miércoles, 3 de junio de 2020

Capítulo 23 || The Mirror

 Marta se reunió con Hugo en la ciudad, pero en lugar de ir a la casa de ella, se subieron a un autobús que les dejó en un paraje precioso, rodeado de mar y con playas de arena blanca. Por el camino, Marta le contó que había hablado con sus padres y, para compensar todo lo que estaba pasando Hugo, le habían dicho que se podían ir a una casa que tenían en la playa para desconectar, disfrutar del verano y estar más a su aire.


 Al llegar allí, Hugo volvió a abrazar a Marta.
- No sabes lo que te agradezco que me hayas ayudado en todo esto. Sé que no estoy actuando como se esperaría de mí, pero no quiero cumplir las expectativas de nadie, sino las mías propias.
- Cielo, nadie te va a pedir nada que no puedas hacer. Entiendo tu punto de vista, has pasado por mucho y no es fácil sobrellevar todo esto que estás viviendo. Por eso, ahora más que nunca estoy contigo, porque te quiero y no me gusta verte mal.
- Oh Marta, no sé lo que haría si no estuvieras conmigo…


 Viendo un bar que había por allí, decidieron entrar y refrescarse un poco, ya que en ese lugar se notaba que el calor apretaba mucho más que en la ciudad y ellos habían ido con demasiada ropa puesta.


 Sentándose en la barra, una muchacha los atendió amablemente.
- Muy buenas, ¿sois nuevos por aquí?
- Eh, sí, más o menos,-contestó Marta-.
- Me lo imaginaba, porque si no no habríais venido vestidos de esa forma.
- ¿Tanto se nota?
- Despintáis más que un calcetín rojo en una lavadora de ropa blanca. Pero bueno, ¿queréis tomar algo?
- Una cerveza,-respondió Marta-.


 Sirviéndole la cerveza, Marta dio un buen primer trago.
- Oh, qué fresquita y buena está. ¿Tú no tomas nada Hugo?
- Es que no he probado nunca la cerveza.
- ¿Cómo? ¡Otra cerveza por aquí!


 En cuanto Hugo dio el primer trago, comenzó a quejarse de lo mala que estaba.
- Pero por Dios, ¿cómo te puede gustar esto? Si está asqueroso, Marta.
- Jajajaja, a mí me pasó lo mismo Hugo. Yo casi vomito la primera vez y mírame ahora, me las bebo dobladas.
- No sé si me llegaré a acostumbrar a esto…


 Tras tomarse la cerveza, Marta y Hugo se despidieron de la muchacha y se fueron hacia la casa de Marta, donde de pequeña veraneaba con sus padres más a menudo que ahora.
- ¿Esto es vuestro?-preguntó Hugo-.
- Sí, lo que pasa es que normalmente la tenemos alquilada para ganar algo de dinerillo extra.
- Es una pasada el sitio…


 Cuando entraron, Marta sonrió nostálgica al recibir un montón de recuerdos a su memoria mientras que Hugo seguía flipando.
- Qué guay está la casa, Marta. Yo creo que voy a pasar del internado y me quedo a vivir aquí para siempre.
- Ah bien, ¿y qué vas a hacer para ganarte la vida?
- Pescar, como hacían antiguamente.
- Jajaja, ya claro.


 Sintiendo cómo el sudor se les estaba pegando por todas partes, decidieron cambiarse de ropa y colocarse los bañadores para estar más fresquitos después de darse una ducha. Completamente agradecido, Hugo comenzó a besar a Marta sin parar apenas para respirar.


 Mirando el reloj, se dieron cuenta de que era casi la hora del almuerzo, por lo que Hugo decidió preparar una ensalada fresquita para comer.
- ¿Necesitas que te eche una mano, Hugo?
- No cielo, es una ensalada, no un bistec con salsa de almendras dorado a 180º con patatas a lo pobre.
- Jajaja, vale, yo me salgo al porche un rato.


