Terminando de comer, Conrad dejó el plato junto al televisor.
- Linda, ahí te dejo el plato que yo estoy cansado y me voy a echar
una siesta.
- ¿Cansado? Pero si no has hecho ni el huevo…
- ¡Que me voy a dormir y punto!
Entrando en el dormitorio y cerrando de un portazo, Conrad se tumbó
sobre la cama y comenzó a conciliar el sueño.
Fuera, Linda seguía apenada porque veía que no tenía apoyo de
nadie justo cuando su hijo se levantó y recogió su plato.
- Mamá, deja los platos ahí que yo los friego.
- ¿Lo dices en serio?
- Claro, ya que papá no te ayuda en nada… No puedes hacerlo tú
sola.
- Muchas gracias hijo, te lo agradezco.
- No hay de qué. Tú ve a echarte la siesta un rato.
Haciéndole caso, Linda se fue al sofá mientras que Barry recogía
platos y cubiertos.
- Hace tanto tiempo que no me echo una siesta que creo que no me voy
a despertar en dos años.
- Mientras te despiertes, todo estará bien. Que descanses mamá.
- Gracias hijo.
Un rato después, Barry dejó a su madre sola en el salón y se metió
en su dormitorio para seguir jugando y entrenando para mejorar su
técnica y, de esa forma, prepararse para el campeonato que tenía a
la vuelta de la esquina.
Un par de semanas después, el campeonato ya había empezado y Barry
se había clasificado para la final. Había costado mucho trabajo y
esfuerzo pero el premio ya estaba al alcance de su mano y no iba a
parar hasta conseguirlo si es que su padre no lo seguía
interrumpiendo una y otra vez.
- Hijo, vayámonos al parque a dar una vuelta, te vendrá bien.
- Papá, ahora mismo no puedo. Estoy en medio de algo muy importante
que puede cambiar nuestras vidas.
- ¿El qué? ¿Jugar a una maquinita? Venga Barry, apaga eso si no
quieres que te lo apague yo.
- ¡Ni se te ocurra apagarme el ordenador!-gritó Barry sin despegar
la cara de la pantalla-.
Justo cuando Conrad iba a responder a ese último grito, una rápida
Linda entró en el dormitorio e intervino.
- Conrad cariño, yo te acompañaré.
- ¿Tú? ¿Acaso tienes fiebre?
- No tonto. Hace mucho que no hacemos nada juntos y me apetece dar
una vuelta.
- ¿Seguro que no prefieres quedarte limpiando en casa? Si es tu
pasatiempo favorito,-dijo Conrad sonriendo mientras que Linda se
entristecía-.
Pero haciendo oídos sordos, Linda contestó.
- De vez en cuando es bueno cambiar de aires, Conrad.
- Me sorprendes Linda. Está bien, acompáñame si quieres, pero
ponte ropa de deporte.
- Claro, iré a cambiarme.
Saliendo del dormitorio de Barry, el matrimonio se dirigió hacia el
cuarto conyugal y Linda se desvistió delante de la cómoda,
quedándose completamente desnuda frente a su marido quien, echándole
un vistazo, hizo un comentario algo… Inesperado.
- Ya no recordaba lo mucho que me gustaba ese culo. Pensándolo bien,
¿por qué no nos quedamos en casa y jugamos a papás y a mamás?
Vistiéndose, Linda se volvió hacia su marido y respondió a su
pregunta.
- Porque tu “amiguito” decidió jubilarse como tú y para tener
que hacerme todo yo sola prefiero invertir ese precioso tiempo en
otras cosas,-dijo Linda dándole unas palmadas en el pecho-. Venga,
vámonos.
Cuando bajaron, Conrad decidió que él iría a hacer footing hacia
la ciudad y Linda prefirió quedarse alrededor de su barrio para no
alejarse demasiado. Tomando caminos distintos, Linda sonreía
satisfecha de que había podido fastidiar a Conrad con un comentario
suyo y no al revés, como siempre hacía él con ella. Un punto para
Linda.
Conrad estaba fastidiado porque sabía que Linda tenía razón. Hacía
mucho tiempo que no estaba lo suficientemente motivado como para que
su amigo despertase y las discusiones continuas, la mala situación
económica y su falta de lívido estaban pasándole factura.
En casa la situación era verdaderamente distinta, ya que Barry
acababa de ganar el campeonato y se proclamaba ganador de un
suculento y jugoso premio millonario. ¡No se lo podía creer! Al fin
la suerte le sonreía.
Tras confirmar los datos bancarios y hablar con los organizadores
para hacerle entrega de un cheque simbólico en una gala de lujo que
se haría a la siguiente semana, Barry salió de casa dispuesto a
buscar a sus padres para contarles la noticia. ¡Por fin podrían
mudarse de esa casa casi en ruinas!
Apenas un par de meses después del campeonato, Barry se había
convertido en el famoso del momento. Programas de televisión,
periódicos y revistas de videojuegos le reclamaban día a día para
una entrevista. Todas las discotecas lo querían allí para que su
local fuera el más aclamado del momento y, aparte del dinero que le
dieron por el torneo, todo el que ganaba gracias a lo anteriormente
mencionado lo usó para comprarse una casa grande y lujosa donde,
tanto él como sus padres, podrían vivir a cuerpo de rey.
Entrando en su recién estrenado salón, Barry se encontró a sus
padres muy acaramelados dándose un beso en la boca. Sonriendo al
verlos así se dio la vuelta para darles intimidad, no sin notar que
la reciente operación de pecho de su madre le había quedado bien.
Linda había pasado por quirófano para restablecer su busto a como
lo tenía cuando era joven, poniéndose un poco de silicona dejándolo
perfectamente colocado en su sitio.
