lunes, 17 de septiembre de 2018

Crossed Lives || Capítulo 1

¡Hola! Muy buenas a todos mis seguidores... Lunes, comienzo de semana y... COMIENZO DE UNA NUEVA HISTORIA.
La he estado haciendo y preparando con mucho mimo y estaba deseando que llegase este día...
Os presento:


Ojalá os guste tanto como a mí... ¡Allá va el primer capítulo!

CAPÍTULO 1


Se alzaba un nuevo día algo grisáceo en Los Aniegos. La ciudad dormía, ya que era domingo y todos necesitaban descansar antes de volver a la rutina de la semana.




Cerca de la montaña más famosa de la ciudad, se encontraba una preciosa casa de dos pisos, coronada por un estupendo parking doble donde vivía la familia Tomillo.




El cabeza de familia, Horacio Tomillo, se sentaba frente al ordenador de su despacho. Era abogado y trabajaba en uno de los mayores bufetes de la ciudad, pero desde la caída del otro gran bufete, gracias a la denuncia y posterior investigación de la familia Jodres, su trabajo se había multiplicado por diez.






















En el piso inferior se encontraban Samanta y Junior, su mujer e hijo, que veían la tele tranquilamente, comentando los dibujos que estaban echando en el canal infantil.




Samanta trabajaba desde casa, ya que llevaba un blog de moda bastante conocido y se dedicaba a recomendar tiendas, ropa, precios, calidades, etc. Además, al ser una mujer entradita en carnes, era mucho más realista que en cualquier otro desfile famoso de modelos.




Su hijo Junior era un buen estudiante y bastante sabiondo. Era muy buen niño, con el que se podía mantener una conversación de casi cualquier tipo, ya que sabía escuchar muy bien.




En el piso de arriba, en el baño comunitario, se encontraba Miriam, la hija mayor del matrimonio. Estaba en plena adolescencia, pero eso no le estaba afectando demasiado hasta el momento. Seguía siendo buena hija para sus padres, no descuidaba sus estudios y salía con sus amistades como había hecho siempre. Incluso ahora se había echado novio y las cosas le iban muy bien con él. Por eso la vemos arreglándose, porque había quedado con él esa misma mañana.




Llamando a la puerta del despacho, Miriam entró y avisó a su padre de que se iba.
-          Volveré antes de la hora de la comida.
-          Muy bien cariño. Ten cuidado. ¿Llevas el móvil?
-          Sí, siempre lo tengo encima.
-          Genial.




Horacio miraba a su hija con orgullo y felicidad por verla tan mayorcita, aunque él la seguía viendo como esa mocosa que se caía por el pasillo cada dos por tres intentando andar.
-          ¿Vas a salir con tus amigas?
-          No, he quedado con Edgar esta vez.
-          Ah muy bien. Dale recuerdos de mi parte.




Y a unos 10 minutos de allí se encontraba la casa de la familia Puche, donde vivía el novio de Miriam. Residían en una zona para personas con bajos recursos, pero pese a que el lugar no era muy acogedor, no vivían mal del todo.




Saliendo del baño, Edgar fue hacia el salón para preguntarle a su madre si estaba bien con la ropa que se había puesto.
-          Vas muy guapo, hijo.
-          Muchas gracias mamá. Bueno, me voy, ¿vale? No llegaré tarde.
-          ¿A dónde vas?
-          He quedado con Miriam.




Rosalía, la madre de Edgar, no estaba del todo de acuerdo con la relación que había surgido entre su hijo y Miriam, ya que ella trabajaba como asistenta en la residencia de ellos, entre otras casas. Vinieron desde Sudamérica para buscarse la vida y aquí la encontraron, aunque se tenía que matar a trabajar para poder sobrellevar la casa y los estudios de su hijo. El padre de Edgar, por su parte, desapareció y la dejó tirada, así que tuvo que hacerse cargo de todo ella sola, por lo que entre eso y otras cosas de su pasado, no había podido ser todo lo feliz que ansiaba.




Y el otro miembro de la familia era Gary, un perro que abandonó una familia al mudarse de su casa. Rosalía, como había estado trabajando allí, se lo encontró atado en la puerta con un cartel que decía: “Para quien lo quiera”. Al ver que dejó de llorar cuando la vio, no tuvo más remedio que traérselo a la casa.




Edgar y Gary habían hecho mucha amistad entre ellos y siempre cuando Edgar tenía que salir, se despedía de su fiel amigo.
-          Me voy Gary, pórtate bien, ¿eh? Y haz caso a mamá, tío.




