Habían pasado tres días desde que Hugo se fuera de casa y su madre
estaba de los nervios. No sabía a quién preguntar, a dónde ir que
no hubiera ido ya y se sentía completamente impotente en casa, ya
que su hijo tampoco le contestaba las llamadas. ¿Se había escapado
o le había pasado algo peor?
- Merche, tu hijo está bien. Se ha escapado como hacen muchos
adolescentes, seguro que en unos días volverá.
- No quiero que vuelva en unos días. Quiero que vuelva hoy. ¿Y si
se ha ido con su padre?
- ¿Con ese desgraciado? ¿Cuánto tiempo hace que no ve o se
preocupa por su hijo? ¿Lo va a aceptar ahora en su casa? No me hagas
reír.
Pero Mercedes, desesperada ya, era capaz de creer cualquier cosa.
- No lo sé, Fede. Yo ahora mismo me creo cualquier cosa que me
digan.
- Pues créeme cuando te digo que tu hijo está en perfectas
condiciones. ¡No te preocupes!
- ¡Pero es que es mi hijo, no el tuyo!-le gritó Mercedes dejando en
completo silencio a Fede-. Perdóname cariño, estoy muy nerviosa.
- No pasa nada cielo. Sé que son momentos duros, yo también lo
estoy pasando mal… He criado a ese niño como si fuera mi hijo y
veo cómo nos lo paga… De la forma que te está tratando…
Mercedes, como si no estuviera escuchando a su marido, le cortó para
volver a hablar de nuevo.
- Voy a llamar a Ricardo.
- Cariño, no,-aconsejó Fede-.
- No. Voy a llamarlo y le voy a decir que venga para contarle todo.
- ¡Ese no va a pisar la casa! ¡Lo tiene prohibido!
- ¡Es MI casa, Fede! Y es el padre de Hugo… nos guste o no.
- Tú sabrás Merche…
Sacando su teléfono, Mercedes buscó el contacto de su ex-marido y
lo llamó esperando impaciente a que cogiera el teléfono y, justo
cuando creía que no contestaría, Ricardo descolgó el teléfono.
- ¿Diga?
- Ricardo, soy Mercedes.
- Pero qué oyen mis oídos… ¿Estoy… estoy soñando?
- No Ricardo, necesito que vengas aquí urgentemente.
- ¿Dónde? ¿A tu casa? ¿Y que me denuncies por haberme saltado la
prohibición de acercarme? Ni hablar. Dile a ese muñeco Ken que
tienes por marido que puede estar tranquilo.
- ¡Es Hugo, joder!-gritó desesperada echándose a llorar-.
En cuanto Ricardo escuchó a su ex-mujer hablarle así, su tono
cambió radicalmente y en menos de 20 minutos ya se había plantado
en la puerta. Tantos años después y allí estaba de nuevo… A
Ricardo le parecía mentira y cruzaba los dedos para que no fuera
ninguna treta orquestada por ellos.
Fede fue quien abrió la puerta y dejó pasar a Ricardo.
- Hombre guaperas. Veo que te has cortado el pelo…
- Sí, ya vamos teniendo una edad, y hay que cuidarse. Mira, igual tú
deberías hacerlo un poco más ¿cierto?
- Oye, ¿eso que tienes ahí en la barba es una cana?
- ¿Una cana? ¿Dónde?
Riéndose de Fede en su propia cara, Ricardo pasó y contempló el
cambio que había dado su antigua casa desde que se marchase de allí.
- Veo que le habéis dado un lavado de cara a la casa.
- Sí, la verdad es que le hacía falta. No sé quién fue el que
tuvo tan mal gusto pero bueno…
- Pues a mí no me lo cuentes, eso díselo a tu mujercita, que fue la
que lo decoró. Y hablando del rey de Roma, ¿dónde está?
- En el salón.
Pasando al salón, Fede dejó a Ricardo a solas con Mercedes a
regañadientes, ya que no le hacía ni una pizca de gracia, pero ella
se había empeñado y no tenía ganas de discutir.
- Hola Mercedes… Cuánto tiempo. Estás muy guapa.
- Vaya Ricardo… Muchas gracias. Veo que has adelgazado desde la
última vez que nos vimos.
- He empezado a cuidarme un poco, porque desde que volví de mi viaje
por Nueva York… Negocios, no placer, pero allí se come fatal. ¿Y
el niño? ¿Está por aquí? Tengo ganas de verlo.
- Bueno, por eso te he llamado… No está.
- ¿Cómo que no está?-quiso saber Ricardo que, con esta pregunta,
le dejó claro a Mercedes que Hugo no estaba con él-.
- Es que… Para que entiendas todo tengo que remontarme al año
pasado.
- Coño, ¿tanto?
- Sí…
- Bueno, pues adelante.
