Adrián miraba el cuadro
esperando a que su prima terminara de arreglarse cuando ella llegó.
-
Primo, vámonos que
ya estoy lista.
-
Ya era hora. Que
llevo aquí…
-
¡Deja de quejarte
tanto! Vámonos ya anda.
Levantándose del sofá,
miró serio a su prima.
-
Martita, no me
arrees como los burros.
-
Sabes de sobra que
no me gusta que me llamen así. Que tengo 18 años ya tío.
-
Ay, qué ganas de
cumplirlos ya…
La joven Marta comenzó a
reír ante el comentario de Adrián.
-
Adri, no hay casi
diferencia de los 17 a los 18, ¿eh? No te hagas ilusiones.
-
Ya veremos cuando
los cumpla. Vas a saber lo que es bueno…
-
Que sí fantasma,
¿nos vamos o qué?
Salieron de la habitación
de Adrián y se encontraron a su padre sentado.
-
¿Os vais
ya?-preguntó el hombre-.
-
Sí tito
Juan,-contestó Marta-. Vamos a aprovechar el día de sol para darnos una vuelta
por el parque.
-
Hacéis muy bien.
Vivid la vida que son dos días.
Y en ese momento, la
madre de Adrián se acercó a ambos jóvenes.
-
Adrián, vienes a
comer, ¿no?
-
Sí claro, sólo
vamos a dar una vuelta por ahí.
-
Tened cuidadito.
Marta,-dijo hablándole a su sobrina-, échale un ojo porfa.
-
No te preocupes
tita Ainhoa, no me separaré de él.
-
Joer macho, ni que
fuera un niño pequeño mamá…-dijo algo molesto Adri-.
Levantándose del sillón,
Juan intervino.
-
Ainhoa, nuestro
hijo es casi mayor de edad. Dale un respiro cielo.
-
Ay, lo sé. Pero no
puedo dejar de preocuparme.
-
No va a pasar
nada, ya lo verás,-dijo guiñándoles el ojo a los jóvenes-.
Tanto su hijo como su
sobrina sonrieron y le dieron las gracias a Juan antes de despedirse de él y de
Ainhoa, que sonreía a su marido porque sabía que Juan tenía debilidad con los
críos.
Bajando a la casa de
Marta, el primero en entrar fue Adri.
-
¡Buenos días
titos!
-
Hola Adri, ¿qué
tal?-dijeron ambos-.
-
Bien jeje,
Marta,-dijo mirando hacia atrás-, ¿vas a entrar o no?
-
¡Espera que me ate
los cordones, coño!
Momentos después, entró
la primogénita de Mateo y Fina.
-
Papá, mamá, nos
vamos al parque, ¿vale?
-
Vale, pero llévate
a tu hermano,-dijo Mateo-.
-
¿A Lucas? ¿Por
qué?
-
Marta, hazle caso
a tu padre y pregúntale a tu hermano si quiere ir con vosotros, aunque sea
eso,-dijo Fina con más simpatía-.
Era curioso cómo en un
abrir y cerrar de ojos se habían convertido en unos padres adultos y maduros de
hijos adolescentes o entrando en dicha etapa. Para ellos, los 22 años que
llevaban casados habían pasado volando, sin ser conscientes realmente de cómo
su hija Marta iba creciendo, cómo entraba en el colegio, cómo nació su hermano
Lucas más tarde… Todo había pasado muy rápido. Y qué decir de Juan y Ainhoa, 21
años de casados y con un estupendo hijo clavadito a su padre salvo en los ojos.
Verse todos juntos y con tan buen rollo en la familia era una alegría continua
para cada uno de ellos.
Yendo hacia el cuarto de
su hermano, Marta llamó a la puerta y cuando le dio permiso Lucas, entró.
-
Enano, el primo
Adri y yo vamos a ir al parque, ¿quieres venir?
-
No, gracias. Me
dijo Sofía que vendría a casa para salir a jugar juntos.
-
Ah vale, pues nos
vemos después. Y no gastes bromas a la gente, que la última vez me la cargué yo
por tu culpa.
-
Jijiji.
-
No, no te rías que
estuve castigada dos semanas.
Lucas era el hijo menor
de Mateo y Fina. Tenía 10 años y estaba hecho todo un gamberrete. Le encantaba
reír, gastar bromas, jugar con sus amigos… Y meter en problemas a su hermana
mayor. Ese era su deporte favorito. Físicamente se parecía mucho a Mateo, pero
los ojos eran los de su difunto abuelo Marco.