Pero Rosalía no estaba sola sentimentalmente en esos momentos. Un rayo de esperanza se había comenzado a dibujar en su vida desde hacía unos meses, pero todavía era muy pronto como para lanzar las campanas al vuelo. En cuanto su hijo salió de casa, ella lo llamó.
-          Hola cariño, ¿qué tal? ¿Puedes quedar hoy?
-          Imposible, tengo a esta gritándome ahora mismo.
-          Vaya…




Y donde vivía el nuevo amor de Rosalía era en esta casa, situada en una zona residencial para personas con un poder adquisitivo medio. La residencia de la familia Huertas no era ni muy pequeña, ni muy grande, pero para ellos era más que suficiente.




Y en uno de los dormitorios estaba Genaro, el chico de Rosalía.
-          Imposible, tengo a esta gritándome ahora mismo.
-          Vaya…
-          Lo siento cielo. Mañana te veré sí o sí.
-          Ya, pero me apetecía verte hoy, pero si no se puede no te preocupes. Te dejo, ¿vale?
-          No te enfades cariño, que no tengo la culpa.
-          ¡¿VAS A VENIR O NO?!-se escuchó un grito desde fuera de la habitación-.




Fuera se encontraba Gema, la esposa de Genaro hasta el momento, ya que ambos se encontraban en trámites de divorcio, pero como él no se podía permitir mudarse, continuaban conviviendo juntos.
-          Lucas, tu padre cada día es más tonto… No sé cómo pude casarme con él.




En la habitación, Genaro miraba su móvil lamentándose por no poder quedar con Rosalía. El amor entre ellos surgió sin quererlo, ya que poco a poco se fueron dando cuenta de que ambos se sentían atraídos mutuamente. Como la relación entre Genaro y su mujer no era buena, se acabó refugiando en Rosalía. Gema trabajaba de secretaria en el bufete de abogados de Horacio, pero Genaro era informático y buscaba abrirse hueco en ese mundo, pero hasta ese momento no había tenido mucha suerte, por lo que ella ganaba más dinero que él y eso siempre era un continuo reproche en sus discusiones.




Para Gema lo más importante era su hijo. Lo quería por encima de todo y de todos, pero su segunda cosa más importante era su trabajo. Era la secretaria general del bufete, pero cada abogado tenía luego su secretaria personal que le organizaba las citas con los clientes, recogía llamadas… Y ella no se conformaba con el puesto que tenía, quería más y más. Y su gran ambición la estaba llevando a unos límites peligrosos…
-          Al fin salió el señorito de su dormitorio. ¿Se puede saber qué estabas haciendo ahí?
-          ¿Ahora te interesas por mí cuando me echaste de nuestro dormitorio?
-          Perdona, pero no iba ni voy a permitir que sigamos durmiendo en la misma cama y yo no me pensaba ir de allí así que…
-          Mira, no empecemos otra vez, que no tengo ganas de discutir, ¿vale Gema?
-          No quiero discutir, quiero hablar contigo. Venga, sentémonos.




Ambos cogieron asiento y Gema comenzó a decirle lo que tenía pensado.
-          A ver, Lucas está haciéndose mayor por días y dentro de poco la cuna se le va a quedar pequeña, por lo que… ¿Cómo vas con la búsqueda de casa?
-          Gema, tengo mucha presión encima. No paro de buscar trabajo, de promocionarme en internet, de hacer más atractivo mi currículum para gustar más a las empresas, pero no hay manera. Está el mercado muy complicado, necesito algo más de tiempo.
-          Pues tu hijo no espera…
-          Gema, vamos a ver…
-          No, lo que tienes que ver tú es que tuve que hacerme cargo yo de la hipoteca de la casa porque tú no podías seguir pagándola, las cosas que necesita Lucas las he comprado yo y encima ahora no eres capaz ni de buscarte un piso para irte de aquí. ¿Para qué sirves Genaro? ¿Te lo has planteado alguna vez?




Genaro no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Qué manera de hablarle era esa?
-          No puedo creer lo que me estás diciendo, Gema. ¿De qué vas? ¿Necesitas tirar a los demás para ensalzarte tú? Si tanto te preguntas para qué sirvo, será mejor que te revises a ti misma primero.
-          ¿Pero no me estás viendo? Si soy un monumento… ¿Te has visto tú? Todo el día sentado detrás de un ordenador, no sales de casa, no haces ejercicio, cada día estás más gordo…
-          No pienso aguantar más esto.
-          No digas cosas que no piensas cumplir… ¡Ah! Y ve al juzgado y que mete prisa, a ver si te conceden ya un abogado de oficio, que mi abogado lleva esperando meses…-le dijo a Genaro guiñándole un ojo-.