Suspirando, Mercedes procedió a contarle todo a Ricardo.
- A ver… Te lo voy a intentar resumir porque no es nada fácil…
El año pasado Hugo comenzó a bajar sus notas y sus profesores me lo
dijeron, yo le decía que estudiara pero él parecía estar en otro
mundo y justamente cuando me fui con Fede de viaje para celebrar
nuestro aniversario, a los pocos días me llama el director
diciéndome que se había metido en una pelea con otros tres
compañeros y que a todos los habían expulsado del centro.
- ¿Expulsado?
- Sí, y entonces Fede me dijo…-continuó relatando Mercedes-.
- Cómo no, tenía que aparecer el muñeco en la conversación…
- Pues Fede me dijo que Hugo se había desmadrado y que había que
tener
mano dura con él y decidimos mandarle a un internado este curso.
- A un internado… Entiendo.
- Cuando se lo dijimos, Hugo puso el grito en el cielo y no nos habló
hasta que se fue y ni siquiera se despidió de nosotros. Eso… me
dolió mucho a mí y no paraba de llorar cada día arrepentida por lo
que había hecho.
- Pero… Porque después de esa frase tiene que ir un pero.
- Sí… Pero Fede me ayudó a superar ese dolor y juntos decidimos
reformar partes de la casa y cambiamos la habitación del niño por
un despacho. En resumidas cuentas, cuando volvió a casa hace unos
días vinieron
a mi memoria todos esos sentimientos y lo
mal que me lo hizo pasar y… lo que me salió decirle fue que era
igual que tú.
- O sea, que ahora decirle a Hugo que se parece a mí es un insulto…
Genial. ¿Y qué pasó? Al grano Mercedes, ¿dónde coño está Hugo?
- ¡No lo sé! Es la cosa, que me dijo que había quedado y de eso
hace ya tres días y no lo encuentro por ninguna parte. Por eso ha
sido llamarte a ti…
- A ver si lo he entendido bien, porque es mucha información en muy
poco tiempo… Expulsan del instituto a Hugo, lo mandas a un
internado, le quitas su habitación y luego no le diriges la palabra,
después desaparece, ¿y el último en enterarse soy yo?
Ricardo se levantó del sofá bastante cabreado y respirando
agitadamente intentando calmarse a sí mismo. Una parte de él quería
reprochárselo todo, pero la otra parte le decía que Mercedes estaba
teniendo suficiente como para echarle más leña encima.
- Mercedes…-dijo Ricardo suspirando-. Yo no sé dónde está Hugo,
pero te prometo que haré mis averiguaciones. Me he vuelto a instalar
en el barrio ahora que he vuelto de Nueva York, ¿sabes? Tengo ahora
mismo un largo periodo…-comenzó a decir justo cuando se paró-.
Bueno, digamos que mi regreso es permanente aquí.
- Oh, me alegro.
- Gracias… Como te he dicho, buscaré al niño y te avisaré con
cualquier novedad pero, también te digo que, si lo encuentro, lo que
queda de verano Hugo se quedará conmigo COMO MÍNIMO. Creo que… le
vendrá bien cambiar de aires. ¡Ah! Y… gracias por avisarme.
En cuanto volvió su cara para mirar al frente se encontró con Fede,
quien había estado oyendo toda la conversación escondido desde la
entrada.
- Anda, pero mira a quién tenemos aquí,-dijo Ricardo-, si es el
espía frustrado…
- Qué huevos tienes, Ricardo.
- Muy bonitos y bien puestos, gracias.
- Decirle eso a Merche, sabiendo que está hundida por la
desaparición de su hijo.
- NUESTRO hijo, que no se te olvide chaval. Mira muñeco, te voy a
decir las cosas muy claras y contigo no me voy a callar porque no te
trago desde el primer día que entraste por esa puerta: no seré el
padre del año, he fallado como tal con mi hijo y no he estado con él
cuando debería, no puedo negar las evidencias. Pero también te digo
que le quiero como el que más, mucho más de lo que tú querrás a
nadie en tu puta vida.
- ¿Y tú qué sabrás de querer? No supiste aguantar al lado de
Merche cuando era tu mujer, tampoco la de la furcia con la que la
engañabas, ni has sabido cuidar a tu hijo cuando tuviste la
oportunidad… ¿Y te permites el lujo de darme lecciones de querer?
¿Tú? Que a tus… ¿qué años tienes? ¿48? ¿50?, estás solo
porque nadie te soporta, ni tú mismo. Así que hazle un favor a la
humanidad y piérdete.
Acercándose más a Fede, Ricardo lo miró directamente a los ojos.
- ¿Me vas a pegar?-preguntó Fede-. Adelante, sé que lo estás
deseando.
- No muñeco, no te voy a pegar aunque me muera de ganas por hacerlo.
