A la mañana siguiente, no
eran ni las siete de la mañana cuando Horacio ya estaba despierto y arreglado
para irse al bufete. Mirando a su mujer, sonrió y se fue a despertar a sus
hijos.
Al entrar en el cuarto de
su hija, la vio frente a la cómoda.
-
Buenos días
hija. El autobús estará abajo en una hora. Cámbiate y baja a desayunar, ¿vale?
-
Buenos días
papá. Muy bien. ¿Te vas ya?
-
Sí, voy a
esperar a que llegue Rosalía y me voy al trabajo.
Y entrando en el
dormitorio de su hijo, lo vio de pie sin hacer nada.
-
Buenos días
hijo, ¿qué haces ahí plantificado?
-
Uy buenos
días papá. Estaba dormido todavía. Pensaba en qué ropa ponerme hoy para el
cole.
-
Pues date
prisa que el autobús llegará en una hora y tenéis que estar desayunados antes
de iros a clase.
Pocos minutos después,
tan puntual como siempre, llegó Rosalía.
-
Buenos días
señor.
-
Buenos días
Rosalía. ¿Qué tal fue el fin de semana?
-
Muy bien, ¿y
el suyo?
-
Como otro
cualquiera. Bueno, marcho a trabajar.
-
Que le sea
leve señor.
-
Igualmente,-dijo
sonriendo-.
Entrando en el garaje, se
metió en su coche y puso dirección hacia el bufete.
Cuando Rosalía ya había
preparado el desayuno para los chicos y hasta había recogido los platos, bajó
Samanta.
-
Buenos días
Rosalía. Con qué energía se te ve,-alagó la recién llegada-.
-
Muchas
gracias señora. ¿Quiere que le prepare el desayuno?
-
No hace
falta, ya me lo hago yo, gracias. Tú sigue con tus tareas.
Sus hijos ya estaban
listos para ir a clase, así que esperaban al autobús mientras su madre les
preguntaba si tenían todo listo.
-
¿Habéis
cogido el bocadillo para el recreo?
-
Sí,-respondieron
ambos-.
-
¿Lleváis todo
lo necesario para las clases de hoy?
-
Sí mamá.
-
Rosalía, si
quieres ve arriba a hacer las camas mientras yo termino de desayunar,-recomendó
Samanta-.
Rosalía no se hizo de
rogar y subió rápidamente a los dormitorios a hacer las camas, limpiar, pasar
el polvo, fregar…
Cuando Horacio llegó al
trabajo, se encontró a Gema, que ya estaba en su puesto de trabajo, ya que ella
era la que recibía a la gente y las informaba sobre a qué planta debían ir para
ver a su abogado.
En cuanto entró por la
puerta, Horacio saludó cordialmente.
-
¡Buenos días!
Espero que haya tenido un feliz fin de semana Gema.
-
Buenos días
señor Tomillo. Muchas gracias y espero que haya podido desconectar del trabajo.
-
Bueno… Con
este trabajo y con las circunstancias actuales, no se puede descansar mucho.
Y acercándose a Horacio,
Gema comenzó a hablar más sensualmente.
-
Pues si
necesita relajarse, yo conozco un sitio idóneo para poder desconectar y volver
a ser el mismo de siempre…
Pero al abogado no le
estaba gustando mucho esa forma de hablarle que estaba teniendo Gema.
-
No me gusta
el tono que está teniendo conmigo señorita. Espero que no se refiera a lo que
creo que me está diciendo, porque como sea así, no voy a tolerar ninguna salida
de tono por su parte.
-
Lo siento
señor. No era mi intención incomodarle.
-
Eso espero.
Que no se vuelva a repetir… Buenos días.
En cuanto las puertas del
ascensor se cerraron, Horacio resopló nervioso, ya que no era la primera vez
que aquella mujer le decía cosas parecidas. ¿Qué pretendía con esa actitud? Al
entrar en la sala que llevaba a su despacho, vio que su secretaria personal no
había llegado aún.
-
Ya van tres
veces entre la semana pasada y esta… Como siga así, voy a tener que buscarme a
otra secretaria.
En cuanto abrió la puerta
de su despacho, suspiró y se sentó frente al ordenador preparado para comenzar
la jornada laboral.
Gema ya había tenido que
guiar a varias personas hacia los diferentes despachos y su cara debía
demostrar felicidad y afabilidad, pero por dentro se sentía avergonzada, ya que
era la primera vez que se había llevado un corte por parte de Horacio. Si
quería llegar a ser su secretaria personal, debía currárselo mucho más.
Al cabo de unos tres
cuartos de hora, Rosalía había terminado por ese día en casa de la familia
Tomillo, así que fue a avisar a Samanta.
-
¿Has
terminado querida?-preguntó la mujer de la casa-.
-
Sí señora. He
de irme, que tengo varias casas más por limpiar. ¿Vengo de nuevo el miércoles?
