Cambiándose de ropa, Hugo todavía seguía sin creerse realmente que
todo aquello hubiese cambiado tan radicalmente.
-
¿Te lo puedes creer? No parece el mismo sitio.
-
Estoy flipando Hugo. Y pensar que ahí estuvieron los cuerpos de los
que iban a ser nuestros profesores…
-
Mejor no lo pienses cariño. Disfrutemos de esto ahora que podemos.
En en interior de la sala, Diego se había animado a abrazar a
Raquel.
-
¿Sabes? Eres una tía fantástica-.
-
Vaya, muchas gracias Diego. Tú eres también un tío genial. ¿Te
puedo decir una cosa?
-
Claro, la que quieras.
- Al
principio creí que serías un tipo conflictivo cuando estaba
Fernando aquí y tal… Pero me has sorprendido.
- ¿A
bien o a mal?
- A
bien, por supuesto. Eres un tío guay.
A todo esto, Abraham y Diana se habían ido al jacuzzi y allí
comenzaron a besarse poniéndose algo más… cariñosos de la
cuenta.
Agarrando las femeninas manos, Diego no pudo aguantar más el nudo de
su garganta y lo vomitó todo.
-
Raquel, yo no quiero ser sólo un tío guay para ti. Eso está muy
bien, pero yo quiero ser tu chico, tu hombre, tu novio, de quien te
acuerdes cuando te levantes y tu último pensamiento cuando te
duermas. Ese es el hombre que quiero ser y al que aspiro.
-
Diego…
-
¿Sí?
- Yo
te aprecio pero… No siento lo mismo por ti.
Soltando las manos de Raquel, Diego entristeció su expresión y
ella, al verlo tan deprimido, le dijo algo.
-
Pero vamos a hacer una cosa, ¿vale?
-
¿Qué?
-
Sigamos conociéndonos, charlando y hablando. Yo no me cierro a nada,
pero necesito mi tiempo, ¿vale?
-
Está bien…
Viendo que todos estaban emparejados, Lin se sintió un poco de más
y comenzó a marcharse cuando vio a Diana y a Abraham besándose sin
parar. Qué guapos eran los dos y cómo les gustaría cambiarse por
alguno para llevarse una alegría al cuerpo.
Tras desnudarse, Lin comenzó a masturbarse mientras veía a Abraham
lamiendo la zona inferior a Diana. Dándose cuenta de que los estaban
observando, Diana se lo dijo a Abraham.
-
Cielo, tenemos público.
- Oh
vaya, sería una pena que se quedase al margen, ¿verdad Diana?
-
Sabía que te gustaría… Lin, ven-le dijo Diana llamando a la
muchacha-. ¿Te gusta lo que ves?
- Me
encanta. Me encantáis.
-
Pues más te va a gustar lo que te vamos a hacer los dos.
Entrando Marta en el vestuario, Lin despertó en ese momento de su
sueño lúcido. Imaginaba que se montaba un trío con sus profesores,
le daba morbo, los veía muy atractivos y ella estaba muy sola…
-
¿Qué te pasa Lin? ¿Por qué te has ido?
- Me
siento algo desplazada…
Sorprendiéndose, Marta le preguntó lo que le había hecho pensar de
esa forma.
-
Vamos Marta, tú estás con Hugo, Isaac con Carmen…
- ¿Y
qué?
- Y
que si te has fijado bien, Rubén estaba muy acaramelado con Bea y he
visto antes abrazándose a Diego y Raquel.
-
Vale… Ya sé por donde vas. Que ves que todos están con sus
parejas y tú no tienes a nadie.
-
Exacto. Yo por mí me metía ahora en el jacuzzi y le comía la boca
a Abraham, por ejemplo. Pero no quiero que me expulsen así que me
callo.
-
Jajajaja, es que Abraham está muy bueno, las cosas como son.
- ¿Y
te has fijado en Diana? Vale, no será muy exuberante, pero está
buenísima.
-
Tienes para todos, ¿eh? Jajaja.
- Es
lo que tiene ser bisexual y adolescente…
-
Entonces mejor no te pregunto qué te parezco yo, ¿no?
