martes, 28 de abril de 2020

Capítulo 5 || The Mirror

Alertado por Rocío, uno de los profesores de Hugo se dirigió al patio y pegó una voz.
- ¡Eh! ¿Qué está pasando aquí?
- Nada,-contestó Cristian rápidamente-. Estábamos charlando con Hugo, ¿verdad?-preguntó mirándolo sin obtener respuesta por parte del muchacho-.


 Mirándolos seriamente, Max les dijo un par de cosas.
- Pues id tirando para clase que no quiero que os escaqueéis como hicisteis ayer en Matemáticas. Y como yo me vuelva a enterar de que molestáis a Hugo os mando al despacho del director. ¡Arreando!


 Pasando junto al profesor con una orgullosa sonrisa en la cara, Fernando susurró algo que enfadó más al profesor.
- Uy, qué miedo…
- ¡No me calientes más, Fernando! Me tienes ya muy cansado con tus tonterías.


 Y cuando Max se dio la vuelta para hablar con Hugo lo vio marchándose por otra de las puertas y cuando fue a llamarlo se quedó callado. No sabía qué había pasado a ciencia cierta, pero la actitud de Fernando y de Hugo era de lo más reveladora.


 Rocío estaba preocupada por su hermano, ya que era la primera vez que veía a Hugo en esa situación. Ella no sabía nada y seguramente sus padres tampoco tenían ni idea de lo que le ocurría.


 Llamando a la puerta del dormitorio, Rocío entró y vio a su hermano enfrascado en una partida de su juego favorito del ordenador.
- Hugo, ¿estás bien?
- Sí, perfectamente. ¿Por qué?
- Por lo de hoy en el recreo…


 Pausando el juego, Hugo fue hasta su hermana y la abrazó con fuerza.
- No te preocupes por mí, Rocío. Estoy y estaré bien.
- Vale, si tú lo dices me lo creo.
- Y por cierto, ¿qué hacíais Julia y tú en el patio de los mayores?
- Bueno… Es que a Julia le gusta Cristian y quería verlo.
- ¿Que le gusta…? Bah, pues como no cambie de gusto la lleva clara.
- Eso le he dicho yo, que no sé qué le ve al zanahoria ese.


 El comentario de su hermana le sacó una risa a Hugo que le agradeció. Siempre se había llevado muy bien con su hermana, pero esto que había ocurrido parecía haberlos unido más si cabía.


 Al día siguiente, al igual que todos los días de la semana, Fernando y sus amigos siguieron molestando a Hugo, que intentaba mantenerse sereno y no mostrar debilidad. En su interior no podía evitar echarse a temblar y a sudar sin parar. El corazón le iba a mil por hora y lo que tenía ganas era de echar a correr y huir de esa situación lo más pronto posible.
- Huguito, qué guapo te has puesto hoy, ¿no?-comentó Fernando a sus espaldas y provocándole que los pelos del cuerpo se le erizaran por completo-.
- Déjame en paz, Fer. No me des más por culo.
- Eso te gustaría a ti, maricón de mierda.


 Siguiendo su camino e ignorando los comentarios que hacía Fernando, vio cómo Tomás y Cristian se le aparecían de frente y ambos le empujaron hacia la pared a la par de unos gritos de “apártate idiota” o “mira por dónde vas imbécil”. Hugo se sentía como una mierda y deseaba poder tener la oportunidad de darle su merecido algún día.


 Otro de los días, quedándose rezagado a la hora de Educación Física, Fernando volvió a la carga y comenzó a empujar descaradamente a Hugo, quien permanecía callado y sin inmutarse.
- Que sea la última vez que me haces un tapón en baloncesto, cacho de mierda. ¿Me estás oyendo?-preguntó sin obtener respuesta-. ¡¿Estás sordo?! ¿O es que eres demasiado tonto como para no entenderme?-dijo volviéndolo a empujar-.


 Pero esa vez Hugo estaba ya rozando su límite. Se estaba dando cuenta que ignorando tal y como le había dicho su padre muchas veces no servía y que la gente como Fernando lo que necesita es que alguien le hable en su mismo idioma así que, armándose de valor, Hugo miró a los ojos a Fernando y le empujó también.


 Mirándose el pecho y mirando a Hugo sin parar, Fernando comenzó a cabrearse más aún.
- No sabes lo que has hecho, hijo de la gran puta.
- Eh, no metas a tu madre en esto.
- Oh, acabas de firmar tu sentencia de muerte, chaval.


 Y sin pensárselo dos veces, Fernando agarró la cabeza de Hugo y le dio un fuerte rodillazo que le provocó que la nariz comenzara a sangrar abundantemente.
Los secuaces de Fernando también aparecieron por allí después de volver del vestuario y comenzaron a animar la pelea como si de un espectáculo se tratase.


 Justo cuando iba al servicio, Rocío miró por la ventana y vio cómo su hermano estaba recibiendo una dura paliza y, sintiendo una fuerte rabia en su interior, corrió hacia el patio como alma que llevaba al diablo.


 Fernando se estaba cebando a base de bien y hasta Cristian había dejado de animar para dar paso al asombro. Estaba machacando a Hugo de una forma que nunca lo había visto.