Y si me permites, te diré algo…
- Uh, de un sabio hombre ilustrado como tú lo que sea.
- Sé de qué pie cojeas y veo tu mano negra detrás de todo esto.
- ¿Mi mano negra? ¿De qué cojones estás hablando?
- Bien jugado esta vez, pero no te saldrás con la tuya. Te lo
prometo Frodo.
- Me llamo Fede. Ahora largo de aquí.
Sonriendo, Ricardo pasó junto a Fede y se despidió de él en un
tono bastante animado.
- Hasta pronto, Federico…
Al llegar a la casa, Ricardo comenzó llamando a su hijo quien,
sorprendentemente, le contestó casi al instante.
- Hola hijo.
- ¿Papá?
- Sí, el único que tienes. ¿Esperabas a otra persona?
- No, no. Es que… Papá, llevo meses sin saber nada de ti.
- Lo sé, te lo explicaré todo, te lo prometo. ¿Por qué no te
vienes a mi casa y charlamos? He vuelto al barrio y estoy
prácticamente estrenando este sitio.
- Va… vale.
- Estupendo. ¿Esta tarde?
En cuanto Ricardo cortó la llamada con su hijo, seguidamente llamó
a Mercedes para contarle que había contactado con él y que lo había
escuchado bien. No quiso decirle nada al muchacho de que había
hablado con su madre por no levantar sospechas hasta tenerlo cara a
cara esa tarde. Respirando más tranquila, Mercedes se relajó y un
par de horas después, Hugo se presentó en casa de su padre tal y
como habían quedado por teléfono.
Abriendo la puerta, Ricardo se sorprendió al ver a su hijo tan
mayor.
- Pero bueno… ¡Qué grande y guapo estás! Pasa hijo. Te he echado
mucho de menos.
Y sin pensarlo, Ricardo abrazó a Hugo, quien respondió al abrazo
con las mismas ganas que él.
Haciéndolo pasar, Ricardo comenzó a hablar de temas menos
importantes para romper el hielo.
- ¿Qué te parece la casa?
- Está guay.
- Muchas gracias. Como te he dicho por teléfono, he vuelto aquí y
esta vez es para siempre.
- ¿Lo dices en serio?
- Sí, pasemos al comedor y charlemos.
Sentándose uno frente al otro, ambos comenzaron a hablar.
- Resulta que el año pasado contactó conmigo una empresa de viajes
internacionales porque estaba interesada en el negocio familiar. Ya
sabes que con el tiempo ha ido creciendo y adquiriendo cierta fama,
así que me dijeron de reunirnos en la sede principal: Nueva York.
- ¿Has tenido que ir hasta allí?
- Sí Hugo, y no sabes la que me dio al mirar abajo desde el piso 84
del edificio donde me subí. Casi me da un patatús. En resumidas
cuentas, esta empresa nos ha absorbido y ahora no me tengo que
encargar de absolutamente nada. Tengo personas a mi cargo que me
darán informes detallados semanalmente, pero yo ya puedo decir con
total tranquilidad que estoy jubilado, por así decirlo.
- ¿Y no tendrás que viajar más?
- Jamás. Bueno, tal vez una vez al año pero, ¿qué son un par de
días al año si tenemos 363 restantes para disfrutar de la compañía
del otro?
Hugo se alegraba mucho por su padre, pero no se terminaba de creer
del todo que su padre fuera a quedarse en casa.
- ¿Y tú qué tal Hugo? ¿Cómo te va todo?
- Puf pues… Buena pregunta papá. No tengo ni idea.
- Bueno, pues cuéntale a tu padre lo que te pasa y a ver si su
experiencia te puede servir de algo.
- Es que, para que todo tenga sentido te tengo que empezar a contar
desde el año pasado.
- Coño, acabo de tener un “déjà vu”. Parece que esto lo
hubiera vivido antes… Bueno, sigue hijo, perdona.
- Para que no se haga muy largo y pesado… En el instituto, Fernando
Molina comenzó a pegarme y a darme palizas sin parar, a reírse de
mí y a hacerme la vida imposible. Mis notas comenzaron a bajar y un
día que me estaba pegando, vino mi hermana para defenderme y la pegó
a ella. Entonces reaccioné y le zurré a él. Total, que nos echaron
a todos del instituto.
- ¿A tu hermana también?
- No, a ella la castigó mamá durante una larga temporada y a mí se
encargó de desterrarme a un internado. Lo que mamá no sabía, ni
sabe porque no me ha dejado decírselo, era que ha sido lo mejor que
me ha podido pasar en la vida.
Comenzando a sonreír, Ricardo miró a su hijo con incredulidad.
- ¿Estás de coña? ¿Después de todo lo que me has contado?
