Su interior era majestuoso, con todos y cada uno de los detalles bien
cuidados, manteniendo la esencia tan viva que parecía que el mismo
conde estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, el único que
estaba allí controlando el lugar era el dueño.
Revisando todo antes de abrir al público, Ricardo Solanas era el
dueño y la cara más visible de ese punto tan importante y
estratégico de la ciudad.
Se conocía la mansión al dedillo, pero aún se asombraba al ver sus
cuadros, sus esculturas, su arquitectura… Su mente viajaba veloz a
través del tiempo y se imaginaba a él deambulando por los pasillos,
vestido de época e inmerso en grandes y pomposas fiestas de la
época.
A unos kilómetros de allí, una mujer buscaba en las llamadas
recientes el número de su marido y, esperando a que contestase,
pensaba en lo que le diría a continuación. Dicha mujer se llamaba
Mercedes, y era la esposa de nuestro recién conocido Ricardo.
- Hola mi vida, ¿te pillo ocupado?
- No, estaba haciendo el chequeo antes de que el guardia de seguridad
abra esto. Dime, ¿qué pasa?
- Es sobre lo que hablamos anoche… Yo me siento mucho más
recuperada y creo que sería un buen momento de volver a mi trabajo,
¿cómo lo ves? Aquí en casa me aburro muchísimo y el niño apenas
da guerra.
En la Hacienda, Ricardo sonreía.
- Si crees que estás preparada para volver a tu oficina, adelante.
- Eso es a lo que iba, ¿qué vamos a hacer con Hugo? Yo no me lo
puedo llevar al despacho y si me surge algún viaje se tendría que
quedar aquí.
- Y yo no es que tenga un horario demasiado fijo desde que terminó
mi baja por paternidad… ¿Has pensando en algo?
- ¿Qué te parece una canguro?
- Mira, hagamos una cosa. Decide tú sobre este tema y cuando vuelva
a casa lo hablamos más tranquilamente. Confío plenamente en ti.
- Vale, nos vemos luego cariño. Te quiero.
- Y yo también.
Terminando la llamada, Mercedes subió al dormitorio y se conectó a
internet para buscar anuncios de gente que se dedicara a cuidar a
bebés y niños pequeños. Al ser madre primeriza, no se fiaba de
cualquiera y buscaba los perfiles que tuvieran foto, una buena
descripción y referencias.
Pasadas unas horas, casi a la hora del almuerzo, Ricardo entró en
casa y vio a Mercedes preparando la comida.
- Hola mi vida, ¿qué tal la mañana?
- Muy bien, he estado viendo la tele, ahora me he puesto a cocinar…
- ¿Que tal el niño?
- Estupendamente. Se ha quedado dormido justo después de darle el
pecho.
- Genial, ahora iré a verlo. Ah, por cierto, ¿has mirado lo que me
dijiste de la canguro?
Dejando de cocinar, Mercedes miró a su marido.
- Ay, casi se me olvida. He estado mirando un montón de gente y de
todos los perfiles me llamó uno la atención y he contactado con
ella. Se llama Esther y hemos quedado mañana aquí para que vea a
Hugo y conozca esto. ¿Podrás estar conmigo?
- ¿A qué hora has quedado con ella?
- Sobre las 17 horas.
- Entonces sí, me da tiempo de sobra. No te preocupes cielo.
Al día siguiente, Esther Barrionuevo llegó a la dirección que
Mercedes le había enviado y, pese a que tenía experiencia con las
entrevistas, al ver la casa el corazón le dio un vuelco y su pulso
se disparó. Estaba claro que esa familia estaba bien posicionada.
Entrando en el recinto, se acercó a la puerta principal y llamó al
timbre. Hacia sí, Esther intentaba calmar su pulso y su agitada
respiración. Quería causar buena impresión y que la aceptaran en
el trabajo porque necesitaba mucho el dinero para salir adelante.
Abriendo la puerta, Ricardo saludo a la muchacha.
- Buenas tardes, ¿qué desea?
- Hola, buenas tardes. Soy Esther y había quedado con Mercedes a
esta hora para una entrevista de trabajo.