Y sin mediar más palabras, Genaro se levantó y salió de casa después de acariciar el pelo a su hijo, que jugaba con los bloques sin darse cuenta de nada.
-          De verdad, tu padre es el ser más insufrible que he conocido nunca,-se quejaba Gema-. Qué ganas tengo de que nos divorciemos y de que se tenga que ir de la casa y así viviremos los dos solos, tú y yo Lucas. Eres lo único bueno que ha salido de esta relación.




Tras meter a su hijo en la cuna jugando con sus peluches, Gema se puso a ver la tele donde vio que decían una noticia sobre la familia Jodres.
-          La misteriosa muerte de un ex-agente del FBI, Hugo Lozano, provocó un revuelo enorme en la ciudad, ya que, tras una meticulosa investigación por parte de la policía y el FBI, en el que colaboró la propia familia Jodres, averiguaron toda la verdad sobre el caso. Destaparon los trapos sucios de un bufete de abogados corrupto aquí, en Los Aniegos, que eran asalariados del fallecido empresario Julio Jodres. Ellos fueron los encargados del fallecimiento de Paola Jodres y del propio Hugo Lozano, pero se sospecha que tengan más muertes a sus espaldas, lo que no es seguro, ya que tendremos que esperar a que se levante el secreto de sumario. En otro orden de cosas…




A unos kilómetros de la ciudad se erguía un pequeño pueblo mucho más humilde que Los Aniegos. Twinbrook era el hogar perfecto para gente sencilla, trabajadora y con buen corazón, o al menos decía eso el cartel de bienvenida al pueblo.




Y ahora nos desplazamos a una casita muy cerca del centro del pueblo, donde vivía la familia Fuerte. Un padre y un hijo que luchaban por sobrevivir.




La tele encendida hablaba sobre la noticia de la muerte de Hugo Lozano, mientras que Ángel esperaba a que su padre saliera de la habitación tras haberle preparado las cosas en el salón.
-          “…pero se sospecha que tengan más muertes a sus espaldas, lo que no es seguro, ya que tendremos que esperar a que se levante el secreto de sumario. En otro orden de cosas…
-          ¿Necesitas ayuda papá?
-          No, ya salgo hijo.




El viejo Gregorio se movía lento y había que tener mucha paciencia con él, ya que era un hombre mayor y no estaba para muchos trotes.
-          Papá, ¿vas bien?
-          Sí, no seas pesado. Que yo con mi bastoncito voy estupendamente, no te preocupes.




Cuando consiguió llegar al sofá se sentó a ver la tele tranquilamente, cosa que también hizo su hijo.
-          ¿Qué están poniendo hoy?-preguntó Gregorio-.
-          ¿Un domingo por la mañana? Puf, algún programa repetido, seguro.
-          Ay, búscame a ver si hay alguna película de las buenas, de las que a mí me gustan.
-          Voy papá.




Gregorio era un señor que había estado trabajando toda su vida, pero en su época las cosas se hacían de otra manera y, al pasar más tiempo cobrando en negro que cotizando, cuando le llegó la hora de jubilarse, la paga que le tocó era una auténtica miseria. Y encima los ahorros que tenía se los llevó el hospital para pagar un tratamiento que curaría a su mujer, pero no sirvió para nada y, finalmente, falleció. Ahora lo único que tenía en su vida era esa casa, que había podido pagar antes de arruinarse, a su hijo y a una muchacha que venía de lunes a viernes a cuidarlo cada semana.
-          ¿Cómo va la búsqueda de trabajo, Ángel?
-          Sigue igual. En este pueblo no hay trabajo y por mucho que busque no encuentro nada.




Ángel era un buen muchacho que había estado en la universidad, pero que tuvo que dejarlo por falta de dinero. Su padre no podía darle más y las chapuzas que le salían no eran suficientes para poder pagarse la carrera, por lo que se volvió a casa.
-          Siento que tengas que estar aquí en lugar de hacer tu vida, hijo. A veces siento que estás en esta situación por mi culpa. Si no fuera por mí, tú te habrías ido a buscarte la vida a otro lado, habrías vendido la casa, tendrías más dinero…
-          Papá, no digas tonterías. Estoy muy bien contigo y todo el tiempo que pase contigo es especial. Así que deja de decir eso porque me voy a enfadar.
-          Bueno Ángel, como quieras… Por cierto, ¿Jara ha terminado de arreglar su casa?




La tal Jara era la muchacha que cuidaba a Gregorio, con quien habían entablado una buena amistad. Ángel y ella tenían un trato entre ellos que consistía en que él la ayudaría a ella a arreglar ciertas cosas de su casa y ella les cobraba menos a la hora de cuidar a su padre. Como era muy buena idea, así llevaban haciendo unas cuantas semanas y la casa iba cada vez mejor.




