-
¡Eh! ¿Qué está pasando aquí?
-
Nada,-contestó Cristian rápidamente-. Estábamos charlando con
Hugo, ¿verdad?-preguntó mirándolo sin obtener respuesta por parte
del muchacho-.
Mirándolos seriamente, Max les dijo un par de cosas.
-
Pues id tirando para clase que no quiero que os escaqueéis como
hicisteis ayer en Matemáticas. Y como yo me vuelva a enterar de que
molestáis a Hugo os mando al despacho del director. ¡Arreando!
Pasando junto al profesor con una orgullosa sonrisa en la cara,
Fernando susurró algo que enfadó más al profesor.
-
Uy, qué miedo…
-
¡No me calientes más, Fernando! Me tienes ya muy cansado con tus
tonterías.
Y cuando Max se dio la vuelta para hablar con Hugo lo vio marchándose
por otra de las puertas y cuando fue a llamarlo se quedó callado. No
sabía qué había pasado a ciencia cierta, pero la actitud de
Fernando y de Hugo era de lo más reveladora.
Rocío estaba preocupada por su hermano, ya que era la primera vez
que veía a Hugo en esa situación. Ella no sabía nada y seguramente
sus padres tampoco tenían ni idea de lo que le ocurría.
Llamando a la puerta del dormitorio, Rocío entró y vio a su hermano
enfrascado en una partida de su juego favorito del ordenador.
-
Hugo, ¿estás bien?
-
Sí, perfectamente. ¿Por qué?
-
Por lo de hoy en el recreo…
Pausando el juego, Hugo fue hasta su hermana y la abrazó con fuerza.
- No
te preocupes por mí, Rocío. Estoy y estaré bien.
-
Vale, si tú lo dices me lo creo.
- Y
por cierto, ¿qué hacíais Julia y tú en el patio de los mayores?
-
Bueno… Es que a Julia le gusta Cristian y quería verlo.
-
¿Que le gusta…? Bah, pues como no cambie de gusto la lleva clara.
-
Eso le he dicho yo, que no sé qué le ve al zanahoria ese.
El comentario de su hermana le sacó una risa a Hugo que le
agradeció. Siempre se había llevado muy bien con su hermana, pero
esto que había ocurrido parecía haberlos unido más si cabía.
Al día siguiente, al igual que todos los días de la semana,
Fernando y sus amigos siguieron molestando a Hugo, que intentaba
mantenerse sereno y no mostrar debilidad. En su interior no podía
evitar echarse a temblar y a sudar sin parar. El corazón le iba a
mil por hora y lo que tenía ganas era de echar a correr y huir de
esa situación lo más pronto posible.
-
Huguito, qué guapo te has puesto hoy, ¿no?-comentó Fernando a sus
espaldas y provocándole que los pelos del cuerpo se le erizaran por
completo-.
-
Déjame en paz, Fer. No me des más por culo.
-
Eso te gustaría a ti, maricón de mierda.
Siguiendo su camino e ignorando los comentarios que hacía Fernando,
vio cómo Tomás y Cristian se le aparecían de frente y ambos le
empujaron hacia la pared a la par de unos gritos de “apártate
idiota” o “mira por dónde vas imbécil”. Hugo se sentía como
una mierda y deseaba poder tener la oportunidad de darle su merecido
algún día.
Otro de los días, quedándose rezagado a la hora de Educación
Física, Fernando volvió a la carga y comenzó a empujar
descaradamente a Hugo, quien permanecía callado y sin inmutarse.
-
Que sea la última vez que me haces un tapón en baloncesto, cacho de
mierda. ¿Me estás oyendo?-preguntó sin obtener respuesta-. ¡¿Estás
sordo?! ¿O es que eres demasiado tonto como para no entenderme?-dijo
volviéndolo a empujar-.
Pero esa vez Hugo estaba ya rozando su límite. Se estaba dando
cuenta que ignorando tal y como le había dicho su padre muchas veces
no servía y que la gente como Fernando lo que necesita es que
alguien le hable en su mismo idioma así que, armándose de valor,
Hugo miró a los ojos a Fernando y le empujó también.
Mirándose el pecho y mirando a Hugo sin parar, Fernando comenzó a
cabrearse más aún.
- No
sabes lo que has hecho, hijo de la gran puta.
-
Eh, no metas a tu madre en esto.
-
Oh, acabas de firmar tu sentencia de muerte, chaval.
Y sin pensárselo dos veces, Fernando agarró la cabeza de Hugo y le
dio un fuerte rodillazo que le provocó que la nariz comenzara a
sangrar abundantemente.
Los
secuaces de Fernando también aparecieron por allí después de
volver del vestuario y comenzaron a animar la pelea como si de un
espectáculo se tratase.
Justo cuando iba al servicio, Rocío miró por la ventana y vio cómo
su hermano estaba recibiendo una dura paliza y, sintiendo una fuerte
rabia en su interior, corrió hacia el patio como alma que llevaba al
diablo.
Fernando se estaba cebando a base de bien y hasta Cristian había
dejado de animar para dar paso al asombro. Estaba machacando a Hugo
de una forma que nunca lo había visto.
Soltando un fuerte grito, Fernando dejó de pegar a Hugo y éste
aprovechó para alejarse y decirle a su hermana que se fuera de allí.
- No
pienso irme Hugo. ¡Eres un hijo de puta! ¡Tú y los subnormales de
tus amigos! ¡DEJAD A MI HERMANO EN PAZ!
