A la mañana siguiente de
la detención de Navarro, Ángel volvía de la comisaría de declarar, ya que
necesitaban que aclarase ciertas cosas tanto del asalto a su casa como del tipo
de relación que mantenía con su cómplice: Alfonso Quijano.
Ángel sabía que Navarro,
tarde o temprano, les traería problemas tanto a Jara como a él, por eso siempre
había querido evitarlo a toda costa, pero le había sido imposible.
Entrando en casa, saludó
y Jara le recibió con cara de pocos amigos.
-
¿Cómo está mi
padre, Jara?
-
Mal, ha
pasado muy mala noche como ya sabes y tiene un pulso bastante alto para la edad
que tiene, pero se niega en rotundo a pisar un hospital.
-
Qué cabezota
que es… Un día nos va a dar un disgusto.
-
Bueno, ¿tú
qué tal por comisaría? ¿Qué querían?
Acercándose a la
muchacha, le contestó.
-
Me
preguntaron sobre el asalto de Navarro, si había escuchado algo, si sabía algo…
También me preguntaron por Alfonso, qué tipo de relación tenía con él, de qué
lo conocía, si sabía que tenía novia…
-
¿Tenía novia?
-
Al parecer
sí, porque anoche llamaron a la policía por unos incesantes gritos de un niño y
descubrieron al pequeño sólo en casa. Los vecinos que denunciaron les contaron
a la policía que allí vivía una mujer con su niño y que desde hacía poco tiempo
se veía con un hombre y creen que era Alfonso.
-
Así que, si
eso es cierto, donde esté Alfonso estará esa mujer. ¿Y qué pasó con el niño?
-
Llamaron a
los Servicios Sociales y ellos se encargaron.
En Los Aniegos, una
arreglada Rosalía llegaba a su nuevo lugar de trabajo, donde la esperaba
Horacio.
-
¡Buenos días
Horacio!
-
Pero bueno…
Rosalía, estás estupenda. ¡Buenos días!
-
Muchas
gracias…
-
No hay de
qué. ¿Estás preparada?
-
Adelante.
Ambos subieron por el
ascensor y entraron en el despacho de Horacio.
-
Este será tu
nuevo lugar de trabajo. En esa mesa trabajarás con el ordenador, recibiendo
llamadas y atendiendo a los clientes que lleguen.
-
Está bien.
-
Ven,
siéntate.
Yendo hacia el
escritorio, Rosalía se sentó frente a él.
-
Me he
dedicado a preparártelo para que esté todo a punto y puedas comenzar desde hoy
mismo. ¿Conoces los programas que tienes que utilizar?
-
Sí, pero no
los he utilizado mucho.
-
Bueno, si
tienes algún problema me preguntas, que yo los he tenido que manejar durante
mucho tiempo.
-
Gracias
Horacio. Mi novio es informático también, así que le puedo preguntar a él sin
ningún problema.
-
¡Eso es
estupendo! Dile que te descargue los programas en vuestro ordenador de casa y
así vas practicando en tu tiempo libre hasta que cojas soltura con ellos.
Dejándola en su nuevo
puesto, Horacio pasó hacia su despacho.
-
Cualquier
cosa, duda o reclamo, llama a la puerta y te atenderé enseguida.
-
Muchas
gracias.
-
No tienes por
qué dármelas.
-
No, de
verdad. Significa mucho para mí que me haya dado esta oportunidad… Gracias.
Encendiendo su ordenador,
Horacio pensaba en Rosalía y le pedía al cielo que se acostumbrase a su nuevo
puesto y que lo hiciera bien, ya que le dolería en el alma tener que
despedirla.
Mientras tanto, en casa
de Rosalía, Genaro seguía buscando trabajo sin tener suerte. Ya ni lo llamaban
para concertar una entrevista…
Fuera, un hombre llamó al
timbre de la casa, por lo que el perro comenzó a ladrar.
Levantándose, Genaro
calló a Gary y abrió la puerta para ver de quién se trataba.
Nada más abrirla, se
encontró con Lucas.
-
¡Hijo! ¡Qué
bien que estás bien! ¿Quién es usted?