- Sí
mejor, cállate no vaya a ser que la liemos porque tienes novio
jajaja.
Los meses fueron pasando hasta que llegó lo que todos esperaban al
principio: El final de curso. Sin embargo, ahora todos estaban algo
más tristes porque allí se había formado una familia, una
hermandad difícil de separar y que el verano se encargaría de ello.
Habían sido muchos los cambios durante esos meses, pero todos
estaban más contentos que antes, ya que habían sido cambios
consensuados entre todos. Allí tanto profesores como alumnos
opinaban, tenían voz y voto. Si uno cedía en algo, luego ese otro
tenía la oportunidad de hacer lo que quería más adelante. Allí
nadie se quedaba atrás.
Diana y Abraham se habían convertido en una especie de hermanos
mayores para los muchachos. Aparte de enseñarles las asignaturas,
eran amigos, consejeros, cuidadores… Lo cierto era que ellos
también se habían encariñado con todos y les iba a ser difícil
pasar todo un verano sin ellos.
Carmen, quien estaba ya de 8 meses, hablaba con Isaac sobre los
planes que tenían para ese verano.
-
Entonces haremos eso, que cada uno se vaya a su casa a ver a los
suyos y cuando llegue el parto te aviso.
- No
sé si seré capaz de estar separado de ti tanto tiempo.
- Lo
sé, pero tienes que ver a tus padres, yo a mi madre…
-
Ya, si lo entiendo perfectamente, pero llevo 9 meses estando las 24
horas contigo. No me imagino tener que estar separado de ti durante
un par de semanas hasta el parto…
Ambos se abrazaron deseosos de que el parto hubiera pasado ya para
poder estar juntos y cuidar al pequeño Iván. Hablando con sus
respectivos familiares habían acordado que Carmen se iría a vivir
con los padres de Isaac, quienes estaban encantados con ella y la
trataban como a una hija sin haberla conocido aún en persona.
Por parte de Beatriz, ésta había dado uno de los cambios más
radicales de todos ellos, ya que comenzó a entrenar y a seguir una
dieta que le había dicho Rubén y que comunicó a la cocinera. Tras
perder más de 10 kilos, el cuerpo que se le estaba quedando a la
muchacha hacía que ésta sonriera más y fuese más dicharachera con
todos, dejando a un lado esa timidez que la caracterizaba.
La relación con Rubén hacía poco que se había hecho oficial ya
que el pasar tanto tiempo entrenando juntos, charlando y compartiendo
recuerdos y hazañas de sus vidas anteriores al internado, los había
unido mucho.
Y qué decir de Raquel y Diego. La muchacha había estado muy
enganchada de su ex y comenzaba a olvidarse de él, ya que su
recuerdo lo único que le causaba era dolor. Diana le decía una y
otra vez que Diego era un chico genial, que miraba por ella y la
cuidaba en todo momento, pero por mucho que le dijeran, tenía que
salir de ella. Sin embargo, lo que le hizo cambiar el chip a Raquel
fue que Diego comenzase a pasar de ella. El muchacho se había
cansado de estar detrás de su compañera sin recibir más que un
gracias o un abrazo, por lo que se centró a entrenar con Rubén para
perder esos kilos que le sobraban. Cuando Raquel comenzó a verse
sola, que Diego apenas le dirigía la palabra y que ya no estaba con
ella como antes, fue cuando se dio cuenta de que se había enamorado
de él sin saberlo.
La relación entre Hugo y Marta seguía viento en popa. Eran la
pareja más famosa del internado y habían marcado un antes y un
después en cómo llevar las relaciones estando las 24 horas
encerrados con su pareja y ambos se sentían perfectamente el uno con
el otro.
Cada uno tenía que volver a su realidad, a su hogar… Aunque ahora
no lo sintiesen como tal, sino que aquel viejo edificio frío y
oscuro de piedra lo veían como una casa. Tal vez muchos no lo
entendieran, pero habían sido muchas las emociones que habían
vivido allí y, pese a todo, había sido sencillo adaptarse.
