Entrando en la habitación, Renata comprobó con sus propios ojos lo
que Katashi le había hecho a Enrique y a Isa y, sin poderlo evitar,
comenzó a gritar como loca.
-
¡Katashi! ¿Quieres parar ya de una puta vez? ¿Te crees que vamos a
trabajar mejor con un ojo morado o con amenazas por tu parte?
¡Imbécil!
-
Cállate Renata si no quieres cobrar tú también.
-
Pero Kat…
-
¡Que te vayas de aquí, negra!
La situación siempre era la misma: amenazas, maltratos y más
amenazas, por lo que Enrique fue creciendo viendo todo eso,
apoyándose en las chicas de allí y odiando a Katashi un poco más
cada día, como hacían todas. Cuando ya Enrique contaba con siete
años, Katashi entró en la habitación donde vio al niño
tranquilamente jugando con un coche de juguete.
-
Niño, ¿y tu madre?
-
¿No eres el jefe y quien mira las cámaras? Tú sabrás, ¿no?
-
Mira niño, a mí no me vaciles.
Dejando el juguete en el suelo, Enrique se levantó y se giró hacia
Katashi.
- Te
voy a vacilar las veces que me dé la gana, ¿te queda claro? Anda
mira, si estoy hablando igual que tú a todas las chicas.
-
Qué imbécil eres, niño del demonio.
-
Vale, seré un imbécil, pero lo mío tiene cura si estudio más.
Pero lo tuyo… Lo tuyo sí que no tiene cura.
Mirándolo con cara de odio, Katashi volvió a usar una de sus
tácticas infalibles: La amenaza.
-
Niño…
- Me
llamo Enrique.
-
¡Toca-pelotas! Así te voy a llamar ahora, ¿te queda claro?
-
¿Ves como te he imitado igual?-dijo Enrique esbozando una sonrisa-.
-
Uf...-dijo Katashi suspirando-. Tú sigue tocándome los huevos de
esa forma y quien pagará las consecuencias será tu madre.
-
Ponle un dedo encima y seré yo mismo quien te mate.
-
JAJAJAJAJAJAJA,-comenzó a carcajearse Katashi-.
La mirada tan seria que le estaba echando Enrique hizo que Katashi
dejase de reírse cada vez menos hasta que, seriamente, le preguntó
al pequeño.
-
¿Qué miras?
-
Estaba pensando que… Es verdad, se te nota.
-
¿El qué se me nota?
- La
cara de idiota,-dijo Enrique llevándose las manos a la boca
intentando evitar reírse-.
Y sin ningún tipo de miramiento, Katashi le pegó una patada a
Enrique, quien salió volando cayendo al suelo provocando un fuerte
ruido.
Enrique se quedó tumbado en el suelo frente a la mirada impasible de
Katashi.
-
Para que aprendas con quién debes meterte, toca-pelotas.
El ruido hizo entrar a Isa y a Wissal, quienes estaban en la barra de
pole dance haciendo su show. Al ver que Enrique estaba en el suelo y
Katashi frente a él, Wissal comenzó a respirar agitadamente y, sin
poderlo evitar, se abalanzó sobre él.
Al girarse, Katashi vio cómo Wissal le daba una patada en los
huevos, justo con la punta del tacón, provocándole un fuerte dolor
que le hizo agacharse instantáneamente.
Renata, que también había escuchado el golpe que provocó Enrique
cayéndose al suelo, entró justo para ver cómo Wissal pegaba a
Katashi. Irremediablemente, Renata sonrió orgullosa de su amiga y
compañera.
-
Para que aprendas que Enrique es intocable, bastardo.
Recuperando un poco el aliento, Katashi se incorporó y agarró del
pañuelo a Wissal quien supo en ese instante lo que le esperaba…
Pero había merecido la pena por defender al pequeño.
Katashi comenzó con un rosario de puñetazos hacia Wissal, quien no
podía evitar los golpes, ya que rápidamente le comenzó a sangrar
la ceja y sus ojos se llenaron de sangre, impidiéndole ver con
claridad.
Renata, gritando más fuerte que nunca, hizo que Katashi parase de
golpear a la muchacha.
-
¡¿Te crees que pegándonos vas a arreglar las cosas?! ¡Estúpido!
-
Mira negra de los huevos, vete de aquí si no quieres llevarte un
rapapolvo tú también.
-
Venga, ponme un dedo encima si tienes huevos, pero ahora que Wissal
va a tener la cara morada durante unos días y no va a poder
trabajar, si me haces lo mismo a mí quién va a poner las copas,
¿eh? ¿Quién va a hacer que el negocio prospere? Porque yo no te
veo a ti poniendo el culo.
Sin ningún ápice de compasión, Katashi increpó a Renata.
-
¿Te crees que no tengo dinero para traer a más chicas si no me
diese la gana? ¿Os creéis las únicas aquí? Para nada. Soy rico y
tengo todo lo que deseo así que te vas a volver ahora a tu sitio si
no quieres que encuentren pedazos tuyos repartidos desde aquí a
Denver, ¿te queda claro?
Wissal se miraba al espejo para comprobar cómo le había dejado la
cara el monstruo de Katashi. Sentía un dolor terrible, pero por el
pequeño Enrique todas y cada una de ellas harían lo que hiciera
falta.
Escapándose de allí, Enrique comenzó a buscar a su madre hasta que
la encontró en una habitación.
-
Mamá, ¿estás sola?