-
Buenos días.
¿Es usted Genaro Huertas?
-
Sí, soy yo.
-
Buenas
Genaro, me llamo Jesús y soy de Servicios Sociales. La policía encontró anoche
a su hijo sólo en el nuevo domicilio de su exmujer y no han dado con ella, así
que nos llamaron a nosotros para que le devolviéramos a su hijo y, también,
para comunicarle de que hemos interpuesto una denuncia contra su exmujer por
abandono de la familia, enfrentándose a una pérdida de la patria potestad.
-
Pero, me
cuesta creer que mi exmujer haya abandonado a Lucas. Ella lo adoraba…
-
Le digo lo
que sé, señor. Está en busca y captura porque se la relaciona también con un
prófugo de la ley, por lo que, si viene aquí o tiene alguna idea de dónde se
puede esconder, no dude en llamar a la policía…
Al marcharse el hombre,
Genaro comenzó a abrazar fuertemente a su hijo. Hacía mucho tiempo que no sabía
nada de él y ahora lo tenía entre sus brazos.
Mirándolo a los ojos y
con una amplia sonrisa en la boca, comenzó a hablar con su hijo.
-
Qué grande
estás, has crecido un montón… Madre mía, mírate… ¿Cómo estás hijo?
-
Bien, pedo no
zé dónde está mami.
-
Tu madre… Se
ha ido de viaje cariño. Pero no te preocupes por ella, vámonos dentro.
Dándose cuenta de que no
tenía nada para su hijo, lo dejó en el suelo para poder cambiarse de ropa y
comprar una cuna, un carro y todo lo necesario para Lucas.
Justo en ese momento,
apareció Gary, que se paró en seco y lo miró fijamente, comenzando a olisquear.
Lucas comenzó a sonreír y
a querer acariciar al perro y Gary empezó a mover la cola, lamiendo las mejillas
del niño a modo de beso.
A unas calles de ahí,
Alfonso abría la nevera del lugar donde se habían colado y sólo encontró un
triste bol de sopa. Encogiéndose de hombros, lo cogió.
Justo cuando se sentó e
iba a comenzar a comer, un hombre entró en la casa y, con voz grave, se dirigió
a Alfonso.
-
¿Quién eres y
qué coño haces en mi casa?
-
Esto… Hola.
Alfonso se levantó y se
dio cuenta de que aquel hombre era bastante más alto que él.
-
No volveré a
repetirlo una segunda vez… ¿Quién eres y por qué estás en mi casa?
-
Verás, llegué
ayer a la ciudad y necesitaba refugio, por lo que entré aquí porque parecía
deshabitado.
-
¡Pues es mi
casa! Y no quiero extraños aquí… ¿Queda claro?
Aquel hombre comenzó a
empujar a Alfonso, que intentaba resistirse.
-
Pero espérate
hombre, sé razonable. Hablemos de esto…
-
No quiero
hablar contigo.
-
Pero yo sí
quiero hablar, así que si no cedes me vas a obligar a tener que utilizar la
fuerza contigo.
-
Jajajaja,
¿tú? Mira, vete a tomar por culo y déjame en paz,-dijo ese hombre volviendo a
empujar a Alfonso-.
Pero Alfonso, en aquella
ocasión, le agarró el brazo y haciéndole una llave, lo puso de rodillas. Sin
pensárselo, levantó su pierna y le propinó una patada en la cara.
Apoyándose en la cama y
comenzando a sangrar por la boca, ese hombre se rindió.
-
¡Vale! Está
bien… Tú ganas. Quédate con la casa. Yo me iré en cuanto recupere el aliento.
-
No. Tú me vas
a ser útil.
-
¿Quién eres?
Levantándose, aquel
hombre se giró poniéndose frente a Alfonso.
-
Mi nombre es
Alfonso Quijano, ¿y tú?
-
Ushtu Yemba.
-
Coño, ¿de
dónde vienes tú?
-
Eso no te
importa. ¿Qué quieres de mí?
-
¿Estás seguro
de que no quieres decírmelo? ¿O es que quieres más de lo que te he dado?
