La he estado haciendo y preparando con mucho mimo y estaba deseando que llegase este día...
Os presento:
Ojalá os guste tanto como a mí... ¡Allá va el primer capítulo!
CAPÍTULO 1
Se alzaba un nuevo día algo
grisáceo en Los Aniegos. La ciudad dormía, ya que era domingo y todos
necesitaban descansar antes de volver a la rutina de la semana.
Cerca de la montaña más
famosa de la ciudad, se encontraba una preciosa casa de dos pisos, coronada por
un estupendo parking doble donde vivía la familia Tomillo.
El cabeza de familia,
Horacio Tomillo, se sentaba frente al ordenador de su despacho. Era abogado y
trabajaba en uno de los mayores bufetes de la ciudad, pero desde la caída del
otro gran bufete, gracias a la denuncia y posterior investigación de la familia
Jodres, su trabajo se había multiplicado por diez.
En el piso inferior se
encontraban Samanta y Junior, su mujer e hijo, que veían la tele
tranquilamente, comentando los dibujos que estaban echando en el canal
infantil.
Samanta trabajaba desde
casa, ya que llevaba un blog de moda bastante conocido y se dedicaba a
recomendar tiendas, ropa, precios, calidades, etc. Además, al ser una mujer
entradita en carnes, era mucho más realista que en cualquier otro desfile
famoso de modelos.
Su hijo Junior era un
buen estudiante y bastante sabiondo. Era muy buen niño, con el que se podía
mantener una conversación de casi cualquier tipo, ya que sabía escuchar muy
bien.
En el piso de arriba, en
el baño comunitario, se encontraba Miriam, la hija mayor del matrimonio. Estaba
en plena adolescencia, pero eso no le estaba afectando demasiado hasta el
momento. Seguía siendo buena hija para sus padres, no descuidaba sus estudios y
salía con sus amistades como había hecho siempre. Incluso ahora se había echado
novio y las cosas le iban muy bien con él. Por eso la vemos arreglándose,
porque había quedado con él esa misma mañana.
Llamando a la puerta del
despacho, Miriam entró y avisó a su padre de que se iba.
-
Volveré antes
de la hora de la comida.
-
Muy bien
cariño. Ten cuidado. ¿Llevas el móvil?
-
Sí, siempre
lo tengo encima.
-
Genial.
Horacio miraba a su hija
con orgullo y felicidad por verla tan mayorcita, aunque él la seguía viendo
como esa mocosa que se caía por el pasillo cada dos por tres intentando andar.
-
¿Vas a salir
con tus amigas?
-
No, he
quedado con Edgar esta vez.
-
Ah muy bien.
Dale recuerdos de mi parte.
Y a unos 10 minutos de
allí se encontraba la casa de la familia Puche, donde vivía el novio de Miriam.
Residían en una zona para personas con bajos recursos, pero pese a que el lugar
no era muy acogedor, no vivían mal del todo.
Saliendo del baño, Edgar
fue hacia el salón para preguntarle a su madre si estaba bien con la ropa que
se había puesto.
-
Vas muy
guapo, hijo.
-
Muchas
gracias mamá. Bueno, me voy, ¿vale? No llegaré tarde.
-
¿A dónde vas?
-
He quedado
con Miriam.
Rosalía, la madre de
Edgar, no estaba del todo de acuerdo con la relación que había surgido entre su
hijo y Miriam, ya que ella trabajaba como asistenta en la residencia de ellos,
entre otras casas. Vinieron desde Sudamérica para buscarse la vida y aquí la
encontraron, aunque se tenía que matar a trabajar para poder sobrellevar la
casa y los estudios de su hijo. El padre de Edgar, por su parte, desapareció y
la dejó tirada, así que tuvo que hacerse cargo de todo ella sola, por lo que
entre eso y otras cosas de su pasado, no había podido ser todo lo feliz que
ansiaba.
Y el otro miembro de la
familia era Gary, un perro que abandonó una familia al mudarse de su casa.
Rosalía, como había estado trabajando allí, se lo encontró atado en la puerta
con un cartel que decía: “Para quien lo quiera”. Al ver que dejó de llorar
cuando la vio, no tuvo más remedio que traérselo a la casa.
Edgar y Gary habían hecho
mucha amistad entre ellos y siempre cuando Edgar tenía que salir, se despedía
de su fiel amigo.
-
Me voy Gary,
pórtate bien, ¿eh? Y haz caso a mamá, tío.
Pero Rosalía no estaba
sola sentimentalmente en esos momentos. Un rayo de esperanza se había comenzado
a dibujar en su vida desde hacía unos meses, pero todavía era muy pronto como
para lanzar las campanas al vuelo. En cuanto su hijo salió de casa, ella lo
llamó.
-
Hola cariño,
¿qué tal? ¿Puedes quedar hoy?
