la edad no perdona a nadie.
- Habla por ti, abuelo. Yo estoy espectacular jajaja.
- Eso ya lo sé yo,-dijo Hugo dándole un beso a Marta-. Venga,
vayamos a despedirnos de los críos.
Luis era el hijo mayor de Marta y Hugo, quien contaba con 17 años y
era un auténtico terremoto en casa. Tenía una personalidad muy
parecida a la de su madre, lo que contrastaba con lo vergonzoso que
había sido su padre con su misma edad. Físicamente era una mezcla
de ambos, lo que causaba que las adolescentes de su edad se volvieran
locas por él.
La hija menor del matrimonio era Estela y se llevaba apenas un año
escaso con su hermano. Pese a ser una belleza y llamar la atención
de los chicos, era mucho más tímida que su hermano. Luis la animaba
a que dejase a un lado esa timidez y abriese las alas, pero Estela no
podía evitarlo y le costaba horrores entablar una conversación con
un desconocido, por ejemplo.
Marta y Hugo estaban muy orgullosos de cómo habían criado a sus
hijos, ya que tuvieron claro desde el primer día que preferirían
ganar menos dinero con tal de pasar más tiempo con sus hijos. Esto
se reflejó en que tanto Luis como Estela vieran siempre a sus padres
en casa, pudieran jugar y hacer los deberes con ellos, irse de
vacaciones en verano, visitar a los abuelos y a sus respectivos tíos…
Todos eran una piña y entre ellos no había diferencias.
Saliendo a la entrada, Hugo y Marta miraron por todas partes y no
vieron a Thiago ni a Lin por ningún lado.
- ¿Dónde se habrán metido estos dos?-se quejó Hugo mirando su
reloj-. No quiero que lleguemos tarde…
- Espera, creo yo que sé dónde se han podido meter.
- Vale, ya sé por donde vas…
Y es que tanto Lin como Thiago eran igual de fogosos. Durante todo su
noviazgo y también en el matrimonio, la llamada de la pasión no se
había apagado y aprovechaban cualquier momento para besarse o tener
un rato de intimidad entre ellos, lo que provocaba las risas y la
sana envidia de vecinos y amigos, quienes les decían que fueran más
silenciosos a la hora de llevar a cabo el acto sexual…
Tanto iba el cántaro a la fuente que Lin, apenas se casó, se dio
cuenta de que estaba embarazada de Richy, quien tenía ya 16 años.
Realmente se llamaba Ricardo como su abuelo, pero todos cariñosamente
le habían apodado de esa forma. Y ver a Richy andando por la calle
era de lo más extraño, ya que había heredado los rasgos asiáticos
de su madre pero con el color verde intenso de ojos de su padre y era
una mezcla rara pero que despertaba interés en la gente. Era mucho
más ligón que su primo Luis, con quien se llevaba de maravilla y al
que consideraba más un hermano que un primo.
Rocío escuchó unos pequeños pasos a sus espaldas y se giró para
ver quién era.
- ¿A dónde vas cariño?
- Voy a bañarme en esta piscina pequeñita. Me da miedo la grande.
- Uy, con lo valiente que tú eres, Raquel.
Raquel era la hija pequeña de Thiago y Lin, quien se parecía más a
su padre físicamente, ya que no tenía tan marcados los rasgos
asiáticos como su hermano mayor. Raquel era una niña muy sensible e
imaginativa que se caracterizaba por ser muy sociable y cariñosa con
los demás, aspectos que Thiago le recordaban a su difunta madre.
Thiago temía que su hija se pareciese a su madre más de la cuenta,
pero Raquel demostraba tener más sensatez que los niños de su
clase, algo que sorprendía hasta a sus propios profesores.
Saliendo al jardín trasero, Hugo volvió a pillar a su hermano y a
Lin como aquel último día en el internado.
- Bueno familia, ¿levantamos el vuelo o qué?-preguntó Hugo-.
- Coño Hugo…-dijo Lin separándose de Thiago-. No sé cómo los
haces pero siempre nos pillas. Tienes un radar macho.
- Es que tenéis muy poco cuidado coño.
- Hoy nos da igual eso, Hugo,-dijo Thiago interviniendo en la
conversación-.
Frunciendo el ceño, Hugo preguntó con curiosidad a qué se debía
eso.
- Pues porque Lin acaba de decirme que vuelve a estar embarazada.
- ¿En serio? ¡ENHORABUENA!
- ¡El tercero ya!-exclamó Lin volviendo a besar a Thiago-.
