miércoles, 23 de octubre de 2019

Capítulo 1 || Trampas


El sol se abría paso en un precioso barrio residencial para, así, comenzar el domingo de una forma radiante… Salvo para una de esas casas, en las que estaba a punto de suceder algo que cambiaría muchas vidas.



 En el interior de la vivienda, concretamente en el salón, se encontraban leyendo tranquilamente los cabezas de la familia, manteniendo un silencio tal que hasta se escuchaba el paso de las hormigas.


 Sin embargo, en el piso superior estaba la hija de dicho matrimonio navegando con su tablet. La muchacha se sentía enclaustrada en esa casa y últimamente no paraba de ver por todos lados anuncios de viajes, cruceros, casas en venta…
- Ojalá poder salir de esta prisión…


 De repente, interrumpiendo el completo silencio del salón, se escuchó un golpe proveniente del piso de arriba por lo que, cerrando su libro, el hombre fue a comprobar que todo estaba bien.
- Cariño,-dijo él-, voy a ver qué ocurre con nuestra hija-.

- De acuerdo… Y dile que no moleste tanto, que me desconcentra con tanto ruido.


 Entrando directamente en la habitación, el padre de la adolescente vio a su hija en completo silencio.
- ¿Por qué haces tanto ruido?-preguntó el padre-.
- Papá, ¿no sabes llamar a la puerta?
- ¿Qué ocurre? ¿Ocultas algo?
- No pero…
- Ah, entonces no tengo por qué llamar,-comentó interrumpiendo a la chica-. Ademas, yo soy el que paga esta casa, mi nombre viene en las facturas, así que puedo hacer con ella lo que me plazca.

- Pues métete la casa por el culo,-susurró levemente-.


 Escuchando ese comentario tan soez, quien levantó la voz esta vez fue su padre.
- ¡María de las Angustias de la Salle! ¡No te voy a permitir hablar de esta forma!
- ¿Tú no me vas a permitir? Por si no te acuerdas, tengo 18 años ya, así que déjame en paz y sal de mi dormitorio.
- ¡No te consiento ese vocabulario, jovencita!
- ¡Evoluciona papá! Estamos en el siglo 21 y no en el 18, ¿te enteras? Estoy harta de que me digas lo que tengo que hacer y lo que no, que me vigiles las amistades, el móvil, mis conversaciones…
- ¡Es lo que hay! Te guste o no esta es MI casa y tú eres MI hija, por lo que eso me da derecho a lo que me dé la gana.

- Hitler a tu lado era un santo, de verdad…


 Agarrándola del brazo, zarandeó a Angustias y le pegó un fuerte bofetón en la cara.
- ¡Y que no se te vuelva a ocurrir hablarme en ese tono! La próxima vez no habrá advertencia porque te encerraré directamente en el sótano como cuando te portabas mal de pequeña.


 Echándose la mano a la cara, Angustias reprimió sus lágrimas que se agolpaban en sus ojos queriendo salir. Si quería mantener el tipo frente a su padre, tenía que ser fuerte y no mostrar ningún tipo de debilidad para que él no se creciera más de lo que ya estaba.


 Tragándose el nudo que se le había formado en la garganta, Angustias miró fijamente a su padre y le dijo unas últimas palabras.
- Te odio. A ti y a mamá por consentir todo lo que me has hecho a lo largo de mis 18 años. Ojalá os muráis pronto…


 Corriendo hacia la puerta, Angustias comenzó a alejarse de la que había sido su casa hasta ese momento mientras que su padre la miraba desde la entrada.
- ¡Eso! ¡Lárgate! ¡No eres nadie sin nosotros! ¡Ya volverás arrastrándote!


 Durante todo el camino hacia la casa de una amiga, Angustias se repetía que, por muy mal que lo pasase en el futuro, nunca más volvería a pisar esa casa.
Llamando a su amiga, le avisó de que iba hacia su casa y ésta la recibió de buen grado.
- Pasa, siéntate nena,-invitó la amiga-.
- Isa, me encanta tu casa, en serio. Menudas vistas...-aduló Angustias-.

