Había terminado la
primera jornada laboral de Mateo y, al no vender nada, Ainhoa lo llama a su
despacho recriminándole que no había vendido nada y que se fuera poniendo las
pilas.
-
A ver Ainhoa, es
mi primer día aquí después de mucho tiempo. No tengo ni puta idea de cómo hacer
una llamada.
-
Me cuesta creerlo.
-
Pues no te lo
creas si no quieres, pero esa es mi verdad. Hago todo lo que puedo por ser el
de antes, pero tendrás que tener paciencia.
Ainhoa comenzó a reír
después de las palabras de Mateo.
-
Ay chico, no hace
falta que te pongas así conmigo. Lo único que quiero es que vendas y proseguir
con el negocio.
-
Tranquila que tú
seguirás en tu puesto de jefa. No vaya a ser que se te ensucien las manos con
el polvo de los ordenadores de fuera,-dijo cabreado Mateo ante la actitud de su
jefa-.
-
Tú sigue así. Que
como no cambies de actitud te pongo de patitas en la calle y ahora el que se va
a ensuciar las manos buscando otro trabajo eres tú, ¿vale guapo? De verdad… Y
pensar que me parecías mono y todo, pero ha sido tener el accidente… Bah, qué
desperdicio de tío,-dijo abriendo el portátil de nuevo-.
Mateo se quedó intacto e
inmóvil. ¿Cómo tenía la semejante cara de decirle todo eso a él? No podía creer
que fuera tan diferente a como era en su sueño. Sin mediar palabra e inmerso en
sus pensamientos, se levantó y se fue a su casa.
Un par de semanas más
tarde, Mateo había conseguido alguna que otra venta, pero aún no se acercaba ni
siquiera al mínimo que exigían. Desanimado, volvió a casa tras un intenso día y
se encontró a Kiko charlando en el salón de su casa con su padre rodeados de un
intenso humo.
Marco se cabreó porque su
hijo lo había pillado de nuevo fumando marihuana y, claro, sabía cómo se ponía
Mateo cuando lo veía de esa forma.
Kiko, dándose cuenta de
que la cosa iba a ponerse fea, se levantó.
-
Esto… Hola Mateo.
Llegas justo en el momento en el que me iba a ir.
-
Muy bien Kiko.
Ahora largo.
Abriendo la puerta, Kiko
se marchó, no sin antes despedirse de Marco.
-
¡Adiós Marco!
Buena suerte…
Una vez que la puerta se
cerró y Kiko desapareció de la escena, Mateo comenzó a hablar cuando un
iracundo Marco se puso a gritar desesperado.
-
¡Que me dejes en
paz ya! Tengo la vida que quiero tener porque desde que perdí a tu madre no
quiero vivir. No quiero nada, ni contigo ni con nadie. Quiero pasar lo que me
quede de vida sin necesidad de que nadie me controle porque soy lo
suficientemente mayor como para hacer lo que me dé la gana, ¿te enteras?
-
Papá,
tranquilízate que…
-
¡NO QUIERO! Mira,
si llego a saber que te pondrías así por la marihuana, habría preferido que te
quedaras en el hospital…
¿Había escuchado bien? ¿Su
padre le había dicho eso? Su corazón se rompía en mil pedazos escuchando las
palabras de Marco. Estaba tan enganchado que había perdido la noción de la
realidad… ¿O eran sus verdaderos sentimientos los que expresaba?
Justo en ese momento,
Antonio llama a la puerta. Bendito momento aquel…
-
Ya está el
otro,-comentó enfadado Marco-.
Mateo girándose, abrió la
puerta y dejó entrar al doctor mientras que su padre se metía en el dormitorio.
-
Ey Marco, ¿a dónde
vas?
-
¡Que te den!
Muy extrañado, Antonio
miró a Mateo con cara de pedir explicaciones.
-
Anda pasa Antonio.
Necesito que me ayudes porque no sé qué hacer con mi padre…
Sentándose en el sillón,
Mateo comenzó a contarle que desde que se despertó de su sueño, había notado
que su padre olía a marihuana, rondaba la compañía de Kiko que era el que le
vendía la sustancia, estaba con un carácter de mil demonios…
-
Y hoy me ha dicho
que si llega a saber esto, que habría preferido que me hubiera quedado en el
hospital.
