Diana y Abraham comenzaron a entusiasmarse y, al ver que allí Hugo
comenzaba a sobrar se levantó dispuesto a irse pero, volviéndose de
nuevo, los vio y un fugaz pensamiento le recorrió la cabeza. ¿Le
dejarían unirse?
No, eso era una locura. ¿Cómo se le habría podido ocurrir
semejante cosa? Pero… la verdad es que veía a Diana y no podía
evitar tener ganas de comérsela como estaba haciendo Abraham.
No, era mejor irse y desahogarse él solo en su habitación. Cómo
echaba de menos en esos momentos tener a Marta cerca para poder
sentirse apoyado y para no dormir solo…
Al escuchar cerrarse la puerta de la habitación contigua, Clotilda
pegó la oreja y escuchó masturbarse a Hugo. Levantando la ceja, se
sintió decepcionada al darse cuenta de que aquel muchacho había
preferido montárselo él solo antes que con ella.
Y bajando con el pensamiento de beber agua fría de la nevera,
Clotilda pilló a su hija con el miembro de Abraham en la boca. ¡Pero
qué grande era! Sin poderlo evitar, no apartaba la vista de la
mamada que le estaba dando su hija y a cada segundo sentía el deseo
de cambiarse por ella.
Y es que Clotilda no podía evitar sentir envidia de su hija. Diana
tenía un hombretón grande, hermoso y negro… Con eso ya daba a
entender todo. Y sin embargo ella estaba sola, viuda y con un gran
deseo que sólo apagaba ella. Por eso estaba siempre tan amargada,
porque veía a Abraham y deseaba que la empotrase contra la pared…
Yéndose a su habitación sin ser vista, Clotilda se metió en la
cama con un claro gesto triste en su cara mientras se lamentaba de
estar sola…
A la mañana siguiente, cuando Hugo se levantó, bajó a la cocina y
allí vio a Abraham.
- Buenos días Abraham.
- Ah, buenos días Hugo. ¿Cómo has dormido?
- Genial. Esa cama es muy cómoda.
- Me alegro mucho. ¿Quieres cereales?
- Sí gracias.
- Mientras te los preparo… Quisiera pedirte perdón por lo de
anoche. Diana y yo nos animamos bastante y… No quería que te
llevases una mala impresión nuestra. Somos un matrimonio joven e
impulsivos en muchas ocasiones y no nos dimos cuenta.
- Abraham, no tienes por qué pedirme disculpas. Yo…-comenzó a
decir justo cuando sonó el timbre de la puerta.
- Shh, silencio,-susurró Abraham-.
Dirigiéndose hacia la puerta, Abraham la abrió y vio a un hombre
frente a ella.
- Buenos días. Soy el inspector Fresno. ¿Es usted Abraham Kulanui?
- Sí, ¿qué desea?
- Disculpe que le moleste, pero estoy buscando a Hugo Solanas. Ha
desaparecido y tengo entendido en que usted fue su tutor junto a su
esposa Diana. ¿Está ella en casa?
- Sí, si me espera aquí iré a avisarla,-dijo Abraham cerrando la
puerta-. ¡Vete! ¡Corre!-susurró Abraham dirigiéndose hacia Hugo-.
Está en la puerta el policía que te está buscando y si no te vas
te va a pillar.
Dejando el cuenco sobre la mesa, Hugo corrió todo lo que pudo hacia
el piso de arriba para cambiarse de ropa, mientras que Abraham ganaba
tiempo para que Hugo pudiera irse antes de que el inspector entrase.
- ¿Y su esposa?-preguntó el policía algo mosqueado-.
- Se estaba cambiando. ¡Venga Diana! Date prisa en bajar-gritó
Abraham-.
Hugo se alejó de allí lo más rápido que pudo. Justo cuando
llegaba a la parada de autobús, vio a uno que estaba a punto de
marcharse pero, dando un par de zancadas logró alcanzarlo y subirse
en él. ¿Destino? Las montañas. En cuanto llegó a ese lugar, un
frío viento le puso los pelos de punta y supo que tendría que
comprarse ropa adecuada. Entrando en una tienda de souvenirs, Hugo se
compró todo lo necesario para no pasar frío y, viendo una cabaña a
lo lejos, se acercó a ella.