- Sí, me lo comentó mi esposa. Usted debe ser la canguro. Yo soy
Ricardo, encantado de conocerla Esther.
- Lo mismo digo.
- Por favor, pase al salón. Mi mujer bajará enseguida.
Invitándola a sentarse, ambos comenzaron a charlar.
- ¿Y le gustan los niños, Esther?
- Sí, me encantan. Soy la mayor de cinco hermanos y por temas de
trabajo, mis padres pasaban más tiempo fuera de casa que dentro, así
que yo hacía las veces de madre más que de hermana.
- Entiendo. Entonces nuestro Hugo le parecerá un encanto. Es muy
bueno, duerme como un angelito y apenas se queja de nada. A veces
tenemos que ir a verlo para cerciorarnos de que está bien porque el
“escucha bebés” está completamente en silencio.
Estando en mitad de la conversación, Mercedes entró en el salón
pidiendo disculpas y saludando a la muchacha.
- Hola, perdonad mi retraso, pero le estaba cambiando el pañal a
Hugo. ¿Qué tal Esther? Encantada de conocerla.
- Igualmente señora.
- ¿De qué estabais hablando cuando yo llegué?
- Ah pues le contaba a Esther que Hugo es de lo más bueno que
hay,-contestó Ricardo a su esposa-.
Tras bastantes minutos de conversación, tanto Mercedes como Ricardo
quedaron contentos con Esther, por lo que le explicaron las
condiciones y su sueldo.
- Se quedaría a vivir aquí en una habitación con baño propio,
tendría acceso a la cocina, al salón… Como si estuviera en su
propia casa vamos,-le explicaba Mercedes-. Y si está de acuerdo con
el sueldo que le hemos dicho antes y con su día y medio libre a la
semana… Eso sería todo.
- Genial, todo perfecto.
- Entonces bienvenida a la familia Esther,-dijo Ricardo estrechándole
la mano-.
Recogiendo sus pertenencias del apartamento donde vivía, Esther
volvió al día siguiente a la casa del matrimonio Solanas dispuesta
a darlo todo.
- Mira, esta es tu habitación. ¿Te gusta?-le preguntó Mercedes-.
- Uy qué grande.
- Bueno, es de un tamaño normalito.
- Entonces será mejor que no vea mi antiguo apartamento. Creo que
sería más o menos como esta habitación jajaja.
Riéndose, Mercedes salió de la habitación y la condujo al baño
que le correspondía a ella.
- Y este es el baño. Ahí tienes la bañera, ducha, retrete…
- Wow, increíble.
- No me dirás ahora que en tu apartamento no tendrías baño, ¿verdad?
- No, sí que teníamos. Pero era un baño minúsculo de dos por dos
y que teníamos que compartir entre cuatro. Y eso si mi compañero de
piso no traía a su novia.
- Bueno, pues ahora todo este cuarto de baño es todo tuyo.
Mirando a Esther a los ojos, la observó durante unos instantes donde
la pudo ver emocionada, contenta y diría que ilusionada y eso a
Mercedes le encantaba.
- Me alegro de que todo esté a tu gusto, Esther. Si algún día
necesitas cualquier cosa, no dudes en decírnoslo tanto a mi marido
como a mí.
- Muchas gracias señora, se lo agradezco.
- Bueno, pues te dejo aclimatarte. Nos vemos luego.
Sacando sus cosas de las cajas, Esther personalizó su dormitorio y
lo hizo más suyo. Ahora se parecía esa habitación más a un hogar
que antes y, sentándose en la cama, suspiró. Esther sentía que ese
sitio le iba a traer grandes alegrías.
Tras un par de intensas horas de trabajo abriendo cajas, colocando
ropa en el armario y dejando todo en orden, Esther se dirigió hacia
el baño para darse una buena ducha para estar más presentable.
- Tengo el vestido pegado, qué asco por favor,-pensó Esther
sacándose la ropa rápidamente-.
Saliendo Ricardo al jardín en ese momento, miró instintivamente a
la ventana como siempre había hecho y descubrió a Esther comenzando
a asearse completamente desnuda. Quitando la cara al momento siguió
su camino maldiciéndose a sí mismo porque no estaba acostumbrado a
que a partir de ahora hubiera otra persona más viviendo en su casa
que no fuera su hijo o su mujer.