-
Mateo, tu padre es
un hombre enfermo y desde que perdió a tu madre se desmoralizó y comenzó a
dejar de ver a sus amistades, a comer más y más, no hacía deporte… ¿Te acuerdas
de eso?
-
Sí, sí…-mintió
Mateo, ya que había comenzado a recordar cosas de antes del accidente, pero no
absolutamente todo-.
-
Pues claro, ha
llegado a cierto nivel que ha caído en el tema de las drogas porque, con la
marihuana, puede llegar a sentirse en las nubes y así desconecta de aquí.
-
Si eso puedo
llegar a entenderlo, pero así no se solucionan las cosas y esto, tal y como
está ahora, no puede seguir así.
Antonio aconsejaba a
Mateo, pero casi todo lo que le decía ya lo había intentado él.
-
Entonces sólo me
queda ofrecerte una cosa.
-
¿Qué?
-
Un centro de
desintoxicación. Conozco uno muy bueno que está a las afueras y allí trabajan
colegas míos de profesión y lo tratarán de fábula.
A Mateo se le encendió la
bombilla en ese mismo instante. No se le había ocurrido eso y la verdad es que,
si conseguía que fuera, podría ser un gran cambio para su padre.
Antonio, interesándose,
le preguntó si estaba dispuesto.
-
Me parece una
buena idea Antonio, pero mi padre no querrá ir allí ni de coña.
-
Eso es verdad. Si
ya era terco antes, ahora ni te cuento.
-
Ay, estoy cansado
de todo esto. Yo sólo quiero que esté bien y que, aunque no viva conmigo el día
de mañana, que se encuentre con salud y ánimo.
-
¿Y cómo podríamos
hacer para que fuera al centro?
Quedándose un momento en
silencio, a Mateo se le ocurrió una idea.
-
¿Y si le llamo
ahora, le pido perdón y le invito a comer o a ir a algún sitio que le guste?
Luego digo que nos lleven allí y listo.
-
Mira, me parece
una buena idea. Espera, voy a llamar a una sobrina mía que es taxista y le diré
que os recoja en 10 minutos. Le voy a contar nuestro plan, ¿vale?
Pocos minutos después, Mateo
llama a su padre que sale vestido más adecuadamente.
-
Hola Antonio.
-
Muy buenas Marco.
-
¿Qué quieres
hijo?-preguntó dirigiéndose a Mateo-.
Suspirando, Mateo comenzó
su plan.
-
Siento haberte
hablado de esa forma. Sé que eres una persona mayor y que quiere vivir su vida.
¿Me perdonarías yéndote conmigo a comer por ahí?
-
No me apetece
comer nada.
-
Bueno, como
quieras…
-
¿Prefieres unas
cervezas?
Poco después, se
despidieron de Antonio que, antes de irse, le guiñó el ojo a Mateo mientras que
éste hacía como que llamaba a un taxi. Unos minutos más tarde, llegó la sobrina
del doctor y ambos se metieron en el taxi con dirección al centro.
Al llegar allí, su padre
comenzó a insultarlo y a pegarle guantazos, por lo que Mateo tuvo que salir
corriendo del taxi. Unos celadores fueron a por Marco que se aferraba al
cinturón de seguridad y, tras varios fuertes forcejeos, lograron llevárselo
dentro mientras que le gritaba a su hijo “te odio”.
Casi un mes después,
Mateo seguía en el trabajo. Había comenzado a remontar, pero ese primer mes de
trabajo tras su vuelta no consiguió el mínimo, por lo que Ainhoa le dio una
última oportunidad en la empresa. Por otro lado, Mateo se veía delgaducho y
quería, por todos los medios, ponerse fuerte.
Los días fueron pasando y
con ellos llegó el final del mes siguiente y el plazo de prueba a Mateo había
terminado. ¿Habría conseguido pasar el corte? Ainhoa salió de su despacho y fue
hasta la sala de ordenadores donde se encontró con la mirada acosadora de
Esteban.
Esteban fantaseaba con
follársela en su cama, en el despacho de ella, en la mesa de trabajo de él…
Daba igual, mientras que pudiera darle todo su… amor. Era una cabrona con él,
pero estaba bastante buena.
