miércoles, 22 de abril de 2020

Capítulo 2 || The Mirror

Cuando Ricardo paró de hacerle cosquillas a Esther, ésta se levantó y se despidió justo antes de empezar a subir las escaleras.
- Encantada de haber charlado contigo Ricardo, eres un tío muy enrollado.
- Muchas gracias Esther. Que pases buena tarde,-dijo Ricardo mientras pensaba en qué diablos había pasado escasos minutos atrás y por qué estaba actuando así-.
- Voy a… cambiarme y me marcho,-dejó caer Esther-.


 Yendo a su habitación, Esther esperó unos minutos a Ricardo por si había pillado la indirecta, pero al ver que el tiempo pasaba y él no subía, desistió y tras cambiarse de ropa se fue con sus amigos.


 Al cabo de seis meses, todo en casa iba como la seda. Ricardo tenía grandes proyectos con la Hacienda, Mercedes estaba a punto de cerrar un buen negocio en su oficina y Esther y Hugo eran uña y carne.
Uno de esos proyectos que tenía Ricardo le hacía viajar últimamente más de la cuenta y, tras hacer la maleta y meterla en el coche, fue a despedirse de su esposa.
- ¿Ya tienes lista la maleta cariño?
- Sí, ya la he metido en el coche.
- Ay, qué poco me gusta que te vayas de viaje.
- A mí tampoco me entusiasma demasiado tener reuniones vestido de traje hablando de negocios pero si se cierra esto, el turismo y los beneficios económicos de la Hacienda se multiplicarán por tres.


 Acercándose a Mercedes, Ricardo le dio un dulce beso en la mejilla.
- No te preocupes tesoro, ya verás como enseguida estaré aquí. Voy a despedirme de Hugo, ¿dónde está?
- En la habitación con Esther.


 Dirigiéndose hacia allí y llamando a la puerta, Ricardo entró y vio a Hugo de pie charlando con Esther. No se le entendía nada, pero el pequeño estaba muy entusiasmado con su conversación.
- ¿Dónde está el niño de papá?
- ¡Papá!


 Cogiéndole en brazos, Ricardo comenzó a llenar de besos y caricias al pequeño, que le correspondió dándole un abrazo.
- ¿Mamá?-preguntó Hugo-.


 Sacándolo de la habitación, Ricardo dejó en el suelo a su hijo.
- Venga, ve a por mamá cariño.


 En cuanto Hugo salió de la habitación, Esther agarró del brazo a Ricardo y de un tirón lo acercó y lo besó para su asombro.
- ¿Qué haces Esther? Soy un hombre casado…
- Hago lo que tú fantaseas y no te atreves a hacer.
- Esther…
- ¿Te crees que no he notado cómo me miras el culo o las tetas?
- Una cosa es mirar y otra cosa esto.


 Fuera, el pequeño paso de Hugo lo acercaba hasta su madre, quien lo esperaba a la entrada de la cocina.
- ¡Mamá!


 En la habitación de Esther, el ambiente era muy diferente al de fuera.
- Ricardo, eso no es excusa.
- Mira Esther, eres una chica muy atractiva y mentiría si dijera que no me he fijado en ti, pero estoy casado.
- Sí, con una mujer que se preocupa más por su trabajo que por cuidar a su marido.
- Eh, que yo también estoy muy ocupado y no podemos estar el uno con el otro como siempre, pero sé que ella me quiere al igual que yo a ella.
- ¿Y cuánto hace que no folláis?


 En el exterior, Mercedes bañaba a su hijo en una piscina hinchable para que se refrescase y combatiese al asfixiante calor que estaba haciendo ese verano.


 Un par de minutos después, Esther salió fuera y avisó a Mercedes.
- Señora, su marido se acaba de ir.
- Estupendo, ¿puedes quedarte con el niño mientras yo voy a darme un chapuzón? Estoy sudando a mares.
- Sí, voy a cambiarme primero.


 Escasos minutos después, Esther apareció con un biquini minúsculo y que provocó la mirada de Mercedes.
- Chica, qué cuerpazo se te está poniendo.
- Gracias señora. Estoy entrenando mucho últimamente.
- Eso debería hacer yo, porque he ganado un par de kilos y no quiero ponerme gorda como mi madre.


 Comenzando a jugar con Hugo, Esther estaba contenta porque hasta la propia Mercedes se había dado cuenta del bonito cuerpo que tenía. Estaba orgullosa de sí misma y no tenía miedo de demostrarlo.


 Mientras tanto, Mercedes pensaba en Ricardo y en cómo lo echaba de menos aunque acabara de irse. Por delante le quedaban tres días largos sin él y estaba segura de que se le harían cuesta arriba.


