Fina bajó lo más rápido
que pudo y llamó a Mateo.
-
¿Se puede saber
qué está pasando, Mateo?
-
Ainhoa, que ha
venido a echarme la bronca por Esteban.
-
¿Y tú qué tienes
que ver en todo esto?
-
Eso me gustaría
saber a mí…
Juan bajó con Ainhoa sin
las manos esposadas, ya que no veía la necesidad pero, cuando vio a Esteban, no
tuvo más remedio. El chico acababa de salir de la casa de Juan con dirección a
su casa, pero al encontrarse esa situación, se quedó quieto alucinando al verla
esposada.
-
¡HIJO DE PUTA! TE
VAS A ENTERAR CABRÓN DE MIERDA, ¡YA VERÁS!
-
Esteban, espérame
en mi casa, que tú y yo tenemos que hablar después,-dijo Juan aguantando los
brazos femeninos evitando que Ainhoa se abalanzara sobre él.
A todo esto, Kiko
observaba toda la situación desde la portería.
-
Esto es mejor que
una telenovela…
Esteban, haciendo caso a
su amigo, entró en la casa y se sentó para esperarlo. Sin embargo, como tardaba
mucho, se aburría soberanamente.
Poco después, la puerta
de la casa de Mateo volvió a sonar.
-
Ay Dios, ¿hoy no
nos van a dejar en paz?-dijo Fina cansada-.
-
Ya abro yo.
Al abrir, se encontró con
la sonrisa de Esteban.
-
Perdón por
molestar de nuevo, pero Juan me dijo que lo esperara y en su casa me aburro.
¿Puedo esperarlo aquí?-preguntó con temor mientras que Mateo miraba a Fina para
saber si aprobación-.
-
Anda, pasa Esteban,-dijo
Fina desde el sofá-.
-
¡Gracias! Sois los
mejores.
Esteban quiso saber por
qué Juan se llevaba esposada a Ainhoa y Mateo se lo contó todo mientras
preparaba la consola para jugar unas carreras y, así, distraerse de una vez por
todas.
Los tres se pusieron a
jugar incansablemente y a ganar carreras menos Mateo, que si lograba quedar
segundo era un milagro.
Como una hora después,
Juan entró en la casa de su hermano. Al no verlo en su casa, se imaginó que
estaría allí, pero verlos jugando a la consola no se lo esperaba.
-
Pero… ¿qué hacéis?
-
Jugar, ¿no lo
ves?-dijo Mateo-.
-
Coge un mando y
únete, vamos,-invitó Esteban con energía-.
Y así hizo Juan, que
uniéndose a su hermano Mateo, formaron un buen equipo y comenzaron a derrotar a
los terribles Esteban y Fina.
-
¿Qué ha pasado al
final?-quiso saber Esteban-.
-
La llevé a
comisaría y la metimos en el calabozo. Le han puesto una fianza y allí la he
dejado.
Al día siguiente y tras
haber pasado una noche entera en el calabozo, una derrotada Ainhoa llegó a su
casa después de que le pagaran la fianza. Todos los humos que tenía se le
habían bajado y el tiempo que estuvo encerrada le hizo replantearse un montón
de cosas. Su trabajo le generaba ingresos, pero… ¿cómo era ella como jefa?
Fatal. Ahora lo veía claro.
Además, la noche con
Esteban estuvo bien y debería haberse quedado en eso, una noche. El problema
fue que ella se lo había llevado al terreno personal y eso es lo que le hizo
replantearse si estaba preparada para tener diversos amantes o, sin embargo,
ser mujer de un solo hombre. Había estado muy mal por su parte el
comportamiento y, cuando cogiera fuerzas, pediría disculpas. Lo peor era que su
estado de humor estaba causado por recibir una serie de amenazas que… Traerían
cola.
Pero el día de la
detención de Ainhoa, una llamada de teléfono hizo que Fina dejara de jugar.
-
¿Dígame? Sí, soy
yo. ¿Cómo? Sí, sí, no hay problema. ¿Mañana entonces? Much… Sí dígame, ajá,
pues creo que conozco a la persona perfecta. ¿Le importa si nos acercamos ahora?
¡Estupendo! En un rato vamos para allá.
Esteban miró a Fina que,
conforme iba hablando, dibujaba una sonrisa cada vez más amplia en su rostro.
-
¿Quién era?
-
Tú, vente conmigo
que te he conseguido trabajo.
-
¿A mí?
-
Bueno, a los dos.
Me acaba de llamar el director del colegio, que el profesor de educación física
y su mujer, la profesora de educación primaria, se han marchado del colegio
porque otro centro educativo les ha ofrecido más dinero y les han dejado en la
estacada y necesitan profesores para ya.
-
Pero… ¡eso es
estupendo!
Esteban no podía
creérselo y se levantó para abrazar a Fina.
-
¡Muchísimas
gracias!
-
No levantes
todavía las campanas al vuelo. Tenemos que ir al colegio a entregarle tu
currículum.
-
Entonces tengo que
pasar por mi casa para cogerlo.
-
¡Volando!