 Saliendo fuera, Marta contempló las vistas que había desde allí y respiró hondo, llenando sus pulmones de ese aroma salado a mar que llevaba tanto tiempo sin oler. Ya no recordaba la última vez que había ido allí con sus padres y su hermano, pero lo importante es que ahora estaba allí con Hugo y crearía nuevos recuerdos en esas cuatro paredes.


 Entrando de nuevo, Marta vio cómo Hugo se quejaba.
- Me cago en la puta, qué dolor.
- ¿Qué te ha pasado?
- Nada, que me he cortado con el puto cuchillo.
- ¿Te ayudo?
- No, esto ya se ha convertido en un reto personal.
- Jajaja vale Arguiñano, te dejo a lo tuyo.


 Marta se quedó embobada mirando a Hugo mientras que éste terminaba de preparar la ensalada sin ser consciente de la penetrante mirada que le estaba echando su novia. Marta todavía no podía creer cómo nadie había sido capaz de ver y conocer a Hugo como realmente era, ya que su novio era uno de los seres humanos más maravillosos con los que se había encontrado Marta a lo largo de su vida.


 En cuanto Hugo terminó de preparar la comida, sirvió la ensalada en un par de cuencos y se pusieron a comer tranquilamente.
- Oye, pues está muy buena. Te ha quedado genial.
- Ay gracias. Me he acordado de cómo la hacía mi madre y he intentado seguir los pasos que ella hacía cuando la observaba cocinar.
- Pues está buenísima Hugo.


 Justo después de comer y antes de comenzar a hacer la digestión, Marta invitó a Hugo a darse un chapuzón y relajarse en el mar, tomar el sol y disfrutar de ese sitio tan maravilloso.


 Entrando rápidamente en el agua, Marta miró a Hugo, quien permanecía en la orilla.
- ¿Qué haces que no te metes?
- Estoy viendo si el agua está buena.
- Hugo, no me seas abuelo y métete. Aquí el agua siempre está a buena temperatura.


 Haciéndole caso, Hugo se metió en el agua y confirmó lo que le había dicho Marta.
- Cierto, está buenísima.
- ¿Ves? Te lo dije,-dijo Marta justo cuando escuchó una voz-. Hugo, ¿has oído eso?
- ¿El qué?-preguntó sin saber a qué se refería Marta-.
- ¿Hola?-se escuchó una voz en la orilla-.
- Ya voy yo,-dijo Marta saliendo del agua-.


 Saliendo rápidamente, Marta subió las escaleras que daban al porche delantero de la casa y vio a dos personas de espaldas a ella.
- Hola, ¿qué desean?-preguntó Marta-.


 Pero, dándose la vuelta uno de ellos, Marta se quedó boquiabierta.
- Pero… ¡Abraham! ¿Qué haces aquí?
- Vivimos en la casa de al lado, Marta. ¿Qué haces tú aquí?
- Vivo aquí, bueno, esta casa es de mis padres y veraneamos aquí.
- Ah, qué guay. Qué coincidencia.


 Sin poderlo evitar, ambos se abrazaron contentos de volver a verse después de tan poco tiempo.
- ¿Y qué te trae por aquí?
- Pues Hugo.
- ¿Hugo? ¿Está aquí?
- Sí, he venido con él.
- Ah vale, es que como has dicho que esto es de tus padres creí que habrías venido con ellos.


 Llegando Diana en ese momento, le dio una palmada en el culo a Marta.
- Muy buenas Martita.
- Ey Diana. ¿Cómo habéis sabido que estábamos aquí?
- En este sitio las noticias vuelan y la muchacha del bar es amiga mía así que… Os he traído algo para daros la bienvenida.
- Ay, no hacía falta.
- Nada mujer, es una tontería de nada. ¿Dónde lo puedo dejar?
- Venid, entrad en la casa y así la veis también.


 Saliendo del agua, Hugo se dirigió hacia la casa y saludó a la mujer que acompañaba a sus profesores.
- Buenas tardes,-saludó Hugo-.
- Hola joven. Soy Clotilda, la madre de Diana.
- Yo Hugo, encantado.