-
Imposible,
tengo a esta gritándome ahora mismo.
-
Vaya…
Y donde vivía el nuevo
amor de Rosalía era en esta casa, situada en una zona residencial para personas
con un poder adquisitivo medio. La residencia de la familia Huertas no era ni
muy pequeña, ni muy grande, pero para ellos era más que suficiente.
Y en uno de los
dormitorios estaba Genaro, el chico de Rosalía.
-
Imposible,
tengo a esta gritándome ahora mismo.
-
Vaya…
-
Lo siento
cielo. Mañana te veré sí o sí.
-
Ya, pero me
apetecía verte hoy, pero si no se puede no te preocupes. Te dejo, ¿vale?
-
No te enfades
cariño, que no tengo la culpa.
-
¡¿VAS A VENIR
O NO?!-se escuchó un grito desde fuera de la habitación-.
Fuera se encontraba Gema,
la esposa de Genaro hasta el momento, ya que ambos se encontraban en trámites
de divorcio, pero como él no se podía permitir mudarse, continuaban conviviendo
juntos.
-
Lucas, tu
padre cada día es más tonto… No sé cómo pude casarme con él.
En la habitación, Genaro
miraba su móvil lamentándose por no poder quedar con Rosalía. El amor entre ellos
surgió sin quererlo, ya que poco a poco se fueron dando cuenta de que ambos se
sentían atraídos mutuamente. Como la relación entre Genaro y su mujer no era
buena, se acabó refugiando en Rosalía. Gema trabajaba de secretaria en el
bufete de abogados de Horacio, pero Genaro era informático y buscaba abrirse
hueco en ese mundo, pero hasta ese momento no había tenido mucha suerte, por lo
que ella ganaba más dinero que él y eso siempre era un continuo reproche en sus
discusiones.
Para Gema lo más
importante era su hijo. Lo quería por encima de todo y de todos, pero su
segunda cosa más importante era su trabajo. Era la secretaria general del
bufete, pero cada abogado tenía luego su secretaria personal que le organizaba
las citas con los clientes, recogía llamadas… Y ella no se conformaba con el
puesto que tenía, quería más y más. Y su gran ambición la estaba llevando a
unos límites peligrosos…
-
Al fin salió
el señorito de su dormitorio. ¿Se puede saber qué estabas haciendo ahí?
-
¿Ahora te
interesas por mí cuando me echaste de nuestro dormitorio?
-
Perdona, pero
no iba ni voy a permitir que sigamos durmiendo en la misma cama y yo no me
pensaba ir de allí así que…
-
Mira, no empecemos
otra vez, que no tengo ganas de discutir, ¿vale Gema?
-
No quiero
discutir, quiero hablar contigo. Venga, sentémonos.
Ambos cogieron asiento y
Gema comenzó a decirle lo que tenía pensado.
-
A ver, Lucas
está haciéndose mayor por días y dentro de poco la cuna se le va a quedar
pequeña, por lo que… ¿Cómo vas con la búsqueda de casa?
-
Gema, tengo
mucha presión encima. No paro de buscar trabajo, de promocionarme en internet,
de hacer más atractivo mi currículum para gustar más a las empresas, pero no
hay manera. Está el mercado muy complicado, necesito algo más de tiempo.
-
Pues tu hijo
no espera…
-
Gema, vamos a
ver…
-
No, lo que
tienes que ver tú es que tuve que hacerme cargo yo de la hipoteca de la casa
porque tú no podías seguir pagándola, las cosas que necesita Lucas las he
comprado yo y encima ahora no eres capaz ni de buscarte un piso para irte de
aquí. ¿Para qué sirves Genaro? ¿Te lo has planteado alguna vez?
Genaro no podía creer lo
que estaba escuchando. ¿Qué manera de hablarle era esa?
-
No puedo
creer lo que me estás diciendo, Gema. ¿De qué vas? ¿Necesitas tirar a los demás
para ensalzarte tú? Si tanto te preguntas para qué sirvo, será mejor que te
revises a ti misma primero.
-
¿Pero no me
estás viendo? Si soy un monumento… ¿Te has visto tú? Todo el día sentado detrás
de un ordenador, no sales de casa, no haces ejercicio, cada día estás más
gordo…
-
No pienso
aguantar más esto.
-
No digas
cosas que no piensas cumplir… ¡Ah! Y ve al juzgado y que mete prisa, a ver si
te conceden ya un abogado de oficio, que mi abogado lleva esperando meses…-le
dijo a Genaro guiñándole un ojo-.
Y sin mediar más
palabras, Genaro se levantó y salió de casa después de acariciar el pelo a su
hijo, que jugaba con los bloques sin darse cuenta de nada.
