lunes, 22 de octubre de 2018

Crossed Lives || Capítulo 11

A la mañana siguiente de la detención de Navarro, Ángel volvía de la comisaría de declarar, ya que necesitaban que aclarase ciertas cosas tanto del asalto a su casa como del tipo de relación que mantenía con su cómplice: Alfonso Quijano.


Ángel sabía que Navarro, tarde o temprano, les traería problemas tanto a Jara como a él, por eso siempre había querido evitarlo a toda costa, pero le había sido imposible.



Entrando en casa, saludó y Jara le recibió con cara de pocos amigos.
-          ¿Cómo está mi padre, Jara?
-          Mal, ha pasado muy mala noche como ya sabes y tiene un pulso bastante alto para la edad que tiene, pero se niega en rotundo a pisar un hospital.
-          Qué cabezota que es… Un día nos va a dar un disgusto.
-          Bueno, ¿tú qué tal por comisaría? ¿Qué querían?



Acercándose a la muchacha, le contestó.
-          Me preguntaron sobre el asalto de Navarro, si había escuchado algo, si sabía algo… También me preguntaron por Alfonso, qué tipo de relación tenía con él, de qué lo conocía, si sabía que tenía novia…
-          ¿Tenía novia?
-          Al parecer sí, porque anoche llamaron a la policía por unos incesantes gritos de un niño y descubrieron al pequeño sólo en casa. Los vecinos que denunciaron les contaron a la policía que allí vivía una mujer con su niño y que desde hacía poco tiempo se veía con un hombre y creen que era Alfonso.
-          Así que, si eso es cierto, donde esté Alfonso estará esa mujer. ¿Y qué pasó con el niño?
-          Llamaron a los Servicios Sociales y ellos se encargaron.



En Los Aniegos, una arreglada Rosalía llegaba a su nuevo lugar de trabajo, donde la esperaba Horacio.
-          ¡Buenos días Horacio!
-          Pero bueno… Rosalía, estás estupenda. ¡Buenos días!
-          Muchas gracias…
-          No hay de qué. ¿Estás preparada?
-          Adelante.



Ambos subieron por el ascensor y entraron en el despacho de Horacio.
-          Este será tu nuevo lugar de trabajo. En esa mesa trabajarás con el ordenador, recibiendo llamadas y atendiendo a los clientes que lleguen.
-          Está bien.
-          Ven, siéntate.



Yendo hacia el escritorio, Rosalía se sentó frente a él.
-          Me he dedicado a preparártelo para que esté todo a punto y puedas comenzar desde hoy mismo. ¿Conoces los programas que tienes que utilizar?
-          Sí, pero no los he utilizado mucho.
-          Bueno, si tienes algún problema me preguntas, que yo los he tenido que manejar durante mucho tiempo.
-          Gracias Horacio. Mi novio es informático también, así que le puedo preguntar a él sin ningún problema.
-          ¡Eso es estupendo! Dile que te descargue los programas en vuestro ordenador de casa y así vas practicando en tu tiempo libre hasta que cojas soltura con ellos.



Dejándola en su nuevo puesto, Horacio pasó hacia su despacho.
-          Cualquier cosa, duda o reclamo, llama a la puerta y te atenderé enseguida.
-          Muchas gracias.
-          No tienes por qué dármelas.
-          No, de verdad. Significa mucho para mí que me haya dado esta oportunidad… Gracias.



Encendiendo su ordenador, Horacio pensaba en Rosalía y le pedía al cielo que se acostumbrase a su nuevo puesto y que lo hiciera bien, ya que le dolería en el alma tener que despedirla.



Mientras tanto, en casa de Rosalía, Genaro seguía buscando trabajo sin tener suerte. Ya ni lo llamaban para concertar una entrevista…



Fuera, un hombre llamó al timbre de la casa, por lo que el perro comenzó a ladrar.



Levantándose, Genaro calló a Gary y abrió la puerta para ver de quién se trataba.



