CAPÍTULO 26
Alberto se levantó, se
puso frente a su hijo y se dispuso a abrazarlo.
-
¿Qué haces? Ni
se te ocurra abrazarme.
-
Pero hijo… Llevo
muchos años sin verte. Creí que habías muerto.
Fernando se separó un
poco más y, con un gesto serio comenzó a hablar.
-
Pues tu culpa
fue.
-
¿Mi culpa? Yo no
fui el que desapareció como por arte de magia.
-
¡¡TÚ DEBERÍAS
HABERME RECOGIDO!! Pero no… tu orgullo era más fuerte que el sentimiento por tu
único hijo, ¿verdad? Te dejaste guiar por esa zorra de tu novia que ahora es tu
mujer. ¡Despierta! Abre los ojos y mírate al espejo porque tienes más cuernos
que el padre de Bambi.
Alberto sonrió
cínicamente.
-
Fernando, esa
mujer a la que acusas es mi esposa y me es fiel.
-
Alberto, es
puta, se ha abierto de piernas una vez, bueno, si fuera una vez…
-
Fernando, no te
consiento que hables de mi esposa así. Es tu madrastra y debes tenerle un
respeto aunque no te guste.
Fernando estalló en ese
momento.
-
¿Me hablas de
respeto? No respetaste las decisiones que yo tomaba de más pequeño, era lo que
tú decías y no había más que hablar. No respetaste que las novias que tenías no
me gustaran, no respetaste que yo te explicara las cosas cuando me mandaste al
internado. ¿Y tú me vas a hablar de respeto? No le cuentes cuentos a quien sabe
la historia.
Alberto se retrasó un
poco y miró a su hijo con cara de culpabilidad.
Fernando en ese momento
se sentía superior, sentía que tenía el control de la situación en ese momento.
-
Aparte, no le
pienso tener respeto a alguien que no me lo tiene a mí. Me hizo la vida
imposible, me amenazó, siempre me estaba pinchando con lo mismo, me amedrentaba
con contarte cosas a ti.
-
Pero Fernando,
esa mujer que tú me estás diciendo no es la que está casada conmigo.
-
¿Ahora tiene una
hermana gemela? No sabía yo eso.
Alberto no sabía lo que
decir.
-
Fernando no me
seas cínico ni irónico que yo no entro por ahí.
-
Lo que yo no
aguanto es que tú te empeñes en creer que la persona con la que te has casado y
te muestra una imagen de ella, no es la que me estuvo extorsionando durante
mucho tiempo y la que te ha puesto los cuernos vete a saber cuántas veces.
A Alberto, las palabras
de su hijo le sonaban a chino, no sabía de qué le estaba hablando. Hasta ese
punto estaba ciego.
En ese momento, hizo su
aparición estelar la susodicha. Con paso firme, se dirigió hacia ambos hombres.
-
Cariño, ¿qué
haces aquí? ¿No ves que estamos hablando?
-
Déjame hablar
ahora a mí mi vida.
Lulú se acercó a
Fernando con una expresión dura.
-
¡¡Que sea la
última vez que me hablas de esa forma!! Esta es MI casa y te guste o no soy la
esposa de tu padre, así que me respetas porque bajo este techo se hace lo que
tu padre y yo digamos, ¿te queda claro inútil?
-
Jajajajajajaja,
perdona que me ría pero que tú me llames inútil me hace gracia. Yo sé que no lo
soy y es lo que cuenta. No sabes nada de mi vida y es lo que te jode.
-
Lo que te jode a
ti es que ya no seas el preferido de papá porque ahora lo soy yo. Yo soy la que
se acuesta con él todas las noches como nadie lo he hecho nunca. ¡Lo amo!
-
Ay madre que me
va a dar algo jajaja. Lo que hay que oír.
Lulú estaba
visiblemente más cabreada y se notaba.
-
Lo que habría
que oírte es a ti cuando Travis te la metió por el culo, ¿te dolió mucho?
-
A ti lo que te
debió doler mucho es aquel esfuerzo que hiciste al acostarte con el director al
insinuársete por ir hecha una puta al instituto, ¿verdad? El miedo que te entró
al sacar yo las fotos con la cámara de Mandy, ¿recuerdas? El tenerlas guardadas
en mi ordenador y saber que en cualquier momento podía enseñárselas a mi padre.
¿Recuerdas ese miedo? ¿Lo recuerdas furcia?
Lulú no pudo aguantar
más la rabia que estaba conteniéndose y agarrando a Fernando comenzó a
guantearle la cara con todas sus fuerzas.
A todo esto, Alberto
observaba la escena sin saber lo que hacer. Tenía una imagen formada de Lulú
que ahora se estaba tambaleando mientras su hijo, tras seis años sin saber nada
de él, había vuelto a aclarar las cosas. Sin embargo, la última acción de su
mujer hizo que Alberto reaccionara.
-
¡¡QUE SEA LA
ÚLTIMA VEZ QUE LE PONES UNA MANO ENCIMA A MI HIJO!! ¿Te enteras? Es mi hijo y
lleva mi sangre, que no os llevéis bien no te da derecho a pegarle porque él ya
no es un crío, tiene 22 años y podría pegarte de la misma forma o incluso más
fuerte, así que no te pases ni un gramo que te lo peso.
Lulú se sorprendió
mucho de cómo había reaccionado Alberto.
-
Tranquilo
cariño.