Subiendo las escaleras, probó a abrir la puerta y, ¡bingo! Había
tenido suerte. Encendiendo la luz, cerró la puerta y miró a su
alrededor. Aquel sitio no era nada del otro mundo, pero tampoco
estaba mal.
Sintiendo un gran dolor de estómago, Hugo recordó que no había
desayunado, por lo que abrió la nevera y descubrió que había un
puñado de fruta, así que las lavó y comenzó a cortarlas para
hacerse una macedonia.
De repente, alguien llamó a la puerta y a Hugo le faltó tiempo para
apagar las luces. No quería ser descubierto, pero quien fuera que
estuviera llamando era persistente.
En el más total de los silencios, Hugo comenzó a comerse la fruta
que había preparado mientras escuchaba a aquel tipo llamando a la
puerta.
- Soy el guardia de la zona. ¿Hay alguien ahí? A ver si he visto
mal y le estoy hablando a la nada…
Hugo conectó su móvil y comenzaron a llegarle notificaciones de
llamadas perdidas de sus padres, de Marta e incluso de Fede. Conforme
más notificaciones llegaban, peor se sentía Hugo.
Sentándose en la cama, Hugo comenzó a reflexionar sobre lo
ocurrido… Ninguno de sus padres había actuado correctamente y eso
era innegable. Era normal e incluso entendible la reacción de Hugo
en un principio, pero tal y como estaba actuando, huyendo como si
fuera un criminal y provocándole un sufrimiento innecesario a sus
padres, era demasiado. Aunque estuviera enfadado, debería haberse
quedado en casa y enfrentarse a su madre, no callarse y huir. Él no
era ningún cobarde. Ya no lo era y tenía que demostrarlo.
Levantándose, Hugo abrió la puerta y miró al guarda, quien estaba
a punto de irse.
- Buenos días, disculpe las molestias pero…
Tras explicarle lo sucedido al guardia, éste llamó a la policía y
el propio Fresno fue a recogerlo. Por el camino en el coche patrulla,
el inspector no paró de hacerle preguntas sobre dónde había estado
pero Hugo no iba a involucrar a nadie, por lo que llegó a un
acuerdo: el inspector se olvidaría de todo lo que había hecho Hugo
con la condición de que no volviera a escaparse, al menos, hasta
cumplir la mayoría de edad. Lo que hiciera a partir de entonces ya
no era asunto suyo. Cuando llegó a la casa de su madre, Hugo salió
del coche y pudo ver a su padre, a su madre, a Fede y a su hermana
esperándolo en la puerta. Eso sí se parecía más a un recibimiento
en condiciones.
Hugo todavía estaba sorprendido de ver a sus padres en un mismo
lugar y que no estuviesen discutiendo, y encima uno al lado del otro.
¿Estaba soñando? ¿Era otra vez ese sueño del maldito espejo
jugándole una mala pasada?
Mirando a su madre, ésta fue a abrazarle justo cuando Hugo la
interrumpió.
- Antes de nada quiero hablar, que me escuchéis todos y no me
interrumpáis mientras estoy hablando, ¿vale?-dijo Hugo mientras los
demás asentían con sus cabezas-. Bien, antes de nada… Mamá, me
molestó muchísimo que no me escuchases cuando me expulsaron del
colegio, que te preocupases por el qué dirán y no me preguntases
siquiera el por qué me había pegado con Fernando. Por eso, cuando
me dijiste que me enviabas al internado, dejé de hablarte durante
tanto tiempo. Pero también tengo que decirte que ha sido una de las
mejores cosas que has podido hacer en tu vida.
Esa última frase desconcertó a Mercedes, ya que no se esperaba que
su hijo le dijese que se alegraba de haber estado en ese internado.