-
De verdad, tu
padre es el ser más insufrible que he conocido nunca,-se quejaba Gema-. Qué
ganas tengo de que nos divorciemos y de que se tenga que ir de la casa y así
viviremos los dos solos, tú y yo Lucas. Eres lo único bueno que ha salido de
esta relación.
Tras meter a su hijo en
la cuna jugando con sus peluches, Gema se puso a ver la tele donde vio que
decían una noticia sobre la familia Jodres.
-
“La misteriosa muerte de un ex-agente del
FBI, Hugo Lozano, provocó un revuelo enorme en la ciudad, ya que, tras una
meticulosa investigación por parte de la policía y el FBI, en el que colaboró
la propia familia Jodres, averiguaron toda la verdad sobre el caso. Destaparon
los trapos sucios de un bufete de abogados corrupto aquí, en Los Aniegos, que
eran asalariados del fallecido empresario Julio Jodres. Ellos fueron los
encargados del fallecimiento de Paola Jodres y del propio Hugo Lozano, pero se
sospecha que tengan más muertes a sus espaldas, lo que no es seguro, ya que
tendremos que esperar a que se levante el secreto de sumario. En otro orden de
cosas…”
A unos kilómetros de la
ciudad se erguía un pequeño pueblo mucho más humilde que Los Aniegos. Twinbrook
era el hogar perfecto para gente sencilla, trabajadora y con buen corazón, o al
menos decía eso el cartel de bienvenida al pueblo.
Y ahora nos desplazamos a
una casita muy cerca del centro del pueblo, donde vivía la familia Fuerte. Un
padre y un hijo que luchaban por sobrevivir.
La tele encendida hablaba
sobre la noticia de la muerte de Hugo Lozano, mientras que Ángel esperaba a que
su padre saliera de la habitación tras haberle preparado las cosas en el salón.
-
“…pero se sospecha que tengan más muertes a
sus espaldas, lo que no es seguro, ya que tendremos que esperar a que se
levante el secreto de sumario. En otro orden de cosas…”
-
¿Necesitas
ayuda papá?
-
No, ya salgo
hijo.
El viejo Gregorio se
movía lento y había que tener mucha paciencia con él, ya que era un hombre
mayor y no estaba para muchos trotes.
-
Papá, ¿vas
bien?
-
Sí, no seas
pesado. Que yo con mi bastoncito voy estupendamente, no te preocupes.
Cuando consiguió llegar
al sofá se sentó a ver la tele tranquilamente, cosa que también hizo su hijo.
-
¿Qué están
poniendo hoy?-preguntó Gregorio-.
-
¿Un domingo
por la mañana? Puf, algún programa repetido, seguro.
-
Ay, búscame a
ver si hay alguna película de las buenas, de las que a mí me gustan.
-
Voy papá.
Gregorio era un señor que
había estado trabajando toda su vida, pero en su época las cosas se hacían de
otra manera y, al pasar más tiempo cobrando en negro que cotizando, cuando le
llegó la hora de jubilarse, la paga que le tocó era una auténtica miseria. Y
encima los ahorros que tenía se los llevó el hospital para pagar un tratamiento
que curaría a su mujer, pero no sirvió para nada y, finalmente, falleció. Ahora
lo único que tenía en su vida era esa casa, que había podido pagar antes de
arruinarse, a su hijo y a una muchacha que venía de lunes a viernes a cuidarlo
cada semana.
-
¿Cómo va la
búsqueda de trabajo, Ángel?
-
Sigue igual.
En este pueblo no hay trabajo y por mucho que busque no encuentro nada.
Ángel era un buen
muchacho que había estado en la universidad, pero que tuvo que dejarlo por
falta de dinero. Su padre no podía darle más y las chapuzas que le salían no
eran suficientes para poder pagarse la carrera, por lo que se volvió a casa.
-
Siento que
tengas que estar aquí en lugar de hacer tu vida, hijo. A veces siento que estás
en esta situación por mi culpa. Si no fuera por mí, tú te habrías ido a
buscarte la vida a otro lado, habrías vendido la casa, tendrías más dinero…
-
Papá, no
digas tonterías. Estoy muy bien contigo y todo el tiempo que pase contigo es
especial. Así que deja de decir eso porque me voy a enfadar.
-
Bueno Ángel,
como quieras… Por cierto, ¿Jara ha terminado de arreglar su casa?
La tal Jara era la
muchacha que cuidaba a Gregorio, con quien habían entablado una buena amistad.
Ángel y ella tenían un trato entre ellos que consistía en que él la ayudaría a
ella a arreglar ciertas cosas de su casa y ella les cobraba menos a la hora de
cuidar a su padre. Como era muy buena idea, así llevaban haciendo unas cuantas
semanas y la casa iba cada vez mejor.