Yendo para la otra parte del jardín, Hugo y los demás se
despidieron de los chicos y se los dejó al cuidado de Rocío.
- Tranquilo que estarán bien, Hugo. Podéis iros tranquilos,-dijo
Rocío-.
- Sí, yo sé que contigo los dejo en buenas manos. A ver cuándo me
das tú una buena noticia y me dices que te has echado novio o algo,
que tenemos ya 35 añitos hermanita…
- Y este pesado… Mira que eres, ¿eh? Jajajaja, todo el día igual.
- Te diría que no te traigas a tu novio aprovechando que no estamos,
pero conociéndote…
- Mira, pues quizás lo haga oye.
- Venga ya, ¿tienes novio?
- Algo hay por ahí. No pienso decir más.
- Venga mujer, ¿me vas a dejar así?
- Sí. A la vuelta os lo cuento. Ahora largaos.
Entre risas y buen rollo, todos se despidieron y pusieron rumbo al
internado. Conforme se fueron acercando al lugar, comenzaron a
recordar las calles, los lugares hasta que vieron el edificio. Seguía
imponiendo igual o más que cuando lo vieron por primera vez. En ese
momento ya no se usaba como internado, pero el nuevo dueño del lugar
lo había mantenido así y reconvertido en una especie de museo donde
se hacían tours diurnos contando la historia del lugar y otros
nocturnos donde relataban las fechorías que hicieron allí Tyler,
Linda y su secta satánica.
Cuando aparcaron el vehículo donde habían venido y se pararon
frente al internado, todos suspiraron. Habían pasado 23 años. Ese
mismo día pero 23 años atrás todos salían contentos por haber
terminado el bachillerato pero tristes porque cada uno tomaría un
camino distinto en la vida. Sin embargo, ese día todos volverían a
reencontrarse tantos años después.
Abriendo la puerta del jardín, rápidamente vislumbraron unos brazos
que se alzaban y saludaban desde la puerta de entrada al edificio.
¿Aquel señor de pelo blanco era Abraham?
- Madre del amor hermoso, ¡Hugo y Marta! Pero qué guapos estáis,
qué bien os han sentado los años, estáis fabulosos. ¡La preciosa
Lin y el famoso Thiago! Pero si estáis guapísimos todos…-comenzó
diciendo Abraham profundamente emocionado-. Y tú Lin, te has teñido
para la ocasión, ¿no?
- ¿Esta? Qué va,-contestó Thiago-. Es su pelo natural. Ni una cana
tiene la hija de su madre.
Acercándose, todos comenzaron a abrazarse con su viejo profesor
Abraham, quien tanto imponía con su aspecto físico y que a día de
hoy era un tierno abuelo, grande, pero muy tierno.
A su lado se encontraba Diana, quien no paraba de mirar a las chicas.
- Mis niñas, qué guapas estáis. Sois unas mujeres preciosas. ¡Unas
reinas!
- Las reinas de nuestras casas, desde luego,-comentó Marta entre
risas-.
Marta envolvió en sus brazos a Diana, a quien se la veía mucho más
débil y temblona, pero manteniendo su dulzura de siempre.
- ¿Qué tal estáis todos?-preguntó Marta-.
- Ah, muy bien. Dentro está mi hijo el mayor, le he dicho que venga
porque como estaba embarazada de él cuando terminó el curso, quiero
que lo conozcáis. Y por los demás bien. A mi madre la tengo en una
residencia porque ya no puede estar ella sola.
- ¿Tu madre todavía vive?
- Digo que si vive,-comentó Abraham-. Esa nos va a enterrar a todos
y se queda con la llave del cortijo jajaja.
Entrando en el internado, frente a ellos se alzaba un muchacho alto y
grande como lo había sido su padre en su juventud.
- ¿Este muchacho tan guapo es vuestro hijo el mayor? ¿Del que
estabas embarazada?-preguntó Marta-.
- El mismo que viste y calza, ¿verdad Ndaye?,-comentó Abraham-.
- ¿Y qué edad tienes ya?
- 22 años, señora.
- De señora nada. Yo seré Marta hasta el día que me muera.
- Pero bueno, cómo pasa el tiempo… Joder mírame, ya estoy
hablando como mi padre,-dijo Hugo entre risas-.
Ndaye no conocía a ninguno de ellos, pero sabía que para sus padres
era importante estar allí, por lo que accedió a ir. Entrando Thiago
y al verlo, se sorprendió al verle el gran parecido que guardaba con
su padre, pero rubio y blanco de piel.
- Coño, ¿te han dicho alguna vez que eres clavadito a tu padre?
