CAPÍTULO 18
Kevin entró en la tienda
y saludó al dependiente afablemente.
-
¡Buenas tardes!
-
Muy buenas tardes
señor, ¿qué desea?
Al llegar hacia él, le
estrechó la mano con decisión.
-
¿Aquí vendéis
teléfonos de prepago?
-
Sí señor, ¿quiere
uno? Tengo muchos modelos que le pueden interesar…
-
No gracias, quería
preguntarle sobre alguien que compró uno hace unos días, alguien… extraño.
-
Sí, hubo un hombre
que entró con una capucha puesta y una bufanda en el cuello que le tapaba hasta
la nariz. Apenas se le veía la cara. De primeras creía que quería robarme, pero
luego compró el móvil y se fue.
-
¿Sabe a dónde?
-
Salió y giró hacia
la izquierda, como si fuera al motel.
-
¡Muchas gracias!
Kevin fue andando y supo
que ese motel era donde él se había hospedado tanto tiempo atrás. No tenía
malos recuerdos, pero ese sitio siempre le había dado mala espina.
Como se estaba haciendo
de noche, desistió y pensó que ir a otra hora sería mejor, ya que no quería
llegar demasiado tarde a casa y levantar sospechas a Paulova.
Al llegar a casa, subió
al despacho y allí se encontró a su mujer estudiando.
-
Hola cariño, ya
estoy en casa.
Pero ella no contestó…
-
Cariño, ¡Pau! Que
estoy aquí.
-
Muy bien. Déjame
en paz.
-
¿Qué te pasa?
-
Eso te iba a
preguntar yo. ¿Qué te pasa a ti Kevin? ¿Por qué has llegado tan tarde?
-
Es que he tenido
mucho lío hoy en la oficina y…
-
Mira, no me
mientas porque por ahí no paso. Habíamos quedado para salir a correr juntos.
Kevin abrió los ojos
acordándose, en ese instante, de los planes que había hecho.
-
Lo siento mi amor,
pero se me olvidó completamente. Además, se ha puesto a nevar y no es buen
momento.
-
Ya claro… Dime la
verdad: ¿hay otra?
-
¿Otra? ¿Otra qué?
-
Otra, una chica,
una amante.
-
Pero ¿qué hablas?
No podría estar con otra chica que no fueras tú.
-
¡Kevin!
Paulova lo miró fijamente
pero se le notaba en la expresión que estaba sufriendo por todo lo ocurrido. Se
había hecho una idea errónea en la cabeza y Kevin no quería que el hecho de que
La Sombra hubiera contactado con él afectara a su matrimonio porque quería demasiado
a su esposa como para acabar enfadados por culpa de un malentendido.
Kevin la invitó a
sentarse y se pusieron a hablar.
-
Tengo que contarte
algo, pero no es sobre ninguna amante porque no tengo. Es sobre… La Sombra.
-
¿Qué tiene que ver
La Sombra en todo esto?
-
Pues tiene que ver
todo, cariño. Es la razón de por qué he estado tan raro.
-
Ahora es cuando me
dices que eres La Sombra, ¿verdad?
-
¡No! ¿Qué dices?
Kevin no sabía cómo
arrancar y comenzar a hablar sobre el tema.
-
¿Entonces qué pasa
con él?
-
Pues que se puso
hace unas semanas en contacto conmigo diciéndome que me ayudaría con el caso de
mi intento de asesinato.
-
¿Me lo estás
diciendo en serio?
-
Sí, contactó
conmigo una primera vez en el trabajo dejánd…
-
O sea,-dijo
Paulova interrumpiendo a su marido-, ¿ha contactado más de una vez contigo?
-
Sí, han sido…
Cuatro veces.
-
¡¿CUATRO?!
Paulova iba poniéndose
cada vez más y más enfadada hasta el punto de que a Kevin le costaba decir
palabra.
-
S-sí. Han sido
cu-cua-cuatro veces…
-
¿Y se puede saber
por qué no me has dicho nada?