En un arrebato, Lin se acercó a Diana y a Abraham a despedirse de
ellos.
- Os
voy a echar mucho de menos a los dos. Os quiero muchísimo.
-
Nosotros también, Lin,-dijo Abraham-.
-
Eres una chica muy especial,-comentó Diana-.
Mirando a la que había sido su profesora hasta ese día, Lin se
acercó a ella y la besó en los labios.
-
Ahora que ya no eres mi profesora puedo hacerlo…
Y haciendo lo mismo, se acercó y besó a Abraham pero con una
diferencia, a éste le puso las manos detrás de la nuca masculina
para acercarlo más a ella.
Separándose algo más avergonzada, Lin se disculpó con ambos.
- Lo
siento, pero es que si no lo hacía reventaba ya.
-
No… no pasa nada Lin. Está bien,-comentó Abraham-.
-
Somos una pareja de mentalidad abierta,-añadió Diana-, que siempre
guarda mucho cuidado en estos temas y más si queremos incluir a
alguien. No olvides que aún sigues siendo menor de edad…
- Lo
sé, pero para mí sois lo más y no he podido evitarlo.
- No
te preocupes Lin,-tranquilizó Abraham-. Está todo bien, así que
tranquila. ¿Puedo decirte algo?
-
Sí, claro.
-
Besas muy bien, así como dato jajaja.
Tras despedirse todos, cada uno se fue en una dirección distinta
para volver a sus respectivas ciudades. Cuando Hugo se plantó frente
a su casa, un escalofrío le recorrió el cuerpo. La última vez que
estuvo allí no se despidió de su madre porque estaba enfadado con
ella por haberlo “echado de casa” de cierta forma. Pero ahora
quería darle las gracias por enviarle al internado. De no haberlo
hecho, no habría conocido a Marta ni tampoco tendría tantos buenos
amigos.
Entrando en casa, lo primero que percibió Hugo fue que habían
remodelado el recibidor y el salón. Habían cambiado el color de las
paredes y habían decorado de otra forma todo aquello. Lo cierto era
que no estaba mal… ¿Cuántos cambios más abría?
-
¿Hola? ¡He vuelto!-gritó Hugo-.
Como nadie contestaba, Hugo se dirigió hacia su dormitorio y cuando
entró, se quedó completamente congelado. ¿Qué había pasado? Su
habitación ahora era un despacho y no quedaba nada que le recordase
a su viejo cuarto. Vale, tenía que aceptar que ese cambio le había
desconcertado bastante y no le gustaba ni un pelo…
Había desaparecido incluso su armario empotrado y, en su lugar,
había una puerta… ¿Qué era todo aquello? ¿Estaría soñando
como aquella vez que se metió dentro del espejo?
No, eso no era ningún sueño, sino la maldita realidad. Su armario
había dejado paso a un pequeño aseo muy bien decorado. Tenía que
reconocer que quien se hubiera encargado de la reforma, lo había
hecho de escándalo, pero ¿por qué su madre había actuado así? No
lo entendía…
Saliendo del nuevo despacho, Hugo escuchó un grito proveniente del
sótano, donde antiguamente su padre tenía su espacio, su madriguera
por así decirlo.
-
¿Qué está pasando aquí?
Abriendo la puerta, a Hugo se le cortó la respiración al ver que
aquel sitio también había sido reformado completamente.
-
Esto no parece mi casa, tío…-pensaba Hugo mientras bajaba las
escaleras mirando a Fede cómo luchaba contra una máquina-.
Saludando al marido de su madre, éste paró de entrenar.
-
Hombre, bienvenido a casa de nuevo. Te noto cambiado, ¿has
engordado?
-
Qué bien… Llego a casa después de 9 meses en un internado y no
hay nadie dándome la bienvenida, descubro que mi habitación no
existe y es ahora un despacho… Y cuando me encuentro con alguien lo
primero que me dicen es que si estoy más gordo. De puta madre
macho,-comentó Hugo en voz alta frente a la mirada atónita de
Fede-.
CONTINUARÁ…
No hay comentarios:
Publicar un comentario