CAPÍTULO 4
En cuanto pudo, Mateo
salió del trabajo directo hacia el hospital.
Preguntó por su padre en
recepción y allí le dijeron la planta donde se encontraba. Rápidamente, se
dirigió hacia allí con la esperanza de que Marco estuviera bien.
Buscando por la planta,
en una sala de espera se encontró a su madre con muy mala cara.
-
Hijo, al fin estás
aquí.
-
¡Mamá! He venido
lo más rápido que he podido.
El abrazo entre madre e
hijo fue fuerte. Se necesitaban el uno al otro ahora más que nunca.
Muy preocupado, Mateo
preguntó por el estado de salud y si los médicos habían dicho algo.
-
Según parece tu
padre está muy grave. Ha sufrido una angina de pecho crónica o algo así. No me
acuerdo bien del nombre.
-
No te preocupes,
el nombre es lo de menos. ¿Y cómo está ahora?
-
En quirófano, le
están haciendo un bypass así que nos
toca esperar.
-
¿Y cómo ha podido
pasar?
Luisa estaba muy nerviosa
y su hijo la intentaba calmar. No era bueno que estuviera tan alterada.
-
Pues no lo sé
hijo. Estoy a punto de que me dé un ataque.
-
Mamá,
tranquilízate porque papá está en buenas manos. Lo están operando y se va a
poner bien, no te preocupes.
-
Cariño, eso es
imposible. Llevo más de media vida con él y no puedo concebir la vida si no es
con él.
-
Tranquila, que
papá va a salir de esta. Es un hombre fuerte.
Dejando a su madre en el
baño para que se calmara y se refrescara, Mateo se sentó en una de las
incómodas sillas del pasillo y se quedó mirando a un punto fijo. Era la primera
vez que tenía un susto como ese en su familia.
No quería que le pasara
nada a su padre y, aunque sabía que era ley de vida que se murieran ellos antes
que él, no estaba preparado todavía para pasar por aquello.
Apenas había movimiento y
Mateo se ponía nervioso porque pasaban los minutos y todavía no había noticias
de su padre. En ese momento, Mateo escuchó claramente la voz de Marco que le
decía…
-
Hijo, venga ya, no
te quiero ver más así. ¡Eres un Rosales! Y los Rosales somos leones.
Mateo se puso a mirar a
todos los lados. Esa noche había dormido menos de lo que debía y la noticia de
la angina de pecho de su padre no había contribuido para bien.
Luisa, sentada en la sala
de espera, miraba hacia el techo y rezaba el rosario pidiendo que su marido se
pusiera bien.
Un par de días después,
Mateo llegaba del hospital.
-
Hola mi vida, ¿qué
tal tu padre?
-
Pues bueno, ahí
sigue. Recuperándose poco a poco pero necesita todavía coger fuerzas. Está
demasiado débil aún. ¿Y tú qué tal?
-
Cansada. En una
hora vuelvo de nuevo al trabajo.
Ainhoa tenía un horario muy
malo, ya que tenía turno partido y trabajaba mañanas y tardes.
-
Me revienta no
poder pasar más tiempo contigo o poder ir a visitar a Marco al hospital, pero
es que llego reventada después de caminar todo el día con el carrito echando
cartas en los buzones.
-
Tienes un trabajo
muy duro cariño.
-
Mira quién fue a
hablar, el oficinista. Cielo, no es duro, solo que al ser horario partido, no
descanso tanto.
Mateo suspiró y miró
hacia al suelo.
-
Si pudiera hacer
algo… ¡Espera! ¿Y si hablo con tu jefe?
-
Cariño, te lo
agradezco pero no va a servir de nada.
-
A ver, tú el otro
día me dijiste que habían abierto el plazo de inscripción para trabajar en
Correos, ¿no?
-
Sí, pero, ¿qué
tiene que ver eso ahora?