 Soltando un fuerte grito, Fernando dejó de pegar a Hugo y éste aprovechó para alejarse y decirle a su hermana que se fuera de allí.
- No pienso irme Hugo. ¡Eres un hijo de puta! ¡Tú y los subnormales de tus amigos! ¡DEJAD A MI HERMANO EN PAZ!
- Mira niñata, métete con alguien de tu tamaño y no me cabrees más, ¿eh? Que tu hermano se puede defender solito y no necesita ningún escolta de medio metro.
- Rocío venga, vámonos y deja el tema en paz,-aconsejó Hugo-.
- Ojalá recibas un día lo que te mereces, hijo de puta,-sentenció Rocío acercándose más a Fernando y haciendo caso omiso de la recomendación de Hugo-.


 Teniéndola a mano, Fernando no tuvo ningún tipo de miramiento y le pegó un fuerte guantazo a Rocío que la hizo caerse al suelo. Al ver lo que había sucedido, Hugo se quedó inmóvil. Miraba a su hermana sintiendo el corazón en la garganta. Le costaba respirar y apenas podía tragar saliva…  


 Mirándose entre ellos, los amigos de Fernando se dieron cuenta en ese momento de que Fernando había cruzado una línea pegándole a una niña pequeña y ya todo el tema no les parecía tan gracioso.


 Hugo seguía inmóvil, pero mirando fijamente a los ojos de Fernando. En su cabeza se había producido un cortocircuito, había escuchado un clic que le había hecho dar un paso adelante. Con él se podían meter todo lo que quisieran, pero que no le tocasen ni un pelo a su hermana porque ahí era cuando no respondería de sus actos.
- ¿Y tú qué miras sopla-gaitas?-dijo Fernando-. ¿Quieres más?


 Comenzando a andar, ayudó a levantar a su hermana del suelo.
- ¿Estás bien Rocío?
- Sí… ¿Qué vas a hacer?
- Lo que debí haber hecho hace mucho tiempo.


 Agachando la cabeza, Hugo se fue acercando más y más a Fernando, que comenzó a mirarlo con desprecio y grandes aires de superioridad.
- Este gilipollas viene a por más, será estúpido,-le dijo Fernando mirando a sus amigos, quienes permanecían completamente serios oliéndose lo que podía suceder-. ¿Qué os pasa? ¿Por qué estáis tan serios? Si es una niñata de mierda igual que el maricón de su hermano y la puta de su madre.


 Saliendo al patio en ese momento, Max junto con otra profesora más dieron una voz avisando de que debían estar en clase y no allí. Sonriendo ampliamente, Fernando miró a Hugo y le susurró algo.
- Te vas a quedar con las ganas, chaval. Qué lástima…


 Pero Hugo estaba demasiado cabreado como para escuchar las voces de sus profesores. Sólo tenía una cosa en mente y era reventarle la cara de payaso que tenía Fernando. Se había cansado de ser el tonto de la clase, la putita que todos usaban y que tiraban cuando no les interesaba. Se había acabado. Ese día era el primero en el que impartiría su propia justicia de una vez por todas, así que, cerrando el puño, descargó toda su ira sobre la cara de Fernando, quien no vio venir el puñetazo y se lo comió entero.


 Pegando una fuerte voz, Max se dirigió hacia Fernando para separarlo al verle las intenciones de engancharse con Hugo, quien se mantenía cerca de él con el puño todavía cerrado. La otra profesora, Haley, se dirigió a los amigos de Fernando mientras tanto.
- Tomás, Cristian, ahora mismo os vais a venir conmigo al despacho del director. ¡Y no quiero escuchar una sola palabra por el camino! ¿Queda claro?


 Tras parar a Fernando de un fuerte empujón y después de que el propio Max tuviera que sujetarlo con fuerza para evitar que se le abalanzase a Hugo, el profesor cogió al muchacho de la camiseta y lo llevó hacia la pared donde le ordenó quedarse quieto. Después, dirigiéndose a Hugo, lo miró seriamente.
- Hugo, ve a la enfermería. Que te miren las heridas de la cara y luego tú y yo vamos a hablar con el director para aclarar todo este embrollo.
- Vale profe.


 Tras curarle las heridas, Hugo fue al despecho del director y allí le explicó todo lo que había pasado con detalle. Comprendiendo la situación, el director le dio todo su apoyo pero no podía dejar pasar aquel suceso y, al igual que a sus tres compañeros, había tomado la decisión de expulsarlo del centro. Mirando fijamente al director, Hugo reprimió las lágrimas y enmudeció. Durante todas las horas de clase que le quedaban ese día, ni durante todo el camino de vuelta a casa abrió la boca. Su hermana tampoco se atrevía a decirle nada, ya que no sabía cómo hablarle ni lo que decirle.


 Entrando en su cuarto, cerró la puerta con el pestillo y se echó sobre la cama comenzando a llorar amargamente. Nunca había tenido un problema con nadie, siempre había ido a lo suyo sin molestar y ahora, justo cuando decidía tomar cartas en el asunto, uno de los perjudicados era él en lugar de ser una víctima como había sido todo ese tiempo.  


 Escuchando la voz de su hermana tras la puerta, Hugo se levantó para quitar el seguro y dejarla pasar justo cuando se tropezó con la ropa que había tirada en el suelo y cayó de bruces al espejo que, para la sorpresa de Hugo, no se rompió, sino que lo traspasó como si de una puerta se tratase.


 Al caer finalmente al suelo, Hugo sintió dolor en sus rodillas y, abriendo los ojos, comenzó a notar que su habitación no estaba igual que siempre. ¿Qué estaba ocurriendo?


CONTINUARÁ…

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