El hecho de ver las puertas desconchadas, le provocaba a Jara una angustia tremenda. Sabía que con lo que cobraba, no podría optar a un sitio mejor, pero no por eso se iba a conformar sin más. Poco a poco iba pintando, pulimentando suelos, limpiando rincones escondidos de la casa…




Pero a quienes más echaba de menos era a sus padres adoptivos. La habían criado desde que era un bebé, así que para ella eran su verdadera familia. Nunca había averiguado nada sobre su pasado ni el por qué la dieron en adopción, pero el hecho de tener una familia tan amorosa como la que le había tocado, suplió cualquier falta que pudiera tener. Lamentablemente, sus padres fallecieron hacía tres años repentinamente, dejándola muchas deudas que tuvo que pagar ella. Por eso se mudó a Twinbrook, para intentar comenzar de cero en un sitio nuevo, pero no le estaba resultando nada fácil.




De repente, Jara recibe una llamada y, al ver quién era, resopló.
-          ¿Qué quieres Daniel?
-          Te quiero a ti, cariño. Dame una oportunidad para volver contigo y solucionar las cosas…
-          Se acabó. Te lo vuelvo a repetir hoy al igual que las quinientas veces anteriores. No voy a volver contigo nunca más.
-          Eres una rencorosa de mierda. Ya te pedí perdón cuando volví a robar esa vez después de prometerte que no lo volvería a hacer. ¿Qué más quieres que haga?
-          ¿Esa vez nada más? Mira, deberías darme las gracias por no denunciarte a la policía, porque sabes que con una llamadita irías de cabeza a la cárcel de nuevo.
-          No veas, cómo te pones, ¿eh? Entonces eso significa que tampoco quieres follar, ¿no?
-          …-Jara había colgado el teléfono-.
-          ¿Hola? ¿Jara? ¿Estás ahí?




El tal Daniel vivía en una casa a las afueras del pueblo, rodeado de aguas pantanosas, verdes y asquerosas.




Daniel Navarro, o también conocido como “El Navajas”, era un viejo amigo de la policía, ya que tenía un gran currículum delictivo a sus espaldas. Robos con agresión, centenares de peleas con arma blanca… De ahí la cicatriz en la cara, de una gran pelea que se formó en una discoteca, donde volaron botellas y vasos de cristal. Aquella vez se metió con alguien que no debía que le acabó rajando la cara con una botella rota, provocándole grandes heridas que casi hacen que pierda el ojo. Sin embargo, ese bicho malo nunca moría.




Su última novia había sido Jara, a quien seguía acosando. Quería volver con ella, pero la chica se había cansado de tantas promesas falsas, de tener que esperarle mientras él salía de la cárcel… Había esperado demasiado por un tío que no valía la pena. Pero seguía teniendo miedo de denunciarle, ya que temía que Daniel pudiera hacerle algo…
-          No veas, cómo te pones, ¿eh? Entonces eso significa que tampoco quieres follar, ¿no?

-          …-Jara había colgado el teléfono-.
-          ¿Hola? ¿Jara? ¿Estás ahí? Será hija de puta… Me ha colgado la muy…



Navarro estaba muy cabreado, pero sabía que yendo a la casa de ella no iba a arreglar nada, así que su frustración iba en aumento.




Pero en casa tampoco se quería quedar, por lo que fue a casa de su amigo Alfonso para despejarse un poco, beber unas cuentas cervezas y distraerse un rato.




El tal Alfonso vivía en esta casa de aquí. Se caía a pedazos, al igual que el techo, el tejado de la casa, los azulejos… Todo. Pero ahí seguía, sin inmutarse.




Alfonso era el típico hombre vago, que solo veía la tele, bebía cervezas, comía comida basura sin parar y visitaba cada fin de semana el club de alterne del pueblo. Pese a estar soltero y vivir sólo, había tenido muchas parejas en el pasado, ya que había sido un chico que llamaba la atención por su físico y por su forma de ligar con las mujeres.




Sin embargo, maltrató física y psicológicamente a cada pareja que había tenido, una y otra vez, pero sólo dos de ellas se atrevieron a denunciarle, aportando pruebas contundentes que le llevaron a pasar un tiempo en la cárcel, donde conoció a Navarro.




Desde que entró en la cárcel, había tenido una espinita clavada por no averiguar quiénes habían sido las chicas que lo habían denunciado. En el juicio estaban separadas de él por un biombo y tenían un aparato que les distorsionaba la voz.




Pero la vida no había acabado allí, ya que ahora estaba libre y se sentía preparado para encontrar a la mujer de sus sueños. El trabajo ya vendría después, que para ganarse la vida siempre habría tiempo, pero mientras que su “amigo” de ahí abajo pudiera rendir en condiciones, quería estar en el campo de juego todo el tiempo posible…




CONTINUARÁ…

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