-
Vale, tú
ganas… Soy de una pequeña isla desierta que hasta hace poco no conocía nadie.
-
Coño, ¿tu
vivías en la isla de Fausto Jodres?
-
Sí, pero me
fui de allí cuando era joven y fuerte. Llegué aquí casi de casualidad y
encontré buenos amigos, pero al cabo de los años la necesidad y las ganas de
comer hicieron que me metiera en el mundo de la droga y le conté a uno que
había una planta muy especial de donde yo venía, pero alguien escuchó la
conversación y se lo sopló a Julio Jodres, el mandamás del otro clan de la
droga.
Con cara de fastidio,
Ushtu volvió a preguntarle a Alfonso qué quería de él.
-
Ahora ya te
he contado mi historia. Ahora quiero saber yo. ¿Qué necesitas de mí?
-
Verás, no sé
si has visto la tele, pero me están buscando porque creen que fui cómplice en
el allanamiento de una casa y he escapado y no pueden verme porque ha salido mi
cara por todas las cadenas de televisión y necesito cosas de fuera.
-
Ah claro, y
quieres que sea tu chacha, ¿no? Ni lo sueñes chaval.
-
Venga hombre,
hazme ese favor.
Alfonso comenzó a
suplicar, pero Ushtu no cedía.
-
No vas a
conseguir nada de lo que me estás diciendo. ¿Qué obtendría yo a cambio de jugarme
el pescuezo por ti?
-
Bueno… Dinero
no te puedo pagar pero…
-
Oye
Alfonso,-dijo Gema saliendo del baño-, este sitio es una puta mierda, apenas
sale agua del grifo y… ¿Quién es ese tío?
-
Pero,-le dijo
Alfonso a Ushtu-, te puedo recompensar gratamente…
-
Trato hecho.
-
Mira, lo que
necesito es…
Sonriendo, Ushtu apretó
la mano de Alfonso y se fue hasta la puerta, no sin antes echarle una lasciva
mirada a Gema.
Cuando se quedaron solos.
Gema quiso saber quién era aquel hombre.
-
El que va a
salvar nuestras vidas. Hemos llegado a un acuerdo para que él nos ayude en lo
que necesitemos y, con lo que le he pedido que traiga, no tendremos problemas
en salir a la calle sin que nos reconozcan.
-
¿Podremos
salir a la calle?-preguntó Gema esbozando una sonrisa-.
-
Sí, pero no
te alegres tanto, porque sabes que si haces alguna tontería, iré a por tu hijo
y lo mataré. ¿Te queda claro?
-
No se te
ocurra ponerle un dedo encima a mi pequeño.
Cuando Ushtu volvió,
Alfonso le pidió a Gema que se cortara el pelo, pero ella se negó, por lo que,
mientras Alfonso cogía las tijeras, Ushtu la agarró. Y después de muchos
tirones, cortes irregulares y de ponerle un tinte, desnudaron a la chica para
ponerle la ropa que había robado el nuevo amigo de Alfonso.
-
¡¿Se puede
saber por qué me has tenido que cortar el pelo?! Eres un subnormal de mierda y
esto me las vas a pagar. Y cuando vuelva a tener a mi hijo entre mis brazos te
mandaré directo hacia el infierno. ¿Y esta ropa? ¡Estamos en otoño y hace frío!
Me voy a congelar cuando salga a la calle…
Alfonso, por su parte, se
había agenciado de una peluca rubia, de unas gafas sin graduación y de una ropa
calentita.
-
A mí no me
vuelvas a levantar la voz ¡o del guantazo te mando directa al cementerio!
-
Eres un cerdo
asqueroso. ¡Hijo de puta!
-
Serás…-dijo
Alfonso comenzando a levantar la mano-.
-
Alfonso,-intervino
Ushtu-, déjame a mí a esta…
Volviéndole a quitar la
ropa, Ushtu comenzó a penetrar duramente a Gema, que intentaba gritar, pero
Alfonso le tapaba la boca para que no lo hiciera. Ella, al no poder hacer nada,
sólo lloraba, lamentándose de haber conocido a Alfonso…
CONTINUARÁ…
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