- Ay, muchas gracias tía. Ventajas de casarte con un millonario…


 Quedándose un momento en silencio, Angustias abrazó a Isa, quien se quedó bastante sorprendida.
- Oye, ¿y este abrazo?
- Gracias. Gracias por recibirme porque estaba perdida…

- Eh, ¿qué te ha pasado? Te noto la voz temblorosa.


 Angustias respiró profundamente y comenzó a contarle a su amiga lo ocurrido.
- Y cuando menos me lo esperaba, se me viene hacia mí como un loco y me pega un guantazo.
- ¿Que te ha pegado?
- Sí… Lo malo es que no es la primera vez. Cuando era pequeña y me portaba mal me metía en el sótano totalmente a oscuras durante horas y cuando salía de ahí me pegaba.
- Qué hijo de puta… Con perdón, ¿eh?
- No tienes que pedir perdón por eso. Hoy mismo le he dicho que Hitler a su lado es un santo, así que ya te puedes imaginar…

- Es que, por Dios santísimo, hacerle eso a una hija…


 A Isa se le vino a la cabeza una idea y… con cierto temor le hizo una pregunta a Angustias.
- Y… ¿Alguna vez… te tocó?
- ¿Tocarme? ¿Te refieres a que si me violó?
- Sí bueno, ya sabes…
- No, eso no lo hizo.

- Uf, menos mal. Es que entonces ahí sí que me lo cargo.


 Angustias se sorprendió porque nunca había visto a su amiga de esa forma y le costaba reconocerla así de cabreada, la verdad.


 Como Isa no quería que su amiga siguiera viviendo en ese ambiente, la invitó a vivir con ella y su marido.
- ¿Harías eso por mí?
- Claro, somos amigas, ¿verdad? Los amigos estamos en las duras y en las maduras.
- ¿Y crees que a tu marido le importará?
- No creo. Está loco conmigo.
- ¿Y cómo se llama? Que nunca me acuerdo.
- Prudencio, se llama Prudencio.

- Cierto. Qué mala cabeza tengo…


 Isa era una muchacha de 19 años recién cumplidos y acababa de venir de la luna de miel con Prudencio, de 84 años. Isa se había quedado huérfana de madre a muy temprana edad y su padre la abandonó poco después. Prudencio la acogió porque había sido amigo de la familia durante mucho tiempo y, conforme Isa fue creciendo se fue enamorando de ella. En cambio, Isa le tenía mucho cariño pero… Nada más. Si aceptó casarse con él fue porque sabía que toda su fortuna tarde o temprano sería para ella.


 Llamándolo, Prudencio se levantó y besó profundamente a Isa.
- Nunca me cansaré de besarte, preciosa mía,-confesó él-.


 Angustias escuchaba los besos a sus espaldas y un escalofrío le recorrió todo su cuerpo. Sólo el imaginarse besar a un hombre de esa edad… Le daba repelús.


 Comentándole el caso de su amiga, Isa convenció a su marido.
- Es que la pobre no tiene a nadie y su padre es de armas tomar. ¡La ha llegado a encerrar en el sótano! ¿Te puedes creer?

- No hace falta que me digas más, vida mía. Puede quedarse en la otra habitación a vivir el tiempo que necesite.


 Abrazándolo, Isa agradeció el generoso gesto que había tenido con ella.
- Eres un sol, Prudencio.
- Haría lo que fuera por ti, princesa.

- Mira, te voy a presentar a Angustias.


 Llamándola, Angustias se acercó y conoció formalmente a Prudencio, quien tuvo una idea fabulosa.
- No me gusta nada tu nombre, Angustias.
- Ni a mí, pero fue idea de mi padre porque su madre se llamaba así y como su palabra era la Biblia…
- Pues a partir de ahora te llamarás Ann, con doble “n”. ¿No vas a tener una nueva vida? Pues nombre nuevo, ¿qué te parece?
- ¡Es una idea fantástica! Y me encanta el nombre, gracias Prudencio…

- De nada guapísima. Isa, acompáñala a su cuarto y luego ven al nuestro, que me tienes que poner la pomada en la espalda, por favor.


