Marina aceptó la invitación de Bárbara y juntas decidieron ir a
una bolera cercana a la universidad. Tras pagar, se fueron hacia la
pista y la primera en comenzar fue Marina, quien llevaba varios años
sin jugar. Sin embargo, intentaba parecer lo más profesional
posible.
- Esto es como montar en bicicleta, Bárbara. Seguro que hago un
pleno a la primera,-decía Marina-.
- No lo tendría yo tan seguro… Además, has cogido la bola que más
pesa, así que ten cuidado, ¿eh?
Y como si de una profecía se tratase, Marina se quedó encajada a la
bola y se calló al suelo dándose de bruces con la pista. Bárbara
fue a ayudarla justo cuando Marina comenzó a levantarse.
- ¿Estás bien Marina? ¿Te has hecho daño?
- No, tranquila. Quiero decir, que no me he hecho daño, que estoy
bien jajaja.
- Ah vale bien, me habías asustado.
Y al fijar su mirada a los bolos, se dio cuenta de que había hecho
pleno y comenzó a celebrarlo moviendo sus brazos de un lado para
otro, provocándole una gran carcajada a Bárbara.
- ¡Te lo dije! Sabía que metería un pleno. ¡Toma ya!
- Jajajaja, eres de lo que no hay Marina. Ahora es mi turno… Vas a
saber de lo que soy capaz.
Bárbara inspeccionó las bolas y cogió una que le venía bien a sus
dedos para estar cómoda, aunque la bola pesara algo más de lo
acostumbrado. Cogiendo carrerilla, Bárbara tiró la bola con fuerza,
yéndose un poco hacia delante, sin llegar a caerse como Marina.
Y Bárbara también metió un pleno. ¡Menuda lucha de titanes iba a
ser esa! La alegría invadió a la jugadora, que se puso a celebrar
su pleno haciendo un baile ridículo, pero que le salió de dentro,
provocando también una sana carcajada en Marina.
Tras esa partida, donde ganó Marina por un par de puntos, un chico
se le acercó a Bárbara y comenzó a hablarle de unos temas de la
universidad, por lo que Marina aprovechó para ir al servicio,
avisando a su acompañante previamente.
Al salir del servicio, Marina se encontró con Bárbara esperándola
en la puerta. Queriéndose interesar por aquel chico, le preguntó a
Bárbara sobre lo que quería de ella.
- Nada importante, un pesado que no para de inventarse excusas para
llevarme a la cama. Que si vamos a estudiar juntos, que si quiere
cambiarse a mi carrera, que si estoy muy guapa con esa blusa, que si
está en el gimnasio…
- Pues vaya con el tío ese. ¿Ya le has dicho que no estás
interesada?
- Varias veces, pero parece que no se entera.
- Ay, ¿cuándo se enterarán los hombres de que no es no? Venga,
salgamos de aquí antes de que vengan más.
Saliendo al exterior, Bárbara miró la hora y se dio cuenta de que
en menos de una hora tenía clase y que tenía que ir a su casa a por
las cosas de la universidad, así que se despidió de Marina, no sin
antes agradecerle la oportunidad que le había dado de conocerse más
y también porque habían pasado una tarde muy divertida.
- Tendremos que repetirla otro día, ¿no?-dijo Marina-.
- ¿En serio te gustaría?
- Claro, ¿por qué no?
Ya en su casa, Marina siguió haciendo uno de los trabajos que tenía
pendiente para la carrera y del que estaba hasta el gorro. Quería
terminarlo ya para quitarse un peso enorme de encima, porque el
tiempo que le quitaba del estudio o de cualquier otra cosa que
quisiera hacer era enorme.
Y la concentración se le fue a la mierda cuando escuchó el timbre
de la casa… ¿Quién podría ser?
Al abrir la puerta, se sorprendió al ver allí a Alex. Sabía que,
por la hora, habría terminado las clases que tenía por ese día,
pero no tenían planeado nada de verse, por lo que no lo esperaba
allí.
- ¡Alex! Qué sorpresa… ¿Qué haces por aquí?
- He salido de clase y me apetecía verte un rato… ¿Puedo pasar o
estás muy ocupada?
- Estaba terminando un trabajo que tengo que entregar esta semana,
pero pasa. Así hago un descanso.
En cuanto cruzó el umbral de la puerta, Alex se acercó a Marina y,
tras rodearla con sus brazos, la besó en la boca.
- No sabes las ganas que tenía de besarte de nuevo,-confesó Alex-.
- Y yo… Vamos al salón si quieres.