La imaginación
desbordante de Esteban hizo que su entrepierna comenzara a abultarse más y más,
por lo que tuvo que parar de pensar en esas cosas.
Mateo trabajaba
duramente, pero definitivamente no valía para ese trabajo y Ainhoa creía que
necesitaría un… incentivo para mejorar.
-
Hola Mateo…
¿interrumpo?-preguntó coqueta-.
Sentándose sobre la mesa
del chico y mostrando un más que generoso escote, volvió a preguntar a su
empleado.
-
¿Puedes atenderme
un momento?
-
Sí señora, todo lo
que le he mencionado anteriormente a un precio tan bajo como son 59’95€ al mes,
genial, ¿verdad que sí?-dijo Mateo mirando un instante a Ainhoa indicándole por
señas que esperara un momento-.
Cuando terminó, Mateo se
quitó el audífono y se levantó.
-
Al fin, ven
conmigo a mi despacho… nene.
Al entrar en el despacho, Ainhoa comenzó a desabrocharse los botones de su camisa y, aunque no había estado con ninguna mujer desde que se despertara de su sueño, Mateo la rechazó. Habían pasado ya varios meses y su ausencia, unidas a varias salidas de tono, causó que Mateo se desenamorara ella. Sin embargo, Ainhoa, poniendo cara de cínica, comenzó a recriminarle al chico.
-
Ya que no sirves
para vender, por lo menos pensaba que me echarías un buen polvo, pero está
visto que hasta ni para eso. Desaparece de mi vista de una vez por todas y que
no te vuelva a ver nunca.
-
¿Me estás despidiendo?
-
No guapito, ya
estabas despedido, pero quería saber si servías para otras cosas…
-
Ainhoa, necesito
el dinero. Estoy pagando un centro de desintoxicación a mi padre y es muy caro
y no llego a fin de mes,-suplicó agarrándola de la mano-.
-
¿Qué parte no
entiendes de que estás despedido?
Soltando la mano
femenina, Mateo dio media vuelta y salió lentamente del despacho de Ainhoa.
Estaba completamente hundido en la miseria y no sabía cómo podría salir de
esta.
Ainhoa lo miraba salir de
su despacho triste, pero ella sólo pensaba en que ya no tendría la oportunidad
de averiguar si folla tan bien como vendía antes del accidente.
Dirigiéndose a la
escalera para salir, salió al paso Fina y, aunque pensó en pararle, se imaginó
que lo acababan de despedir.
Mateo no tenía ganas de
nada, sólo de ir a casa y encerrarse allí a llorar amargamente.
Fina lo miraba con
tristeza justo cuando Esteban salió del cuarto de baño colocándose bien el
paquete después de… bueno, dejar volar su imaginación. Al ver a su compañera
allí plantada, le preguntó.
-
¿Qué haces aquí
mirando a la nada?
-
Acaba de bajar
Mateo. Creo que lo han despedido.
-
¿Sí? No jodas…
Mateo pensaba en su
sueño, en cómo eran las cosas allí y lo mucho que lo echaba de menos. Su madre
viva y tremendamente feliz, su padre, aunque con achaques pero contento con su
vida, su novia Ainhoa, dulce, cariñosa… ¿Por qué era la vida tan perra?
Y aunque los últimos
acontecimientos de su sueño hubieran sido negativos, Mateo estaba convencido de
que había sido su mente tratando de despertarlo para traerlo a esta realidad,
triste y malvada realidad.
Justo en ese momento,
sonó el timbre de la casa, haciendo que Mateo saliera de sus pensamientos.
Abriendo la puerta,
sonrió y saludó a aquel chico que estaba frente a él.
-
¡Buenas! ¿Qué
desea?-preguntó Mateo-.
-
¿Vive aquí Marco
Rosales?
-
Sí, bueno… Podría
decirse que sí. Soy su hijo, ¿quién lo pregunta?
-
¿Es usted su hijo?
-
Ya le he dicho que
sí, oiga, ¿quién es usted?
-
Soy su hijo.
¿Ese chico era su hijo?
Era imposible. Mateo era hijo único y ni su padre ni su madre le habían contado
nada. ¿Quién era aquel? ¿Sería un paparazzi? ¿Qué quería de él y de Marco?
CONTINUARÁ…
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