 Sentándose en su cama, Ann miró las vistas que tenía su dormitorio y se le encogió el corazón. No se podía creer que estuviese viviendo libre de ataduras de sus padres, de comentarios hirientes, de golpes, gritos y e injusticias hacia ella.


 Todavía le seguía doliendo el guantazo de su padre, pero era más un dolor psicológico por todo el daño que había recibido a lo largo de su vida que el propio golpe.


 Isa, volviendo con Prudencio, fue en busca de la pomada cuando éste la frenó.
- La pomada no está ahí, la tengo ya en el dormitorio…

- Pero si tú siempre la guardas… Ah vale… Ya voy pillando la indirecta. Bueno, entonces subamos a que te ponga la… “pomada”.


 Prudencio era un anciano de 84 años y sin su pastilla azul no era nadie, pero aún así no daba la talla que Isa necesitaba y al final era ella siempre la que no terminaba la faena.


 Al cabo de un rato, Isa llamó a la puerta y entró oliendo a un perfume carísimo y con un vestido increíble.
- Levántate que nos vamos.
- ¿A dónde, Isa?

- A tomarnos unas copas en un sitio que conozco. Ven, que te presto uno de mis vestidos que te va a quedar fabuloso.


 Minutos después, ambas chicas salían hacia su destino dispuestas a distraerse un rato.


 Llegando al lugar, Isa parecía la reina allí, ya que saludó al portero como si lo conociese de toda la vida. El sitio en cuestión era un bar de copas en la azotea de un edificio y las vistas eran de infarto.


 Parándose frente al barman, le pidieron una copa cada una y comenzaron a charlar entre ellas.
- ¿Te gusta el sitio, Ann?
- Me flipa Isa, muchísimas gracias. Nunca había estado aquí y tampoco creo que me lo pudiera permitir.

- Yo tampoco, pero tengo una tarjeta Visa que Prudencio me regaló y como tampoco soy de comprarme muchos caprichos…


 Tras servirles las copas, ambas hicieron un brindis y comenzaron a beber.
- Oye, está muy rica esta copa,-se sorprendió Ann-.

- Es que aquí no te sirven alcohol de garrafón, sino del bueno. Para algo cuesta 15€ cada copa…


 Yéndose hacia una de las barandillas, ambas contemplaron las vistas mientras que un pequeño pellizco en el estómago las invadía.
- Da un poco de repelús, ¿verdad?-preguntó Isa-.

- Sí que es cierto. Estamos a mucha altura y da como cosilla.


 Comenzando a reír, Isa captó la atención de Ann.
- ¿De qué te ríes Isa?
- Que tu comentario me ha recordado a Pruencio.
- ¿Por qué?
- Porque si a ti te da cosilla la altura, a mí me da cosilla cómo el pobre intenta parecer un jovencito y luego no dura ni cinco minutos en la cama.
- Mira, ya que hablamos de este tema, quería preguntarte precisamente eso, que si te acuestas con él, pero me daba vergüenza hablar de ello.
- A ver, sí que nos acostamos pero él se tiene que tomar una viagra porque si no ni se le levanta y luego, cuando ya está dura comienzo a meneársela y cuando me voy a dar cuenta ya se ha corrido y yo me quedo igual así que…
- Luego terminas tú por tu cuenta, ¿no?

- Qué remedio… Es lo que tiene casarse con un hombre con un pie en la tumba.


 Sentándose para descansar y continuar con la charla, Isa se fijó en un chico estaba mirando la carta de bebidas y ella, ni corta ni perezosa lo saludó.
- Eh chico, el que está mirando la carta. ¿Eres nuevo por aquí?
- Esto… Hola, sí. Es la primera vez que vengo.
- Entonces estás en tu día de suerte.
- ¿Suerte? ¿Por qué?

- Porque estoy yo aquí…



CONTINUARÁ...

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