Nada más abrirla, se encontró con Lucas.
-          ¡Hijo! ¡Qué bien que estás bien! ¿Quién es usted?
-          Buenos días. ¿Es usted Genaro Huertas?
-          Sí, soy yo.
-          Buenas Genaro, me llamo Jesús y soy de Servicios Sociales. La policía encontró anoche a su hijo sólo en el nuevo domicilio de su exmujer y no han dado con ella, así que nos llamaron a nosotros para que le devolviéramos a su hijo y, también, para comunicarle de que hemos interpuesto una denuncia contra su exmujer por abandono de la familia, enfrentándose a una pérdida de la patria potestad.
-          Pero, me cuesta creer que mi exmujer haya abandonado a Lucas. Ella lo adoraba…
-          Le digo lo que sé, señor. Está en busca y captura porque se la relaciona también con un prófugo de la ley, por lo que, si viene aquí o tiene alguna idea de dónde se puede esconder, no dude en llamar a la policía…



Al marcharse el hombre, Genaro comenzó a abrazar fuertemente a su hijo. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él y ahora lo tenía entre sus brazos.



Mirándolo a los ojos y con una amplia sonrisa en la boca, comenzó a hablar con su hijo.
-          Qué grande estás, has crecido un montón… Madre mía, mírate… ¿Cómo estás hijo?
-          Bien, pedo no zé dónde está mami.
-          Tu madre… Se ha ido de viaje cariño. Pero no te preocupes por ella, vámonos dentro.



Dándose cuenta de que no tenía nada para su hijo, lo dejó en el suelo para poder cambiarse de ropa y comprar una cuna, un carro y todo lo necesario para Lucas.



Justo en ese momento, apareció Gary, que se paró en seco y lo miró fijamente, comenzando a olisquear.



Lucas comenzó a sonreír y a querer acariciar al perro y Gary empezó a mover la cola, lamiendo las mejillas del niño a modo de beso.



A unas calles de ahí, Alfonso abría la nevera del lugar donde se habían colado y sólo encontró un triste bol de sopa. Encogiéndose de hombros, lo cogió.



Justo cuando se sentó e iba a comenzar a comer, un hombre entró en la casa y, con voz grave, se dirigió a Alfonso.
-          ¿Quién eres y qué coño haces en mi casa?
-          Esto… Hola.



Alfonso se levantó y se dio cuenta de que aquel hombre era bastante más alto que él.
-          No volveré a repetirlo una segunda vez… ¿Quién eres y por qué estás en mi casa?
-          Verás, llegué ayer a la ciudad y necesitaba refugio, por lo que entré aquí porque parecía deshabitado.
-          ¡Pues es mi casa! Y no quiero extraños aquí… ¿Queda claro?



Aquel hombre comenzó a empujar a Alfonso, que intentaba resistirse.
-          Pero espérate hombre, sé razonable. Hablemos de esto…
-          No quiero hablar contigo.
-          Pero yo sí quiero hablar, así que si no cedes me vas a obligar a tener que utilizar la fuerza contigo.
-          Jajajaja, ¿tú? Mira, vete a tomar por culo y déjame en paz,-dijo ese hombre volviendo a empujar a Alfonso-.



Pero Alfonso, en aquella ocasión, le agarró el brazo y haciéndole una llave, lo puso de rodillas. Sin pensárselo, levantó su pierna y le propinó una patada en la cara.



Apoyándose en la cama y comenzando a sangrar por la boca, ese hombre se rindió.
-          ¡Vale! Está bien… Tú ganas. Quédate con la casa. Yo me iré en cuanto recupere el aliento.
-          No. Tú me vas a ser útil.
-          ¿Quién eres?