-
Pero… Kike, ¿qué haces aquí? Como te vea Katashi aquí fuera…
- Me
da igual ese… Gilipollas.
-
¡Oye! ¿Quién te ha enseñado a decir esas palabrotas?
- Es
lo que me dicen mis compañeros de clase en el cole, mamá. Me dicen
que soy un comemierda y se ríen de mí por llevar siempre la misma
ropa.
Llevándose la mano a la boca, Ann no podía creerse cómo unos niños
tan pequeños podían llegar a ser así de crueles… ¿Qué les
estaban enseñando sus padres?
-
Además… Katashi me ha pegado ahora y la tita Wissal le ha dado una
patada en sus partes y luego Katashi le ha pegado mucho y le ha
dejado la cara marcada.
Sentándose, Ann abrazó a su hijo con fuerza.
-
Tranquilo amor mío. Con mamá estás a salvo y nada ni nadie te
volverá a hacer daño. Te lo prometo.
-
Gracias mami,te quiero mucho.
- Y
yo más, vida mía, yo también te quiero.
Todos los males se le pasaban cuando estaba con su niño. Ann no era
feliz, pero se le olvidaba absolutamente todo cuando estaba con Kike,
como ella lo llamaba. Cada día se parecía más a su padre y, por
mucho que él lo negase en un principio, ahora sólo había que verlo
para darse cuenta de que era suyo.
Una noche como otra cualquiera, en el local de Katashi estaba a punto
de suceder algo que cambiaría muchas vidas… radicalmente.
Isa estaba en la barra haciendo su show cuando recibió un saludo muy
cordial.
-
¡Hola tita! ¿Cómo estás hoy?
- Ey
Kike, pues aquí estamos, como siempre hijo…
En el backstage discutían acaloradamente Ann con Katashi, para
variar un poco. El paso de los años había provocado que el pelo
fuese algo más canoso y que apareciese alguna arruga que otra.
- Te
estoy diciendo que no es tanto lo que te pido, Katashi. ¡Es solo un
día con mi hijo fuera de estas cuatro malditas paredes!
-
¡No! En cuanto entraste aquí firmaste tu sentencia de muerte y no
saldrás a no ser que estés en un ataúd.
-
¿Te crees que me voy a escapar dejando aquí a todas las chicas a tu
merced? ¿Tú eres tonto, tío?
Katashi también estaba mucho más envejecido, pero su personalidad
seguía siendo la misma. En eso no había cambiado ni una pizca.
-
Ann, tú serías capaz de vender a tu madre con tal de salir de aquí,
te conozco bien y no me fío de lo que vayas a hacer.
-
Qué poco me conoces… ¿Te crees que por tenerme aquí encerrada
durante 18 años me conoces? Pues no, no lo has hecho y no lo harás
nunca porque no pienso darte ese gusto.
- Yo
con follarte cuando me venga en gana tengo el gusto que necesito.
-
Bueno, eso si das la talla, porque últimamente no eres nadie sin tu
pastillita azul…
-
Serás zorra… Ya me las pagarás… O no, mejor, las pagará tu
hijo por ti ahora que es casi un adulto.
Sin poderlo evitar, Ann le pegó un fuerte guantazo a Katashi.
-
Como se te vuelva a ocurrir la idea de tocar a mi hijo o hacerle algo
te juro que te arranco la yugular de cuajo.
-
Oh, no sabes lo que acabas de hacer…
-
Sí, pegarte un guantazo,-dijo Ann volviéndole a pegar-.
Yéndose hacia la barra, Renata saludó al “pequeño” Kike.
-
¿Qué tal Renata?
-
Bien, ya sabes, poniendo copas y eso. ¿Te pongo algo?
-
Sí, dame una gaseosa.
-
Marchando una gaseosa.
-
Por cierto, ¿se ha enterado Katashi de...?
-
No, no se ha dado ni cuenta así que nuestro secreto está a salvo.
-
Bien.
En el interior, Katashi echó sus manos sobre el cuello femenino y
comenzó a apretar muy fuerte, comenzando a asfixiar a Ann quien le
daba golpes inútiles, ya que no le hacían nada para que parase.
Ann poco a poco fue perdiendo las fuerzas hasta que, en un momento,
Katashi sintió cómo salía el último aliento a través de la boca
de su víctima. Acababa de arrebatarle la vida y también había
firmado su propia sentencia de muerte, aunque no lo supiera todavía.
Dejándola caer al suelo, el golpe que se escuchó fue bastante
fuerte y, sin ningún ápice de sentimientos, Katashi comenzó a
gritarle al cuerpo inerte de Ann.
-
¡Mira lo que me has hecho hacerte! ¡La culpa es tuya! ¡Puta!
Saltando por encima de la barra, Kike entró en la habitación y pudo
ver a su madre completamente tendida en el suelo y con unas marcas
rojas sobre su cuello justo delante de Katashi, quien la miraba con
cara de odio.
-
¿Qué ha pasado aquí?
- La
puta de tu madre. Mira lo que me ha hecho hacerle… Yo no quería,
pero ella me ha obligado.
Mirando a su madre, Kike comenzó a respirar agitadamente y cerró
ambos puños tan fuerte que se provocó heridas en las palmas de sus
manos.
-
¿Que ella te ha obligado?-logró decir Kike-.
-
Sí. No entraba en razón y me obligó a castigarla severamente.
-
Entiendo…
CONTINUARÁ...
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