Marta se reunió con Hugo en la ciudad, pero en lugar de ir a la casa
de ella, se subieron a un autobús que les dejó en un paraje
precioso, rodeado de mar y con playas de arena blanca. Por el camino,
Marta le contó que había hablado con sus padres y, para compensar
todo lo que estaba pasando Hugo, le habían dicho que se podían ir a
una casa que tenían en la playa para desconectar, disfrutar del
verano y estar más a su aire.
Al llegar allí, Hugo volvió a abrazar a Marta.
- No sabes lo que te agradezco que me hayas ayudado en todo esto. Sé
que no estoy actuando como se esperaría de mí, pero no quiero
cumplir las expectativas de nadie, sino las mías propias.
- Cielo, nadie te va a pedir nada que no puedas hacer. Entiendo tu
punto de vista, has pasado por mucho y no es fácil sobrellevar todo
esto que estás viviendo. Por eso, ahora más que nunca estoy
contigo, porque te quiero y no me gusta verte mal.
- Oh Marta, no sé lo que haría si no estuvieras conmigo…
Viendo un bar que había por allí, decidieron entrar y refrescarse
un poco, ya que en ese lugar se notaba que el calor apretaba mucho
más que en la ciudad y ellos habían ido con demasiada ropa puesta.
Sentándose en la barra, una muchacha los atendió amablemente.
- Muy buenas, ¿sois nuevos por aquí?
- Eh, sí, más o menos,-contestó Marta-.
- Me lo imaginaba, porque si no no habríais venido vestidos de esa
forma.
- ¿Tanto se nota?
- Despintáis más que un calcetín rojo en una lavadora de ropa
blanca. Pero bueno, ¿queréis tomar algo?
- Una cerveza,-respondió Marta-.
Sirviéndole la cerveza, Marta dio un buen primer trago.
- Oh, qué fresquita y buena está. ¿Tú no tomas nada Hugo?
- Es que no he probado nunca la cerveza.
- ¿Cómo? ¡Otra cerveza por aquí!
En cuanto Hugo dio el primer trago, comenzó a quejarse de lo mala
que estaba.
- Pero por Dios, ¿cómo te puede gustar esto? Si está asqueroso,
Marta.
- Jajajaja, a mí me pasó lo mismo Hugo. Yo casi vomito la primera
vez y mírame ahora, me las bebo dobladas.
- No sé si me llegaré a acostumbrar a esto…
Tras tomarse la cerveza, Marta y Hugo se despidieron de la muchacha y
se fueron hacia la casa de Marta, donde de pequeña veraneaba con sus
padres más a menudo que ahora.
- ¿Esto es vuestro?-preguntó Hugo-.
- Sí, lo que pasa es que normalmente la tenemos alquilada para ganar
algo de dinerillo extra.
- Es una pasada el sitio…
Cuando entraron, Marta sonrió nostálgica al recibir un montón de
recuerdos a su memoria mientras que Hugo seguía flipando.
- Qué guay está la casa, Marta. Yo creo que voy a pasar del
internado y me quedo a vivir aquí para siempre.
- Ah bien, ¿y qué vas a hacer para ganarte la vida?
- Pescar, como hacían antiguamente.
- Jajaja, ya claro.
Sintiendo cómo el sudor se les estaba pegando por todas partes,
decidieron cambiarse de ropa y colocarse los bañadores para estar
más fresquitos después de darse una ducha. Completamente
agradecido, Hugo comenzó a besar a Marta sin parar apenas para
respirar.
Mirando el reloj, se dieron cuenta de que era casi la hora del
almuerzo, por lo que Hugo decidió preparar una ensalada fresquita
para comer.
- ¿Necesitas que te eche una mano, Hugo?
- No cielo, es una ensalada, no un bistec con salsa de almendras
dorado a 180º con patatas a lo pobre.
- Jajaja, vale, yo me salgo al porche un rato.