Minutos más tarde, Adri y
Marta salieron de casa cuando un señor les hizo una pregunta.
-
Perdón, ¿vivís
aquí?
-
Sí, ¿qué quiere?
-
Verá, quería saber
si este sigue siendo el domicilio de la familia Rosales…
Marta le sonrió
amablemente mientras que Adri no se fiaba mucho, ya que era la primera vez que
lo veía.
-
Sí, vivimos
aquí,-contestó Marta-. ¿A quién busca exactamente?
-
Pues… a Mateo, si
pudiera ser.
-
¿A mi padre? Sí
claro, ahora mismo está en casa, pase,-dijo sujetándole la puerta para que no
se cerrara-.
Aquel hombre se quedó
sorprendido al ver a esa jovencita. ¿Aquella muchacha era hija de Mateo? Por
Dios, qué rápido pasaba el tiempo…
Siguiendo su camino, los
primos se pusieron a andar, pero a Adri le corroía la curiosidad.
-
¿Quién crees que será
este tío, Marta?
-
No tengo ni idea,
pero si busca a mi padre me imagino que lo conocerá de algo.
Subiendo al primer piso,
llamó al timbre y esperó mientras miraba a su alrededor. ¿Ahí a la derecha no
estaban las puertas de entrada para el dúplex?
Un momento después, Mateo
abrió la puerta.
-
Sí, ¿qué desea?
-
¿Mateo? ¿Eres tú?
-
Sí, ¿quién es
usted?
Aquel hombre cambió su
expresión facial y comenzó a aguantar las lágrimas.
-
Soy yo, Esteban,
¿no me recuerdas?
-
¿Esteban? ¿En
serio eres tú?
-
El mismo que viste
hace casi 23 años…
-
Pero, pero…
Y sin poder decir más
palabras, ambos viejos amigos se dieron un fuerte abrazo. Hacía más de 20 años
que no se veían desde aquella despedida en la entrada del edificio.
-
¿Qué te trae por
aquí? ¿Y Lucía?
-
Lucía vendrá ahora
con los niños, que le dije que se quedara en el hotel por si acaso no os
encontraba.
-
Pero bueno… ¡Pasa
hombre! Verás qué sorpresa se va a llevar Fina…
Entrando Mateo en casa,
se dirigió a su mujer mientras Esteban permanecía en segundo plano.
-
Cariño, adivina
quién ha venido a vernos…
-
¡ESTEBAN!-gritó
como una loca Fina-.
-
Coño, no me
esperaba que lo averiguaras tan pronto,-dijo Mateo riéndose-.
Fina fue corriendo a
abrazar a Esteban.
-
No sabes las de
veces que nos hemos acordado de ti. ¡Te hemos echado de menos!
-
Y yo a vosotros,
pero fue necesario lo que hicimos.
-
Eso te iba a
preguntar, ¿dónde está Lucía?
-
La tengo que
avisar para que venga con los niños, que como no sabíamos si seguíais viviendo
aquí, no la quise traer en balde.
Y mientras Esteban
avisaba a Lucía, Mateo aprovechó para llamar a Lucas y que así conociera a su
mejor amigo.
-
¡Ven Lucas!
-
¿Qué pasa papá?
Lucas salió de su
dormitorio que no era otro que parte del antiguo salón de dúplex. Tras casarse,
el padre de Fina consiguió que el dueño del edificio se lo vendiera a Mateo y a
Juan, que unificaron cada planta salvo el bajo, para poder tener una casa más
amplia cada uno, ya que Marco se había mudado con Estela a la casa de ella
antes de fallecer ambos. De esta forma, Juan y Mateo seguirían viviendo en el
mismo edificio con sus respectivas familias y mantenerse unidos.
Al llegar al salón, el
pequeño Lucas saludó a la visita y Fina se lo presentó formalmente.
-
Mateo,-dijo
Esteban-, es igualito a ti, tío. Salvo en los ojos, por lo demás eres tú
enterito.
-
No hay duda de que
es digno hijo de su padre,-comentó Fina-. Y si vieras a la mayor…
-
Creo que la he
conocido abajo en la puerta. ¿Es la muchacha con los ojos claros?
-
Sí, es esa. El
otro chico es el hijo de Juan y Ainhoa.
-
¡¿Ese tiarrón?!
Mateo se acordó de que su
cuñada y su hermano no sabían de la llegada de Esteban, por lo que subió para
avisarlos. Como tenía llave, entró sin llamar y se encontró una situación algo…
incómoda.