 Sin embargo, cuando Ricardo volvió a casa la que no estaba era Mercedes, ya que había tenido que volar junto con el jefe de la empresa para cerrar el trato multimillonario que tenía con una empresa aliada. Aprovechando el salto, Esther se escondió en el dormitorio conyugal y cuando Ricardo se desnudó para darse una ducha, se abalanzó sobre él y, tras unos besos atropellados en los que Ricardo se resistió, Esther se agachó y comenzó a lamer el miembro masculino. La falta de sexo y la soledad que había sufrido esos días provocó que Ricardo dejase de luchar y diera rienda suelta a su pasión.


 Cuando Mercedes volvió, lo primero que recibió fue un reproche por parte de Ricardo, ya que su mujer se había ido sin decirle nada y durante los cuatro días que estuvo fuera de casa tampoco fue capaz de mandarle un mísero mensaje de móvil.
- He estado reventada. La negociación se complicó y tuvimos que luchar muy duro para cerrar el trato, así que cuando llegaba al hotel no tenía ganas de nada, sólo de acostarme y descansar.
- ¿Pero ni siquiera fuiste capaz de decirme que te ibas?
- ¡Me avisaron con el tiempo justo! Tuve que hacer la maleta en 10 minutos e irme porque mi vuelo salía 3 horas más tarde.


 Esther era como una chispa de fuego en un bote de gasolina. No hacía falta mucho para que se encendiera y la mala racha que estaban pasando Ricardo y Mercedes incrementaba sus encuentros con Ricardo, quien se dejaba querer.


 Las discusiones entre Mercedes y Ricardo cada vez eran más continuas y eran raras las ocasiones en las que la casa estaba en completo silencio. Si no era una reunión de Ricardo era que Mercedes se había olvidado del cumpleaños de su suegra y no había ido a su casa a felicitarla. La cuestión era que a la mínima ambos saltaban al cuello del otro y no para besarse, sino para sangrarse.


 Al ver la situación, Esther comenzó a decirle a Ricardo que para estar así era mejor divorciarse de Mercedes, pero pese a las discusiones él la seguía queriendo. Sabía que le era infiel y que no tenía excusa, pero se consolaba pensando que él no fue el primero que dio el paso en aquella relación prohibida.


 Así fueron pasando los años haciendo que la situación fuera insostenible. Había épocas mejores que otras, pero ya tanto uno como otro apenas se dirigían la palabra si no era para discutir o quejarse del otro. El amor se había roto.


 Mercedes se daba cuenta de ello y le daba pena, pero cada día sentía más repulsión por Ricardo y por la persona en la que se había convertido. Había pasado de ser atento y detallista a ser frío y distante con ella.


 Por su parte, Ricardo se había mostrado así con ella porque lo único que recibía por parte de Mercedes era desprecio, soledad y falta de afecto. Cuando volvió al trabajo después de dar a luz a Hugo, se volcó tanto en sus labores que dejó la casa, su marido y hasta a su hijo de lado. Esas cosas parecían no importar tanto como su trabajo, las reuniones y estar en la oficina hasta altas horas de la noche.


 Entrando en el salón en un momento de silencio, Hugo pudo presenciar por enésima vez cómo sus padres se gritaban a la cara.
- ¡Que te den Ricardo! Paso de discutir más.
- Que te den a ti chata, a ver si se te quita la cara de frígida que me llevas.
- ¡Dios te oiga! Porque tú no me vas a dar ni los buenos días, ¡gordo!
- Habló la top-model ahora. ¿Tu has visto el culo que has echado? Menos mal que no querías parecerte a tu madre, pero es que tu madre a tu lado está buena y todo Merceditas.
- ¡No me llames así! Que sabes que lo odio.


 Corriendo hacia Esther, Hugo se abrazó a ella asustado.
- Por favor, quiero que paren, Esther. No quiero verlos así.
- Ya está Hugo, tranquilo. Ve a tu cuarto y ponte a jugar, que yo iré enseguida.


 Dándole un beso en la mejilla, Hugo le hizo caso a su cuidadora y se marchó mientras escuchaba de fondo los gritos de sus padres, quienes no paraban de chillarse mutuamente.


 Levantándose de repente, Mercedes se dirigió hacia la puerta y salió de casa murmurando en voz baja.
- ¿A dónde va señora?
- ¡A donde me salga del coño! Que para eso soy la mujer de la casa.


 Viendo cómo se alejaba Mercedes, Esther miró cómo Ricardo se dirigía hacia el sótano para encerrarse a pensar.
- ¿Estás bien?
- Sí.
- ¿Quieres que baje y te de un… masajito?
- No.


 Pero Esther hizo caso omiso y bajó junto a Ricardo, quien le dijo que se fuera justo antes de sentir los labios femeninos sobre los suyos.


 Ricardo no quería besos ni arrumacos en esos momentos de cabreo y sentía a Esther pegada como una lapa, pero en las circunstancias en las que estaba con Mercedes era un desahogo que le permitía no perder la cabeza ni encerrarse en sí mismo.


CONTINUARÁ…

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