-
¡Ni tranquilo ni
leches! No quiero volverte a ver cerca de mi hijo en mi presencia nunca más,
¿te queda claro?
-
Sí, sí, pero no
te sulfures.
-
No me digas que
no me enfade porque me voy a enfadar mucho más.
-
Vale, de
acuerdo. Me callaré…
Alberto estaba muy
enfadado, por lo que echó a Lulú de la habitación.
-
Vete de la
habitación que quiero hablar con mi hijo a solas. Luego hablamos tú y yo.
-
Como tú quieras…
Alberto se dirigió a
Fernando, ya solos.
-
Perdóname por lo
que acaba de pasar, ¿estás bien?
-
No pasa nada,
estoy bien.
-
Antes de nada,
quiero pedirte perdón, pero no por lo de ahora, que ya te lo acabo de pedir,
sino por todo lo que ha pasado entre nosotros. Tienes razón en todo lo que has
dicho. He sido un cabezota que se ha dejado guiar por el cabreo del momento sin
dejar tiempo a explicaciones. Llevarte al internado ha sido lo peor que he
podido hacer en mi vida. Desde ese momento, comencé a perderte como hijo.
Fernando se sorprendió
mucho ante estas palabras de su padre.
-
Pues te digo una
cosa, ahora te estoy agradecido yo por haberme mandado allí. Aunque fue una
etapa dura, me ha servido para mucho, así que gracias.
-
Bueno, no me
esperaba esa respuesta, sinceramente. ¿Qué hiciste cuando desapareciste?
-
Estuve bien, no
te preocupes. No me ha faltado de nada y, además, he ido hasta a la
universidad.
-
¿Cómo? ¿De dónde
has sacado el dinero?
-
Te he dicho que
no te preocuparas, he estado en buenísimas manos.
Alberto continuaba
atento a la conversación
-
¿Te acogió
alguien? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿No sabes que denuncié tu desaparición?
-
Me enteré, pero
comprende que no podía decir nada ya que tal y como estabas tú en aquella
época, me hubieras mandado al campamento militar.
-
Uh sí, ya lo
recuerdo… Lo siento tanto.
Fernando miró a su
padre y continuó hablando.
-
Yo soy el que
más lo siente. Te eché mucho en falta en ciertos momentos de mi vida, pero ese
tiempo ya pasó y no hay manera de recuperarlo.
-
Yo me arrepiento
el doble por haberme comportado de esta forma y comprendo tu actitud conmigo.
Es normal que no quieras contarme nada de lo que hiciste en todo este tiempo.
Me lo merezco, pero como padre quiero que me respondas una cosa.
Alberto se puso serio.
-
Dime.
-
¿Has estado
bien?
-
Sí, he vivido
perfectamente, no me ha faltado de nada y como te he dicho, he podido terminar
mi educación e ir a la universidad, así que no te preocupes.
-
¿Y ahora qué vas
a hacer?
-
Pues buscaré un trabajo. Mañana me levantaré temprano y me pondré a ello.
Alberto entonces mostró
entusiasmo.
-
¿Y dónde vas a
vivir? Si quieres, puedo trasladar mis cosas y…
-
No te
preocupes,-interrumpió a su padre-, ya he encontrado un apartamento que está
bastante bien.
-
Y bueno, por el
trabajo tampoco te preocupes, si quieres puedo hablar con unas amistades y
darte un buen empleo.
-
No te preocupes,
quiero buscarme la vida yo solo con mis posibilidades. Muchas gracias por tus
ofrecimientos, pero quiero hacerlo yo solo.
-
Te entiendo
perfectamente. ¿Sigues teniendo la llave de la casa?
-
Sí, ¿por?
-
Quiero que la
sigas manteniendo y que te llegues aquí cuando te dé la gana. Quiero
demostrarte que todavía puedo mejorar como padre.
-
Gracias, de
verdad. Ahora me voy, que se me ha hecho tarde. ¡Hasta pronto!
-
Adiós hijo.
Fernando salió y se
encontró a Lulú frente a la puerta. Los dos se miraron sin abrir la boca.
-
Guarra…-pensaba
Fernando mientras la veía con cara agria-.
Fernando cogió el metro
y se fue hacia su nueva casa, entró en el portal y llamó al ascensor.
Subía a su piso por
segunda vez y aún estaba nervioso porque no se hacía la idea de que ese
apartamento era suyo, era su casa.
Entró por la puerta
sonriendo y mirando su pisito. Le encantaba poder decir que era suyo y de nadie
más.
No era nada del otro
mundo pero para una sola persona era más que suficiente.
Se sentó en el sofá y
se puso a ver la tele tranquilamente.
Luego se hizo la cena y
se acostó. Al día siguiente sería un día duro y necesitaba descansar.
Lo primero que hizo al
despertarse, fue desayunar, vestirse y coger la bici para irse a buscar
trabajo.
Llegó al complejo
científico y dejó su currículum por si podían cogerlo.
-
Ojalá tenga
suerte,- pensaba Fernando-.
Luego, fue a casa y se
duchó, ya que estaba sudando por el viaje en bici. Luego pidió un taxi y se fue
a la graduación donde le daban por fin el título. Estaba muy contento.
Cuando se quitó el
gorro y dejó la túnica, recibió una llamada de un número desconocido.
-
¿Diga?
-
¿Es usted
Fernando Rodríguez?
-
Sí, ¿quién es?
-
Verá, le
llamamos de…
CONTINUARÁ…
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