Horacio, cuando terminó
de hacer el trabajo pendiente, escuchó la voz de su hijo en el cuarto, por lo
que llamó a la puerta y entró.
-
Hijo, ¿con
quién hablas?
-
Con Terry.
Estamos charlando sobre los nuevos profesores que tenemos este año en clase.
-
Estupendo.
Voy a ir a preparar la comida, así que en una hora o así comeremos, ¿vale?
-
Está bien
papá.
Y al bajar se encontró a
su mujer enganchada al móvil, por lo que sonrió al recordar a su hijo
enganchado al portátil arriba.
-
Acabo de ver
a Junior con el portátil y ahora te veo con el móvil igual que él. Digno hijo
de sus padres.
-
Estoy
escribiendo un post para mi blog.
-
¿Ah sí? ¿Y de
qué trata esta vez?
Samanta miró a su marido
y con una cara de satisfacción, contestó a la pregunta.
-
“¿La ropa
estrecha está pasada de moda?”. Va a ser un bombazo cariño, ya lo verás.
-
Sigue así
cariño. Estoy muy orgulloso de ti.
-
Gracias
corazón, pero ya verás, las gordas conquistaremos el mundo e impondremos que la
talla mínima para las tiendas sea la 40 jajajaja.
-
Jajajaja, qué
cosas tienes…
Y acercándose a su mujer,
besó sus labios dulcemente, envolviéndola con sus brazos.
-
Voy a hacer
la comida,-añadió él-.
Un rato después, la
puerta de entrada se abrió entrando Miriam, que se encontró a su madre para
recibirla.
-
¡Hola hija!
¿Te lo has pasado bien?
-
Uy sí, mucho.
Hemos patinado un montón, hemos dado una vuelta… Nos lo hemos pasado pipa.
-
Me alegro
mucho corazón.
Yendo hacia su madre,
Miriam la abrazó con energía.
-
¿Y tú qué tal
mamá?
-
Bien, he
estado actualizando mi blog y poniendo todo al día.
-
Qué bien.
Oye, ¿a qué huele?
-
A comida.
Venga, sube a cambiarte que yo voy a ayudar a tu padre a poner la mesa. Si
puedes, avisa a tu hermano de que en cinco minutos está la comida lista.
Dirigiéndose a la cocina,
Samanta le preguntó a su marido si necesitaba ayuda mientras que Miriam
comenzaba a subir las escaleras sonriendo al ver que sus padres se querían con
locura.
En casa de los Puche,
Rosalía iba a comenzar a preparar la comida cuando invitó a quedarse a Genaro.
-
Ojalá pudiera
pero tengo que volver a casa. Ya suficiente me liará cuando llegue y no sepa
dónde he estado todo este tiempo.
-
Pero si no te
quiere ya, ¿qué más le da?
-
Pues que
puede utilizar esto en mi contra en el juicio que se celebre. Alegará idas y
venidas sin que ella tuviera conocimiento de mi paradero… Es que me la veo
venir ya.
Justo estaban hablando
cuando Edgar llegó a casa, encontrándose a Genaro allí para su sorpresa.
-
¡Genaro! Qué
agradable sorpresa, ¿qué tal?
-
Hola chaval.
Pues aquí de visita…
Ambos se dieron un fuerte
abrazo como saludo.
-
¿Te quedas a
comer?
-
Me resulta
imposible, pero me encantaría.
-
Tienes que
volver, ¿no?
-
Sí, hijo, sí…
Edgar notaba a Genaro
cansancio en sus palabras.
-
Estás harto,
¿verdad?
-
No sabes
cuánto… Te voy a dar un consejo: Antes de que te cases, conoce bien a la chica.
Que luego vienen las sorpresas y te pasa como a mí. No seas insensato.
Despidiéndose de ambos,
Genaro puso rumbo a su casa y, cuando llegó, vio que su hijo y Gema estaban
comiendo.
-
Hola, ¿qué hay
de comer?
-
Lo que tú
quieras prepararte. Tú te vas sin decir nada, yo tampoco te voy a hacer nada a
ti. No soy ninguna criada. Para eso ya tenemos a Rosalía que, por cierto,
también sale su sueldo de mi bolsillo…-dijo con retintín-.
El pequeño Lucas comía
con sus manos afanado en que no se le escapara nada entre sus dedos…
-
Hoa
papi,-saludó el crío a su padre-.
-
Hola
pequeñín. ¿Te gusta la comida que te ha hecho mami?
-
Zi.
Abriendo la nevera,
tampoco vio mucha comida, así que cogió un plato de sobras que llevaba allí dos
días.
Mirando al microondas
para ver en qué modo lo ponía para no cargarse su comida, Gema añadió uno de
sus comentarios.
-
¿Sabes poner
el micro o también lo tengo que hacer yo?
-
No tranquila,
te vayas a herniar.
-
No te preocupes,
que yo hago ejercicio y me cuido, no como otros…
Y a unos cuantos
kilómetros de allí, Ángel y Jara se despedían.