Saliendo fuera, Marta contempló las vistas que había desde allí y
respiró hondo, llenando sus pulmones de ese aroma salado a mar que
llevaba tanto tiempo sin oler. Ya no recordaba la última vez que
había ido allí con sus padres y su hermano, pero lo importante es
que ahora estaba allí con Hugo y crearía nuevos recuerdos en esas
cuatro paredes.
Entrando de nuevo, Marta vio cómo Hugo se quejaba.
- Me cago en la puta, qué dolor.
- ¿Qué te ha pasado?
- Nada, que me he cortado con el puto cuchillo.
- ¿Te ayudo?
- No, esto ya se ha convertido en un reto personal.
- Jajaja vale Arguiñano, te dejo a lo tuyo.
Marta se quedó embobada mirando a Hugo mientras que éste terminaba
de preparar la ensalada sin ser consciente de la penetrante mirada
que le estaba echando su novia. Marta todavía no podía creer cómo
nadie había sido capaz de ver y conocer a Hugo como realmente era,
ya que su novio era uno de los seres humanos más maravillosos con
los que se había encontrado Marta a lo largo de su vida.
En cuanto Hugo terminó de preparar la comida, sirvió la ensalada en
un par de cuencos y se pusieron a comer tranquilamente.
- Oye, pues está muy buena. Te ha quedado genial.
- Ay gracias. Me he acordado de cómo la hacía mi madre y he
intentado seguir los pasos que ella hacía cuando la observaba
cocinar.
- Pues está buenísima Hugo.
Justo después de comer y antes de comenzar a hacer la digestión,
Marta invitó a Hugo a darse un chapuzón y relajarse en el mar,
tomar el sol y disfrutar de ese sitio tan maravilloso.
Entrando rápidamente en el agua, Marta miró a Hugo, quien
permanecía en la orilla.
- ¿Qué haces que no te metes?
- Estoy viendo si el agua está buena.
- Hugo, no me seas abuelo y métete. Aquí el agua siempre está a
buena temperatura.
Haciéndole caso, Hugo se metió en el agua y confirmó lo que le
había dicho Marta.
- Cierto, está buenísima.
- ¿Ves? Te lo dije,-dijo Marta justo cuando escuchó una voz-. Hugo,
¿has oído eso?
- ¿El qué?-preguntó sin saber a qué se refería Marta-.
- ¿Hola?-se escuchó una voz en la orilla-.
- Ya voy yo,-dijo Marta saliendo del agua-.
Saliendo rápidamente, Marta subió las escaleras que daban al porche
delantero de la casa y vio a dos personas de espaldas a ella.
- Hola, ¿qué desean?-preguntó Marta-.
Pero, dándose la vuelta uno de ellos, Marta se quedó boquiabierta.
- Pero… ¡Abraham! ¿Qué haces aquí?
- Vivimos en la casa de al lado, Marta. ¿Qué haces tú aquí?
- Vivo aquí, bueno, esta casa es de mis padres y veraneamos aquí.
- Ah, qué guay. Qué coincidencia.
Sin poderlo evitar, ambos se abrazaron contentos de volver a verse
después de tan poco tiempo.
- ¿Y qué te trae por aquí?
- Pues Hugo.
- ¿Hugo? ¿Está aquí?
- Sí, he venido con él.
- Ah vale, es que como has dicho que esto es de tus padres creí que
habrías venido con ellos.
Llegando Diana en ese momento, le dio una palmada en el culo a Marta.
- Muy buenas Martita.
- Ey Diana. ¿Cómo habéis sabido que estábamos aquí?
- En este sitio las noticias vuelan y la muchacha del bar es amiga
mía así que… Os he traído algo para daros la bienvenida.
- Ay, no hacía falta.
- Nada mujer, es una tontería de nada. ¿Dónde lo puedo dejar?
- Venid, entrad en la casa y así la veis también.
Saliendo del agua, Hugo se dirigió hacia la casa y saludó a la
mujer que acompañaba a sus profesores.
- Buenas tardes,-saludó Hugo-.
- Hola joven. Soy Clotilda, la madre de Diana.
- Yo Hugo, encantado.