Sentándose en el sofá, Marina se acordó de la buena tarde que
había pasado con Bárbara y se lo empezó a contar a Alex.
- A que no adivinas con quién he pasado la tarde…
- Pues… No sé. ¿Con algún compañero de tu clase?
- Frío, frío.
- Entonces me rindo. No tengo ni idea.
- Con Bárbara.
- ¿Me lo estás diciendo en serio?
- Totalmente. Me pilló por banda en el aparcamiento y me dijo que le
apetecía conocernos más, que no sólo nos saludásemos con frialdad
por el campus y que si me apetecía salir por ahí.
- Vaya con Bárbara. No para de sorprenderme esta chica.
Alex acababa de quedarse completamente descolocado al escuchar el
relato de Marina, ya que lo último que se le podía pasar por su
cabeza era que su ex y la chica que le gustaba ahora se harían
amigas después de todo lo ocurrido.
- Pues imagínate mi sorpresa cuando me lo dijo. Total que nos fuimos
a la bolera y hemos echado una tarde bastante entretenida y hemos
hablado de todo un poco. ¡Hasta de chicos!
- ¿Chicos? ¿Te ha preguntado por mí?
- ¿Por ti? No, pero me ha dicho que hay un chico que no para de
decirle cosas e invitarla y ella está pasando de él y no sabe qué
hacer para librarse de ese muchacho.
- Vaya, pues me sorprende que hayáis pasado parte de la tarde
juntas, pero también me alegra veros así y que no haya mal rollo
entre vosotras.
- Para nada. Nos despedimos con un abrazo y la verdad es que me lo
pasé bien. No es mala chica en realidad, ¿sabes?
En ese momento, Alex se quedó callado, mirándola fijamente a los
ojos, con ternura y amor en su mirada.
- Por eso me fijé en ti, porque eres auténtica, no tienes dobleces
y no eres rencorosa. Cualquier otra persona en tu situación la
habría mandado a la mierda. Pero tú no. Tú le has dado otra
oportunidad.
- Todos cometemos errores de los que nos podemos arrepentir y nadie
es perfecto. Es mejor tener empatía y perdonar al otro, al igual que
nos gustaría que nos perdonasen a nosotros.
- Ven aquí,-invitó Alex alargando su brazo hacia Marina-.
Alex estrechó a Marina contra su pecho, acercando su cabeza a la de
ella. Y en ese momento, un clic en su interior cambió. Una pequeña
luz se encendió dentro de él, haciéndole tomar una decisión
firme: Estaba abrazando a la mujer de su vida y no quería perderla
por nada del mundo.
Girándose hacia ella, ambos cerraron sus ojos y se unieron en un
largo y dulce beso que duró varios minutos, encadenándolo con otros
que se fueron sucediendo sucesivamente, elevando la temperatura del
salón y de cada uno de ellos.
Después de un rato así, Marina se separó unos centímetros de Alex
y, casi rozando su boca, le hizo una confesión. Le dijo algo que
tenía dentro de sí y que no podía ocultar más…
- Te necesito Alex. Quédate conmigo… Hazme el amor. Quiero
sentirme tuya.
- Y yo, vida mía. ¿Estás segura de esto?
- Nunca he tenido nada más claro. Quiero que me envuelvas en tus
brazos, besarte, sentir tu piel contra mi piel sin ropa de por medio.
Solos tú y yo…
- De acuerdo cariño. Tus deseos son órdenes para mí.
Tras darle otro fuerte beso, Marina se levantó y se dirigió hacia
el dormitorio cuando escuchó la voz de Alex a sus espaldas.
- Antes de eso… Me gustaría decirte algo, Marina.
Acercándose a él, le rodeó la cintura con sus brazos mientras que
Alex tragaba saliva y comenzaba a decir las palabras que se agolpaban
en su boca queriendo salir.
- Quiero decirte que… Yo… Bueno, tú me…
- Tranquilo Alex. No te pongas nervioso… ¿Qué ocurre, mi vida?
- A ver… Has llegado a mi vida por casualidad, sin yo esperarte
entraste en ella y te has quedado día tras día desde aquel en el
que entraste en el bar donde trabajaba. Parece que has echado un
hechizo sobre mí, porque no pienso en otra cosa que no seas tú y…
No quiero perderte. Quiero permanecer junto a ti todos los días de
mi vida. Por eso… Si quieres que tú y yo hagamos el amor, tendrás
que… Aceptarme como tu compañero de viaje, como tu apoyo y
sustento en momentos de flaqueza, aquel que te saque desde una risa a
un orgasmo. Así que… ¿Quieres...?