Y poco más de media hora,
ambos se presentaron frente al director del colegio dispuestos a empezar a
trabajar rápidamente.
Por otra parte, Kiko
también recibía una llamada bastante inquietante. Resulta que desde que salió
del mundo de la droga, descubrió otro mundo: el de la pintura. Poco a poco se
fue aficionando más y más, de forma que había expuesto un par de cuadros en unas
galerías con un prestigio poco más alto que el de la tienda de la esquina. Sin
embargo, un experto en arte moderno se puso en contacto con él.
-
¿Me está pidiendo
que le venda mi cuadro por ese precio? Pero… si mi cuadro no vale una mierda.
¡Claro que hablo en serio! Si yo… Vale, si usted lo dice será verdad. Al fin y
al cabo es el experto.
Cuando terminó la
conversación, Kiko seguía en las nubes. Le había ofrecido cinco millones de
euros por uno de sus cuadros y quería que se mudara a la capital para que
pintara de forma más asidua para los altos cargos del gobierno.
Tras dos meses desde
aquel día, Kiko se había marchado a la capital y el bloque volvía a quedarse
sin portero, pero también alguien más se quedaba sin trabajo: Ainhoa. Después
de todo ese tiempo buscando gente para trabajar, la mala fama y los comentarios
de la gente hicieron que tuviera que echar el cerrojo a la empresa. ¿Qué haría
ahora?
Cabizbaja y triste,
Ainhoa volvía a su casa cuando Juan llegó del trabajo y la saludó desde atrás.
Los ánimos habían vuelto a calmarse tras una disculpa individual de la muchacha
a cada uno de los implicados.
-
¡Ainhoa!
Al girarse, Juan le notó
que Ainhoa tenía mala cara.
-
Oye, ¿qué te pasa?
-
Pues que acabo de
cerrar mi empresa y estoy fatal. Vuelvo a estar en paro.
-
Vaya, lo siento
mucho. Sé lo que significaba eso para ti.
-
Ahora no tengo
nada, ni amistades, ni trabajo… ¿Cómo voy a pagar el alquiler?
Ainhoa estaba abatida
completamente.
-
Mujer, no seas
catastrofista. Ya verás como encuentras un trabajo pronto y puedes seguir
pagando el alquiler.
-
¿Y si no encuentro
nada? No lo sé. De lo que estoy segura es de que necesito estar sola varios
días.
Juan, en ese mismo
instante, tuvo una brillante idea.
-
¿Y por qué no
trabajas aquí?
-
¿Aquí? ¿Dónde?
-
¡En la portería!
Mira, te vas a la casa de la portería y así pagarías un alquiler mucho más bajo
y trabajas vigilando y haciendo todas las tareas que tiene un portero. ¿Qué me
dices? Es una buena solución.
Ainhoa comenzó a sonreír.
Le parecía una buena idea, al menos de momento. Así podría salir al paso y
continuar con su vida. Le tenía un aprecio especial a Juan ya que fue el único
que, desde el primer momento, le tendió la mano.
Juan estaba encantado de
poder ayudar siempre que alguien lo necesitara y, si estaba en su mano, haría
lo posible para encontrar lo mejor para los demás. Además, notaba cierto cambio
en Ainhoa que le hacía darle un voto de confianza.
Entrando en la casa que
le pertenecía, vio cómo tenía todo Kiko y cómo era la casa.
-
Menudo destrozo de
casa… Tendría que echar la casa abajo. ¿Y si no gasto parte de mis ahorros en
arreglar este piso? Al fin y al cabo, si voy a trabajar y vivir aquí, quiero
estar lo más cómoda posible.
Dicho y hecho. A Juan le
pareció una buena idea y se ofreció para ayudarla y, de esa forma, reducir
costes a la muchacha. Tras comenzar a arrancar la moqueta, descubrieron un
bello suelo de madera. ¿A quién se le ocurría tapar la madera con una moqueta
tan fea? Y la pared de la cocina… ¡fuera! Ainhoa quería una casa de concepto
abierto.
Ainhoa se sentía en deuda
con Juan porque siempre estaba ahí ayudándola cada vez que tenía un hueco
libre. Aún quedaba mucho trabajo por hacer y el dinero se iba agotando, por lo
que Juan intercedió para que el banco le concediera un préstamo y poder terminar
la casa.
-
Muchas gracias por
haberme acompañado hoy al banco Juan. Eres fantástico.
-
No me las des
mujer. Lo que sea por una amiga.
Ainhoa sonrió y, por
primera vez en mucho tiempo, volvió a sentir un gusanillo por el estómago. ¿Se
estaba enamorando de Juan? Ajeno a los sentimientos femeninos, Juan abrió los
brazos y abrazó a la muchacha con simpatía.
Los pocos muebles que se
salvaban de la reforma, dormían en la entrada hasta que Mateo y Fina salieran
del trabajo para unirse a la reforma y guardarlos en el trastero.
Dentro del piso, el
trabajo no paraba.
-
A la de tres,
tiramos los dos a la vez, ¿vale?-decía Juan.
-
Hecho.
-
Una, dos… ¡tres!
CONTINUARÁ…
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