-
Muchas
gracias por la ayuda, Ángel. Nunca un nombre fue más acertado jeje.
-
¿Por qué
dices eso?
-
Porque
pareces mi ángel de la guarda.
-
Ay mujer, que
me vas a sacar los colores.
Ambos se quedaron
mirándose a los ojos unos instantes sin reaccionar.
-
Bueno, pues
me voy, que le tengo que hacer la comida a mi padre. ¿Nos vemos mañana?
-
Sí, allí
estaré a primera hora.
-
Muchas
gracias, guapa. ¡Hasta mañana!
Saliendo con la camisa
abierta y el chaquetón en la mano, Ángel se dirigió a su casa mientras que la
expresión facial de Jara había cambiado. Había tenido la oportunidad de darle
un beso de despedida y no se había atrevido…
Haciendo de tripas
corazón, Jara cerró la puerta y se comenzó a preparar el almuerzo para
alimentarse después de una mañana de tanto trabajo físico.
Jara pensaba en Ángel, en
su forma de tratarla, en su sonrisa, en que los ojos masculinos parecían
mirarla de una forma especial… Pero tal vez fueran imaginaciones suyas y esas
mariposas en el estómago no la ayudaban mucho. Veía a Ángel tan guapo…
Durante el camino, Ángel
iba pensando en que no debería haberse dejado la camiseta interior en la casa
de Jara, ya que no quería darle más trabajo del necesario, pero ella había
insistido mucho y sabía que no podría ganar un asalto contra ella.
Al entrar en casa, vio
que a la película le quedaban 10 minutos para terminar, así que saludó a su
padre dándole un beso en la mejilla y se dirigió a su cuarto para cambiarse de
ropa y comenzar a preparar la comida.
Tras ponerse la ropa de
andar por casa, se tumbó sobre la cama pensando en lo que había ocurrido
aquella mañana. Cuando se iba a bañar, Jara lo llamó, pero ¿para decirle sólo
lo de las toallas? Le costaba creerlo, pero tampoco tenía ninguna otra
evidencia de que fuera a decirle otra cosa… Se sentía atraído por ella, pero
como trabajaba para su padre, le daba reparo mezclar amor con trabajo.
Estaba sumergido en sus
pensamientos cuando Ángel escuchó los aplausos de su padre en el salón.
-
Qué
peliculón. Ya no se hacen películas así… Ángel, ¿dónde estás?
-
Voy papá…
Al otro lado del pueblo,
Navarro y Alfonso acababan de llegar a la casa del primero.
-
¿Te apetecen
unos perritos calientes?-preguntó Navarro-.
-
Vale, suena
bien.
-
Pues voy
arriba a por las salchichas.
-
¡Y trae
cervezas!
Cuando bajó con la
comida, se le habían olvidado las cervezas, pero al ver a Alfonso pescando, se
extrañó.
-
¿Qué haces
pescando?
-
Pues nada, intentando
matar el tiempo. ¿Dónde están las cervezas?
-
Arriba, que
se me han olvidado.
-
Joder tío,
para una cosa que te pido… Ya voy yo anda.
Pero antes de dejar la
caña, Navarro sonrió y le dijo algo a Alfonso que le hizo soltar la caña de
pescar al instante.
-
Pues si
intentas pescar algo ahí no vas a encontrar nada con vida, salvo colillas,
bolsas y condones míos.
-
¡Hijo de
put…!
Tras subir y pillar una
cerveza de la nevera, Alfonso cogió unos cuantos sprais y se puso a pintarle el
suelo a su amigo.
-
Te voy a
dejar aquí un regalo que te va a encantar. No te vas a olvidar de mí en todo el
tiempo que esté aquí esto.
-
No creo que
me quede en esta casa mucho tiempo.
-
¿Y eso?
-
Tengo pensado
mudarme si el negocio de la droga me va bien.
-
¿Te vas a ir
del pueblo?
-
No, de
momento me quedo. Pero me iré al centro, a una casa mejor… Aquí estoy dejado de
la mano de Dios.
Tanto hablar de sus
planes y de lo que haría en el futuro que se le pasó el tiempo y se le quemaron
las salchichas…
-
Me cago en
todo… Tendremos que llamar a una pizzería.
Así que llamó por
teléfono y pidió un par de pizzas que, por supuesto, no pensaba pagar. Al darse
la vuelta y mirar el trabajo que estaba haciendo su amigo, sonrió y aplaudió.
-
Oye tío,
tienes mucho arte a la hora de pintar…
-
Bah, lo tenía
muy olvidado. Hacía años que no pintaba nada…
Cuando terminó, después
de tanto esfuerzo, Alfonso volvía a oler igual o peor que antes de haberse
duchado, pero el grafiti estaba hecho.
-
A decir
verdad, estoy muy orgulloso de cómo me ha quedado. Llevaría como… cinco o seis
años sin coger un bote de spray.
Pero Navarro estaba
malhumorado. Se le había quemado la comida y Alfonso olía como un puerco. Era
muy buen amigo, pero no soportaba su olor corporal… Era asqueroso.
CONTINUARÁ…
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