Había llegado el día. Era
hora de ser libre y salir del hospital. Dos semanas después de despertar, Mateo
recibía el alta y dejaba su habitación para siempre.
Al salir se encontró que
su padre estaba esperándolo y, pese a estar lejos, le vino un tufillo a
marihuana.
Ya junto a Marco, Mateo
pudo comprobar que el olor provenía de él.
-
¿Listo para ir a
casa hijo?
-
No puedo esperar
más,-dijo obviando el detalle del olor-.
Llamando a un taxi, se
montaron en él.
-
¿Por qué no
cogemos el coche papá?
-
No estoy para
conducir tal y como v… está el tiempo.
-
Pero si está
despejado...
-
Ya pero está
anocheciendo y no me gusta conducir a esta hora.
Un poco extrañado, Mateo
se concentró en las calles, la gente que había allí y vio que pasaban de largo
frente al edificio donde vivía.
-
Eh, ¿por qué no
paramos aquí?
-
Porque no vivimos
aquí hijo.
-
¿Cómo? ¿Y desde
cuándo?
-
Nunca hemos vivido
ahí. Tú siempre has preferido casas unifamiliares a edificios.
Y unos cinco minutos
después, el taxi paró frente a la casa de ambos.
-
Bienvenido a casa
hijo.
Al bajar, vieron a un
chico con muy mala pinta en la entrada de la casa.
-
¡Hombre! Mira
quién ha venido a casa. ¡Si es Mateo!-proclamaba contento ese chico-.
-
Kiko, lárgate
anda,-dijo Marco-.
¿Aquel chico era Kiko?
¿Kiko el empresario? Mateo sonreía por compromiso, ya que eso no se lo podía
esperar aunque intentara imaginárselo.
Mateo, con la cabeza
todavía en el sueño que había tenido, le hizo una pregunta un tanto incómoda a
Kiko.
-
Kiko, ¿cómo es que
tienes tan mala pinta?
-
Bueno… Ya sabes
que no tengo trabajo y me dedico a…
En ese momento intervino
Marco para callarlo.
-
Kiko, como
comprenderás, mi hijo acaba de salir del hospital y necesitamos intimidad,
¿podrías largarte?
-
Sí, perdón.
¿Cuándo vuelvo para darte… eso?
-
¡Qué te vayas!
-
Sí, ya voy. No
veas como se pone el payo…
Marco abrió la puerta de
la entrada y Mateo comenzó a sonreír. ¿Esa era su casa ahora? Por lo menos algo
que había mejorado de su sueño a la realidad, pensaba Mateo mientras miraba por
todos lados.
Al mirar hacia la cocina,
flipó en colores.
-
Menuda cocina,
¿no?
-
Hijo, la has visto
miles de veces. Ni que fuera la primera vez…
-
Pues como si lo
fuera.
Llevándolo hacia una de
las puertas, entraron y le enseñó su cuarto.
-
Por si no te
acuerdas, esta es tu habitación, tienes el cuarto de baño junto a este cuarto.
Y posteriormente le
enseñó el cuarto que ocupaba Marco. Estaba menos recargado de cosas, pero éste
tenía baño privado mientras que el cuarto de Mateo no.
Pero había algo que le
reconcomía a Mateo y era su madre. Todavía no podía creer que su madre había
fallecido. Se la veía tan sana y feliz en su sueño… ¿Por qué su mente jugó así
con sus sentimientos?
-
Papá… ¿Mamá está
en el cementerio enterrada?
-
Sí hijo. Donde ha
estado desde hace dos años.
-
Todavía no puedo
creer que no esté con nosotros. ¿Sabes? En mi sueño…
-
¿Vas a ir a
verla?-preguntó Marco interrumpiendo a su hijo-.
-
Sí, me gustaría.
¿Vienes conmigo?
-
No, gracias. Ya
iré otro día.
Mateo salió de casa y
cuando llegó al cementerio, comenzó a recorrer el terreno fijándose en cada
tumba, cada epitafio, las flores… Algunas frescas y otras secas. Pero lo que
más reinaba allí era el silencio, que provocaba un continuo ir y venir de
pensamientos en la cabeza de Mateo.
Y en una de las tumbas lo
vio. Ahí estaba el nombre de su madre. Estaba tan feliz con su padre y su
perrito en el sueño… Que se le hacía durísimo verla enterrada en el cementerio.
La vida no era justa.
Las lágrimas de Mateo no
paraban de recorrer las mejillas del chico que, desconsoladamente, lloraba
llenando el silencio de sollozos.
Finalmente, salió de allí
y fue camino a casa andando para que, al llegar, estuviera más calmado y su
padre no lo viera en ese estado. Un rato después, pasó por el mismo lugar
donde, en su sueño, lo atropellaron sacándolo de ese mundo tan parecido, pero
diferente al suyo.