-
Mira niñata, métete con alguien de tu tamaño y no me cabrees más,
¿eh? Que tu hermano se puede defender solito y no necesita ningún
escolta de medio metro.
-
Rocío venga, vámonos y deja el tema en paz,-aconsejó Hugo-.
-
Ojalá recibas un día lo que te mereces, hijo de puta,-sentenció
Rocío acercándose más a Fernando y haciendo caso omiso de la
recomendación de Hugo-.
Teniéndola a mano, Fernando no tuvo ningún tipo de miramiento y le
pegó un fuerte guantazo a Rocío que la hizo caerse al suelo. Al ver
lo que había sucedido, Hugo se quedó inmóvil. Miraba a su hermana
sintiendo el corazón en la garganta. Le costaba respirar y apenas
podía tragar saliva…
Mirándose entre ellos, los amigos de Fernando se dieron cuenta en
ese momento de que Fernando había cruzado una línea pegándole a
una niña pequeña y ya todo el tema no les parecía tan gracioso.
Hugo seguía inmóvil, pero mirando fijamente a los ojos de Fernando.
En su cabeza se había producido un cortocircuito, había escuchado
un clic que le había hecho dar un paso adelante. Con él se podían
meter todo lo que quisieran, pero que no le tocasen ni un pelo a su
hermana porque ahí era cuando no respondería de sus actos.
- ¿Y
tú qué miras sopla-gaitas?-dijo Fernando-. ¿Quieres más?
Comenzando a andar, ayudó a levantar a su hermana del suelo.
-
¿Estás bien Rocío?
-
Sí… ¿Qué vas a hacer?
- Lo
que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Agachando la cabeza, Hugo se fue acercando más y más a Fernando,
que comenzó a mirarlo con desprecio y grandes aires de superioridad.
-
Este gilipollas viene a por más, será estúpido,-le dijo Fernando
mirando a sus amigos, quienes permanecían completamente serios
oliéndose lo que podía suceder-. ¿Qué os pasa? ¿Por qué estáis
tan serios? Si es una niñata de mierda igual que el maricón de su
hermano y la puta de su madre.
Saliendo al patio en ese momento, Max junto con otra profesora más
dieron una voz avisando de que debían estar en clase y no allí.
Sonriendo ampliamente, Fernando miró a Hugo y le susurró algo.
- Te
vas a quedar con las ganas, chaval. Qué lástima…
Pero Hugo estaba demasiado cabreado como para escuchar las voces de
sus profesores. Sólo tenía una cosa en mente y era reventarle la
cara de payaso que tenía Fernando. Se había cansado de ser el tonto
de la clase, la putita que todos usaban y que tiraban cuando no les
interesaba. Se había acabado. Ese día era el primero en el que
impartiría su propia justicia de una vez por todas, así que,
cerrando el puño, descargó toda su ira sobre la cara de Fernando,
quien no vio venir el puñetazo y se lo comió entero.
Pegando una fuerte voz, Max se dirigió hacia Fernando para separarlo
al verle las intenciones de engancharse con Hugo, quien se mantenía
cerca de él con el puño todavía cerrado. La otra profesora, Haley,
se dirigió a los amigos de Fernando mientras tanto.
-
Tomás, Cristian, ahora mismo os vais a venir conmigo al despacho del
director. ¡Y no quiero escuchar una sola palabra por el camino!
¿Queda claro?
Tras parar a Fernando de un fuerte empujón y después de que el
propio Max tuviera que sujetarlo con fuerza para evitar que se le
abalanzase a Hugo, el profesor cogió al muchacho de la camiseta y lo
llevó hacia la pared donde le ordenó quedarse quieto. Después,
dirigiéndose a Hugo, lo miró seriamente.
-
Hugo, ve a la enfermería. Que te miren las heridas de la cara y
luego tú y yo vamos a hablar con el director para aclarar todo este
embrollo.
-
Vale profe.
Tras curarle las heridas, Hugo fue al despecho del director y allí
le explicó todo lo que había pasado con detalle. Comprendiendo la
situación, el director le dio todo su apoyo pero no podía dejar
pasar aquel suceso y, al igual que a sus tres compañeros, había
tomado la decisión de expulsarlo del centro. Mirando fijamente al
director, Hugo reprimió las lágrimas y enmudeció. Durante todas
las horas de clase que le quedaban ese día, ni durante todo el
camino de vuelta a casa abrió la boca. Su hermana tampoco se atrevía
a decirle nada, ya que no sabía cómo hablarle ni lo que decirle.
Entrando en su cuarto, cerró la puerta con el pestillo y se echó
sobre la cama comenzando a llorar amargamente. Nunca había tenido un
problema con nadie, siempre había ido a lo suyo sin molestar y
ahora, justo cuando decidía tomar cartas en el asunto, uno de los
perjudicados era él en lugar de ser una víctima como había sido
todo ese tiempo.
Escuchando la voz de su hermana tras la puerta, Hugo se levantó para
quitar el seguro y dejarla pasar justo cuando se tropezó con la ropa
que había tirada en el suelo y cayó de bruces al espejo que, para
la sorpresa de Hugo, no se rompió, sino que lo traspasó como si de
una puerta se tratase.
Al caer finalmente al suelo, Hugo sintió dolor en sus rodillas y,
abriendo los ojos, comenzó a notar que su habitación no estaba
igual que siempre. ¿Qué estaba ocurriendo?
CONTINUARÁ…
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