Levantándose, aquel hombre se giró poniéndose frente a Alfonso.
-          Mi nombre es Alfonso Quijano, ¿y tú?
-          Ushtu Yemba.
-          Coño, ¿de dónde vienes tú?
-          Eso no te importa. ¿Qué quieres de mí?
-          ¿Estás seguro de que no quieres decírmelo? ¿O es que quieres más de lo que te he dado?
-          Vale, tú ganas… Soy de una pequeña isla desierta que hasta hace poco no conocía nadie.
-          Coño, ¿tu vivías en la isla de Fausto Jodres?
-          Sí, pero me fui de allí cuando era joven y fuerte. Llegué aquí casi de casualidad y encontré buenos amigos, pero al cabo de los años la necesidad y las ganas de comer hicieron que me metiera en el mundo de la droga y le conté a uno que había una planta muy especial de donde yo venía, pero alguien escuchó la conversación y se lo sopló a Julio Jodres, el mandamás del otro clan de la droga.



Con cara de fastidio, Ushtu volvió a preguntarle a Alfonso qué quería de él.
-          Ahora ya te he contado mi historia. Ahora quiero saber yo. ¿Qué necesitas de mí?
-          Verás, no sé si has visto la tele, pero me están buscando porque creen que fui cómplice en el allanamiento de una casa y he escapado y no pueden verme porque ha salido mi cara por todas las cadenas de televisión y necesito cosas de fuera.
-          Ah claro, y quieres que sea tu chacha, ¿no? Ni lo sueñes chaval.
-          Venga hombre, hazme ese favor.



Alfonso comenzó a suplicar, pero Ushtu no cedía.
-          No vas a conseguir nada de lo que me estás diciendo. ¿Qué obtendría yo a cambio de jugarme el pescuezo por ti?
-          Bueno… Dinero no te puedo pagar pero…
-          Oye Alfonso,-dijo Gema saliendo del baño-, este sitio es una puta mierda, apenas sale agua del grifo y… ¿Quién es ese tío?
-          Pero,-le dijo Alfonso a Ushtu-, te puedo recompensar gratamente…
-          Trato hecho.
-          Mira, lo que necesito es…



Sonriendo, Ushtu apretó la mano de Alfonso y se fue hasta la puerta, no sin antes echarle una lasciva mirada a Gema.



Cuando se quedaron solos. Gema quiso saber quién era aquel hombre.
-          El que va a salvar nuestras vidas. Hemos llegado a un acuerdo para que él nos ayude en lo que necesitemos y, con lo que le he pedido que traiga, no tendremos problemas en salir a la calle sin que nos reconozcan.
-          ¿Podremos salir a la calle?-preguntó Gema esbozando una sonrisa-.
-          Sí, pero no te alegres tanto, porque sabes que si haces alguna tontería, iré a por tu hijo y lo mataré. ¿Te queda claro?
-          No se te ocurra ponerle un dedo encima a mi pequeño.



Cuando Ushtu volvió, Alfonso le pidió a Gema que se cortara el pelo, pero ella se negó, por lo que, mientras Alfonso cogía las tijeras, Ushtu la agarró. Y después de muchos tirones, cortes irregulares y de ponerle un tinte, desnudaron a la chica para ponerle la ropa que había robado el nuevo amigo de Alfonso.
-          ¡¿Se puede saber por qué me has tenido que cortar el pelo?! Eres un subnormal de mierda y esto me las vas a pagar. Y cuando vuelva a tener a mi hijo entre mis brazos te mandaré directo hacia el infierno. ¿Y esta ropa? ¡Estamos en otoño y hace frío! Me voy a congelar cuando salga a la calle…



Alfonso, por su parte, se había agenciado de una peluca rubia, de unas gafas sin graduación y de una ropa calentita.
-          A mí no me vuelvas a levantar la voz ¡o del guantazo te mando directa al cementerio!
-          Eres un cerdo asqueroso. ¡Hijo de puta!
-          Serás…-dijo Alfonso comenzando a levantar la mano-.
-          Alfonso,-intervino Ushtu-, déjame a mí a esta…



Volviéndole a quitar la ropa, Ushtu comenzó a penetrar duramente a Gema, que intentaba gritar, pero Alfonso le tapaba la boca para que no lo hiciera. Ella, al no poder hacer nada, sólo lloraba, lamentándose de haber conocido a Alfonso…



CONTINUARÁ…

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