-
¡CHICOS! No
sabéis…
El matrimonio continuó
besándose sin darse cuenta de que Mateo había entrado en la casa.
-
Ejem,
ejem,-carraspeó Mateo fuerte-.
Levantándose del sofá,
Juan fue hacia su hermano para saber qué quería.
-
¿Qué ocurre Mateo?
¿No sabes que tienes que llamar a la puerta?
-
Sí, pero eso no es
importante ahora. Tenéis que venir conmigo a mi casa…
-
¿Qué pasa?-quiso
saber Ainhoa-.
-
Ahora lo veréis,
pero tenéis que venir YA.
Mientras Mateo subía a
avisar a su hermano y su cuñada, Fina se quedó hablando con Esteban, poniéndose
al día antes de que volviera.
-
Y eso,-decía
Esteban-, comencé a trabajar en un gimnasio como monitor y entrenador personal,
daba mis clases… Lucía comenzó la universidad, pero se quedó embarazada muy
pronto y de mellizos, nada más y nada menos. Claro, imagínate qué locura en la
casa con dos bebés a la vez. Pero bueno, salimos hacia delante y al año nos
casamos y fue cuando me pusieron como jefe del gimnasio en el que estaba
trabajando. Con el tiempo quise abrir mi propio negocio, pero pensé en
asociarme con el dueño del gym donde estaba trabajando y así comenzó la
franquicia que tenemos ahora. Hemos abierto 5 gimnasios por toda la ciudad y
nos seguimos expandiendo por el territorio regional. ¿Y vosotros cómo os ha
ido?
-
Pues bastante
bien. Laboralmente no nos podemos quejar porque ahora soy la directora del
colegio, Mateo es el jefe del parque de bomberos y nuestros hijos sacan buenas
notas, no nos dan mucho que hacer… Hemos tenido buena vida.
-
¿Y Marco?
-
Ah, Marco murió el
año pasado.
-
Vaya, lo siento
mucho. Me hubiera gustado verlo de nuevo.
-
Habría sido
genial, pero al menos no sufrió. Se nos fue mientras dormía una noche. Estela,
por su parte, murió antes, hace cinco años.
-
¿Y cómo llevó
Marco la pérdida?
-
Pues mucho mejor
que con Luisa, la madre de Mateo, pero aun así, no quiso volver a casa y
prefirió vivir sólo hasta que…
-
¡Chicos!-dijo
Mateo entrando por la puerta-. Que ya vienen…
Al entrar, vieron a un
hombre sentado hablando con Fina, pero al estar de espaldas no lo reconocían.
-
¡Hola
Fina!-saludaron ambos-.
-
Muy buenas a los
dos. Veréis, es que tenemos una visita y nos gustaría que estuvierais con
nosotros.
-
Ah,
estupendo,-dijeron algo cortados-.
Pero en ese momento
Esteban se levantó y se giró, poniéndose frente a ellos cara a cara. La
expresión de Esteban era de asombro total…
Al verlo, Juan creyó caer
en la cuenta de que era Esteban, pero no estaba muy seguro del todo. Ainhoa por
su parte, no tenía ni repajolera idea de quién era ese señor.
-
Ainhoa, ¿no me
reconoces?-preguntó Esteban con una sonrisa-.
-
Ay, ¿no
serás…?-dijo poniendo los ojos fuera de sus órbitas-.
-
¿Esteban?-dijo él mismo-.
-
¡Ayyyy! ¡La madre
que te parió!
Ainhoa se acercó a él y
lo abrazó fuertemente. Hacía casi un cuarto de siglo que no se veían y no lo
había reconocido sin su pelo largo, sin el pendiente ¡y con esas gafas!
Juan también hizo lo
mismo y abrazó efusivamente a Esteban.
-
Pero bueno
compañero, menudo cambio. ¿Dónde están esas greñas? ¿Y esas gafas? Pareces más
intelectual y todo.
-
Que no te engañen,
las tengo no por parecer más intelectual, sino porque si me las quito no veo
una mierda jajaja. Qué mala es la edad.
Mientras tanto, los
primos disfrutaban de la música en vivo que había en el parque gracias a dos
intérpretes anónimos.
-
Suenan muy bien,
¿verdad?-afirmaba Marta-.
-
Son la caña prima.
Pero alguien hizo que
Marta mirara hacia otro lado, al igual que a Adri.
-
Pero bueno, ¿has
visto qué rubio?-preguntaba Marta comiéndoselo con los ojos-.
-
¿Y tú a la rubia?
Qué maravilla…
CONTINUARÁ…
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