El hecho de ver las
puertas desconchadas, le provocaba a Jara una angustia tremenda. Sabía que con
lo que cobraba, no podría optar a un sitio mejor, pero no por eso se iba a
conformar sin más. Poco a poco iba pintando, pulimentando suelos, limpiando
rincones escondidos de la casa…
Pero a quienes más echaba
de menos era a sus padres adoptivos. La habían criado desde que era un bebé,
así que para ella eran su verdadera familia. Nunca había averiguado nada sobre
su pasado ni el por qué la dieron en adopción, pero el hecho de tener una
familia tan amorosa como la que le había tocado, suplió cualquier falta que
pudiera tener. Lamentablemente, sus padres fallecieron hacía tres años
repentinamente, dejándola muchas deudas que tuvo que pagar ella. Por eso se
mudó a Twinbrook, para intentar comenzar de cero en un sitio nuevo, pero no le
estaba resultando nada fácil.
De repente, Jara recibe
una llamada y, al ver quién era, resopló.
-
¿Qué quieres
Daniel?
-
Te quiero a
ti, cariño. Dame una oportunidad para volver contigo y solucionar las cosas…
-
Se acabó. Te
lo vuelvo a repetir hoy al igual que las quinientas veces anteriores. No voy a
volver contigo nunca más.
-
Eres una
rencorosa de mierda. Ya te pedí perdón cuando volví a robar esa vez después de
prometerte que no lo volvería a hacer. ¿Qué más quieres que haga?
-
¿Esa vez nada
más? Mira, deberías darme las gracias por no denunciarte a la policía, porque
sabes que con una llamadita irías de cabeza a la cárcel de nuevo.
-
No veas, cómo
te pones, ¿eh? Entonces eso significa que tampoco quieres follar, ¿no?
-
…-Jara había
colgado el teléfono-.
-
¿Hola? ¿Jara?
¿Estás ahí?
El tal Daniel vivía en una
casa a las afueras del pueblo, rodeado de aguas pantanosas, verdes y
asquerosas.
Daniel Navarro, o también
conocido como “El Navajas”, era un viejo amigo de la policía, ya que tenía un
gran currículum delictivo a sus espaldas. Robos con agresión, centenares de
peleas con arma blanca… De ahí la cicatriz en la cara, de una gran pelea que se
formó en una discoteca, donde volaron botellas y vasos de cristal. Aquella vez
se metió con alguien que no debía que le acabó rajando la cara con una botella
rota, provocándole grandes heridas que casi hacen que pierda el ojo. Sin
embargo, ese bicho malo nunca moría.
Su última novia había
sido Jara, a quien seguía acosando. Quería volver con ella, pero la chica se
había cansado de tantas promesas falsas, de tener que esperarle mientras él
salía de la cárcel… Había esperado demasiado por un tío que no valía la pena.
Pero seguía teniendo miedo de denunciarle, ya que temía que Daniel pudiera
hacerle algo…
-
No veas, cómo
te pones, ¿eh? Entonces eso significa que tampoco quieres follar, ¿no?
-
…-Jara había
colgado el teléfono-.
-
¿Hola? ¿Jara?
¿Estás ahí? Será hija de puta… Me ha colgado la muy…
Navarro estaba muy
cabreado, pero sabía que yendo a la casa de ella no iba a arreglar nada, así
que su frustración iba en aumento.
Pero en casa tampoco se
quería quedar, por lo que fue a casa de su amigo Alfonso para despejarse un
poco, beber unas cuentas cervezas y distraerse un rato.
El tal Alfonso vivía en
esta casa de aquí. Se caía a pedazos, al igual que el techo, el tejado de la
casa, los azulejos… Todo. Pero ahí seguía, sin inmutarse.
Alfonso era el típico
hombre vago, que solo veía la tele, bebía cervezas, comía comida basura sin parar
y visitaba cada fin de semana el club de alterne del pueblo. Pese a estar soltero
y vivir sólo, había tenido muchas parejas en el pasado, ya que había sido un
chico que llamaba la atención por su físico y por su forma de ligar con las
mujeres.
Sin embargo, maltrató
física y psicológicamente a cada pareja que había tenido, una y otra vez, pero
sólo dos de ellas se atrevieron a denunciarle, aportando pruebas contundentes
que le llevaron a pasar un tiempo en la cárcel, donde conoció a Navarro.
Desde que entró en la
cárcel, había tenido una espinita clavada por no averiguar quiénes habían sido
las chicas que lo habían denunciado. En el juicio estaban separadas de él por
un biombo y tenían un aparato que les distorsionaba la voz.
Pero la vida no había
acabado allí, ya que ahora estaba libre y se sentía preparado para encontrar a
la mujer de sus sueños. El trabajo ya vendría después, que para ganarse la vida
siempre habría tiempo, pero mientras que su “amigo” de ahí abajo pudiera rendir
en condiciones, quería estar en el campo de juego todo el tiempo posible…
CONTINUARÁ…
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