- Al principio no fue fácil. Fernando también estaba allí y
comenzó a hacer de las suyas, pero por una serie de sucesos al final
acabó cayendo desde el tejado y murió. En resumidas cuentas, cuando
todo volvió a la normalidad, el internado ha sido un hogar para mí,
mis compañeros son mis hermanos y haría lo que fuera por cada uno
de ellos. Juntos somos una familia, por eso, cuando volví y vi que
mi cuarto no existía, que habíais guardado mis cosas y que,
aparentemente, me habíais borrado de vuestra vida, me largué.
Mirando a su padre, Hugo se dirigió a él.
- Papá, siento haberme ido de esa forma de tu casa, pero me sentía
como un león enjaulado con ganas de escapar. Necesitaba procesar
todo lo que me estaba pasando y alejarme de mi realidad. Créeme
cuando te digo que no te guardo ningún rencor por las decisiones que
has tomado, mejores o peores, pero al fin y al cabo todos fallamos y
ninguno de los que estamos aquí somos perfectos. Y cuando te dije
que me alegraba que estuvieras aquí de nuevo fue de corazón y me va
a encantar poder verte más, si tú quieres claro…
- Claro hijo. Las veces que necesites.
- Ahora os quiero preguntar algo,-dijo Hugo mirando a sus padres
intermitentemente-. ¿Me perdonáis vosotros a mí por no haber
sabido reaccionar como se debería y haberme escapado?
La respuesta de Mercedes no se hizo esperar y abrazó a Hugo casi al
instante.
- Oh Hugo. Perdóname tú a mí por haber sido tan orgullosa y
haberme dejado llevar por mi enfado. No supe ver más allá de mis
narices… Pero ahora la venda se me ha caído de los ojos y te
prometo que esto no volverá a pasar.
Ricardo también abrazó a su hijo, pero al ver a Fede agarrándole
la mano de Mercedes mientras que su hijita estaba a su lado, comenzó
a sentirse un estorbo. Esos días en los que Mercedes y él habían
retomado el contacto sin llegar a discutir, siendo un equipo como
antes de su divorcio… Todo se le removió en su interior y las
lágrimas comenzaron a brotar en sus ojos.
- ¿Te vas ya?-preguntó Mercedes-.
Y sin pensárselo, Ricardo se acercó a Mercedes y le dio un fuerte y
húmedo beso como hacía años que no se lo daba a nadie. Todos esos
sentimientos que tenía dentro los puso en ese beso.
- Te quiero Mercedes.
Y después se dirigió a Fede y le dio un fuerte puñetazo en el
estómago.
- Y esto por todo lo que le has hecho a mi hijo, gilipollas.
Lástima que todo aquello se lo hubiese imaginado nada más, aunque
no le habrían faltado ganas de hacerlo. Ahora Mercedes era una mujer
casada y él no era el marido, por lo que tendría que aguantarse y
pasar a un segundo plano, que era donde se merecía estar.
Entrando en casa, Mercedes acompañó a su hijo al dormitorio que fue
de su cuidadora.
- Hugo, he pensado que este puede ser tu dormitorio ahora. Lo
reformaremos como quieras, tú mandas esta vez, así que no te
preocupes por nada porque todo correrá de mi cuenta. Siento lo de tu
cuarto pero… Fede me vio tan mal por haberte ido sin despedirte al
internado, que me recomendó reformar la casa y “olvidarme” de
todo lo que había pasado, hipotéticamente hablando claro.
Fuera, Rocío no paraba de dar saltos de alegría al tener a su
hermano de vuelta y así se lo hacía saber a su padre.
- ¿No es fantástico? ¡Hugo está de vuelta! A partir de ahora Hugo
me leerá los cuentos todas las noches antes de dormir, jugaremos al
ordenador juntos, veremos películas…
- Qué bien hija,-le dijo a su hija fingiendo una falsa sonrisa-.
Cojonudo…-pensó para sus adentros-.
CONTINUARÁ…
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