Lo que debía admitir es que aquella chica no estaba mal de cuerpo
pese a tener algún que otro kilo de más. Dándose a sí mismo un
golpe en la cabeza, se dijo que no podía mirar a otra mujer que no
fuera la suya y prosiguió su camino.
Con el paso de los días, Esther se había aclimatado a la rutina de
la casa perfectamente al igual que los padres de Hugo, así que todo
fluía mucho mejor. Uno de esos días, tras dejar dormido al pequeño,
fue en busca de Mercedes para decirle que se cambiaría antes de irse
porque esa tarde la tenía libre. Sin embargo, buscando por toda la
casa no la encontró por ningún lado.
- Veré a ver si está en el sótano…
Bajando al sótano, allí descubrió a Ricardo viendo la tele. Aquel
lugar era su rincón privado donde se iba a pensar y a estar solo y
donde no quería que nadie lo molestase.
Carraspeando, Esther anunció que estaba allí y Ricardo se levantó
rápidamente del sofá.
- Perdone señor, pero llevo buscando un rato a la señora y no la
encuentro.
- Y no la vas a encontrar porque está en una reunión. ¿Querías
algo?
- Bueno, era para decirle que tengo la tarde libre y que he dejado a
Hugo durmiendo la siesta.
- Ah, estupendo. Entonces disfruta de tu tarde Esther.
- Gracias señor.
- ¿Has quedado con tus amigos?
- ¿Perdón?-preguntó Esther al no esperarse esa pregunta-.
- Nada, culpa mía. No debería ser tan indiscreto.
- No se preocupe señor. Sí, he quedado con unos amigos, que hace
tiempo que no los veo y los echo de menos.
- Y seguro que ellos a ti, perdón, a usted.
Comenzando a reír, Esther se acercó a Ricardo y empezó a hablar.
- Puede tutearme si quiere, así no pareceré más vieja.
- Entonces si yo puedo tutearte tú también tendrás que hacerlo
conmigo y, si me permites el atrevimiento, de vieja nada. Además,
¿qué edad tienes?
- Hace un momento me llamaba de usted,-comenzó a decir Esther
mientras se sentaba en el sofá-, y ahora me pregunta por mi edad…
Es usted muy simpático. Perdón, de tú jajaja.
- La costumbre, no te preocupes.
- Pues si quieres saber mi edad tengo 28.
- Lo que yo digo, sólo te saco 4 años. Soy más viejo pero no soy
ningún carcamal, además, ¿crees que esta es la cara de un viejo?
Esa pregunta de Ricardo le provocó una inmensa carcajada a Esther
que se rió de buena gana ante la mirada masculina.
- No te imaginaba tan chistoso Ricardo, como siempre te he visto
serio…
- Eso es porque no desconecto del trabajo y allí tengo que estar
como si me hubieran metido un palo por el culo.
- Pues me gusta que seas más natural, sin tantas dobleces.
La conversación continuó durante unos minutos más y Ricardo
comenzó a contarle una vergonzosa historia que le ocurrió con unos
clientes una vez y, mientras relataba la historia, gesticulaba
bastante y sin querer rozó con su mano el pecho femenino y,
sintiéndose mortalmente avergonzado en ese momento, comenzó a
disculparse.
Sin embargo, la reacción de Esther dejó completamente descolocado a
Ricardo, ya que no se esperaba su contestación.
- ¿Me has oído quejarme?
- Bueno… Yo…
- Además, sé que ha sido sin querer porque estoy segura de que, de
haberlo hecho adrede, habría puesto su mano en mi pecho… ¿Me
equivoco?-preguntó poniendo un tono de voz más sensual-.
Comenzando a reír, Ricardo llevó sus manos al costado femenino y le
empezó a hacer cosquillas.
- Esther, Esther, eres una traviesa, ¿eh?
- ¿Y qué sería la vida sin alguna travesura? Pues una vida muy
aburrida, ¿verdad?
CONTINUARÁ…
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