CAPÍTULO 30
Fernando pasó al
comedor junto con su padre y se sentaron para hablar.
-
Antes de nada,
quiero decirte que esto que te voy a decir es remover la mierda, pero es
necesario hacerlo porque eres mi padre y no quiero que sigas viviendo engañado.
-
Oh, es sobre
Lulú, ¿no?
-
Sí. Verás…
Alberto interrumpió a
Fernando.
-
Este tema está
más que hablado hijo. ¿Qué pretendes volviendo a abrir la caja de los truenos?
-
Pretendo abrirte
los ojos y que veas la verdad por primera vez.
-
Ay hijo, qué
cabezota eres.
-
Pues no sé a
quién he salido…
Fernando sacó la cámara
y se la puso delante.
-
Echa un vistazo
y luego ya me lo dices.
-
¿Tienes pruebas?
A ver, cómo leches se enciende esta cosa.
-
Un momento,
espera que te la encienda.
Abierta la cámara, le
buscó las fotos y cuando Alberto las vio, su cara se quedó hecha un cuadro.
Alzó la mirada y sólo puedo articular una breve palabra.
-
Gracias.
En ese momento, Lulú
hizo acto de presencia, en el peor momento, ¿o en el mejor?
-
Oye cariño, ¿con
quién hab…? Ah, si es tu hijo…
-
Lulú, tenemos
que hablar,-dijo Alberto mientras se levantaba-.
Fernando, serio y en
silencio, no articulaba palabra ni tampoco movía un solo músculo. Lulú, con
sonrisa falsa, lo miró.
-
Hola Fernando,
me alegro de verte,-pero Fernando siguió callado-.
Alberto la cogió del
brazo y la sacó fuera del comedor.
-
Lulú Pretel,
desde este momento dejas de ser mi esposa.
-
Anda y déjate de
bromas Alberto.
-
¿Tengo cara de
estar bromeando?
-
¿Pero qué ha
pasado? ¿Es tu hijo? ¿Te ha comido el coco?
-
¡Deja a mi hijo
en paz!
Alberto estaba muy
enfadado.
-
Esas tetas, te
las he puesto yo, la vida que tienes ahora también te la he dado y este techo
durante muchos años también te la he dado ¿y tú cómo me lo has pagado? Eres una
sucia embustera.
-
Alberto,
escúchame un momento. No te entiendo, ¿qué te ha dicho tu hijo sobre mí?
-
¡La verdad! Las
fotos tuyas con el difunto director de su instituto. La cámara funciona y las
fotos todavía estaban ahí,-o eso se creía Alberto-.
Lulú agachó la cabeza
sabiendo que Alberto la había descubierto tras tantos años guardando ese
secreto. Por una cosa o por otra, Alberto se había enterado de aquello y todo
era por culpa de Fernando.
Alberto, apartando a un
lado a Lulú señaló a la puerta.
-
¿Ves la puerta?
Ya te puedes estar largando.
-
¿Y mis cosas?
-
Cinco minutos te
doy para que las cojas. Te quiero ver fuera de aquí ¡ya!
Efectivamente, pasados
unos diez minutos, Lulú ya no vivía en esa casa. Fernando, saliendo del
comedor, miró a su padre.
-
¿Cómo estás
papá?-era la primera vez que lo llamaba así desde su vuelta-.
-
¿Cómo me has
llamado?
-
Papá…
-
Qué bien suena
esa palabra en tu boca. ¿Puedo abrazarte?
Fernando sonrió a modo
de aprobación y Alberto abrazó a su hijo por primera vez después de tantos
años.
-
Gracias hijo.
Gracias por todo esto.
-
Yo te pido
perdón por causarte dolor en este momento.
-
Era necesario.
Me has abierto los ojos y te estoy agradecido por ello. Ahora que me he quedado
solo… ¿Te gustaría volver aquí?
Fernando se separó de
su padre y comenzó a hablar.
-
Papá, me acabo
de mudar a una casa bajando la colina, después de varios meses de restauración
está lista.
-
Oh, entiendo. Se
me olvida que eres un hombre. Ya no eres aquel niño que jugaba al borde de la
piscina con sus barcos de Playmobil.
-
Jejeje, las de
horas que me habré pasado jugando allí.
-
Eran buenos
tiempos. Quién pudiera retroceder en el tiempo y volver a vivirlo.
-
Ejem,
ejem…-tosió un poco Fernando; menuda ironía lo que acababa de decir su padre-.
Alberto siguió
hablando.
-
Bueno, no puedo
retenerte. Has hecho tu vida y es preciso que sigas con ella. No te quiero
retener.
-
Y no me
retienes. Eres mi padre y… te quiero.
-
No sabes cuánto
me alegro escuchar esas palabras. ¿Nos veremos pronto?
-
Sí, cuando tú
quieras.
Fernando comenzó a
darle sus señas de vivienda y su número de teléfono.
