CAPÍTULO 25
Unas semanas después,
Igashu había encontrado el trabajo que estaba buscando. Entró en Manos Blancas
junto con leo como orador y juntos daban charlas por muchos sitios. Quien más
hablaba era Igashu, ya que Leo tuvo una recuperación más sencilla, dentro de lo
que cabe. Igashu pudo notar mucho más los efectos en su vida y su estado
anímico. Comenzaron por los colegios…
Pasando a los
hospitales, concienciando a pacientes como doctores y enfermeros, de que el
mundo de las drogas era un lugar muy peligroso y de muy complicado regreso,
pero no era imposible. Ahí frente a los ojos de los oyentes tenían dos grandes
casos de superación.
Pero, al margen de todo
esto, Abbas y Mel, gracias a Manos Blancas comenzaron a salir y se gustaron. No
eran novios oficialmente pero existía un romance entre ellos. Esa mañana,
habían quedado para ir al gimnasio.
Juntos, comenzaron a
hacer ejercicio. Mel para tonificarse y Abbas para coger musculación.
Unas horas más tarde de
ese mismo día, Igashu hacía el ensayo de la charla más importante que había
dado hasta ahora. Hoy se presentaba nada más y nada menos que al alcalde y al
ayuntamiento, así que su discurso estaba lleno de intención y positividad, que
es lo que intentaba transmitir.
Y la verdad, es que no
lo hacía nada mal.
-
¡Eso es chicos!
Este modo de vida puede ser atractivo al principio, pero es como un anuncio que
vi no hace mucho en la tele refiriéndose a este tema. En dicho anuncio se ven a
unos jóvenes haciendo cola para entrar a una discoteca y el portero los deja
entrar sin ninguna dificultad pero, a la hora de salir, el portero los metía
para dentro muy violentamente y volvía a cerrar la puerta. Pues las drogas y el
alcohol son así. Son aquel portero que te impide salir, pero vosotros debéis
tener más fuerza de voluntad y coraje para decir: ¡Yo puedo!
Un par de horas
después, el discurso de Leo acababa de terminar cuando dejó paso a Igashu, que
comenzó a hablar ante Nieves, Mel, Leo, su novia Linda y su hermano. El alcalde
escuchaba atentamente desde una de las ventanas del ayuntamiento, sin perder
ripio de las palabras de Igashu.
En eso que un hombre
mayor un poco encorvado, pasaba por ahí y se paró a ver lo que estaba pasando
frente al ayuntamiento. Su voz le resultaba familiar y su aspecto…
-
¡Es el puto indio
que se me escapó en aquel bar hace unos años!
Efectivamente, aquel
vaquero todavía estaba vivo y seguía acordándose de Igashu, así que,
rápidamente fue hasta su coche que acababa de dejar aparcado frente al
ayuntamiento. Abrió el maletero y… cogió su escopeta.
Ajeno a todo esto,
Igashu seguía hablando sin saber lo que unos minutos después iba a ocurrir…
-
Sí, a mis 19
años he llegado a estar totalmente enganchado a las drogas y el alcohol. Pero
un día, gracias a mi hermano aquí presente y mi novia pude decir: “¡Basta ya!”,
y desde ese día mi vida ha cambiado por completo. Ahora soy guitarrista en un
grupo junto con mi novia y unos amigos más, voy dando charlas a gente con
problemas o sin ellos para concienciarles y demostrarles que de todo se sale. A
mis 21 años, a día de hoy, puedo decir que soy feliz con mi vida,-terminó
Igashu cuando se escuchó el terrible sonido de un disparo-.
La gente comenzó a
gritar, muchos corrieron, otros fueron a por Igashu y el alcalde, desde su
balcón, mandó apresar al hombre que llevaba la escopeta en la mano. Tras el
caos, los nervios, desmayos y… la sangre. La calma volvió. Una calma que
escucharía aquel viejo vaquero en su celda de aislamiento hasta que le llegara
la hora de morir… en la silla eléctrica.
Pero otra calma también
acababa de comenzar. El silencio más profundo que existe en el mundo: la
muerte. El cuerpo de Igashu yacía quieto en el suelo, inmóvil, con una leve
sonrisa en los labios y a los presentes en su funeral se les repetía en su
cabeza una y otra vez la última frase de Igashu: “A día de hoy, puedo decir que
soy feliz con mi vida”.
Leo estaba destrozado,
no se podía creer que Igashu, un chico de apenas 21 años, acababa de morir.
Aquel chico que le hizo entrar en razón, aquel que le dio un empujón que lo
llevó a la recuperación. Aquel chico, hoy descansaba en un ataúd…
Mel lloraba sin
parar. Era la que menos tiempo llevaba conociendo a Igashu pero por la relación
que mantenía con su hermano Abbas, había conseguido cogerle un gran cariño.
Ahora, cuando fuera a casa de Abbas, le sería imposible ver a Wolf y a Luna y
no poder acordarse de Igashu, aquel joven que iba haciendo el bien y ayudando a
los demás.
Abbas estaba a punto de
un ataque al corazón. No había parado de llorar en ningún momento desde que,
tras el disparo, se acercara corriendo a su hermano y lo agarrara, cogiéndole
de la mano y sintiendo cómo el último suspiro de su gemelo, se iba… para
siempre.
Linda lloraba
amargamente. Su novio, aquel que tantos quebraderos de cabeza le había dado,
pero también el único que le había demostrado lo que era auténtico amor, ahora
era pasto de gusanos. El amor de su vida, aquel de quien se había enamorado ya
no estaba y ese vacío que Linda tenía en su corazón, sería muy difícil de
llenar.
Por fin, la
tranquilidad, la serenidad iba a llegar a Igashu. Su vida había sido complicada
y difícil, vivida de una forma muy rápida. Con apenas 21 años había experimentado
rechazo por parte de su familia biológica; amistad por parte de Mitch; soledad
durante su adolescencia; compañerismo a la hora de irse a vivir con Mitch, Leo
y Linda; desamor viendo a la chica que le gustaba con unos y con otros;
tentativas de muerte por su adicción a las drogas y el alcohol; amor por parte
de esa chica que tanto deseaba y finalmente, unión, al ver que había encontrado
y formado una familia que, aunque pequeña, era su familia…
Pero esto no es un fin,
esto es el principio de algo mejor. Igashu ha muerto, pero cada día, cada brisa
o cada sonido de tambores nos hará venir a la mente su persona, sus actos y su
sonrisa. Igashu tal vez no esté físicamente pero, allá donde esté, sonríe y nos
observa abrazado a la madre que tanta falta le hizo y nunca tuvo…