-
¿Y por qué no le
digo a tu jefe que te ponga horario continuo de mañana o tarde y a los nuevos
los ponga de horario partido? Al fin y al cabo, tú llevas más tiempo en la
empresa.
Ainhoa se quedó pensativa
un momento, pero luego sonrió.
-
Tal vez funcione.
Es una buena idea pero no sé si resultará.
-
Tú déjamelo a mí,
que lo llamaré y me voy a poner a darle pena para que se compadezca.
-
Jajajaja, eres un
payaso.
-
Lo que haga falta
por el amor de mi vida.
La pareja sonrió y se
acercaron uniéndose en un dulce beso.
Una semana después de la
angina, a Marco le habían dado el alta. Luisa y él esperaban a su hijo para que
viniera a recogerlos para irse a casa definitivamente.
Marco estaba bastante
desmejorado y había perdido varios kilos. Entre la operación y la mala comida
de allí…
Pocos minutos después,
Mateo llegó y entró en la habitación.
-
¡Hola papá!
-
Muy buenas hijo,
qué alegría verte.
Marco se levantó con la
ayuda de Mateo mientras que se disculpaba por tardar tanto.
-
Siento haber
tardado, pero no encontraba aparcamiento en el parking. Está todo llenísimo.
Bueno, ¿listo para volver a casita?
-
No puedo tener más
ganas hijo.
Marco, agradecido con
su hijo, se abrazó a él.
-
Te quiero mucho
Mateo.
-
Y yo a ti papá. A
partir de ahora no quiero más sustos, ¿eh? Te tienes que cuidar, ¿me lo
prometes?
-
Prometido.
Al llegar a casa,
entraron en el edificio y la gran sonrisa de Antonio los recibió.
-
¡Querida familia!
Me alegra veros.
-
Igualmente
Antonio, ya se te echaba de menos,-comentó Marco-.
En cuanto abrieron la
puerta de la casa, Yago fue corriendo a recibirlos.
-
¡Yagoooooo! Mi
pequeñín, ¿cómo estás?
Marco cogió en brazos al
perro y lo abrazó mientras que éste le lamía sin parar.
Mientras tanto, Kiko
hablaba con Antonio en la portería.
-
Antonio, he de
irme de viaje así que, ¿no le importa cuidarme las plantas como siempre?
-
Sin problema señor
Montoya. Que tenga un buen viaje.
-
Muchas gracias
Antonio, espero que esta vez sea por poco tiempo.
Ainhoa hablaba con su
suegro dándole consejos sobre cómo debía ser su vida a partir de ahora.
-
Tienes que estar
lo más tranquilo posible Marco. No queremos más sustos como el que nos ha dado.
Que tiene que ver a sus nietos todavía, hombre…
-
¿Estás…?
-
¿Embarazada? No,
todavía no. Pero sí que nos gustaría tener hijos pronto.
-
¿Y casaros?
-
Marco, estamos en
el siglo 21, y ahora para vivir juntos y tener hijos no necesitamos firmar un
papelito. Mateo y yo nos amamos y eso es más que suficiente.
Mateo, a todo esto,
preparaba la cena mientras que su madre jugaba con Yago. Hoy pasarían juntos el
resto del día.
Cuando sonó la alarma a las ocho de la tarde,
Antonio recogió sus cosas y se fue a casa.
Era hora de prepararse la
cena, descansar y dormir plácidamente.
A todo esto, Ainhoa le
comunicaba una magnífica noticia a Mateo.
-
¡Me han cambiado
el horario! Tengo turno de mañana desde ahora.
-
¡Pero eso es
magnífico! ¿Ves como lo ibas a conseguir?
Ambos se dieron un fuerte
abrazo de satisfacción. Mateo estaba orgulloso de ella y feliz porque había
colaborado en cambiar la situación laboral de su novia.
Pero todo no iban a ser
risas y amor. Dos distinguidos señores se pararon frente al edificio en plena
noche. ¿Qué quieren?
CONTINUARÁ…
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