Mateo veía a la gente
salir y entrar de las casas, de los restaurantes, pubs, garajes… Y una de esas
personas lo saludó, a lo que Mateo correspondió aún sin saber quién era aquella
mujer.
Y cuando estaba a punto
de pasar de largo lo vio. Ahí estaba el bloque de sus sueños. Su casa, o su
antigua casa, como se quisiera ver. Se veía tan grandioso como siempre y ya
echaba de menos el ambiente de allí.
Cruzando la carretera
mirando a ambos lados, se plantó frente al edificio dispuesto a averiguar quién
vivía en su casa en la realidad.
Había un código de
entrado para abrir la puerta y Mateo el único que recordaba era el de su sueño,
así que metió el mismo número y la puerta se abrió para su sorpresa. Había
cosas que no cambiaban de un lado a otro…
Menuda nostalgia le daba
aquella escena. En esa silla faltaba Antonio, con esa sonrisa picarona mirando
revistas eróticas.
Y sin pensarlo dos veces,
subió al primer piso y llamó al timbre. ¿Quién abriría la puerta?
Pocos segundos después,
una Ainhoa algo cambiada, abrió la puerta para sorpresa de Mateo.
-
¿Mateo? ¿Pero
qué…?
Mateo la miraba con ojos
de deseo, la quería a pesar de todo y sólo necesitaba estar con ella.
-
Te he echado de
menos picarona mía.
-
¿Perdón?
Y sin previo aviso, Mateo
se lanzó a los labios de Ainhoa que, sorprendida, intentaba separarse del
chico.
Pero aunque Mateo
insistía, ese no era su sueño y ella no era más que su jefa que, por cierto,
estaba muy pero que muy cabreada en ese momento.
-
¿Pero quién coño
te crees para besarme eh?
-
Ainhoa, yo creía
que…
-
¡Tú no tienes que
creer nada! ¡Estúpido!
Mateo la miraba extrañado
porque nunca la había visto de semejante humor.
-
Tranquila Ainhoa…
-
¡Que te calles!
Vienes a mi casa sin que yo te haya dicho dónde vivo ni te haya invitado y yo
creyendo que estabas en el hospital después del atropello.
-
He salido hoy del
hospital Ainhoa.
-
Pues vaya con el
atropellado. Menudo atropello me has hecho a mí ahora.
Ainhoa seguía con el
cabreo por las nubes y por mucho que lo intentaba, Mateo no conseguía calmar a
la fiera.
-
Que sea la última
vez que apareces así en mi casa y mucho menos que me beses, ¡¿te enteras?!
-
Sí, me ha quedado
claro.
-
A ver si es verdad
y el atropello no te ha dejado más tonto de lo que eras antes.
-
Oye Ainhoa… Te
estás pasando un poquito, ¿no?
-
¿Yo? ¿Pasándome?
Mira chaval, si te hubieras quedado en la cama del hospital mejor, así habría
un gilipollas menos en este mundo.
La cara de Mateo se
descompuso. ¿Cómo era capaz de decirle una cosa así? El corazón del chico se
hacía añicos mientras ella se despedía y le cerraba la puerta en las narices.
Y abriendo la puerta de
nuevo, le dijo una última cosa a Mateo.
-
Por esta vez te voy
a pasar lo del beso, pero cuando te recuperes quiero que estés en la oficina al
300%, te queda claro ¿no?
-
S-sí…
-
Pues venga, fuera
de mi bloque. ¡Largo!
Con un paso rápido y
ágil, Mateo salió de aquel lugar con el corazón en un puño. Menuda vuelta a la
realidad que le había recibido con un guantazo detrás de otro.
Cuando llegó a casa, su
padre ya estaba dormido y el salón apestaba a marihuana. Mateo se temía que su
padre se hubiera echado a los porros después de la pérdida de Luisa pero no se
atrevía a decirle nada por lo que le pudiera decir. Teniendo en cuenta la
reacción de Ainhoa, no quería saber lo que le diría su padre.
Mateo no paraba de pensar
en su vida anterior. Hasta el día en el que se despertó, todo había ido más o
menos bien, quitando la angina de pecho de su padre. Pero en el sueño su cabeza
le obligó a experimentar un ataque de celos, ver a su novia acostándose con un
chico y una chica y sufrir un atropello mortal que lo hizo despertar de allí.
¿Por qué tenía su mente tanto empeño en que Mateo se despertara?
Si por él fuera, se
habría quedado siempre así, feliz y sin problemas. Pero la realidad era muy
distinta y ahora tendría que enfrentarse a todo como si fuera la primera vez.
No sería fácil pero… ¿Conseguiría que todo fuera igual a su sueño?
Lamentablemente no, ya que su madre había muerto y Yago tampoco estaba. ¿Qué
podría hacer ante esa situación?
CONTINUARÁ…
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