-
Pues ahí vivo y
cuando te quieras pasar me das un telefonazo y te digo cuándo estoy libre, que
con el trabajo, estoy hasta arriba.
-
Ah claro, yo te
aviso con antelación con lo que sea. Y tú igual, te vienes a casa cuando
quieras, es también tu casa.
Sonó el timbre
interrumpiendo a padre e hijo y una mujer estaba fuera.
-
¿Sí?-contestó
Alberto-.
-
¿Es el Dr.
Rodríguez?
-
Sí, ¿qué desea?
-
Me gustaría
tener una consulta con usted.
-
¡Claro! Pase.
La mujer entró al
interior de la vivienda.
-
Verá, espero no
interrumpirle.
-
No se preocupe,
dígame.
-
Mire, he venido
a la ciudad recomendada por una amiga que ha pasado por sus manos y ha quedado
muy contenta. Ya desde hace tiempo he notado cómo la papada se me ha caído un
poco y no me gusta parecer una vieja.
-
Usted no es
ninguna vieja. Disculpe la indiscreción pero ¿puedo preguntarle su edad?
-
No hay ningún
problema, tengo 54.
-
Está usted en
una edad idónea.
Alberto continuaba con
la conversación de esta mujer.
-
No exagere
doctor. Ay, qué maleducada soy, no me he presentado. Mi nombre es Eleonor
Strauss.
-
Un placer señora
Strauss. ¿Está convencida de que se quiere hacer la operación?
-
Sí, más o menos,
desde que quedé viuda hace ya dos años he querido darme un caprichito.
-
Oh, cuánto lo
siento.
La señora Strauss era
bastante atractiva pese a la edad que tenía. Se conservaba muy bien aunque ella
dijera lo contrario.
Eleonor contestó a
Alberto.
-
Muchas gracias
pero ya estoy recuperada del todo. Soy una mujer nueva, viuda y con mucha vida
por delante.
-
Claro que sí
señora Strauss.
-
Por favor
doctor, llámeme Eleonor.
-
Está bien,
entonces, Eleonor, llámame Alberto.
-
Como usted diga
Alberto jeje.
Mientras tanto Fernando,
que permanecía junto a la puerta del comedor, sonreía ante la escena que estaba
ocurriendo.
-
Hacen buena
pareja y no parece mala mujer… ¡A por ella papá!-pensaba Fernando-.
A todo esto, Alberto
acompañaba al piso superior a Eleonor.
-
Lo siento,-dijo
Alberto moviendo los labios de forma que sólo su hijo supiera que se comunicaba
con él-.
-
Vale,-contestó
Fernando de la misma forma que su padre haciendo un gesto, además, de teléfono
con la mano.
Para celebrar lo que
había ocurrido, Fernando decidió dar un paseo hasta el cine. No sabía la
cartelera así que miraría por si alguna película le llamaba la atención.
Fernando estaba
pensando en todo lo que acababa de ocurrir cuando, sin darse cuenta, se tropezó
con un hombre.
Este hombre se volvió y
con cara de pocos amigos, comenzó a protestar.
-
Eh, ¡mira por
dónde vas estúpido!
-
Disculpe, no lo
he visto. Lo siento mucho.
-
Tenga más
cuidado la próxima vez hombre.
Fernando se disculpaba
una y otra vez ante la insistencia del hombre.
-
Ya le he dicho
que lo siento mucho. Iba en otra cosa y no lo he visto.
-
Más te vale no
volver a cruzarte otra vez más en mi camino gilipollas.
-
Oiga, un respeto
que yo a usted no le he insultado.
-
¿Te me vas a
poner chulo ahora?
-
Disculpe, pero
el que parece tener ganas de pelea es usted. Ya le he dicho varias veces que lo
siento.
-
Oh, ¿pelea? ¿Has
dicho que quieres pelea hijo de puta?
A Fernando esa última
expresión le hizo que un chip de su cerebro se fundiera y cambiara su actitud
por completo.
-
Retire eso
inmediatamente.
-
Jajaja, perdona,
¿que retire el qué?
-
Lo de hijo de
puta.
-
Ay, el nene de
mamá le molesta que le llame hijo de puta. Pues sí, eres un hijo de puta y a tu
madre me la cojo y me la follo si quiero porque es más puta que las gallinas.
Este hombre era un
brabucón y un provocador. No respetaba nada y tampoco el espacio personal de
cada uno.
Fernando, tras ese
ataque tan gratuito a su difunta madre, le pegó un puñetazo al hombre, que
correspondió abalanzándose sobre él como alma que lleva el diablo. Los
puñetazos y patadas comenzaron a sucederse de uno a otro en plena calle y a la
vista de los demás transeúntes.
Es un momento de
despiste, Fernando aprovechó para lanzarse al cuello del provocador y agarrarlo
para poder dejarle KO pero eso sería una tarea un poco más difícil…
CONTINUARÁ…
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