-
Porque sé cómo te
pones cuando me pasa algo y no quería preocuparte cariño. Quería llevar esto
sólo sin necesidad de que nadie más saliera afectado por esto.
-
Pero pasa una
cosa, y es que cuando decidiste casarte conmigo ambos elegimos estar juntos,
para lo bueno y lo malo, en la salud y la enfermedad… ¿recuerdas?
-
Sí, no se me
olvidará nunca.
-
Pues parece que
sí, porque esto es una cosa que te afecta a ti tanto como a mí.
Kevin sabía que Paulova
estaba bastante enfadada con él y no le faltaban razones.
-
Lo sé cielo, te
comprendo perfectamente, pero fue algo que comenzó de un día para otro y yo no
sabía cómo reaccionar, así que no tenía ni idea de cómo te lo tomarías tú, por
lo que decidí callarme hasta tener todo bajo control.
-
No quiero que esto
vuelva a ocurrir. A ver cuándo te vas a dar cuenta que los dos somos uno. Que
aunque seamos dos personas, somos una sola en realidad. Y lo que te duele a ti,
me duele a mí y viceversa.
A Paulova comenzó a
temblarle la voz y Kevin supo que le faltaba poco para llorar.
-
¿Tan mala esposa
soy que no has sido capaz de confiar en mí?
-
No cielo, no digas
eso. La culpa es mía porque he sido tan tonto de guardarme las cosas y no
decirte nada. Perdóname mi amor.
-
Kevin, yo te amo y
lo único que quiero es que estés bien y que juntos seamos un equipo. Que no
existan secretos entre nosotros.
-
Te prometo que a
partir de ahora te contaré todo. Ven aquí.
Paulova y Kevin se
levantaron fundiéndose en un fuerte abrazo. Se necesitaban en ese momento el
uno al otro. Más que nunca.
-
Te amo peque.
-
Y yo a ti
tontorrón. No vuelvas a hacerme esto nunca.
-
Te lo prometo
corazón.
-
Y bueno, ¿cómo fue
al final con La Sombra?
En mitad de la noche,
Kevin se despertó de repente después de una pesadilla. Había soñado con ese
maldito motel y se levantó para que se le pasara la congoja.
Como no podía conciliar
el sueño, se vistió y salió al porche para tomar el fresco. Había comenzado a
nevar y no hacía muy buena noche, pero le apetecía dar un paseo y refrescarse
un rato.
-
¿Y por qué no voy
ahora al motel? Podría pillar infraganti a La Sombra…
Y así hizo. Se fue
andando para no despertar a Paulova con el ruido del coche y, cuando llegó, le
dio aún más miedo que en su sueño.
-
Nunca me
acostumbraré a este sitio.
Cuando llegó, se paró
frente a la puerta de entrada, suspiró y comenzó a andar adentrándose en el
tenebroso motel.
Entró en recepción y ahí
preguntó al chico que estaba allí. Era el hijo del dueño y ayudaba a su padre de
vez en cuando, así que no conocía muy bien a los que se hospedaban en el motel,
pero que si quería podía echar un vistazo.
Kevin comenzó a
recorrerse todas las habitaciones, mirando desde la ventana y la mayoría
dormían, otras habitaciones estaban vacías… Pero ni rastro de La Sombra por
ningún lado.
Cansado de buscar sin
encontrar nada, se apoyó en la barandilla pensando en si La Sombra tenía otro
refugio, una casa propia o si de día era una persona completamente normal con
un trabajo cualquiera. ¿Lo llegaría a conocer? ¿Quién podría ser?
Había muchas preguntas en
su cabeza y ninguna parecía tener respuesta. Al dejar de apoyarse en la
barandilla, se clavó una pequeña astilla en su mano izquierda que le hizo
pararse e intentar quitársela. Al rato lo consiguió y bajó por las escaleras
para irse a casa.
Pero ya abajo comenzó a
marearse y a sentir mucho vértigo. El suelo parecía moverse sólo y su cabeza
daba vueltas.
Todo esto provocó que
Kevin se cayera al suelo y perdiera el conocimiento.
CONTINUARÁ…
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