Abriendo la puerta, Marta fue la primera en entrar, seguida de
Abraham y Diana.
- Diana, ¿son todos tus alumnos así de guapos?-preguntó Clotilda-.
- Sí, más o menos.
- Pues qué suerte. Quién tuviera algunos años menos…
Pasando al interior, Diana y Hugo se abrazaron también.
- ¿Cómo estás Hugo?
- Bien, bien.
- ¿Estás seguro? Te noto algo tristón.
- Bueno, es que no está siendo un buen momento para mí y… es
duro.
Marta comenzó a charlar con Clotilda dándose cuenta, desde el
primer momento, de que físicamente Diana se parecía a ella, pero no
era para nada igual de simpática que su hija.
- ¿Y qué os ha traído por aquí?-preguntó Clotilda-.
- Pues vacaciones, desconectar un poco de la rutina y eso.
- ¿Sin vuestros padres? ¿No sois muy jóvenes para estar los dos
solos?
En el interior, Abraham se había unido a la conversación.
- ¿De qué estáis hablando?-preguntó el recién incorporado-.
- ¿No notas a Hugo un poco más decaído, Abraham?
- Pues… Sí, ahora que lo dices sí. ¿Qué te pasa?
- Mi vuelta a casa no ha sido como la esperaba y… No sé, es todo
muy confuso.
Entrando Marta en casa, resopló un momento antes de dirigirse a
Diana.
- Oye Diana, ¿tu madre no es un poco…?
- La palabra es pesada,-contestó Abraham-.
- A mi madre hay que echarle de comer aparte, así que no le hagas
mucho caso.
- ¿Ha empezado a interrogarte y a dirigir tu vida ya o se ha
esperado un poco más?-le preguntó Abraham a Marta-.
- El interrogatorio me lo ha hecho, sí.
- Lo sabía, es que tu madre no lo puede evitar, Diana.
Riéndose, Diana contestó.
- Es mi madre, ¿qué le hago? Suficiente tengo yo con sufrirla cada
día.
- Pudiendo irse a una casa que tiene “en tierra firme” como ella
misma dice,-comentó Abraham-. No sé por qué no se va y nos deja
tranquilos de una vez.
- Porque ya sabes que esa casa le trae recuerdos de mi padre cuando
vivía.
- No cariño, si no se va allí es porque quiere manejar el cotarro
como ha hecho siempre.
Negando con la cabeza, Diana miró a Hugo y se dirigió a él.
- Bueno Hugo, ¿qué te ha pasado? Así cambiamos de tema…
- Pues lo que pasa es que llegué a casa y mi cuarto ha desaparecido.
Mi madre y su marido lo han remodelado y convertido en un despacho
precioso para ella. Cuando he querido hablar con ella no me dejó y
comenzó a gritarme.
- Vaya, lo siento mucho Hugo…-dijo Diana-.
- La cosa es que me he fugado de casa y me fui con Marta a la suya,
pero mi padre me llamó y me dijo que me quedara a vivir con él, que
había hablado con mi madre y que ya no tendría que huir ni meterme
en ningún internado. Le intenté explicar que me gusta ese sitio,
pero tampoco me quiso escuchar.
- Y te volviste a escapar,-dijo Abraham-.
El ambiente se había vuelto más serio al contar Hugo lo que le
había pasado.
- Exacto,-contestó Marta interviniendo en la conversación-. Por eso
mis padres me dijeron de podíamos venirnos aquí y estar más a
nuestro aire. Que ahora lo que necesita Hugo es espacio y sentirse
libre.
- Pero es que…-comenzó a decir Diana sin estar convencida del
todo-. Hugo, te comprendo y sé por lo que estás pasando. Yo también
me escapé cuando era una cría, pero huir no es la solución, te lo
digo yo.
- Lo sé, pero no podía estar más encerrado en cuatro paredes donde
nadie me entiende, o no me quieren entender ni tampoco escuchar.
- El problema es que todavía eres menor y no puedes irte de casa…
Te vas a buscar un problema Hugo…
CONTINUARÁ…
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