Por su parte, Conrad había cambiado su look físico con un nuevo
peinado y dejándose algo de bigote y perilla, aparte de la notable
renovación de armario que habían hecho todos. La vida les sonreía
y había que disfrutar de ese momento tan especial.
- Qué bien te han quedado las tetas… Me encantaría poder verlas.
- Vaya Conrad, pues no me vendría nada mal un masaje.
- Estaremos encantados.
- ¿Estaremos?-preguntó Linda poniendo su mano sobre la entrepierna
masculina-. Pero qué… ¿Ha despertado? No hay tiempo que perder
entonces…
Mientras tanto, Barry seguía jugando en un ordenador nuevo que se
había comprado, especial para hacer directos en una página web
donde la gente lo veía y le hacía donaciones.
- Me encanta mi trabajo…
A todo esto, en el dormitorio conyugal, Conrad y Linda daban rienda
suelta a su pasión de forma que, por primera vez, Linda era la
protagonista y Conrad se estaba dedicando a ella introduciendo sus
dedos en la vagina.
Llegado el momento, Linda se subió sobre su marido dispuesta a
cabalgar sobre el recién resucitado pene de Conrad cuando… Algo
cambió sus planes.
- Conrad, métela de nuevo, que estoy a punto.
- Un momento cariño, que se me ha bajado. Espera un segundo.
- ¡¿Qué?!-dijo Linda mientras se levantaba de la cama y veía el
flácido miembro de su marido entre sus manos.
Poniéndose la bata, Linda dejó a su marido en la habitación
mientras ella se dirigía a la cocina para tomarse un refresco en la
terraza. Estaba muy cabreada porque justo cuando comenzaba a recordar
lo que era tener sexo, sentirse querida y consentida, la realidad le
daba un duro golpe y le volvía a poner los pies sobre la tierra.
Conrad se sentía frustrado porque no comprendía por qué le ocurría
eso. Cuando él iba al parque con sus amigos y veía jovencitas de
muy buen ver, su cuerpo reaccionaba y se sentía atraído por ellas.
Tenía que reconocer que su cuerpo ya no era el de un joven de 20
años, pero tampoco estaba al borde de la muerte y se sentía joven
todavía gracias al deporte que practicaba.
Dándose una ducha y poniéndose ropa elegante, Conrad fue hacia el
salón para avisar a Linda de que tenía pensado darse una vuelta.
- Pues que te vaya bien,-le dijo Linda mientras reía a carcajada
limpia sin despegar la mirada de la televisión de plasma-.
Yendo a una discoteca que tenía buena fama, Conrad pudo comprobar
que era cierto aquello de que decían que las chicas que iban allí
eran de lo mejorcito de la ciudad.
Sin poder despegar la vista de una de aquellas mujeres, Conrad le
echó valor y le habló a una de ellas.
- Deberían bajar un poco más las luces de la discoteca, ¿no cree?
- ¿Bajar las luces? ¿Por qué lo dice?
- Porque usted con su belleza ya la ilumina lo suficiente.
- Oh, es usted un adulador de primera. Muchísimas gracias caballero.
- No se dirija a mí como caballero. Me llamo Conrad, señora…
- De señora nada, que no soy tan vieja como aparento.
- ¿Usted vieja? ¿Pero acaso se ha visto al espejo? Es usted el
mejor cuerpo de este sitio.
- Muchísimas gracias Conrad. Ay, qué tonta, yo me llamo Fiona, que
no te he dicho mi nombre.
Quedándose un momento en silencio, Conrad y Fiona se miraron a los
ojos mientras que todo parecía desaparecer a su alrededor. Rompiendo
ese silencio, Fiona le hizo una pregunta.
- ¿Y qué te trae por aquí, Conrad?
- Diversión, distraerme.
- ¿Y dónde te has dejado a la mujer?
- ¿Mujer? ¿Qué mujer?-dijo tapando su anillo de casado-.
- Conrad, no trates de esconder tu anillo ahora. No pasa nada. Por mí
todo bien.
- ¿No te importa que esté casado?
- ¿Acaso estamos haciendo algo malo porque dos desconocidos hablen?
- No… De momento.
- Estás hecho un bribón Conrad. Me gustan los hombres arriesgados
como tú, a los que les gusta el peligro.
- Pues este peligro se va al baño… Veamos si tú también eres tan
arriesgada como los hombres que te gustan.
Yéndose al baño, Corad se bajó los pantalones y comenzó a
intentar animar a su miembro sin mucho éxito. No estaba flácida
como siempre pero tampoco se encontraba en su máximo esplendor justo
cuando una sombra se cernió sobre la ventanilla del aseo.
- No te preocupes Conrad,-dijo Fiona abriendo la puerta-. Soy una
experta en reavivar cosas…,-comentó agachándose frente a él-.
Y sin pensárselo dos veces, Fiona se arrodilló frente a Conrad y
metió su flácido miembro en la boca mientras que jugaba con él con
su lengua y sus labios, mirando fijamente a los ojos a su viejo
amante de vez en cuando.
- Esto es… Increíble,-dijo Conrad notando cómo su miembro se
endurecía sin necesidad de pastillas-.
- Te lo dije, soy una experta.
Levantándose completamente animado, colocó a Fiona frente al
sanitario y, separándole un poco las piernas, se llevó una mano a
su boca para echar saliva en ella y luego ponerla en la vagina justo
antes de penetrarla duramente.
- Despacio Conrad, no hay prisa ninguna.
- No quiero que se me baje.
- Tranquilo,-dijo ella comenzando a mover sus caderas en círculos-,
eso no va a pasar…
CONTINUARÁ…
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