- Cientos de veces. Lo que pasa es que soy un blanco con rasgos de
negro, pero por todo lo demás, igual que mi puñetero padre.
Diana les dijo que podían irse a la que fue su antigua aula para
esperar a que llegasen todos y así poder irse juntos al comedor,
donde había preparado un hermoso banquete. Sólo al recorrer dichos
pasillos, millones de recuerdos se les venían a la mente. Qué bien
lo habían pasado allí.
Cuando entraron en clase, todos ellos tuvieron que aguantarse la
lágrima que intentaba escaparse. No podían creer estar de vuelta
después de tantos y tantos años. Mirando los viejos pupitres,
recordaron su primer día, cómo se sentían, qué aspecto tenían
todos… Eran tantas cosas en su memoria al mismo tiempo que se
sentían desbordados.
- Ey, ¿nos sentamos en los mismos sitios de siempre?-propuso Marta-.
- ¡Buena idea!-apoyó Hugo-.
- Y yo a la esquina, como siempre,-dijo Lin-. Esto es injusto… Para
qué dices nada Marta jajaja.
- Yo al lado de mi hermano preferido,-comentó Thiago mientras Hugo
miraba el sitio y recordó a Fernando. Si no hubiera fallecido ahora
sería un señor hecho y derecho como todos ellos y no estaría
criando malvas en un cementerio…-.
Mirando a su hijo, Diana le comentó que si se aburría podía irse
con Hugo y los demás a charlar mientras ellos esperaban a que los
demás llegasen.
- Vale mamá.
- Gracias Ndaye.
No muchos minutos después, Diana y Abraham comenzaron a vislumbrar a
una mujer andando hacia ellos.
- ¡Abraham! ¡Diana! ¡Qué alegría me da veros!
- ¿Eres…?-preguntó Abraham fijando su vista en ella-.
- ¡Bea! ¿No me reconocéis o qué?
- Coño Bea, ¡estás espectacular!-exclamó Diana-.
Bea había dado un cambio tremendo y a sus 40 años se mantenía en
forma y llevaba una vida saludable como nunca había hecho en su
adolescencia. Cuando uno intentaba acordarse de ella tal y como llegó
el primer día, con todos esos kilos que le sobraban y con ropa
totalmente fuera de gusto, le costaba creer que esa pedazo de mujer
fuera la misma.
Diana no paraba de mirarla de arriba abajo y Beatriz, dando una
vuelta de 360 grados, posó para ella.
- ¿Qué tal estoy?
- Buenísima. Vaya, me cruzo por la calle contigo y no te reconozco.
- Jajajaja sí, la verdad es que he cambiado mucho. Cuando salí de
aquí seguí manteniendo una vida sana, deporte diario, comencé a
cuidar mi alimentación… Y ya los años que han pasado me han hecho
tener más curvas que antes, por supuesto.
- Pues te sientan genial. Vaya, se nota que todavía estás apretada,
como se suele decir coloquialmente. Ay, cuánto echo de menos esos
tiempos cuando podía ir a la playa en biquini y hacer topless sin
que se me cayeran las tetas en la arena.
- Jajajaja, eres lo más Diana. Qué ganas tenía de veros a todos.
- ¿Y Rubén? ¿Cómo es que no ha venido contigo?
- Porque Rubén y yo no estamos juntos. Lo nuestro se terminó hace
muchos años, Diana.
Quedándose seria, Diana resopló.
- ¿Qué pasó? Con la buena pareja que hacíais…
- Pues la distancia, nos pasó factura. Los dos estábamos en
universidades que estaban una en cada punta del país y se nos hacía
muy complicado vernos, hasta que un día fui a esperarlo al
aeropuerto y no apareció.
- ¿En serio?
- Como te lo digo. Me sentí tan estafada que lo bloqueé de todas
las redes sociales, las llamadas… Todo. Y como tenía a muchos
chicos detrás mía, me desmelené.
- Bueno, ¿y estás casada ahora?
- No, divorciada. Mi ex era un capullo de mucho cuidado y se ocupaba
más en su secretaria que en mí, así que lo demandé y me quedé
con todo. Ahora estoy divorciada, no tengo hijos y soy rica y feliz.
No necesito más en mi vida.
- Anda, pero mira quién está aquí,-comentó Abraham en voz alta-.
Un hombre avanzaba con paso decidido hacia ellos con una sonrisa de
oreja a oreja y sin reconocer a Beatriz, quien todavía permanecía
de espaldas a él.
CONTINUARÁ…
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