-
Sí y, por
cierto, toma. Este dinero de más por hacer las cosas tan bien en casa.
-
Gracias
señora, no debería aceptarlo. Yo…
-
Insisto.
Rosalía, eres una mujer genial y mereces que se te pague más.
Tras limpiar en una casa más,
llegó a la de Genaro, que se encontraba hablando animadamente por teléfono
mientras que el pequeño Lucas jugaba a las casitas con sus muñecos.
-
Sí,
estupendo. No, por mí no hay problema. Claro, lo comprendo,-decía Genaro.-
Rosalía entró sin decir nada
y se dispuso a realizar las tareas domésticas. Aunque la casa era más pequeña
que la de los Tomillo, también estaba normalmente más sucia y tardaba más en
sacar en luz todo.
-
Perfecto,
pues en un rato estaré allí. No, saldré ahora mismo. No creo que tarde más de
quince minutos. Está bien. Hasta ahora.
Mientras recogía los
platos, tiraba la basura y fregaba, Rosalía se preguntaba con quién estaba
hablando Genaro. Por su tono de voz parecía estar contento, así que podría ser
un nuevo trabajo que le ayudara a salir adelante…
Estaba en sus
pensamientos cuando Genaro se presentó delante de Rosalía cortándole el paso.
Y sin tiempo a decir
nada, la besó directamente en la boca.
-
No tengo
tiempo para contarte mucho, pero me voy ya. ¿Te quedas con Lucas? Es que tengo
prisa.
-
S-sí, pero,
¿a dónde vas?
-
A ver a mi
abogado, que me ha llegado la carta esta mañana. ¡Por fin vamos a ser libres!
Tras coger un taxi,
Genaro paró frente al edificio donde estaba el despacho de su abogado.
Corriendo, cruzó las grandes puertas.
Y al entrar se encontró
de primer plano con su mujer.
-
¿Qué estás
haciendo aquí?-preguntó Gema con cara de asco-.
-
Voy a ver a
mi abogado.
-
Vaya, pues
dime quién es y te guiaré, no vaya a ser que te pierdas.
-
No gracias,
en la llamada me lo ha explicado muy bien. Venga, hasta luego…
Antes de que se cerraran
las puertas del ascensor, Genaro saludó a Gema con la mano acompañada de una
amplia sonrisa mientras que ella lo miraba con incredulidad. Al subir al décimo
piso, se dirigió hacia la puerta y llamó antes de entrar.
Mientras tanto, en
Twinbrook, Jara acababa de llegar a casa de Ángel y de su padre.
-
¡Buenos días
Ángel!
-
Ay, buenos
días. Perdona que no te mire, pero anoche se estropeó la tele y la estoy
intentando arreglar.
-
Sí, no te preocupes.
¿Y tu padre?
-
En la cama
todavía.
Entrando en el
dormitorio, Jara comenzó a despertar dulcemente a Gregorio, quien dormía como
un bebé.
Al abrir los ojos,
Gregorio le dedicó una amplia sonrisa mientras que se apoyaba en ella para
incorporarse.
-
Así mis días
son mejores,-aduló el hombre-.
-
Es usted un
zalamero Gregorio,-dijo Jara comenzando a reír-.
-
No puedo
evitarlo cuando se me pone delante una chica tan bonita.
Y en casa de Alfonso, una
chica salía de allí con paso ligero.
-
¡No pienso pasar
un minuto más contigo hasta que no tengas un poco más de higiene personal!
-
Sugar,
¡vuelve!
-
No pienso
volver allí Alfonso. Olvídate de mí y del resto de las chicas.
-
Pero… ¡que no
huelo tanto!
Sugar salió de la casa
respirando aire fresco mientras se largaba de allí. Alfonso la seguía llamando
pero sin éxito.
-
¡Te pagaré el
doble! ¡Te lo prometo!
-
¡NO!
Alfonso vio alejarse un
poco más a Sugar cuando pensó que, si quería volver a estar con alguna chica,
debería ser más cuidadoso consigo mismo, afeitarse, lavarse frecuentemente…
Tenía que cambiar y ahora era un buen momento. Debería volver a recuperar
viejas costumbres.
Entrando en casa, Alfonso
dejó ir a Sugar cuando ella se paró de repente al escuchar un fuerte silbido.
Pero esta vez no era Alfonso, sino Navarro, que salía de otro dormitorio que
tenía su amigo, donde había pasado aquella noche.
-
¡Preciosa!
Ven un momento…
Minutos después, ambos
gozaban de una gratificante sesión de sexo.
-
Dios, nunca
me habían follado de esta manera,-decía la chica entre gemidos-.
-
Y yo tampoco
había follado con una prostituta sin tener que pagar.
-
Agradéceselo
a tu amigo Alfonso, pero ahora métemela bien duro…
CONTINUARÁ…