- Sí y después de muchas más cosas que han pasado allí que no
vienen a cuento, pero papá, en serio. Ese sitio es genial y la gente
que he encontrado allí… Espectacular. Pero ahora mamá no me
dirige la palabra, me ha quitado el cuarto y lo ha convertido en un
despacho…
- Vaya, que te sientes echado de tu propia casa. Más o menos como yo
cuando me divorcié de tu madre…
- Pues… sí.
Poniéndose más serio, Ricardo continuó hablando.
- Entonces eso se va a acabar porque a partir de ahora en adelante
vivirás conmigo. No pienso consentir que nadie te haga sentir
inferior, ni que te traten como lo están haciendo.
- Papá, no puedo… Mamá…
- Mamá sabe todo lo que te estoy diciendo,-intervino Ricardo
interrumpiendo a su hijo-. He hablado con ella y estoy al tanto de
todo. Y tengo que decirte que te entiendo, por eso no te voy a
atosigar a preguntas sobre dónde has estado estos días. Soy el
primero que entiende por lo que estás pasando, créeme. Y ahora que
vas a vivir conmigo van a cambiar muchas cosas: se acabó eso de
tenerte encerrado como a un preso en un internado en el que te metió
el imbécil de Fede, no tu madre. Ese tío es quien está detrás de
todo esto. Y te prometo que conmigo nadie te va a arrancar del lugar
al que perteneces, hijo. Voy a luchar por ti siempre, ¿me oyes?
Siempre.
Levantándose, Ricardo condujo a su hijo hasta la que sería su
habitación a partir de ahora.
- Como ves, he pensado en todo. Tienes tu cama, un ordenador y ropa
guardada en los cajones. Tu madre ha sido quien la ha traído en
persona aquí.
- Papá, esto está muy bien, pero yo no puedo quedarme.
- ¿Prefieres quedarte con tu madre y el estúpido maniquí que te ha
tratado siempre como un estorbo?
- No, para nada, pero…
- Entonces no se hable más. Voy a preparar la cena.
Cerrando la puerta, Ricardo dejó a solas a su hijo, quien llamó a
Marta para contarle lo sucedido.
- Hola cariño, ¿qué tal con tu padre?
- Bien pero… Es todo muy raro.
- ¿Qué ha pasado?
- Básicamente me ha obligado a vivir con él y me ha dicho que a
partir de ahora no tendré que ir más al internado. Que incluso ha
hablado con mi madre y que ésta le ha traído mi ropa personalmente…
Estoy flipando, te lo juro.
- ¿Y le has dicho a tu padre que tú quieres ir al internado?
- ¡Claro! A ver, se lo quería decir pero es que no me ha dejado
hablar. Otro como mi madre… Si es que por algo se casaron una vez…
Quedándose en silencio, Hugo comenzó a pensar algo.
- ¿Hugo? ¿Estás ahí?
- Sí, sí. Es que se me ha ocurrido una idea…
- No me gusta cómo está sonando eso. Hugo, hazme caso y habla con
tu padre. Explícale todo y seguro que te entiende.
- No Marta. Estoy cansado de que todo el mundo me maneje a su antojo.
Desde pequeño fui el arma arrojadiza de mis padres para echarse
mierda entre ellos y ahora igual. ¿Y yo qué? ¿Nadie piensa en mí?
- Claro que sí, no digas eso. Yo pienso en ti y quiero lo mejor para
ti.
- Por eso esta misma noche estaré contigo de nuevo.
Tras cenar y ver un rato la televisión, Ricardo dijo que estaba
cansado y que quería irse a la cama. Tras darse las buenas noches,
Hugo se metió en su habitación mientras que su padre se aseaba en
el baño. En cuanto escuchó la puerta del servicio, Hugo salió
despacio del cuarto y vio a su padre encaminarse al dormitorio.
Yendo hasta la puerta principal, Hugo se dio cuenta de que la llave
estaba echada y no sabía dónde guardaba su padre las llaves.
¡Mierda!
Hugo comenzó a recorrer la casa guardando el mayor silencio posible.
Descubriendo que había una puerta que daba al jardín trasero,
intentó abrirla sin suerte. Cada vez quedaban menos habitaciones por
investigar y las opciones se le agotaban.
Pero finalmente, la puerta de la cocina estaba abierta. ¡Bingo!
Ahora podía irse de allí para comenzar a vivir la vida que él
realmente quería y no la que sus padres le imponían sin escucharle
a él en ningún momento.
Hugo miró a su padre desde el exterior convencido de que las
intenciones de su padre eran muy buenas, pero tanto él como su madre
se preocupaban tanto por el control de todo, que se olvidaban que él,
Hugo Solanas, era un muchacho de casi 18 años, a falta de unos tres
meses para cumplirlos, y al que nadie le había preguntado en ningún
momento. La decisión de abandonar a su familia era dura, pero no
veía más opción que aquella para ser feliz…
CONTINUARÁ…
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