 Abriendo la puerta, Marta fue la primera en entrar, seguida de Abraham y Diana.
- Diana, ¿son todos tus alumnos así de guapos?-preguntó Clotilda-.
- Sí, más o menos.
- Pues qué suerte. Quién tuviera algunos años menos…


 Pasando al interior, Diana y Hugo se abrazaron también.
- ¿Cómo estás Hugo?
- Bien, bien.
- ¿Estás seguro? Te noto algo tristón.
- Bueno, es que no está siendo un buen momento para mí y… es duro.


 Marta comenzó a charlar con Clotilda dándose cuenta, desde el primer momento, de que físicamente Diana se parecía a ella, pero no era para nada igual de simpática que su hija.
- ¿Y qué os ha traído por aquí?-preguntó Clotilda-.
- Pues vacaciones, desconectar un poco de la rutina y eso.
- ¿Sin vuestros padres? ¿No sois muy jóvenes para estar los dos solos?


 En el interior, Abraham se había unido a la conversación.
- ¿De qué estáis hablando?-preguntó el recién incorporado-.
- ¿No notas a Hugo un poco más decaído, Abraham?
- Pues… Sí, ahora que lo dices sí. ¿Qué te pasa?
- Mi vuelta a casa no ha sido como la esperaba y… No sé, es todo muy confuso.


 Entrando Marta en casa, resopló un momento antes de dirigirse a Diana.
- Oye Diana, ¿tu madre no es un poco…?
- La palabra es pesada,-contestó Abraham-.
- A mi madre hay que echarle de comer aparte, así que no le hagas mucho caso.
- ¿Ha empezado a interrogarte y a dirigir tu vida ya o se ha esperado un poco más?-le preguntó Abraham a Marta-.
- El interrogatorio me lo ha hecho, sí.
- Lo sabía, es que tu madre no lo puede evitar, Diana.


 Riéndose, Diana contestó.
- Es mi madre, ¿qué le hago? Suficiente tengo yo con sufrirla cada día.
- Pudiendo irse a una casa que tiene “en tierra firme” como ella misma dice,-comentó Abraham-. No sé por qué no se va y nos deja tranquilos de una vez.
- Porque ya sabes que esa casa le trae recuerdos de mi padre cuando vivía.
- No cariño, si no se va allí es porque quiere manejar el cotarro como ha hecho siempre.


 Negando con la cabeza, Diana miró a Hugo y se dirigió a él.
- Bueno Hugo, ¿qué te ha pasado? Así cambiamos de tema…
- Pues lo que pasa es que llegué a casa y mi cuarto ha desaparecido. Mi madre y su marido lo han remodelado y convertido en un despacho precioso para ella. Cuando he querido hablar con ella no me dejó y comenzó a gritarme.
- Vaya, lo siento mucho Hugo…-dijo Diana-.
- La cosa es que me he fugado de casa y me fui con Marta a la suya, pero mi padre me llamó y me dijo que me quedara a vivir con él, que había hablado con mi madre y que ya no tendría que huir ni meterme en ningún internado. Le intenté explicar que me gusta ese sitio, pero tampoco me quiso escuchar.
- Y te volviste a escapar,-dijo Abraham-.


 El ambiente se había vuelto más serio al contar Hugo lo que le había pasado.
- Exacto,-contestó Marta interviniendo en la conversación-. Por eso mis padres me dijeron de podíamos venirnos aquí y estar más a nuestro aire. Que ahora lo que necesita Hugo es espacio y sentirse libre.
- Pero es que…-comenzó a decir Diana sin estar convencida del todo-. Hugo, te comprendo y sé por lo que estás pasando. Yo también me escapé cuando era una cría, pero huir no es la solución, te lo digo yo.
- Lo sé, pero no podía estar más encerrado en cuatro paredes donde nadie me entiende, o no me quieren entender ni tampoco escuchar.
- El problema es que todavía eres menor y no puedes irte de casa… Te vas a buscar un problema Hugo…


CONTINUARÁ…

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