- Sí,-contestó Marina antes de dejarle terminar a Alex-. Quiero
estar contigo todos los días de mi vida, hasta que nos apoyemos el
uno en el otro cuando no podamos ni andar de lo viejos que estaremos.
Yo te… Te quiero.
- Y yo, vida mía. Te quiero mucho Marina.
Acercándose a él, lo abrazó fuerte y profundamente, como
queriéndose fundir los dos en una sola persona. Pero justo en ese
momento, una idea se le vino a la cabeza a Marina, por lo que, muy
bajito y al oído, se lo dijo.
- Alex, yo nunca… He hecho nada. Soy virgen.
- No te preocupes por nada, porque aquí estoy yo para cuidarte y
darte la mejor primera vez que jamás se haya contado. ¿Estás
preparada?
- Si es contigo, no puedo tener miedo a nada.
Yéndose finalmente al dormitorio, se fueron quitando la ropa
mutuamente hasta quedar en ropa interior, mirándose detenidamente al
verse por primera vez de esa forma. Alex se sentó al borde de la
cama mientras acercaba a Marina rodeándola por la cintura,
sintiéndola y oliéndole ese perfume tan embriagador y que tan loco
le volvía. No había besos ni palabras, sólo las miradas y caricias
con sus manos que lo decían todo…
El mimo y el cariño con el que trataba Alex a Marina era digno de
admirar, ya que era suave en sus movimientos, sin brusquedad, con
paciencia y anhelando ser de ella. Colocándola sobre la cama, Alex
comenzó a dar pequeños besos en el cuello femenino, haciéndola
estremecerse mientras que los bellos de su cuerpo se ponían de
punta. Marina acariciaba la fuerte espalda masculina, pasándole el
brazo por su cuello para atraerlo más a él. Quería sentirlo cerca,
muy cerca…
Y finalmente, ambos tuvieron su primera vez juntos. Una primera vez
de cuento de hadas donde Alex supo esperar y donde ninguno buscaba su
placer propio, sino el disfrute mutuo. Todo fue perfecto y Marina
pudo experimentar el placer de hacer el amor, de sentirse querida y
amada por sus cuatro costados. Algo que nunca había tenido y que,
tras vivirlo en sus propias carnes, le hizo comprender el significado
de la palabra AMOR.
El cansancio dejó extasiada a Marina, que se quedó dormida sobre
Alex, que la miraba con dulzura y completa admiración.
Tras meterla bajo las sábanas con mucho cuidado, Alex se levantó de
la cama para irse al baño, ya que tras haber hecho el amor, le
habían entrado ganas de orinar.
Alex acababa de experimentar uno de los mejores momentos de su vida.
Sin embargo, tenía miedo de ir demasiado deprisa, de crear confusión
en Marina y de parecer el típico tío que sólo quiere sexo y que,
cuando lo consigue, se marcha. ¿Por qué se tendría que comer tanto
la cabeza? Pensaba justo antes de volver a la cama para dormir junto
a su amada.
En cuanto entró y se metió en la cama, Alex quedó profundamente
dormido sin darse cuenta de que, al notarlo a su lado, Marina se giró
y se acurrucó junto a él para seguir durmiendo en esa posición.
A la mañana siguiente, Marina fue la primera en despertarse. Al
incorporarse, se dio cuenta de que había dormido completamente
desnuda y que a su lado estaba Alex. No había sido un sueño, todo
aquello era muy real pese a que pareciera que estaba flotando
todavía. Jamás había experimentado algo como aquello y, ahora
sabía que lo querría siempre.
Tras ponerse la ropa interior, se dirigió hacia el baño para darse
una ducha y estar presentable para cuando Alex se despertara, ya que
le daba vergüenza que la viera recién despertada y con la cara y
los pelos de loca.
Al salir de la ducha, Marina se encontró a Alex fuera. La estaba
esperando con una amplia sonrisa en su rostro.
- Buenos días mi reina. ¿Cómo ha dormido lo más bonito de esta
casa?
- No lo sé, eso deberías saberlo tú, que eres lo más bonito de
aquí.
- Anda, ven aquí preciosa mía. Déjame que te dé un beso.
- Como me acerque a ti y vuelva a tocar ese cuerpo, tal vez no me
pueda resistir…
- ¿Y quién te ha dicho que no puedes hacerlo?-preguntó Alex
sacando su más arrebatadora mirada-.
Marina se acercó a Alex y lo besó profundamente, jugando con sus
lenguas mientras que posaba sus manos en el culo masculino, bajando
poco a poco el calzoncillo mientras que Alex gemía levemente al
notar sus manos tocando esa zona…
CONTINUARÁ...
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